CAPÍTULO 20
Marguerite observó como Anthony cerraba con cuidado la puerta de atrás de la casa principal. Arrastró su capa sobre ella y se dirigió al camino entre el huerto y el páramo más allá. Con su largo paso, Anthony la atrapó en unos pocos pasos. Al igual que ella, llevaba una capa negra y ropa oscura, pero su cabeza estaba descubierta, su pelo volando en el frio viento glaciar.
El reloj del patio del establo golpeó el cuarto de hora, y Marguerite se detuvo en el resguardo de uno de los enredos de los viejos árboles de acebo y se enfrentó a Anthony.
—¿Estás seguro que quieres hacer esto? —Le preguntó la misma pregunta por lo menos cien veces. Su respuesta fue siempre la misma, por lo que ella no estaba muy segura porque insistía en repartírsela.
—Estoy seguro. Te daré un cuarto de hora para completar tu asunto con Sir Harry. Si él no aparece o si algo cambia, vas a la puerta de la pensión y me haces una señal. Estaré contigo en un instante.
Marguerite asintió con la cabeza y extendió su mano, encontrándose a sí misma arrastrada a un feroz abrazo, la boca de Anthony cerrándose sobre la suya para un deliciosamente profundo y lento beso. Cuando él se retiró, acarició el labio inferior de ella con el pulgar.
—¿No harás nada tonto, verdad?
—¿Cómo qué? ¿Romperle la crisma a Lord Minshom con un candelabro?
—Exactamente. Más bien quisiera hacerle eso yo mismo, así que no dudes en llamarme.
—Esa doble moral, milord.
El sonrió y sus dientes brillaron en la luz de la luna. —Sólo ten cuidado, Minshom es un oponente astuto.
—Lo sé. —Ella se puso de puntillas para besar su fría mejilla. —Sólo recemos para que todo vaya bien y que no necesite tu ayuda después de todo. —Dio paso alejándose de él, dolorosamente consciente de la repentina falta de calor y la fuerza de su abrazo.
Como anteriormente, la puerta de la parte trasera de la posada estaba ligeramente abierta. Entró al vestíbulo y empujó la puerta de la cocina. Lord Minshom se encontraba de pie junto a la chimenea, sus manos juntas detrás de su espalda. Su abrigo negro extendido sobre una silla junto a la mesa, y él parecía increíblemente en casa. Él levantó la mirada, su expresión cordial.
—Ah, buenas tardes, Lady Justin. Estoy muy contento de que decidiera regresar.
Marguerite inclinó su cabeza una pulgada real. —Como recuerdo, me dio pocas opciones. ¿Está Sir Harry aquí?
—Todavía no. Hay algunas cosas que necesito discutir con usted antes de que él llegue. —Señaló la mesa. —¿No quiere sentarse?
A pesar de que sus rodillas estaban temblando, Marguerite se quedó en su sitio. —No creo que haya algo que tengamos que decir uno al otro.
Minshom paseó alrededor de la mesa y tomó una silla, cruzando sus botas y levantó la mirada hacia ella. —Bien, ahí está equivocada, mi querida. Para que vea a Sir Harry, tengo unas cuantas condiciones propias.
—Entonces, quizá me marche. —Marguerite hizo una reverencia baja. —Me molesta ser tratada como una tonta. Creo que prefiero no saber sus pequeños planes.
—¿En serio? ¿Preferirá mi versión de los hechos que rodearon su matrimonio haciendo público que escuché la verdad de Sir Harry? Realmente él tuvo algunas cosas muy interesantes que decir sobre usted.
Marguerite se acercó a la mesa y agarró el respaldo de la silla para apoyarse. —¿Y espera que me crea que ha hablado con él? Lo dudo.
Él metió la mano dentro de su abrigo, sacó un pergamino plegado y lo puso sobre la limpia mesa. —No solo hablé con él, sino que le hice escribir exactamente lo que pasó entre él y Justin. —Encontró su mirada, sus ojos azul pálido duros. —Todo, desde el principio. El pobre tonto cree que pretendo ayudar a defender su causa. —Su risa suave la dejó helada. —Como si quisiera.
—¿Entonces qué es lo que quiere y por qué está haciendo esto?
—Siéntese.
Marguerite lo hizo, sus rodillas dando pasos con gracia mientras ella se sentaba en el asiento de duro junco. Minshom jugó con la cinta azul del doblado pergamino.
—Hay dos razones. La primera es que quiero justicia para mi primo. Justin no merecía morir, y Sir Harry debe pagar por ello. La segunda es más personal. —Miró a Marguerite. —Quiero llegar a un acuerdo con Sokorvsky de una vez por todas. Por suerte para mí, usted está bastante íntimamente conectada con ambos hombres.
—¿Así que soy en realidad irrelevante?
—Bien, no tanto. Es usted una mujer interesante, Marguerite, como su madre. —Se detuvo como esperando una reacción. —Usted siempre me recordó a alguien y recientemente lo deduje. Usted es la hija de Helene Delonay.
—Eso es apenas un secreto, sir. Me siento muy orgullosa de mi madre y nunca he intentado ocultar mi relación.
—Pero todo el mundo lo hace, ¿verdad? Entre el rufián Duque de Diable Delamere y el Vizconde Harcorut Devere sus orígenes han sido mantenidos ocultos, ¿verdad?
Una bola fría de miedo se instaló en su pecho como un puño apretado, pero Marguerite no dijo nada. Lord Minshom sonrió.
—En verdad, solo me di cuenta de quién era usted cuando alcancé a ver a su madre visitándola en su casa. Fue suficiente para hacer la conexión e investigar con algo más sólido por mi cuenta.
—¿Y qué?
—Por lo tanto me pregunto cómo los Lockwoods se sentirían sobre su precioso hijo y su matrimonio con la hija bastarda de una prostituta.
—Los Lockwoods saben todo lo que necesitan saber.
—Lo dudo. —Encontró su mirada. —E incluso si lo hicieran, no estoy seguro de que desearan que el resto de la alta sociedad supiera el tipo de mujer que su hijo eligió para casarse, ¿verdad?
Marguerite reunió todo su valor, preguntándose cuantos minutos más habían pasado desde que ella entrara en esta batalla emocional.
—Si usted propaga ese chisme, la única persona a la que perjudicaría sería Justin y los Lockwoods, no a mí. Estoy considerada ya una paria; esto sin duda no alterará su opinión sobre mí.
Minshom elevó sus cejas. —Debo felicitarla, Marguerite, su tranquilidad es notable, especialmente para una mujer.
—Supongo que debería darle las gracias por el cumplido, pero más bien preferiría finalizar esta conversación tan rápido como sea posible y marcharme. —Se medio levantó de su asiento. —¿Ha terminado su intento de chantaje?
—No del todo. —Su sonrisa desapareció. —Si ignoramos los sentimientos de los restantes Lockwoods, está también la cuestión de su matrimonio y la reputación de Justin a considerar.
—¿Qué quiere decir?
—Usted sentía afecto por Justin, ¿verdad?
—Por supuesto que lo hacía. Le amaba.
—¿Y sin embargo se acostaba con su mejor amigo?
Allí estaba, la acusación que había estado esperando. Y como siempre había temido, fue mucho más devastadora escucharla decir en voz alta en lugar de susurrado a su espalda.
—Si usted preguntó a Sir Harry sobre su relación con Justin entonces sabrá que lo hice, y porqué.
—Lo sé, pero estoy dispuesto a hacerla el chivo expiatorio de la muerte de Justin. Un marido celoso disparó al mejor amigo quien le había puesto los cuernos con su propia esposa y terminó muerto. Ahora esto es algo que las hojas de escándalos amarían escuchar con detalles. Es la historia que todo han estado chismeando durante los dos últimos años, ¿por qué no lanzarla al aire y hacerla cierta?
—Porque no es la verdad.
—Es la verdad que tengo intención de decir si usted no está de acuerdo con mis condiciones.
Marguerite miró fijamente a Lord Minshom y no vio ningún indicio de compasión en su dura cara. —¿Por qué me haría eso a mí? Como dijo, no soy nada para usted.
Él se encogió de hombros. —Y por lo tanto desechable. En un solo golpe puedo arruinarla, proteger a Justin, y destruir las oportunidades para siempre de Sir Harry de ser aceptado de nuevo dentro de la Sociedad inglesa.
Marguerite mordió sus labios. Su mente parecía haberse congelado en fragmentos desiguales. Debía haber una manera de salir de esta trampa, pero no podía verlo ya. No podía traicionar a Justin, pero el pensamiento de que toda la culpa de lo que había sucedido pudiera caer sobre ella era intolerable. Había empezado a encontrarse a sí misma, a creer que era digna de amor, a respirar sin miedo...
—¿Qué es lo que quiere Lord Minshom?
—¿Para qué me mantenga en silencio sobre Justin y para conseguir su propia oportunidad de hablar con Sir Harry?
—Sí.
Minshom se inclinó hacia delante. —Deseo que usted llame a Sokorvsky. Sé que está fuera. Y cuando yo haya terminado con él, la diré donde encontrar a Sir Harry.
—¿Y qué garantía tengo que nos dejará a mí a Justin en paz después?
Dio unos golpecitos al pergamino. —La daré esto para que lo queme y dejaré a Sir Harry a su propia consciencia, mientras él permanezca lejos de mi camino.
—¿Anthony vale tanto para usted?
—Anthony es... —Hizo una pausa. —Anthony merece pagar por atreverse a dejarme, por pensar que podría tenerla en cambio.
—¿Está celoso, Lord Minshom?
—¿Celoso de usted? —Se levantó y se cernió sobre ella, forzándola a mirarle.
—¿Por qué iba a estar celoso de una mujer? Sokorvsky necesita un hombre que le domine, y él lo sabe.
—Y si embargo, él ha cambiado para estar conmigo. —Ella se tensó cuando la expresión de Minshom se volvió vacía. Él lentamente sacó una pistola del bolsillo de su abrigo y la apuntó.
—Suba las escaleras y entre al primer dormitorio a la derecha. Quítese el vestido y siéntese en una silla frente a la puerta.
—¿Va a dispararme si no hago lo que usted dice?
—¿Usted desea tomar ese riesgo?
Marguerite sacudió su cabeza. Una cosa había llegado a estar clara para ella: para salvaguardar ambos pasados y su posible futuro, estaba dispuesta a soportar el enfrentamiento de él con Anthony. —¿Me da su palabra que Lord Anthony sobrevivirá a su encuentro?
Él apuntó en dirección a la puerta, tomando su codo para ayudarla a subir las estrechas escaleras. —¿Está preocupada por él, entonces?
—Sí.
—Sobrevivirá. Nunca maté a uno de mis amantes todavía, aunque he llegado cerca. —Sonrió, el sonido haciéndose eco al subir las escaleras. —A Sokorvsky probablemente le gustaría ser follado hasta morir.
Marguerite tropezó, y la empujó hacia el final de las escaleras y en el dormitorio. Un fuego había sido encendido y la luz de un candelabro iluminaba el pequeño espacio. Una cama de cuatro postes cubierta por un edredón marrón dominaba el cuarto. Una silla de madera en frente de la cama frente a la puerta.
—Quítese su vestido.
—¿Por qué? ¿Tiene intención de violarme también?
—Intento no follar con mujeres. En mi experiencia, lloran y se rompen con demasiada facilidad. —Dio la vuelta alrededor de ella, la quitó su capa y tiró de los cordones de la parte de atrás de su corpiño. La mordió el cuello, y ella alejó su cabeza de un tirón.
—Quiero que Sokorvsky piense lo peor cuando irrumpa aquí. Le quiero imaginando mis manos sobre usted, mi lengua en su lengua, mis dedos enterrados en su coño.
Marguerite intentó soltarse de él, pero sus manos sujetaban las cuerdas de su corpiño, y él dio un tirón a su espalda como un niño dando sus primeros pasos o un desobediente caballo. Ella se estremeció cuando él arrastró hacia abajo su blusa y a continuación sus enaguas, forzándola a salir de ella, dejándola en su corsé, medias y camisola. Sus manos ahuecaron sus pechos, su pulgares sobre sus pezones.
—Es usted hermosa, Marguerite. Casi estoy tentado a descubrir lo que Sokorvsky ve en usted, a explorar todas sus deliciosas posibilidades. —Orientó sus caderas contra sus nalgas hasta que ella sintió la caliente presión de su polla.
—Usted incluso me ha puesto duro. Hacía tiempo desde que una mujer no tenía ese efecto en mí.
—¿Tal vez está usted perdiendo su toque? —Marguerite jadeó mientras él de repente la empujó hacia la silla. Su sonrisa no fue tranquilizadora.
—Tal vez lo esté. —Se sentó en el más confortable sillón orejero frente al fuego y cruzó las piernas. —Ahora sólo tenemos que esperar a Sokorvsky.
Anthony comprobó su reloj de bolsillo por centésima vez y después volvió su mirada a la posada. Había una luz en la cocina y una en la habitación directamente encima, pero el resto de la casa continuaba oscuro. No había signos de ningún caballo o evidencias de que Sir Harry hubiera llegado, pero eso no significaba necesariamente que él no estuviera allí ya.
Maldición, ¿qué demonios estaba pasando allí? Anthony exhaló y miró su respiración condensarse en el gélido aire. En la distancia, el reloj de los establos dio la media hora. No podía esperar más; Marguerite podía estar en problemas. Para su alivio, sus temores por su seguridad ampliamente superaban su propio miedo hacia Minshom. Se puso en marcha por el camino de ladrillos hacia la puerta de la cocina, se metió dentro y estudió la desierta cocina.
¿Dónde estaban? ¿Se habían ido por la puerta frontal cuando él estuvo oculto entre los arbustos? Seguramente los habría oído. Inhaló la esencia floral del perfume de Marguerite, y el olor más masculino de brandy y la particular marca de cigarrillos preferida de Minshom. Retirándose, comprobó la oscura sala de enfrente y un despacho, encontró la puerta al sótano cerrada con llave y encadenada.
Había una luz débil llegando de uno de los cuartos de arriba, ¿pero por qué Marguerite podría haber decidido subir allí con Minshom? Anthony sujetó el cuchillo en su bolsillo y se dirigió de nuevo al pie de la escalera. Con tanto cuidado como pudo, subió los escalones alfombrados de la escalera y se detuvo en el pequeño cuadrado del rellano. La luz brillaba debajo de la puerta a su derecha. Después de una profunda respiración, Anthony dio la vuelta a la manija y atravesó el umbral.
La primera cosa que vio fue a Marguerite. Frunció el ceño al darse cuenta que ella estaba a medio vestir, su vestido reunido a sus pies, su mirada angustiada. Dio medio paso hacia ella y fue persuadido por una familiar voz arrastrada.
—Buenas tardes, Sokorvsky.
Se giró hacia el fuego y la única vela y vio a Minshom estirado a sus anchas sobre un sillón de orejas.
—¿Qué demonios has hecho con ella?
—Todavía nada, aunque es verdaderamente una pieza deliciosa, ¿verdad?
La furia rugió a través de él, seguido por una fría determinación mientras su mente intentaba dar sentido a la escena. Dios maldito, si él había puesto un dedo sobre Marguerite, Minshom era un hombre muerto. Agarró su vestido y lo lanzó a su regazo.
—Vamos, Marguerite, te llevaré de regreso a casa.
Minshom levantó su brazo, señalando con una pistola de duelo la cabeza de Marguerite. —No, no lo harás. Ella se queda aquí. La dejaré ir cuando haya acabado contigo.
Ignorando a Minshom, Anthony se giró hacia Marguerite y la tendió la mano. —No le escuches, está fanfarroneando. No te matará; no es tan estúpido.
Marguerite se mordió el labio inferior. —No puedo irme, Anthony.
—¿Por qué demonios no?
—Estuve de acuerdo en quedarme porque...
Minshom interrumpió a Marguerite. —Porque prometí enseñarla todos los jugosos detalles sobre nuestra relación. ¿No es cierto, mi mascota?
Anthony miró fijamente a Minshom, su mente curiosamente calmada. —No puedes hacerme cualquier cosa que no quiero hacer.
La sonrisa de Minshom se ensanchó. —Oh, pero puedo. Esa es la parte de ti siempre me gustó más, ¿recuerdas? No tengo que matarla, Sokorvsky. Incluso una herida leve puede enconarse, infectarse, y conducir a una muerte lenta, persistente, dolorosa. Te diré lo mismo que he dicho a tu amante: ¿Estás preparado para correr el riesgo?
Anthony bloqueó su mirada con Marguerite. —Si deseas irte, me aseguraré que no te dispare.
—Pero no quiero que él te dispare a ti tampoco. —Su tranquila, razonable respuesta casi le hizo querer sonreír. Como la gustaba ser tan pragmática.
—Preferiría mucho más serlo yo, Marguerite, en realidad.
Lord Minshom cambió de posición en su sillón. —Esto es muy edificante, pero ninguno de ustedes va a irse hasta que yo esté satisfecho. Marguerite, dígale que usted desea quedarse y después cállese.
—¿Por qué desearía quedarse? —Anthony se giró hacia Minshom. —¿Qué enferma satisfacción puedes conseguir haciéndola ser testigo de ti forzándome a tener sexo contigo.
—No necesito forzarte. Siempre has estado más que dispuesto. —Minshom cabeceó hacia Marguerite. —Supe que le gustaban los hombres antes de conocerle. Era follado por mi primo en Eton, disfrutaba ser follado incluso entonces.
—Apenas. No tuve otra opción. Ninguno de nosotros la tuvo. —Anthony hizo una mueca ante el recuerdo. —Tu primo era dos veces mi peso y tres años mayor. También personificaba tu célebre apetito por el salvajismo y la intimidación, lo que hacía imposible rechazarle por mucho tiempo.
—Pobre Sokorvsky, siempre la víctima, siempre el que no tiene culpa. —Minshom estabilizó el codo en el brazo de la silla, manteniendo la pistola señalando a Marguerite. —Supongo que sucedió cuando tenias diecinueve no fue tu culpa tampoco, ¿verdad?
El shock cruzó la cara de Anthony y palideció notablemente. Minshom gesticuló hacia Marguerite quien permanecía en su silla, las manos aferradas a sus lados mientras los miraba a ambos, sin atreverse a respirar.
—¿La habló él sobre eso, Marguerite? O quizá su madre lo hizo. Después de todo, sucedió en la casa del placer.
—No me dijo nada, —Marguerite esperaba que su tranquila respuesta ayudara a Anthony a reunir su juicio, demostrándole que ella se negaba a ser sorprendida por nada de lo que Lord Minshom pretendiera decirla.
—Según tengo entendido, el querido Anthony se mezcló en algún vil negocio sexual con su medio hermano Valentín que implicó a un caballero turco llamado Aliabad.
—¿Y qué tiene eso que ver con usted, Lord Minshom?
Minshom se encogió de hombros. —Nada, supongo, pero para Sokorvsky eso ayudó a cimentar sus gustos sexuales, le hizo anhelar dolor y humillación.
Por poco tiempo Anthony cerró sus ojos y después volvió a centrarse en Marguerite como si ella fuera la única persona en la habitación y que estaba hablándola solo a ella. —Después de que Aliabad me violó, me negué a tener sexo con cualquier persona durante años. Eso fue lo que él me hizo anhelar... nada.
—Pero con el tiempo dio la vuelta, y eso es cuando te encontré en el piso superior de la casa del placer, buscando... ¿Qué era exactamente lo que buscabas, Sokorvsky?
Marguerite intentó imaginarse el piso superior de la casa del placer. Sólo lo había visitado un par de veces; las extremas prácticas sexuales que se disfrutaban allí no la habían excitado o intrigado.
Anthony aclaró su garganta. —No estoy seguro de que era lo que estaba buscando, pero te encontré, y fuiste rápido para decirme lo que tú deseabas.
—¿Así que es mi culpa que seas tan retorcido y necesitado como eres? ¿Hice que te gustara que el sexo fuera tan doloroso y humillante como pude hacerlo?
—Me gustaba el sexo, sí.
Marguerite mordió su labio mientras Anthony simplemente miraba fijamente a Minshom, su cara desgarradoramente descubierta, su expresión sin protección. Sin embargo no vio debilidad o necesidad, vio una sosegada fuerza de la que quizá Anthony no era consciente. Sus manos cerradas en puños en sus lados. Deseaba ir hacia él, para envolverle en sus brazos y decirle que no importaba, que haría que todo estuviera bien para él.
—Quédate ahí, Marguerite. No hemos terminado todavía.
Parpadeó ante la dura orden de Minshom, comprendiendo que había estado a punto de dejar su silla. La mirada azul clara de Anthony se movió sobre ella y luego regresó a Anthony. —No la digas lo que tiene que hacer.
—¿Por qué no? ¿Es esa tu prerrogativa? ¿Eso es por lo que ella te gusta tanto?
Minshom se levantó y se colocó detrás de Anthony, reclinando la pistola sobre su hombro, todavía señalando a Marguerite. Deslizó la mano en los bolsillos de Anthony y le quitó el cuchillo y la pistola que Anthony había escondido allí.
—Me quedaré el cuchillo. Es mucho más fácil de sujetar que una pistola. —Minshom se ocupó de su pistola y después la que había quitado a Anthony y las arrojó sobre el sillón orejero. —No intentes utilizarlas contra mí, Marguerite; ninguna de ella está cargada ahora.
—Sin embargo todavía podría golpearle en la cabeza con una, ¿verdad?
—Realmente es usted bastante divertida, mi querida, pero debería saber que no tengo miedo de defenderme a mí mismo, incluso de una mujer.
Marguerite no podría creer que ella realmente había dicho las palabras en voz alta. Lord Minshom tuvo el descaro de sonreír como si ella hubiera hecho una broma. Anthony no dijo nada, su atención sobre Minshom mientras volvía a su posición detrás de él. Se estremeció cuando Minshom curvó su brazo sobre su cintura y después dejó caer su mano para cubrir la ingle de Anthony.
—¿Ella hace lo que le dices? ¿O es al revés? ¿Está feliz de lastimarte para darte tu liberación sexual?
—No se lo pediría a ella.
Anthony se estremeció cuando Minshom retorció la tela de sus pantalones, clavó sus dedos en la curva de sus testículos y amasó su polla. Minshom sonrió a Marguerite. —Pero seguramente sabes que la gusta lo inusual. ¿Por qué se habría casado con Justin Lockwook si no estaba preparada para ser... servicial?
—No sé lo que quieres decir. —La voz de Anthony sonó tensa como estuviera luchando contra la presión de los dedos de Minshom, y la evidente y progresiva hinchazón de su eje.
Marguerite tembló; quizá esto no era sobre Minshom demostrándola como de pervertido era Anthony después de todo. Quizá era mucho más personal.
—Marguerite, ¿no le ha contado a Anthony sobre la verdadera naturaleza de su relación con Justin? —Minshom chasqueó la lengua. —Y yo que pensé que me había dicho que creía en ser honestos.
—Lo hice.
—Sin embargo omitió mencionar que compartió cama con su marido y su amante y folló con ambos.
Marguerite centró su mirada en la mano de Minshom quien estaba bruscamente acariciando la polla de Anthony por encima de sus pantalones. No podía soportar mirar hacia arriba, para ver el shock que sabía que estaría en la cara de Anthony.
—Lo que Marguerite eligiera hacer en su matrimonio no tiene nada que ver contigo. —La sosegada voz de Anthony penetró en la bruma de culpa de Marguerite.
—¿De verdad? —Minshom preguntó. —Sin embargo Justin era mi primo. Creo que tengo derecho a asegurarme que su reputación, incluso muerto, es intachable. Si su esposa le engañaba, ¿seguramente el mundo debería saberlo?
—Te olvidas, conocí a Justin. Era escasamente un inocente.
Minshom sonrió. —¿Estás sugiriendo que mi primo animó a su mujer a disfrutar de una aventura?
Anthony miró directamente a Marguerite. —No estoy seguro. Quizá Marguerite quisiera contarme esa parte de ella misma, en privado.
Se tragó un jadeo cuando la mano de Minshom dio un tirón fuerte de su polla.
—Oh, no, Sokorvsky. Nada es privado entre nosotros. ¿No recuerdas como se sentía eso? ¿Cómo acostumbrabas a pedir ser follado, ser golpeado, ser usado como yo estimase conveniente? —Minshom se rio entre dientes. —¿Cuántos hombres te follaron, se corrieron en tu boca o en tu culo bajo mi orden.
Anthony hizo una mueca y cerró sus ojos como si no pudiera recordar. Marguerite se lo imaginó a su vez, Anthony siendo repetidamente tomado, desnudado, solo, lastimado...
—No me importa.
—¿Perdón? —dijo Minshom.
—No me importa si tuvo cincuenta hombres una noche. —Marguerite obligó a sus lágrimas a quedarse atrás. —Él no tuvo opción, usted lo dijo. Usted dijo que le forzaron.
—¿Y usted admira a un hombre que se permite a si mismo ser utilizado así? ¿Un hombre tan débil que no puede decir no?
Ella abrió sus ojos de par en par. —Pero el dijo que no, ¿verdad? Eso es por lo que nosotros estamos aquí ahora y por lo que usted se está comportando como un patético, amante desechado.
La cara de Minshom se quedó quieta al igual que la mano que agarraba la polla de Anthony. —Usted sabe todo sobre eso, ¿verdad, mi querida? —ronroneó. —Cuando comprendió que Justin solo se había casado con usted para ocultar su relación con Sir Harry, usted debió estar furiosa.
—Eso no fue como sucedió...
—¿No sabías eso? Justin me dijo que iba a buscar a una mujer ignorante para casarse. La clase de mujer que estaría tan agradecida que no la importaría que montara él en el dormitorio. Pero fue incluso más fácil para él que eso, ¿verdad? Porque usted solo no perdonó su comportamiento sino lo abrazó.
—Déjala en paz.
Anthony se revolvió, intentó girar, pero Minshom le tenía cerca, el filo del cuchillo mordiendo su garganta. Su polla palpitó junto con el aguijón de la lámina. Marguerite se dio cuenta que defendiéndole, había empujado a Minshom demasiado lejos, que ahora no tendría ningún reparo en hacerla bajar.
—Cállate, Sokorvsky. Quizá es el momento en que comprendas que Marguerite no es absolutamente tan pura e inocente como aparenta. Se casó con Justin, descubrió que él follaba con Sir Harry y deliberadamente intentó interponerse entre ellos. —La risa de Minshom fue mortífera. —Tal vez incluso literalmente. Fingió que la gustaba Harry, a la vez que susurraba mentiras y veneno en su oído sobre como Justin no le necesitaba más o le deseaba ahora que ella estaba allí.
Anthony echó un vistazo a Marguerite, quien parecía haberse encogido nuevamente en su silla, sus ojos abiertos de par en par y aterrorizados.
—Es casi sorprendente que Sir Harry eligiera luchar con su mejor amigo, lo es, ¿cuando una mujer como Marguerite comenzó a entrometerse?
Anthony se lamió los labios. —Es culpa de Marguerite que su marido no pudiera manejar sus aventuras. Estaba casada con él; ¿sin duda tenía derecho a ser la primera en sus afecciones?
—¿Y el camino para hacerlo fue follar con su mejor amigo? Ignorar sus votos de matrimonio y convenientemente terminar siendo una viuda.
Marguerite sacudió su cabeza como si las palabras estuvieran más allá de ella. Anthony exhaló una respiración inestable. ¿Había ella instigado a un menage a trois dentro de su propio matrimonio, y esta Minshom realmente implicando que ella había causado la muerte de su propio marido?
—No me importa. —Repitió las palabras anteriores de ella, esperando que ella se diera cuenta. —No me importa si folló con ambos.
Casi gimió cuando Minshom dio a su polla un último giro salvaje. Tropezó y cayó de rodillas, apoyó sus manos en el piso para detenerse a sí mismo de caer hacia delante. Consiguió mirar detrás de él y vio a Minshom dirigirse a la puerta.
—¿Qué estás haciendo?
—Me estoy marchando. Nunca he oído semejante patética tontería en toda mi vida. Temo que el par de ustedes está más allá de toda mi ayuda.
—¿Tu ayuda? ¿Llamas a esto ayuda?
Las cejas de Minshom se elevaron. —Os merecéis mutuamente. Ambos sois débiles y fácilmente manipulables. No hay placer incluso en atormentaros.
Anthony se puso de pie, consciente de que Marguerite no se había movido o dicho algo desde la última diatriba de Minshom. Avanzó lentamente hacia Minshom, quien había abierto la puerta. —¿Entonces has terminado con nosotros?
Minshom hizo una reverencia. —Creo que lo hago.
—Bien. —Anthony elevó su puño y lo estrelló directamente en la sonriente cara de Minshom, lo hizo de nuevo y vio las piernas de Minshom doblarse y a él cayendo de espaldas por las escaleras aterrizando en un desordenado montón sobre el trasero. Sin otra mirada dio un portazo a la puerta y la trabó.