CAPÍTULO 14

—¿Marguerite, qué pasa?

Anthony paró de caminar y miró a su compañera. Supuestamente estaban disfrutando de un amigable paseo por el parque. Él ya había hecho comentarios sobre la suavidad del clima, el paisaje, los patos en el estanque, y recibió apenas una palabra en respuesta.

—¿Al menos me mirarás?

Ella giró su cara hacia la suya, y él se dio cuenta de la preocupación en sus ojos azules, las oscuras sombras debajo.

—¿Estás todavía mal?

—No. —Ella suspiró. —Sólo estoy intentando pensar que decir.

—¿A mí?

—Sí. —Su rápida sonrisa fue tensa. —Hace cuatro días mi madre vino a verme.

—¿Y?

—Sabe lo nuestro.

Anthony hizo una mueca. —Le dije a los gemelos que sería imposible mantener esta noticia en secreto. —Cogió la mano de ella, la colocó firmemente sobre su manga y continuó caminando. El parque estaba todavía desnudo de follaje, sin signos todavía de los bulbos de primavera o la flor. —¿Y qué tuvo que decir tu madre por si misma?

—Que no eras una buena elección para un amante.

Él se detuvo de nuevo como en un consciente familiar sentido de insuficiencia mezclada con frustración atravesándole. —¿Nadie en este maldito mundo piensa que soy capaz de algo?

Marguerite tiró del brazo de él. —No hay necesidad de gritar; todo el mundo está mirándonos.

—Déjalos mirar, ¿o quieres que me vaya? Odiaría echar a perder tu tarde con mi repugnante presencia.

—Ahora estás exagerando.

¿Lo hacía? Cerró sus ojos brevemente y a continuación los fijó en las elaboradas puertas del parque. No había estado en casa o ido a las oficinas de la naviera durante tres días. David le había dado una llave de su alojamiento y dejó a Anthony allí para que se revolcase en su propia miseria mientras su amigo estaba fuera en un asunto naval.

Agarró la mano de Marguerite. —Vamos.

—¿Dónde vamos?

—A algún lugar donde podamos estar en privado, ¿o no confías en mi lo suficiente para estar a solas contigo?

—Oh, por amor de Dios. —Marguerite recogió su falda con su mano libre y se apresuró a su lado. Llegaron al edificio de David, frente al parque, y Anthony sacó su llave. Ella no dijo nada hasta que él cerró la puerta detrás de ellos.

—¿Dónde estamos exactamente?

—¿Importa? Pertenece a un amigo mío. Aquí estamos seguros.

Ella lentamente se quitó sus guantes y le observó. Él no intentó moverse cuando la aguda mirada de ella abarcó sus desordenadas ropas y el mentón mal afeitado. Se dio cuenta él mismo que no estaba preparado para ser examinado, diseccionado, encontrarse deseando, no por Marguerite, no por una mujer a la que deseaba. Frunció el ceño hacia ella.

—¿Así qué exactamente que dijo tu madre para ponerte tan preocupada por ser mi amante?

Sus cejas se elevaron. —No hay necesidad de ser tan defensivo. No he dicho que esté preocupada.

—No lo has dicho. Es obvio por la forma en que te estás comportando.

—Eres imposible. —Marguerite dio un tirón a las cintas crema de su sombrero hasta que se aflojaron y arrojó el artilugio sobre una silla. Saltó sobre él y le golpeó en el pecho. —¿Por qué me molesté en defenderte ante mi madre cuando obviamente has renunciado a ti mismo?

Él atrapó su muñeca, manteniendo su agarre incluso cuando ella intentó soltarse. —¿Qué demonios quieres decir?

—Mi madre intentó decirme que tus necesidades sexuales eran demasiado extremas para imaginarme, por no hablar de satisfacer.

Abruptamente su hostilidad desapareció bajo su temor. —¿Qué dijo exactamente?

Ella le miró. —Que te gustan los hombres.

—Ya sabías eso.

—Lo sé, pero insistió en que tú necesitabas decirme el resto.

Anthony encontró mucho más fácil mirar su seductora boca en lugar de reaccionar a sus cortantes palabras. Inclinó su cabeza, capturó sus labios y la besó tan duro como pudo. Ella hizo un sonido exasperado y le besó, sus dientes mordiendo su ya magullado labio inferior, lo que le puso instantáneamente duro. Él arrancó su boca, silbando mientras los dientes de ella marcaban su labio.

—¿Podemos hablar sobre esto después? —dijo Anthony.

—¿Después de qué?

—Después de que te haya tenido.

—¿Por qué piensas que estaría de acuerdo con eso?

—Porque me deseas, y te estoy ofreciendo la oportunidad perfecta para usar mi cuerpo para liberar toda tu tensión e ira. Empujó su mano bajo sus faldas, ahuecó su sexo, y sintió su núcleo húmedo sobre la palma de su mano. —Me deseas.

La apoyó contra la pared, besó su boca con una ferocidad que él nunca había sabido que había en él. Ella deslizó su mano en su pelo, acercándole, sus dedos entre ellos soltando los botones de sus pantalones. Él gimió y empujó su polla en su mano.

—Por favor...

Ella le guió hacia abajo, y la chorreante corona de su eje golpeó contra la suavidad del estómago de ella, el vello inferior, su clítoris y finalmente la acogedora abertura inferior. Él agarró su cintura y la levantó sobre él. Jadeó ante la opresión y la ferocidad de su agarre sobre su eje. Duro y rápido a la vez, para saciar la necesidad y para encontrarse a sí mismo en la bienvenida del cuerpo de ella.

A pesar de que bombeaba en ella, recordó tocar su clítoris, para llevarla con él a un intenso final. Incluso recordó salir, dejando que su semilla se liberara en su vientre en lugar de donde realmente quería, dentro de ella.

—Agárrate a mí, —murmuró, mientras la llevaba dentro del dormitorio de David, sus piernas alrededor de él, sus cuerpos todavía cercanos y conectados. La colocó cuidadosamente en la cama. Ella inmediatamente se alejó de él.

—Eso no fue justo.

—¿No lo has disfrutado?

—Por supuesto que he disfrutado, pero el sexo no es un sustito de una conversación seria.

Subió en un codo sobre ella, sonriendo ante su expresión de indignación. —¿Estás segura de eso?

Con un hábil movimiento, arrastró sus faldas sobre su cabeza, exponiendo su sexo, y lamiendo su camino a través de la humedad que había ayudado a crear. Ella se rebeló contra él, agarrando su pelo y tirando con fuerza. Él hizo una mueca de dolor pero no se detuvo, conduciendo su lengua más profundo, succionando su clítoris en su boca hasta que ella gimió y se estremeció por la liberación.

Se alejó de ella y la permitió sentarse, tratando de no sonreír mientras ellas luchaba con sus enaguas y sus estampadas faldas de muselina para revelar su rostro enrojecido. —¡Anthony Sokorvsky!

Él deliberadamente se lamió los labios, observando los ojos de ella ampliarse en respuesta.

—Anthony...

—¿Qué? —él suspiró y se dejó caer a si mismo sobre su espalda, saboreando su sabor en su boca a la vez que esperaba su próximo comentario.

—Mi madre no me dijo lo que más te gustaba en la cama. ¿Me lo dirás?

Había sabido que esa pregunta vendría, pero aun así se resistió a contestarla. ¿Cómo de honesto podía ser, especialmente cuando no estaba seguro de lo que realmente le gustaba? Miró fijamente el techo agrietado.

—La cuestión es... he cambiado.

Marguerite suspiró. —No tienes que decir eso.

Se giró para mirarla. —Pero lo hice, no tienes idea de cuánto... —Maldición, el hecho de estar acostado junto a ella teniendo esa conversación fue asombroso por sí mismo, pero no podía decirla eso.

—Entonces dímelo. Prometiste ser honesto.

La miró fijamente. ¿Qué le había gustado? Nunca tuvo la oportunidad de formar sus propios gustos, solo aceptar aquellos a los que había sido forzado. Miró sobre el hombro de ella al armario oriental de David. —Algunas veces, me... gusta ser atado.

Ella asintió, su expresión tan seria como él sospechaba que era la suya propia. —¿Y qué más?

Oh Dios. —También me gustó cuando tiraste fuerte de mi pelo, cuando clavaste tus uñas en mi espalda, me hiciste daño. —Contuvo su respiración, ¿sería suficiente? El resto era demasiado confuso para incluso considerarlo. Ella apartó su mirada de él, bajó a sus manos, y él tragó fuerte.

—¿Por qué?

—¿Perdón?

—¿Por qué te gustan esas cosas?

Ahora fue él el que apartó la mirada. No había ninguna posibilidad que él compartiera esa parte de su vida con ella. —No lo sé, y como dije, estoy intentando cambiar. —Odiaba la incertidumbre de su voz. Sonó tan patético, tan necesitado y tan a la defensiva sobre la indefensión.

—¿Y sólo te gusta cuando un hombre te hace esas cosas?

—Nunca lo he intentado con una mujer. —Forzó una sonrisa. —No es que cualquier mujer desee hacer esas cosas.

—Mi madre obviamente piensa que yo no lo haría.

Él levantó la mirada ante su tono agudo, reconociendo la cólera en su cara. Parecía que él no era el único frustrado con sus padres.

—Ella no tiene idea de lo que me gusta realmente. ¿Por qué debería decidir semejantes cuestiones por mí?

—Bueno, ella tiene mucha experiencia.

Le fulminó con la mirada, sus manos sobre sus caderas. —¿Estás de acuerdo con ella? ¿Piensas que soy demasiado débil para hacer frente a tus necesidades?

Él se sentó contra el cabecero, ayudándose de sus manos. —No he dicho eso.

Ella se volvió de espaldas a él, y él se estremeció.

—¿Me ayudas a quitarme este maldito vestido?

—¿Marguerite?

Ella le miró por encima de su hombro. —¡Ayúdame!

Él cumplió, deshaciendo los lazos y aflojando su corsé. Retomó su posición de piernas cruzadas en la parte superior de la cama mientras ella luchaba por salir de sus ropas bajo su vestido. Cuando el contorno de su cuerpo se reveló en toda su exuberancia, orgullosa gloria, su polla se ensanchó contra su suelta camisa. Ella le lanzó una mirada impaciente.

—Quítate tus ropas también. ¿Tengo que hacerlo yo todo?

Él se desnudó, su excitación creciendo mientras ella le observaba, su corazón latía a la vez que el pulso en su polla. No se había dado cuenta de que ella tuviera semejante temperamento y se sorprendió ante su propia impaciencia por ver donde la ira de ella les llevaba.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Marguerite examinó el pequeño dormitorio, volviendo su mirada a Anthony. —Este amigo tuyo, ¿le gusta ser atado también?

—Sí, lo hace, pero...

Ella saltó de la cama, —Entonces debe tener algo por aquí con lo que te sujete, ¿sí?

—¿Va a atarme?

—Sí, ¿por qué no lo haría? Estoy harta de ser tratada como una figurita de porcelana, protegida y sola dentro de un armario chino. —Le miró, retándole a desafiarla, para decirla que no fuera tonta, para reír. Él no hizo ninguna de esas cosas y el acuerdo en su mirada casi la hizo olvidarse de su ira.

Él se encogió de hombros. —Estoy cansado de la gente subestimándome también. No voy a detenerte.

Ella se dirigió a la cómoda y titubeó ante la idea de invadir la intimidad de otra persona.

—¿Puedo ayudarla, ma´am?

Marguerite jadeó y se giró para mirar al hombre que se apoyaba contra la puerta de la habitación. Estaba vestido con un uniforme de la marina, su sombrero en su mano, su largo pelo rubio despeinado por el viento. Él era además claramente familiar.

—Capitán David Gray, a su servicio, ma´am. Nos conocimos donde Madame Helene. —Cabeceó hacia Anthony. —Sólo puedo pedir disculpas por mi interrupción. Cogeré lo que necesito y me iré.

Anthony miró horrorizado como él revolvía en un lado de la cama. —Dios, David, lo siento mucho. Los iremos inmediatamente.

Los dedos de Marguerite se curvaron en su palma hasta que ellos se clavaron en su carne. Él estaba probablemente mortificado por sido atrapado desnudo en la cama de su amante con una mujer.

Pero el Capitán Grey no parecía enojado. Si ella recordaba exactamente, él era un amigo de su madre y de Lissete y por lo tanto era poco probable que los traicionara. Ella hizo una reverencia, difícil de hacer bien cuando solo llevaba una enagua.

—Tal vez yo deba irme y dejar que el Capitán Grey satisfaga tus necesidades.

—Marguerite...

El Capitán Grey sonrió. —Por favor, ambos, quedaros aquí. Soy yo quien está sobrando.

—¿Y qué si le pido que se quede? —Marguerite no podía creer que las atrevidas palabras hubieran salido de su propia boca.

El Capitán Grey vaciló. —¿Ma´am?

—Quiero atar a Anthony. ¿Podría mostrarme cómo hacerlo?

El capitán intercambió una larga mirada con Anthony. —¿Sokorvsky?

—Estoy absolutamente feliz de ser atado, David. Si Marguerite quiere tu ayuda, no voy a detenerla.

—Entonces, estaré encantado.

David dejó su sombrero de tres picos, se quitó sus guantes y cerró la puerta de su dormitorio firmemente detrás de él. Marguerite intentó respirar con normalidad. Él parecía aceptar su semi-desnudez como nada fuera de lo común y no mostró ninguna tendencia a babear sobre ella. Y no era como si ella no hubiera estado desnuda frente a dos hombres antes.

—Necesitas algo fuerte pero lo suficientemente flexible para sujetar bien, si eso tiene sentido. —Dio un paso más allá de ella y abrió el segundo cajón de la cómoda lacada en rojo. —Me parece que las largas bufandas de seda funcionan muy bien. ¿Qué color te gustaría?

Marguerite se asomó al cajón y vio un arcoíris de colores. —Negra, creo, ¿tiene?

—En realidad sí. —Sacó cuatro bufandas y se las entregó a ella. —Sugiero que ates una bufanda alrededor de cada muñeca y tobillo en primer lugar, y a continuación le sujetas a la cama.

Marguerite casi quiso reír ante su tono tranquilo, formal, pero no quería perder la ira dentro de ella. Se volvió hacia Anthony sobre la cama, se fijó en su emoción apenas disimulada, la pesadez de su tensa polla temblando contra su vientre.

David hizo una reverencia a Anthony, —Me disculpo por regresar. Asumí que mi trabajo me mantendría fuera hasta el final de la semana, pero el buque que esperaba no llegó.

Anthony suspiró. —Soy el único que debe disculparse. Esta es tu casa. —Miró a Marguerite. —Esto no estaba planeado.

—Estas cosas rara vez lo son. —La sonrisa de David parecía genuina, su interés en la situación evidente incluso para Marguerite. —¿Podemos continuar?

Marguerite se subió a la cama y esperó más instrucciones.

—Haz un nudo con el pañuelo alrededor de su muñeca, ata un nudo flojo y después une ambos extremos al armazón de la cama.

—¿Cómo debería ser de apretado?

David se acercó detrás de ella y tiró del pañuelo. —Eso depende de cuánto quieras marcarle.

Anthony aclaró su garganta. —Atalo tan fuerte como quieras, Marguerite; Probablemente lo disfrutaré.

Ella miró fijamente el negro pañuelo de seda. ¿Podría hacerlo? ¿Realmente quería hacerlo? Quizá su madre tenía razón y tenía demasiado miedo. Ató el nudo, escuchó el sofocado jadeo de Anthony mientras estalla apretándolo. A pesar del hecho de que estaba ansiosa, fue la única con el poder esta vez, no una ingenua joven esposa quien no entendía lo que se esperaba de ella.

—¿Quieres que te ayude?

Parpadeó hacia arriba a David quien se había acercado a inspeccionar su trabajo.

—No, preferiría hacerlo yo misma.

Él asintió como si la entendiese perfectamente. —¿Deseas que me marche entonces?

Ella le estudió por un largo momento, reconociendo el aumento de la excitación en sus ojos azul mar, la rapidez de su respiración, la ya prominente protuberancia en sus pantalones.

—Me gustaría que te quedaras. Quizá puedas comprobar mi trabajo cuando haya terminado.

—Me encantaría; como Anthony ya sabe, me gusta mirar.

Ella continúo atando a Anthony, evitando tocar su erecta polla mientras se movía alrededor de la cama. Pronto él estuvo extendido sobre las cubiertas, cada extremidad unido a un poste de la cama por un pañuelo. Marguerite se arrodilló entre sus músculos muslos y simplemente le miró, observando las ligeras marcas rojas en sus muñecas y tobillos, la tensión de la seda negra, el juego de sus músculos bajo su piel.

—¿Te gusta que me guste esto, Marguerite?

Levantó la mirada ante la tranquila pregunta de Anthony.

—Sí.

Sintió un leve movimiento detrás de ella y giró su cabeza para mirar a David. Casi había olvidado que estaba allí. Su mirada estaba fija en Anthony también, pero no vio un signo de pasión, solo el experto ojo de un observador imparcial.

—¿Capitán Gray?

—Sí, milady.

—Si estuvieras solo con Anthony, ¿qué harías a continuación?

Él se encogió de hombros. —Depende de él. No creo que obligar a un hombre a aceptar todo lo que tengo ganas de darle, aunque hay algunos hombres que lo hacen.

—Y algunos hombres les gusta ser forzados, sin duda, —murmuró Anthony. —¿Qué te gustaría hacerme, Marguerite, ahora que me tienes a tu merced?

Ella se estremeció. Esto era extraño; toda esta situación era inusual. —No te lastimaría, no te forzaría.

—Podrías aceitar su piel, probablemente le guste eso.

Marguerite miró el largo poderoso cuerpo de Anthony, ahora expuesto a su disfrute, obligado por sus manos. ¿Cómo se sentiría su piel tensa y resbaladiza cuando masajeara aceite sobre su temblorosa carne?

—¿Le has aceitado, Capitán Grey?

—Sí, lo hice, y por favor, llámame David. También uso el aceite por otras razones.

—¿Cuándo le follas, quieres decir

La sorpresa brilló en los ojos de David seguido por una irónica diversión y respeto. —Sí, milady, para cuando le follo.

Anthony gimió. —Marguerite, para una bien-educada joven dama, tu lenguaje es terrible.

—Te lo dije, estoy cansada de ser tratada como una inocente. Soy una viuda, no una tímida debutante.

David la entregó un frasco de aceite, y ella se giró hacia Anthony. Él se estremeció mientras ella cubría sus dedos con aceite y comenzó a masajearlo en su pecho.

—Joder, podías haberlo calentado primero.

Ella golpeó su pezón. —¿Pensé que te gustaba el dolor?

Su piel se sentía muy caliente bajo sus manos. Bordeó sus costillas, los huecos de su estómago y el ligero destello de sus caderas. Él comenzó a moverse debajo de ella, la leve ondulación tirando de sus ataduras, haciéndole tensarse hacia su toque. Su polla rozando los brazos de ella mientras trabajaba, dejando rastros de líquido pre-seminal en su piel, en el fino césped de su enagua. Ella podía oler su deseo a su alrededor.

—¿Qué pasa con mi polla? —exigió una voz ronca cuando ella empezó a frotar aceite en su muslo.

—¿Qué pasa con ella?

—¿No vas a hacerme un masaje allí?

—Todavía no.

David sonrió recordándole a Marguerite su presencia. Estaba sentado en una silla, una pierna cruzada sobre la otra mientras miraba la acción en la cama. Elevó las cejas hacia ella. —¿Todavía me deseas aquí?

Ella le sonrió. —¿Siempre pones tu polla en él o utilizas algo más?

—¡Marguerite!

Ignoró la estrangulada exclamación de Anthony y mantuvo su mirada en David.

—Podemos amordazarle, ya sabes. Eso le mantendría silencioso. —David sonrió. —Para responder a tus preguntas, algunas veces uso un falo de jade o un pequeño tapón de jade en su lugar. ¿Por qué preguntas?

Ella se encogió de hombros. —Sólo preguntaba.

David se levantó. —Si semejantes cosas te interesan, echa un vistazo en el tercer cajón de la cómoda. Soy algo así como un coleccionista de lo inusual y erótico. —Se inclinó. —Y ahora realmente debo dejaros, he organizado una cita para almorzar con tu hermana Lissete y no la gusta quedarse esperando.

—No le hablarás de mi, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Voy a ser el alma de la discreción. —La guiñó un ojo, acarició un largo sendero hacia arriba de la pierna de Anthony hacia su cadera y luego después se fue, cerrando la puerta detrás de él.

Marguerite retornó su atención a Anthony, quien estaba mirando impotente hacia la puerta. Ella se quitó su enagua. Los ojos de Anthony se ampliaron y lamió sus labios.

—Ven aquí y déjame besarte.

Non, no he terminado todavía. —Se arrodilló entre las piernas de él y llevó la pesada corona de su eje a su boca y la succionó duro, usó sus dientes para arrastrarle profundo bajo su garganta.

—Oh, Dios, —él gimió y golpeó bajo ella, sus caderas tratando de levantarse, su latido golpeando fuerte lo suficiente para oírse. —Sí, justo así, hazme correrme, hazme correrme fuerte para ti.

Ahuecó una mano bajo sus bolas y apretó, trayéndolas apretadas contra la raíz de su eje hasta que él comenzó a gemir con cada tirón de su boca. El llegó a su clímax, su polla hasta ahora tan dentro de su garganta que ella apenas tuvo que tragar para tomar todo su semen.

Mientras él se recuperaba, ella se acercó a desatarle, frotando las manchas rojas de sus muñecas y besándolas para alejar el dolor.

—¿Lo disfrutaste?

Ella dejó caer el último de los pañuelos sobre la cama. —Sí.

La sonrisa de él fue lenta y lasciva. —Yo también. —Continuó mirándola mientras ella en vano trataba de alisar las arrugas en la seda. —Realmente no te veo como una tímida retraída debutante ya.

Ella inhaló. —Me complace oírlo.

—Quizá tu madre pueda estar equivocada. Y si ella puede estar equivocada sobre su propia hija, quizá ella pueda estar equivocada sobre nuestra relación también.

Ella encontró su mirada. ¿Por qué había mencionado a su madre? De repente ya no se sentía tan valiente y audaz. ¿De verdad quería darle a Anthony lo que él ansiaba o estuvo ella simplemente intentado probar un punto a Helene?

—Nunca dije que yo estaba preparada para renunciar a ti.

—¿Pero lo pensaste, verdad?

—Por supuesto que lo hice. Ella es mi madre; normalmente coincidimos en la mayoría de las cosas.

Él suspiró, empujando una mano a través de su desordenado pelo. —No quiero meterme entre tú y tu madre, pero...

Ella se acercó a él, besó su mejilla sin afeitar y después sus labios con una confianza que estaba lejos de sentir. —No.

Él ahuecó su mentón y esperó hasta que sus ojos encontraron los suyos. —¿Entonces, no te he escandalizado o asustado?

—Todavía no.

—Tú realmente me asustaste. No me di cuenta que tenías semejante temperamento, pero no me quejo.

Consciente ahora de la frialdad de la habitación y su estado de desnudez, Marguerite se deslizó fuera de la cama y recogió su corsé y sus enaguas. A pesar de lo que él dijo, ella sabía que se había comportado terriblemente mal, había perdido su temperamento, permitió que dos hombres la vieran desnuda, y peor aún, disfrutó cada momento de ello.

—Déjame ayudarte.

Ella estuvo de pie mientras Anthony pacientemente ataba su corsé y amarraba las cuerdas de su cintura. Dejó caer el vestido sobre su cabeza, colocándolo alrededor de ella y abrochó los cierres.

—Ya, luces hermosa de nuevo.

—Apenas eso.

Él sonrió. —Dios me prohíba ofenderte. Quiero decir que luces presentable. —Dejó caer un beso en la parte de arriba de su cabeza. —¿Qué vas a hacer con tu cabello? Parece un nido de pájaro

En respuesta cazó algunas horquillas del pelo del suelo y la cama, dio a los extremos de su pelo un experto giro rápido y sujetó el montón en la parte superior de su cabeza. Rápidamente añadió su sombrero y se ató las cintas crema, a continuación le hizo una reverencia a Anthony cuando la miró fijamente.

—Bien, ¿qué tal lo hice?

La sonrisa de él fue cálida y llena de admiración. —Perfectamente. —Vaciló, frotando una mano sobre su pecho desnudo. —Dame un momento para vestirme y te acompañaré a casa.

—Creo que prefiero irme por mi misma. —Intentó mantener su mirada y falló. —¿Te importa?

Él dio un paso hacia atrás, las risas muriendo en sus ojos. —Por supuesto que no. ¿Tal vez pueda verte mañana?

Marguerite recogió sus guantes y retículo. —Eso sería encantador. —¿Por qué esto se había convertido de repente tan difícil? Asintió torpemente. —Entonces, adiós.

Él no respondió, y ella casi tropezó en su prisa por llegar a la puerta y salir. La inesperada luz del sol en su cara la hizo detenerse en la puerta principal. Había olvidado que era todavía por la tarde. ¿Cuánto tiempo se había permitido a si misma estar con Anthony y olvidarse del mundo exterior? Necesitaba llegar a casa, respirar profundo y pensar.