CAPÍTULO 15

¿Qué diablos había hecho ahora? Anthony pasó una mano por su pelo y se quedó mirando la puerta por la que Marguerite se había ido. Parecía como si le estuviera probando, alegrándose por él, entonces ¿por qué se veía tan triste e insegura al final? Suspiró y se inclinó para recoger su ropa.

Tal vez ella había hecho todo lo que él sugirió simplemente para apaciguarle y ella no había disfrutado en absoluto. Maldita sea, ¿por qué quería ella ver a un hombre suplicar? Las mujeres querían la fuerza en un hombre, al tipo de hombre que les daba niños y las protegía de las realidades de la vida.

Anthony hizo una pausa mientras se ponía su camisa sobre su cabeza. Pero ella había dejado a David quedarse. En realidad, ella había pedido su consejo y no había tenido que hacer eso. Se preguntó de nuevo exactamente lo que había sucedido en el corto matrimonio de Marguerite, como había sido su relación con Harry Jones y su esposo. Tal vez su frustración por ser vista como una ingenua vino de lo que había experimentado. ¿Tal vez sospechaba que Justin y Harry eran amantes? Ella parecía casi cómoda estando con dos hombres.

—Anthony eres un tonto.

Dijo en voz alta, casi podía oír la voz distintiva de Marguerite haciendo eco en su sentimentalismo. Frunció el ceño cuando metió la camisa en los pantalones arrugados. Él apestaba más que un puto pez muerto. Definitivamente era tiempo de volver a casa, cambiar su ropa y decidir qué hacer luego.

La parte de atrás de la mansión de su padre era casi tan imponente como la parte del frente. Anthony se deslizó a través de las caballerizas a la cocina, hizo un guiño a la cocinera comenzando a subir la escalera de servicio. Se detuvo en el primer nivel para mantener la puerta abierta para un lacayo de aspecto nervioso, con una bandeja cargada de bebidas.

Frunció el ceño mientras el sonido de voces le llegó. ¿En el nombre de Dios por qué estaban su padre y Valentín gritándose ahora? Oyó claramente su nombre. Con un suspiro entró en la gran sala vacía y cruzó a la biblioteca. La puerta estaba entreabierta lo suficiente para él ver a su padre frente a Valentín al frente de la chimenea de mármol imponente.

Entró en la habitación y esperó a ser notado pero esperó en vano, su padre empezó a hablar otra vez. —Esto es probablemente tú culpa Valentín.

—Creo que no. Me pediste hablar con él. Tú fuiste el que le quería fuera de mi negocio y dentro del tuyo.

—Sólo porque tú te niegas a hacer frente a tus responsabilidades.

Val suspiró. —Esto no es sobre mí. Tal vez si nos centramos en Anthony podríamos encontrar algunas respuestas.

Anthony se aclaró la garganta y ambos se dieron la vuelta para mirarlo. Su padre habló primero.

—¿Dónde diablos has estado?

—Con un amigo.

—¿Y no pensantes en hacérnoslo saber?

—Padre casi tengo veintiséis, no seis. ¿Por qué ibas a querer saber dónde estaba?

—Porque... —El marqués miró a Valentín con su rostro aún rojo de ira.

—¿Tal vez porque piensas que Valentín me ha estado llevando por mal camino otra vez? —Anthony se quedó mirando a su hermano. —Él ha estado demasiado ocupado diciéndome e insinuándome sobre el negocio familiar como para preocuparse por eso.

—Tal vez Valentín ha mostrado un cierto sentido común por primera vez en su vida.

Val se echó a reír. —No lo creo. ¿No puedes ver que debido a mi intervención, Anthony está tan enojado contigo como lo está conmigo?

—Anthony no está enojado. Él siempre ha sido un excelente hijo.

—A diferencia de mí, por supuesto.

Anthony golpeó duro en el escritorio. —Tal vez podríais callaros y prestarme atención para variar. Estoy harto de ser ignorado o que habléis como si yo no estuviera aquí.

El marqués frunció el ceño. —No creo que sea una manera adecuada de hablar con tu padre y tu hermano mayor. Estábamos preocupados por ti.

—¿En serio? Es difícil decirlo. —Anthony se dio cuenta que estaba temblando cuando las olas de calor pasaron a través de él. Dio un paso hacia adelante hasta que estuvo entre los dos hombres.

—Los dos me tratan como un niño.

—No seas ridículo.

Anthony forzó una sonrisa. —¿Ves, señor? Incluso no me permites opinar ¿podrías hacerlo? Valentín es el único de esta familia al que se le permite hacerlo, ¿verdad?

Val frunció el ceño. —Él tiene un punto, Padre.

Anthony soltó un bufido. —No trates de calmarme, Val. Sé lo que pensáis ambos.

—¿Y qué es eso?

Anthony tragó saliva y se obligó a mirar a su hermano a los ojos. —¿Que soy demasiado suave, demasiado vulnerable, demasiado condenadamente joven para tomar mis propias decisiones?

—Ya hemos tenido esta conversación, Anthony. —Val se puso los guantes. —Ya te dije lo que pensaba y se me niego a discutir más a fondo. Tal vez cuando muestres la madurez para tener esta discusión, entonces, yo al menos, empezaré a tomarte en serio. Por supuesto no puedo hablar en nombre de nuestro padre.

Por un momento Anthony cerró los ojos, tratando de reunir sus fuerzas. —El hecho de que fui violado cuando tenía diecinueve años no me hace menos hombre. —Se tomó un momento para mirarlos a los dos. —Eso es lo que crees, ¿no? Que de alguna manera tengo que estar protegido de mí mismo.

El horror cruzó la cara del marqués seguido rápidamente por piedad. Anthony odiaba ambas emociones, no necesitaba nada más para confirmar lo que había sospechado por mucho tiempo. Nunca seria digno a los ojos de su padre, menos aún ahora que su padre sabía la verdad.

—Sabía que había algo más que un secuestro. ¿Por qué no me lo dijiste? —El marqués evitó la mirada de Anthony y se centró en Val alzando la voz con acusación.

—¡Oh por amor de Dios, Padre! No se trata de Val. Se trata de mí.

—Anthony... —En un movimiento casi invisible, Val cruzó la alfombra y se paró al lado del marqués. La semejanza entre ellos era tan formidable que sorprendió a Anthony. —Eso realmente no es de ayuda.

Anthony apretó las manos en puños. ¿Cómo se atrevía Val tratar de hacerlo sentir culpable por decir la verdad. —¿Se os ha ocurrido a cualquiera de vosotros que me gusta lo que hago en la cama?

—Pero no es así.

—¿Cómo diablos lo sabes? —Anthony se dio cuenta que estaba gritando y que no le importaba que le oyeran.

—Porque he estado en todas las situaciones sexuales imaginables posibles y lo sé.

—¿Solo porque no disfrutas de algo, no significa que yo no pueda? Somos sólo medios hermanos. Tal vez mis gustos son diferentes a los tuyos.

—¿Cómo sabes cuáles son tus gustos cuando has permitido que sean dictados por la violación?

El marqués de repente se movía como para proteger a Anthony de su hermano. —Es suficiente, Valentín.

—Pero, señor...

—He dicho que es suficiente.

Anthony hizo una reverencia a su padre. —¿Tengo que darte las gracias por salvarme del azote de la lengua de Val? Como he estado tratando de decirte por los últimos minutos, no necesito tu protección.

—No hay necesidad de hablarle a papa así, Anthony.

Anthony se echó a reír. —Bueno, eso es algo. Me las he arreglado para que os defendáis uno al otro. Pero desde luego ¿por qué debo estar sorprendido? Siempre ha sido acerca de vosotros dos, ¿verdad? Sólo soy un asunto menor. Mi madre y mis hermanas somos secundarios en su preciosa relación.

La expresión del marqués era apretada. —Irás y te cambiarás y te presentarás ante tu madre que está muy preocupada por ti y luego vas a volver a mi estudio.

Anthony tomó su sombrero. —Ciertamente iré a ver a mi madre pero yo no voy a volver aquí para demostrar el error de mi forma de ser o que sientas lástima por mí.

—Entonces, ¿adónde vas? Esta es tu casa.

—En realidad, esta es tu casa padre y un día cuando él deje de ser tan terco se dará cuenta de lo que quiere, será de Valentín. Es probable que con el tiempo encuentre otro lugar donde vivir de todos modos.

El marqués levantó la barbilla con sus fríos ojos grises. —Y ¿cómo va a pagar eso cuando yo corte su subsidio?

—Voy a sobrevivir. En verdad gracias a Val soy más trabajador que la mayoría de otros nobles. Tal vez esta es la única manera que puedo demostrarte que no soy lo que tú piensas, que puedo tener éxito solo, sin ser mimado.

Valentín sonrió. —Buena suerte. —Lanzó una mirada irritada al marqués. —Y antes de que empieces le prometí a Anthony no decirte lo que pasó con Aliabad. Me honró con la solicitud. Es lo menos que puedo hacer.

—Valentín, —dijo Anthony. —No necesito tu compasión o culpa tampoco.

Val se volvió con una expresión fría. —Mis sentimientos son míos. Si no estoy autorizado a especular sobre la tuya, no te atrevas a hacerlo sobre mí.

—De acuerdo. —Anthony asintió con la cabeza a su hermano y luego a su padre. —Voy a ver a mi madre. Voy a estar en contacto sobre el resto.

El marqués tragó saliva y puso su mano sobre el escritorio como para estabilizarse. —Te lo agradezco.

Anthony peleó con su deseo de arrodillarse a los pies de su padre y llorar como un bebé. Tenía que ver esto a través de él. Tenía que demostrar que era capaz de dirigir su propia vida.

—Buenos días, señor.

Les dio la espalda a su hermano y a su padre y corrió escaleras arriba a su cuarto.

—¿Qué quiere decir que tengo visitantes? ¡Estoy en el baño! ¡Dile que se vayan!

Marguerite miró a María, su doncella, que estaba junto a la puerta de su dormitorio con las manos alrededor de una tela de secado.

—No ese tipo de visitante, milady, su familia.

—Diles que voy en un minuto.

—Sí, milady. La Sra. Jones los ha entretenido bastante bien, pero preguntan por usted.

—Ayúdame a vestirme, entonces.

Marguerite suspiró y se puso de pie permitiendo que el vapor del agua perfumada bajara por su cuerpo. Después de su inesperada y erótica tarde, esperaba bañarse, tener la cena en la cama, e irse a dormir. Su piel aún se sentía caliente, como si todos sus sentidos estuvieran en llamas. Deseaba haber superado su miedo y poder a hacer el amor con Anthony de nuevo. Tal vez el podría haberla atado ese momento...

Parpadeó lejos ese pensamiento lascivo y empujó los brazos en las mangas de la bata de flores de muselina verde que la doncella le extendió a ella. Enfrentar a su familia con pensamientos de Anthony en su mente no era una buena idea.

Al menos no había empezado a lavarse el cabello. Mientras que su criada cepillaba su pelo y lo arreglaba, Marguerite miró su reflejo en el espejo. Sus mejillas estaban rojas y sus labios un poco hinchados pero eso lo podría explicar por el baño.

—No, milady. Se ve hermosa.

—Gracias.

Con un gesto agradecido, Marguerite recogió la falda y bajó las escaleras hasta el salón. La Sra. Jones la saludó con la mano desde su asiento detrás de la bandeja del té. Incluso desde la distancia, el olor de aguardiente en su aliento era demasiado evidente.

—Oh ahí estás, querida. Justo estaba diciéndole a tu padre cuán bien nos hemos estado llevando.

Marguerite miró a Lord Philip Knowles, quien la guiñó un ojo. Era el marido de su madre pero no su padre. No valía la pena corregir a la Sra. Jones. En los pocos años que lo había conocido, Philip había hecho sin duda todo lo posible para tratarla como si fuera su propia hija. Él se sentaba entre los gemelos en el sofá, su manera relajada testimonio silencioso de su riqueza, inteligencia y buen gusto.

A Marguerite le gustaba muchísimo. Era el único hombre que había sido capaz de hacer frente a su madre como un igual, sin resentimiento o tratando de poseerla. Philip se puso de pie y se inclinó, luego miró a Christian hasta que hizo lo mismo.

—Pido disculpas por visitarte tan tarde, pero estaba con mis banqueros y tu madre me pidió que viniera a ver cómo estabas.

—¿Por qué no viene ella misma? ¿Está mal?

Philip levantó las cejas. —No, en absoluto. Simplemente está demasiado ocupada y estaba preocupada por ti.

Marguerite de inmediato se sintió culpable. Había sonado a la defensiva y no se había sentado. ¿Exactamente cuánto su madre le había dicho a Philip y por qué no había venido ella misma? No era como ella. Una sensación de frío se estableció en el estómago de Marguerite. Tal vez Helene realmente se había lavado las manos con su hija mayor y sus inconvenientes opciones. ¿Pero no era eso lo que Marguerite había querido? Ahora no estaba tan segura.

—No fuimos al banco. —Lisette sonrió a Marguerite. —Al parecer, soy una distracción y Padre teme que Christian comenzará a pedir más dinero.

—Apenas eso. —Philip se echó a reír y se sentó de nuevo, su mirada divertida sobre la frente de piedra de Christian. Sentado donde estaba, entre los gemelos, Marguerite podía dibujar su imagen en cada uno de ellos y su profunda conexión y sus semejanzas. Los gemelos eran tan queridos para ella como ella esperaba que sus propios hijos fueran, pero nunca había conocido el amor de un padre.

—Oh, querida.

Margarita saltó cuando a la Sra. Jones se le cayó una taza de té y se inclinó para recogerla casi botando la bandeja con bebidas entera.

—Está bien, madam, lo tengo. —Christian encontró la taza, que había rodado debajo de su silla y la puso en la bandeja.

La Sra. Jones se levantó de su silla y miró distraídamente a la puerta. —Voy a ir a buscar otra taza. Volveré en un momento.

Marguerite esperó hasta que su acompañante saliera de la habitación y que los caballeros se sentaran en sus asientos antes de desafiantemente vertiendo para sí misma un buen trago de brandy. El sabor le recordaba a Anthony y se lamió los labios preguntándose qué estaría haciendo él ahora, si dormía o si estaba despierto pensando en ella, tocándose a sí mismo mientras lo hacía.

—¿Marguerite, estás escuchando?

Un poco culpable Marguerite miró hacia arriba a los ojos risueños de Lisette. —Lo siento, Lisette, ¿qué estabas diciendo?

Lisette le sonrió. —Estaba comentando antes de que cayera la taza, que tu acompañante estaba hurgando en su bolso como si su vida dependiera de ello.

—Probablemente estaba buscando su botella de ginebra. —Marguerite se encogió de hombros. —Es por eso que se excusó, para coger una nueva.

—No parece como una acompañante adecuada, querida, —dijo Philip su aguda mirada en Marguerite. —¿Estás segura que la quieres?

—No la quiero, la necesito. Ella me permite vivir sola. Si me quejo de ella a los Lockwoods, puede ser que ellos me hagan ir a vivir con ellos y no podría soportarlo. —Marguerite miró a su hermano y a Philip. —Es tan injusto que con las damas sean tan estrictos.

—Estoy de acuerdo. —Christian asintió con la cabeza. —Pero como viuda, tienes más libertad que la mayoría.

—Ya lo sé. —Margarita se volvió a Philip antes que su hermano pudiera seguir. —¿Hay algo en particular que mi madre iba a decirme, señor?

—No que yo recuerde. Ella simplemente estaba preocupada de que no tomaras ninguna decisión apresurada de tu futuro.

Marguerite dejó su copa. —¿Oh, eso es todo? Nada entonces, sólo que ella no confía en mí para tomar cualquier decisión en absoluto.

—Eso no es lo que dice Philip, Marguerite, —Christian la interrumpió. —Y al infierno con ser discreto, todos estamos preocupados por ti.

—¿Por qué?

—Debido a Anthony Sokorvsky.

Marguerite le dio su mejor mirada. —¡Tú fuiste uno de los responsables de que le conociera!

Christian se encogió de hombros. —No esperaba que fuera tan lejos.

—¿Habéis todos estado discutiendo de mi, entonces?

Lisette asintió con la cabeza. —Por supuesto que lo hemos hecho. Somos tu familia.

—No, no lo sois. —Marguerite se levantó y agarró la parte posterior de la silla. —No, si pensáis que os da derecho de decirme con quien puedo acostarme. Soy una viuda, no una mujer soltera inocente.

Philip puso una mano en el brazo de Christian, el gesto lo calmo lo suficiente para detener la elaboración de enojo en el rostro de su hermano y su paso impulsivo hacia ella. —Creo que lo que los gemelos están tratando de decir es que están preocupados por ti.

—Como lo está mi madre, al parecer.

—Sí.

Marguerite inclinó la cabeza una pulgada glacial. —Gracias a todos por vuestra preocupación, pero soy muy capaz de hacer frente a Anthony Sokorvsky. Si necesito vuestra ayuda, os las pediré.

—Sokorvsky no está haciendo esto porque está enamorado de ti, —dijo Christian. —Él está haciéndolo para evitar un escándalo.

Marguerite lo miro a su cabeza. —Ya lo sé. Me lo dijo.

—¿Él te lo dijo?

—Sí, imaginar eso, dos adultos teniendo una conversación honesta acerca de su relación. ¿No es refrescante?

—¿Y no estás perturbada por lo que dijo?

—Soy una mujer crecida, he estado casada antes. Entiendo que no todos los hombres tienen las mismas inclinaciones sexuales.

—Pero mamá no creía que sabía acerca de Justin y Sir Harry, —dijo Christian. —Mon Dieu, ella ni siquiera estaba segura...

—Christian.

Christian cerró la boca y asintió con la cabeza a su padre. —Pido disculpas, señor, eso no es de mi incumbencia.

—¿Por qué no me pides disculpas a mí? —Marguerite respondió con ira, finalmente abriendo camino a través de su cansancio. —Soy yo a la que insultaste. ¿Por qué para ti y Lisette está bien disfrutar en la casa del placer cuando yo no debería hacerlo? ¿El tener un padre con titulo os hace de alguna manera más inmunes al escándalo que una bastarda nacida en la Bastilla como yo?

Lisette se puso delante de Christian, con la barbilla levantada, con sus ojos avellanas encendidos para la batalla. —Eso no es justo, Marguerite. Christian sólo estaba tratando de ayudar.

Marguerite fue la primera en apartar la mirada. Ella sabía que ella tenía buenas intenciones, pero en este momento odiaba su solidaridad y su cercanía legendaria, los odiaba. —Tal vez tendríais que iros.

Philip se giró hacia los gemelos y le tomó la mano encerrándolos entre las suyas. —Lo siento, Marguerite no los traje aquí para comenzar una discusión.

Ella luchó para sonreír. —Ya lo sé. Solo deseo que todos dejéis de tratar de protegerme de mis propias decisiones.

Él le apretó la mano y se la llevó a sus labios. —Esa es la naturaleza de amar a alguien, ¿verdad? Amo a tu madre, pero he tenido que aprender a permitir que ella tenga la libertad de tomar sus propias decisiones y Dios no lo quiera, sus propios errores.

Miró por encima del hombro a los gemelos, que cuchicheaban entre sí con las cabezas muy juntas. —También he aprendido que ser padre de hijos mayores no es fácil.

—¿Has conocido a Anthony Sokorvsky?

—Sí. —Su expresión se volvió más reservada. —¿Por qué me lo preguntas?

—¿Por qué me interesa tu opinión?

Él hizo una mueca. —Y a pesar de la adulación, no voy a decir lo que pienso de él. ¿No acabas de decir que tenías derecho a tener tu propia decisión? Si lo has aceptado con sus fallas y todo, ¿qué otra cosa hay que decir?

Ella miró a sus ojos y asintió lentamente. —No voy a dejar que me haga daño.

Philip hizo una reverencia. —No estoy seguro de que nadie puede garantizar eso en una relación, pero eres una mujer inteligente y estoy seguro de que puedes tomar las decisiones correctas.

—Gracias por tu apoyo.

Su sonrisa era irónica. —No estoy seguro de apoyarte en esta particular elección, pero estoy seguro que no voy a intervenir a menos que me lo pidas. —Se volvió a los gemelos. —Decir adiós a vuestra hermana, y vámonos.

Marguerite caminó lentamente hacia los gemelos pero ninguno de ellos se movió. Para Marguerite sus expresiones eran idénticas, ilegibles y familiarmente exasperantes. Dejó que su sonrisa provisional morir y simplemente asintió con la cabeza.

—Adiós entonces, darle mis saludos a Mamam.

Lisette miró a su hermano en silencio antes de contestar. —Así lo haremos.

Mientras que los veía salir, Marguerite era consciente de una sensación de tensión desagradable en su pecho. Durante años habían sido ella y los gemelos contra el mundo. Habían crecido juntos en el convento del orfanato y apenas veían a su madre que estaba atrapada en Inglaterra durante la guerra. Marguerite los había amado, mimado y llorado con ellos. Ahora parecía que estaba fuera de ese círculo encantado. ¿Tal vez Philip había robado su lugar o ella se había empujó fuera por su propio camino?

La Sra. Jones regresó a la habitación y miró a su alrededor. —¿Se fueron?

—Sí.

—¡Oh, qué decepción! Estaba esperando a hablar con Lord Philip.

—Yo también. —Marguerite se sentó con de golpe y acabó su brandy olvidado con un largo trago.

—Creo que me voy a ir a la cama.

La Sra. Jones hizo un gesto con una nota delante de su cara. —Casi se me olvida. El lacayo de Lady Lockwood trajo esto para usted.

—Gracias.

Marguerite tomó la nota con ella mientras se dirigió a la cama. ¿Era otra invitación insistiendo en hacerla pasar por un miembro valioso de la familia Lockwood? ¿Cuándo esta farsa iba a terminar? ¿Podría alguna vez sentirse completamente querida o bienvenida sólo por sí misma? Su madre tenía a Philip, los gemelos se tenían el uno al otro, ¿y a quien tenía ella?

Pensó que había tenido a Justin, se había preparado para hacer cualquier cosa para mantenerlo e incluso entonces, ella falló. Sus ojos se llenaron de lágrimas, se apresuró abrir la carta. En el interior había dos notas dobladas con una escritura desconocida. La primera era de la esposa de Charlie, Amelia con una invitación a una fiesta ese fin de semana en su casa de campo en Essex.

La singularidad de esa invitación paró sus lágrimas. A Amelia nunca le había gustado Marguerite, ¿así que por qué la estaba invitando a una reunión tan íntima? Abrió la segunda hoja, leyó las cortas oraciones y todo quedó claro. Lord Minshom le informaba que había arreglado para que ella se reuniera clandestinamente con Sir Harry Jones en la fiesta y que sería su última oportunidad de ver al hombre antes de que abandonara Inglaterra de nuevo.

Marguerite puso las notas en la parte superior de su vanidad y alisó las sábanas. Un fin de semana en el campo sería alejarla de su familia y tal vez ayudar a entender las razones de la prematura muerte de su marido.

La idea de tener que tratar con Lord Minshom la hizo dudar. Había algo en él que lo rechazaba y la fascinada. ¿Cómo podía garantizar su seguridad y aún así ver a Harry? Obligó a su mente cansada a concentrarse. ¿Qué haría Amelia en el caso que Marguerite llevara a Anthony con ella?

Amelia estaría encantada. Lo vería como una forma de destruir el afecto de Charles hacia Marguerite y tal vez repetir el escándalo a Lady Lockwood. Y tal vez eso no sería algo malo después de todo... Iba a escribir a Amelia, preguntarla si podía llevar a Anthony y rezar para que pudiera hacer frente al fantasma de Sir Harry Jones una vez por todas.