CAPÍTULO 02

Incluso a esta temprana hora, las salas públicas de la casa del placer estaban atestadas. Al menos cuarenta personas estaban reunidas en el gran salón, charlando y riendo, anticipándose a los placeres que Madame Helene sin duda había dispuesto para ellos. Anthony se preguntó cuántos de ellos frecuentaban el piso superior, el lugar donde el dolor y el placer se combinaban y todos los pretextos eran eliminados.

Con una sensación de cautelosa anticipación, vio a Christian en la mesa del buffet y se dirigió hacia él.

—Buenas tardes, señor Delornay.

—Buenas noches, milord. —Christian hizo una reverencia y dio un paso atrás. —¿Me permite presentarle a mi hermana, Lisette?

Anthony tomó la mano tendida y la besó. Lisette Delornay era casi tan alta como su hermano, su pelo rubio no era tan claro, sus ojos color avellana. Si los rumores eran ciertos, y Anthony tenía excelentes fuentes, se parecía más a su padre, Lord Philip Knowles, que a su hermano gemelo.

A pesar de su edad, su sonrisa era tan sensual como la su madre, y Anthony no pudo evitar sonreírle en respuesta.

—Es un placer conocerlo, milord. —Lisette hizo un gesto hacia el buffet. —Si está de acuerdo, nos retiraremos a nuestra suite y comeremos en privado.

Él metió su mano en el hueco de su brazo y le dio unas palmaditas. —Estoy feliz de hacerlo, señorita Delornay. Por favor, muéstreme el camino.

Con Christian siguiéndolos por detrás, Anthony pronto se encontró perdido en el laberinto de la gran casa mientras Lisette lo llevaba hacia las zonas más privadas.

—Aquí estamos, milord.

Anthony se detuvo ante la puerta de una lujosa suite de habitaciones decoradas en pálidos plateados y crema. Una mesa ubicada en frente del fuego estaba preparada para tres, y una mujer mayor se levantó del sofá e hizo una reverencia.

—Buenas noches, milord. Soy la señora Smith-Porterhouse, acompañante de Lisette, estaré en mi cuarto si alguien me necesita.

No era una cita como para que la acompañante de Lisette estuviera cerca. Anthony no estaba seguro de si se sentía aliviado o decepcionado. A pesar de su edad, las travesuras sexuales de los gemelos Delornay ya eran legendarias. ¿Él había esperado encontrar un escape de lord Minshom con ellos? Dudaba de que pudieran ser capaces de hacerle frente a la fuerza de la mordaz personalidad de su amante, pero ellos eran los hijos de Helene después de todo.

—¿Lord Anthony?

Él hizo una reverencia, consciente de que se había quedado mirando a la señora Smith-Porterhouse durante demasiado tiempo.

—Mis disculpas, señora, estaba distraído. Es un placer conocerla.

—A usted también, señor. —La señora Smith-Porterhouse asintió con la cabeza hacia Lisette. —Vuelvo en un rato para ver cómo estás, mi querida.

Lisette parecía resignada pero no sorprendida. Anthony imaginaba que aún tenía una cantidad notable de libertad para una mujer soltera, pero ella no era precisamente una joven de la alta sociedad. Por lo que él entendía, su posición social era mucho más ambigua.

—Por favor, siéntese. —Lisette se dirigió a la mesa y Anthony se movió para sostener una silla para ella. —Gracias.

Esperó a que Christian tomase asiento también, y luego ocupó su lugar entre ellos. Para su sorpresa, realmente tenía hambre, así que se dispuso a disfrutar de su cena antes de abrigar cualquier pensamiento acerca de lo que los gemelos querían de él y lo que iba a hacer al respecto. Los Delornays eran sorprendentemente cultos y divertidos en comparación con sus hermanos menores, y se encontró disfrutando de sus malvados chismes y bromas.

En el momento en que los restos del segundo plato se retiraron y él acunaba un gran vaso de brandy en su mano, se sentía muy apacible para con ellos. Esperó hasta que el último criado se retiró y fijó su mirada en Christian.

—Gracias por esta excelente cena. Ahora, ¿qué es exactamente lo que ustedes quieren hablar conmigo?

Christian intercambió una rápida mirada con Lisette. —Queremos que nos dé su palabra de que nada de lo que hablaremos saldrá de aquí, sin importar el resultado.

Anthony enarcó las cejas. —No soy conocido como un chismoso. Por supuesto, guardaré vuestro secreto.

—Bueno, entonces nosotros deseamos ayudar a nuestra hermana, Marguerite.

Anthony puso el vaso sobre la mesa. —¿Vuestra hermana? Ni siquiera sabía que teníais una hermana.

Lisette sonrió. —No vive con nosotros y, en verdad, ella es sólo nuestra media hermana. Tuvo un padre diferente.

¿Se estaban refiriendo a los hijos legítimos de Lord Knowles? —¿Un inglés?

—No, suponemos que era francés. Marguerite es más mayor que nosotros. Tiene veintitrés.

—Pero vuestra madre apenas parece tener edad suficiente para haberos dado a luz a vosotros dos, por no hablar de otro niño.

Ambos gemelos lo fulminaron con la mirada, y él levantó las manos. —Me disculpo. Eso no es asunto mío... tengo a vuestra madre en mi más alta consideración.

Christian se aclaró la garganta. —De todos modos, Marguerite necesita ayuda, y creemos que usted es el hombre indicado para proporcionársela.

—¿Yo? — Anthony se rió. —Lo dudo. ¿Qué es exactamente lo qué necesita? Y por favor no me digas que está buscando un esposo.

—Marguerite es viuda. Dudo que ella quiera casarse con usted. Es por eso que queremos que usted la ayude.

Intelectualmente, Anthony entendía que ninguna mujer en su sano juicio lo quisiera en su estado actual, pero le dolía oírlo en voz alta. Se esforzó por mantener un tono uniforme. —No entiendo.

Christian sonrió. —Ella no quiere nada. Se queda en su casa y no sale para que nadie comience a chismorrear sobre ella.

—¿Y qué esperáis que yo haga al respecto?

Lisette se inclinó hacia delante, con las manos entrelazadas sobre la mesa. —Queremos que la escolte por la ciudad, que la lleve a los bailes, a las comidas campestres y conciertos, y que haga que sonría de nuevo.

Anthony se los quedó mirando. —Disculpar mi franqueza, pero ¿por qué en nombre de Dios pensaríais que yo haría algo de eso? No soy conocido como un mujeriego.

—Lo sabemos... ¿por qué cree que le estamos pidiendo su ayuda?

—Ahora estoy completamente perdido.

—He oído algo de su conversación con mi madre esta mañana, —dijo Christian cuidadosamente. —Usted dijo que era hora de cambiar.

La sonrisa de Anthony desapareció. —No me gusta que me espíen.

—Le pido disculpas, pero no fue intencional. Yo no esperaba que estuviera nadie, excepto mi madre o su amante, en su cuarto en ese momento de la mañana. —Christian vaciló. —Si realmente quiere cambiar, ayudar a Marguerite podría ser beneficioso para usted. Por lo menos podría darle una oportunidad de cambiar de un estilo de vida que, evidentemente, se ha vuelto aborrecible para usted.

Anthony luchó contra la tentación de golpear su puño contra el sereno rostro de Christian. Pero era más que la hora de afrontar la realidad, y Christian sólo estaba repitiendo lo que Anthony se había dado cuenta por sí mismo. Sin embargo, todavía lo aguijoneaba ser juzgado por un simple joven.

—Vuestra madre no me considerará un compañero adecuado para Marguerite. No estoy seguro de eso yo mismo. —Sostuvo la mirada de Christian. —Ya sabéis lo que me gusta, sabéis que usualmente me involucro con los hombres.

—Es exactamente por eso que creemos que resultará perfecto para Marguerite. Ella no está lista para tener una verdadera relación sexual con nadie. Todavía está enamorada de su marido muerto, pero necesita ganar algo de experiencia con un hombre, y usted será perfecto.

—Pero vuestra madre aún se opondrá.

Lisette sonrió. —Entonces no se lo diremos.

—Ella sabe todo lo que pasa aquí. Me cuesta creer que mis correrías por ahí con su hija vayan a escapar de sus oídos.

—Pero usted no estará aquí, ¿verdad? La escoltará a Marguerite a lugares completamente diferentes. ¿Y usted no quería mantenerse lejos de aquí, de todos modos?

Anthony estudió el rostro de Lisette. ¿Era posible cambiar de vida tan fácilmente?

—Perdón por preguntar esto, pero si vosotros dos no os consideráis socialmente aceptables, ¿cómo vuestra hermana escapará a eso?

Christian parecía divertido. —Nosotros somos respetables. Simplemente no optamos por involucrarnos en ese ambiente en particular. Marguerite no tiene otra opción. Se casó con un Lord inglés, por lo está en su derecho y se espera que disfrute de los beneficios de la alta sociedad.

—¿Vuestra hermana es la mujer de un hombre con título?

Oui, la esposa de Justin Lockwood.

Anthony hizo una pausa. —¿No hubo algún escándalo relacionado con su esposo hace unos años?

—Estuvo involucrado en un duelo con su mejor amigo, Sir Harry Jones, y fue fatalmente herido.

—Así es. Lo recuerdo ahora. ¿No se suponía que estaban enamorados de la misma mujer?

Lisette miró a Christian. —Algo así.

—Ah, esa era vuestra hermana, Marguerite. ¿Es por eso que elige vivir en soledad?

—Aparentemente sí, aunque parezca ridículo para mí.

Anthony logró esbozar una sonrisa. —Tal vez tú tienes una constitución más fuerte que tu hermana.

Lisette le devolvió la mirada, y era como mirar directamente a los ojos de su madre. —Eso es posible. Soy apenas una disminución de violeta.

—No lo creo. —Christian se echó a reír y Lisette frunció el ceño. —Marguerite vive con una chaperona en una pequeña casa propiedad de la familia de Lockwood en Maddox Street. Los Lockwoods no cuidan particularmente de ella, pero no se han atrevido a distanciarse, debido a sus poderosos protectores.

—Pensé que habías dicho que ella no tiene familia, aparte de vosotros y de vuestra madre, en Inglaterra.

—No, pero tiene al vizconde Harcourt DeVere y al duque de Diable Delamere como padrinos.

—Poderosos aliados de hecho. —Anthony estudió sus manos cruzadas sobre el manchado mantel color damasco, antes de levantar la vista. —¿Habéis hablado con vuestra hermana acerca de esto?

—Todavía no. Queríamos ver si usted estaba de acuerdo en primer lugar. —Christian miró inquisitivamente a Anthony.

Anthony permitió que se establezca un silencio antes de responder. —¿Por qué ella iba a estar de acuerdo con esto? ¿Qué razón tiene ella para querer cambiar su vida?

Lisette le sostuvo la mirada. —Las mismas razones que tiene usted. Si ella no hace algo pronto para salvarse, se convertirá en el tipo de mujer que siempre ha despreciado.

—¿Y qué clase de mujer es esa?

—Una cobarde. —Dijo Christian en voz baja.

Anthony luchó contra un escalofrío. ¿Era el miedo lo que le abstenía de intentar un nuevo camino? ¿Era demasiado miedoso para alejarse de lo familiar y encontrarse a sí mismo otra vez?

Él asintió con la cabeza bruscamente. —Voy a pensar lo que me habéis dicho y os daré una respuesta en la mañana.

Anthony se dirigió de nuevo hacia la casa del placer, sus pensamientos hechos un caos. ¿Era demasiado tarde para regresar, encontrar a los gemelos y decirles que ni siquiera consideraría la idea? Se detuvo ante la puerta entreabierta que llevaba a una de las habitaciones más selectas del segundo piso, donde algunos de los asiduos clientes de Madame estaban disfrutando de un espectáculo. En el centro de la sala, dos hombres ataviados con clásicas túnicas griegas, con coronas de laurel adornando sus cabezas, se desvestían lentamente uno al otro.

Se acercó para observar cómo caía el telón para revelar el aceitado y musculoso pecho de uno de los hombres. El segundo hombre besaba su camino hacia abajo de la línea del esternón del hombre de piel blanca, tirando el material que aún cubría sus caderas para revelar su pene erecto.

Un nudo de tensión se manifestó arrastrándose en el intestino de Anthony. ¿Alguna vez había experimentado tanta suavidad al tener sexo? ¿O sólo había sido follado, su cuerpo una herramienta para ser utilizada por el disfrute de terceros, pero nunca para el suyo propio? Se mordió el labio. No, eso no era justo. Había disfrutado de la rugosidad, la había anhelado a veces, e incluso había rogado por eso.

—Estoy sorprendido de verte aquí otra vez esta noche. Realmente eres un masoquista.

Anthony cerró suavemente la puerta. Los moretones en su cuerpo parecían palpitar en respuesta a las palabras pronunciadas lentamente en voz baja por el hombre detrás de él. Se volvió hacia Lord Minshom, sus manos cerradas en puños a los costados. Su némesis llevaba un impecable abrigo de diseño color azul y pantalones negros, un diamante brillaba en la corbata blanca en su garganta.

—No voy a quedarme.

La pálida mirada azul de Lord Minshom parpadeó sobre la ingle de Anthony. —¿Por qué no? Obviamente estás excitado.

—No por ti.

—¿Por el patético espectáculo de allí adentro? ¿Dos hombres actuando como mujeres?

—Dos hombres amándose.

—Los hombres no se aman. Se follan para llegar al poder, para ganar, para emerger como el ganador.

—No todos ellos.

Lord Minshom extendió la mano y rozó su dedo pulgar sobre el labio inferior de Anthony. La sutil caricia hizo que todos los sentidos de Anthony cobraran vida. Tragó saliva cuando Lord Minshom metió el pulgar dentro de su boca y lo movió de acá para allá.

—Yo follo para ganar.

Anthony sacudió la cabeza y apartó de un zarpazo la mano sobre su boca. —Lo sé. Me lo has demostrado muchas veces.

—¿Y no te gustó? ¿No pediste y rogaste por más?

—Fui un tonto.

Eres un tonto. No puedes cambiar tu naturaleza, Sokorvsky. Siempre estarás sobre tus rodillas rogando por eso.

Anthony cerró los ojos cuando la mano de Lord Minshom se cerró alrededor de su polla y la apretó con fuerza. Al igual que un perro faldero, estaba respondiendo, su eje creciendo y engrosándose ante las demandas del otro hombre. Agarró la muñeca de Lord Minshom y la sacudió lejos de su polla.

—Ya no más. Ya he terminado contigo.

Una lenta sonrisa iluminó el rostro del otro hombre, haciendo notables las exquisitas líneas de sus pómulos y su pálida piel de porcelana.

—Ahora eso es divertido, Sokorvsky. Tú, teniendo el descaro de decirme que has tenido suficiente. No pensé que tuvieras las bolas.

—Bueno, piénsalo otra vez. He terminado.

—Vamos a ver eso. Tal vez fui un poco duro contigo anoche. Cuando te sientas mejor, volverás por más.

—No me trates con condescendencia. Quiero decir lo que estoy diciendo.

Lord Minshom se inclinó, la diversión claramente evidente en sus ojos entrecerrados. —Estoy seguro de que sí... esta noche. Te veré en un par de días, desnudo y atado en la esquina de castigos, dispuesto a hacer mi voluntad, como de costumbre.

Asintió y se alejó, dejando a Anthony temblando. Parecía que nadie creía que fuera capaz de cambiar. Se alejó de la pared. Malditos sean todos en el infierno, él sacaría a Marguerite Lockwood y les mostraría a todos lo equivocados que estaban.