CAPÍTULO 05

—Me alegro de que hayas accedido a salir conmigo otra vez, —dijo Anthony.

Marguerite se mordió el labio mientras la llevaba de vuelta a su palco después del intervalo. La Sra. Jones había decidido sentarse con uno de sus amigos para el resto de la actuación, dejándola sola con Anthony en el palco de los Sokorvsky.

—Creo que tuve una reacción exagerada la última vez.

—Fue, quizás, comprensible. A nadie le gusta que se murmure.

—Eso es verdad, pero no puedo seguir escapándome de todo, ¿verdad?

Él hizo una pausa para abrir la puerta que daba a la compartida antesala que unía a los dos palcos contiguos y la miró, sus ojos azules brillaban. —Eso es exactamente lo que me dije cuando te conocí.

—¿Que deberías huir?

Su sonrisa la calentó. —No, que debería aprovechar la única oportunidad que me ofrecieras y hacer lo mejor posible por el bien de ambos.

—Muy diplomático.

—Un hombre que necesita algo de honestidad en su vida nunca podría tener éxito como un diplomático. —Le tomó la mano y la llevó dentro del palco ricamente decorado. —Estoy encantado de que quisieras verme después de cómo me comporté.

Ella estudió su expresión, tratando de adivinar si su respuesta a su beso le había resultado repulsiva o interesante. Después de casi una semana de noches de insomnio y vívidos sueños sexuales con Anthony, tal vez ya era hora de probar las aguas.

—Tu comportamiento no me ofendió.

Él hizo una pausa antes de sentarse en la silla a su lado. —¿No objetas que te haya besado?

Marguerite estudió su corbata en lugar de arriesgarse a echar un vistazo a su cara. —Pensé que lo haría, pero fue... agradable.

—¿Agradable?

Ella lo miró entonces, vio la indignación masculina en su cara y luchó contra una sonrisa. —Sí.

Él inclinó la cabeza unos centímetros. —Estoy muy contento de ser calificado con un elogio tan amplio.

Marguerite suspiró. —Sólo me besaste por un segundo. ¿Preferirías que mintiera y dijera que hizo temblar la tierra?

Su boca se arqueó hacia arriba en una esquina. —Por supuesto que sí.

Ella miró hacia el teatro, centró su atención en el grueso terciopelo rojo y en las cortinas doradas de la parte delantera del escenario. Era extraño que se sintiera tan cómoda confiando algo tan íntimo a un hombre que apenas conocía.

—Es difícil para mí admitir incluso eso. Después de que mi marido murió, pensé que nunca besaría a un hombre de nuevo.

Él no contestó, y ella siguió mirando a lo largo del teatro que se llenaba rápidamente. Con un coro de silbidos y abucheos, el interior se oscureció y las cortinas se abrieron para revelar al conjunto arcaico del segundo acto. Ella dio un salto cuando él tomó su mano y la apretó.

—Agradable es una palabra perfectamente aceptable. Y, para ser honesto, no he besado a muchas mujeres recientemente, así que podría estar fuera de práctica.

Marguerite no le creyó ni por un segundo. Cualquier hombre que pasara tanto tiempo en la casa del placer como Anthony debería tener habilidad seguramente. Él deslizó su mano hacia arriba de su brazo y por encima de su hombro, y le inclinó la barbilla.

—Tal vez deberíamos intentarlo de nuevo.

Ella no pudo evitar mirar alrededor. Estaban sentados en las sombras y no podían ser vistos. Quería que él la besara con una intensidad que la sorprendió.

—¿Marguerite?

Anthony bajó la cabeza hasta que su boca rozó la suya. Ella cerró los ojos cuando la punta de su lengua se deslizó a través de sus labios ligeramente abiertos. Lo dejó explorar su boca, le tocó la lengua con la suya y sintió el calor que emanaba y se establecía en la parte baja de su estómago. Ella no podía creer lo suave y tentador que él estaba siendo. En su limitada experiencia, los hombres tomaban la boca de una mujer como tomaban su sexo, duro y rápido. No es que eso no fuera interesante a su propia manera, pero esto... esto era simplemente encantador.

Anthony se apartó. —¿Y bien?

—Eso fue muy agradable.

Él arqueó las cejas. —Estoy progresando. Tal vez algún día voy a arrancar un excelente de ti.

Se relajó, contenta de estar sentada a su lado y ver el resto de la obra desarrollarse, su mano enguantada sujetada firmemente dentro de la de él. Había creído que su relación íntima con Justin era única y no podría repetirse. Tal vez había heredado más del temperamento de su madre de lo que se había dado cuenta y simplemente necesitaba tener sexo regularmente. El revolucionario pensamiento tanto la alarmaba como la intrigaba.

Su madre insistía en que las mujeres tenían perfectamente el derecho de disfrutar del sexo tanto como los hombres, y que no había ninguna vergüenza en ello. Marguerite se lamió los labios y sintió el sabor de Anthony. ¿Era lo suficientemente audaz como para pedirle más, y más importante, Anthony estaría dispuesto?

Anthony se puso de pie y se estiró cuando las cortinas se abrieron de nuevo para revelar la sonrisa y los saludos de los actores. Un revuelo de movimiento en el palco frente a él le llamó la atención, y reconoció a Lord Minshom con su última concubina y la habitual multitud de compinches odiosos. Dios, esperaba que Minshom no lo hubiera visto. Tocó el hombro de Marguerite.

—Voy a ir a buscar nuestras capas y pedir el transporte. No te preocupes si me demoro, puede ser una pelea terrible allí afuera.

—No hay prisa. Estoy contenta de esperar aquí y ver si la Sra. Jones regresa o si se ha hecho otros arreglos para llegar a casa.

—Esa mujer es una chaperona espantosa, lo sabes.

—Lo sé. ¿No estás contento?

Él le sonrió, dejó el box y se dirigió hacia abajo por la escalera principal para encontrar a alguien que llamase a su carruaje. Ganando terreno entre las pululantes masas de personas que estaban saliendo, se encontró afuera, luchando por volver a entrar al teatro.

—Sokorvsky.

Dio media vuelta para encontrar a Lord Minshom delante de él. Trató de evitarlo, pero fue empujado despiadadamente hacia atrás contra la pared del edificio de piedra ornamentada y luego metido dentro de un estrecho paso al costado. Su hombro chocó contra el muro, y perdió el equilibrio y cayó de rodillas.

—¿No estás contento de verme? —Murmuró Minshom. Él vestía de negro y blanco, y sus dientes brillaban en la oscuridad.

—No. —Anthony se estremeció mientras Minshom lo mantenía de rodillas en la inmundicia de la calle.

—Ya medio erecto, por lo que veo. No sabía que fueras capaz de hacer que se levante por una mujer.

—Eso no es de tu maldita incumbencia. —Anthony trató de levantarse, pero Minshom apretó la mano en su cabello y empujó la cara de Anthony en contra de su ingle.

—Vaya, estás ansioso esta noche. ¿Es por eso por lo que has estado negando tu verdadera naturaleza, jugando al caballero, concediendo nada más que un casto beso en los labios de tu amada?

Su agarre se apretó. Entre los aromas combinados de la excitación de Minshom y la fuerte presión de la polla del hombre contra sus labios bien cerrados, Anthony no podía respirar.

—¿No quieres chupármela?

Anthony usó todas sus fuerzas para empujarlo y ponerse de pie. Se pasó la mano por su boca antes de mirar a Minshom.

—Yo no... quiero esto.

—Quieres esto demasiado. Estás preparado y listo para funcionar. —Minshom sacudió los pantalones de Anthony y luego arrastró sus uñas sobre el tirante raso blanco, haciendo que la humedad se filtrase a través de él. —Te vas a correr antes de que lo sepas, rogándome que te dé más.

—No.

—¿No? —Minshom llevó los dedos a su boca y los lamió, rozándolos a través de los labios apretados de Anthony. —Esto no sabe como a que no.

Anthony tragó saliva contra el deseo de hundirse sobre sus rodillas y tomar lo que el otro hombre le ofrecía. Reacomodó su polla con dedos temblorosos y obligó a que su erección se reajuste a las ceñidas prendas de vestir. ¿Por qué estaba tratando de fingir que alguna vez podría tener una relación exitosa con una mujer teniendo unas necesidades sexuales tan pervertidas?

—Quiero cambiar. Esto no ayuda.

La sorpresa parpadeó en la fría mirada de Minshom. —¿Por qué yo te ayudaría? Te quiero justo donde perteneces, a mi servicio.

—No creo que allí sea donde pertenezco.

—¿Piensas que lo harás mejor en la cama de una mujer?

Anthony se obligó a encontrarse con los duros ojos azules de Lord Minshom. —¿Seguramente tengo que descubrirlo por mí mismo?

Hizo una mueca cuando Minshom lo agarró por la parte posterior de su cabeza y lo atrajo más cerca, le dio un fuerte beso en la boca.

—No voy renunciar a ti. Y cuando te arrastres de nuevo hacia mí, te haré pagar por tu desobediencia.

Un escalofrío de anticipación formó una espiral en los intestinos de Anthony, y él lo ignoró, con la esperanza de que Minshom no hubiera visto el destello de emoción en sus ojos.

Riéndose en voz baja, Minshom dio un paso atrás. —No puedes ocultar tu verdadera naturaleza, Sokorvsky. Necesitas el dolor para encontrar el placer. Esa es la única forma en que puedes hacerlo. Ten una buena noche.

Anthony se apoyó contra la pared hasta que Minshom desapareció y luego encontró su camino de regreso al teatro. Dios, sus piernas temblaban y su polla palpitaba con cada dificultosa respiración que tomaba. Había visto hombres que no podían evitar que el alcohol o el opio siguieran alimentando sus deseos a pesar de que sabían que iba a matarlos. ¿Estaba condenado a desear la dominación sexual para el resto de su vida?

Hizo una pausa en la parte inferior de la escalera. ¿Cómo demonios iba a volver con Marguerite en este estado? Se lamió los labios y probó un indicio del sabor de su propia pre-eyaculación y de la picante colonia de Lord Minshom. No pudo evitar compararlo con la suavidad de la respuesta de Marguerite, la cálida acogida de su boca.

Recordó comprobar que la Sra. Jones se hubiera ido, le dio propina al lacayo ubicado en la antesala y recuperó sus capas antes de que tuviera que enfrentar a Marguerite. Para su alivio, ella estaba pacientemente sentada en su silla, sus codos apoyados en el borde del palco, la mano bajo su barbilla. Su sonrisa estaba llena de bienvenida y le hizo sentirse aún peor.

—¿Estás bien, milord? —Su mirada cayó en sus piernas. —¿Te caíste? Tus pantalones están sucios.

Logró un movimiento de cabeza mientras le pasaba su capa. —En mi afán por volver a ti, me resbalé en la escalera.

—No necesitabas preocuparse. Sabía que ibas a volver. —Ella se echó a reír. —No creo que seas el tipo de hombre que dejaría plantada a una dama.

Dios, ni siquiera podía sonreír ante eso. Había estado tan cerca de seguir a Lord Minshom hacia las sombras detrás del teatro y darle lo que él había querido.

La diversión de Marguerite desapareció, y le tocó el brazo. —¿Estás seguro de que estás bien?

—Estoy seguro. —Mantuvo su capa envuelta en el brazo, esperando que ocultara el bulto de su polla aún dura, y le ofreció su mano. —¿Nos vamos? El transporte debe estar allí ahora.

Abrió la puerta y la condujo a la antesala justo cuando el gran grupo del palco de al lado decidió salir también. Abrumado por su cantidad, fue empujado atrás contra Marguerite, su gran cuerpo la presionó contra la pared. Estuvo a punto de correrse cuando su eje se sacudió contra el estómago de ella y se alejó tan rápido como pudo. No se atrevió a pedir disculpas por si no se había dado cuenta, y él difícilmente quería llamar la atención sobre su polla.

Ella estaba en silencio en el camino por las escaleras, aún más silenciosa de lo que estuvo en el coche. Miró su expresión cerrada. Maldición, ¿la había ofendido? ¿Y cómo demonios iba a explicar un lapso de sus buenos modales?

El coche se movió, y él se abrazó a sí mismo contra un lado, manteniendo su capa cubriendo más de la mitad inferior de su cuerpo, aunque bien podría ser demasiado tarde para tal modestia.

Marguerite encontró su mirada, sus ojos azules distantes. —Está bien. He estado casada, ya sabes.

—¿Perdón?

Ella echó una mirada hacia abajo a su ingle. —Entiendo cómo los hombres pueden llegar a estar inconvenientemente excitados.

—¿En serio?

—Y como yo provoqué eso, cuando nos besamos, tal vez debería ser quien haga algo al respecto.

Anthony se inclinó hacia delante justo cuando ella se puso de rodillas delante de él. —Marguerite, no hiciste... Dios, ¿qué estás haciendo?

Sus manos trabajaban en los esforzados botones de sus pantalones hasta que su polla fue revelada en toda su gruesa y caliente gloria. Ella lo miró, el ligero color en sus mejillas el único signo de la falta de compostura.

—Te voy a chupar la polla.

—¿Qué?

—¿Seguramente te han hecho esto antes?

—Sí, pero... —no una mujer.

—Mi marido me enseñó cómo hacerlo. Me aseguró que a la mayoría de los hombres les gustaba. ¿No es verdad?

—Sí, pero... —Ella deslizó la mano más abajo y ahuecó las bolas y la base de su eje. Su polla se sacudió como si buscara su boca. —Dios...

Ella se inclinó más cerca, su aliento cálido sobre su carne, y chasqueó la lengua para atrapar una gota de líquido pre-seminal. Él gimió y movió sus caderas hacia ella. Ella lamió de nuevo, a toda la jugosa corona púrpura esta vez, y él suspiró.

—Te gusta esto, entonces.

Él abrió los ojos para mirar hacia ella. —Sí.

—¿Pero no de esta manera?

—No.

—Entonces voy a seguir adelante.

Abrió la boca y permitió que los primeros cuatro o cinco centímetros de su pene entraran en ella. La sensible cabeza quedó atrapada en la parte posterior de su garganta, y él trató de retroceder, pero su agarre era demasiado fuerte. Volvió a gruñir cuando ella lo llevó aún más profundo, chupándolo mientras sus dedos acariciaban y moldeaban sus testículos.

—Más duro.

No pudo detener la dura exigencia, necesitaba más, necesitaba algo que hiciera que dejara de preocuparse por lo rápido que se iba a correr en su garganta. Él llevó la mano a la base de la parte posterior de su cabeza, para sostenerla exactamente donde él quería, no es que ella pareciera querer detenerse o dejarlo insatisfecho.

La presión se construía en sus cojones y en la base de su espina dorsal. Sus caderas giraban con cada tirón sobre su carne, empujando a su eje más profundo, follándole la boca con un entusiasmo que no podía creer.

Se las arregló para murmurar: —Si no quieres mi semen en tu boca, voy a salir. —Pero ella no se lo hizo fácil, sólo mantuvo los labios firmemente apretados alrededor de él y lo chupó duro. Él empezó a gemir con cada golpe, tratando de empujarse a sí mismo más profundo con cada movimiento de sus caderas hasta que finalmente explotó, dejándolo sin aliento y congelado en el borde del asiento, su eje aún enterrado en su garganta.

Anthony cuidadosamente lo sacó y metió su ahora flácido pene de nuevo en su ropa interior, abrochándose su bragueta. Mientras se ajustaba la ropa, Marguerite se limpió la boca y volvió a su asiento frente a él.

—Marguerite...

—¿Oui?

—Eso fue... muy agradable.

—Me alegro que te haya gustado.

Para su disgusto el coche se detuvo y su conductor llamó a la puerta.

—Milord, estamos en casa de milady.

Marguerite se levantó y se alisó la falda. —No te preocupes en salir. Dawson puede acompañarme a la puerta. Gracias por una velada encantadora. Buenas noches.

Bajó del coche tan rápido que Anthony apenas pudo registrar la solicitud antes de que le cerrara la puerta en las narices. Fijó la mirada en su ingle. Una mujer acababa de mamarlo y él había disfrutado cada maldito agonizante segundo de eso.

Marguerite subió corriendo las escaleras del frente y luego las que llevaban hasta su dormitorio como perseguida por las furias. Dejó que su doncella le aflojara el vestido y el corsé y luego la despidió. Finalmente sola, se sentó en su tocador, sacó las horquillas del cabello y se quedó mirando su salvaje reflejo. Tocar a Anthony la había excitado, había hecho que quisiera un hombre dentro de ella otra vez. Impresionada por la avidez en sus ojos, se cubrió el rostro con las manos y tomó varias respiraciones largas.

A pesar de su sorpresa inicial, a Anthony le había gustado que ella lo chupara. Y ella lo había disfrutado demasiado, casi hubiera deseado que él la hubiera levantado y empujado su pene profundamente dentro de ella hasta que se estremeciera y sacudiera con él. El calor se reunió en la parte baja de su vientre, y era consciente de que sus pechos le dolían.

Sacó los brazos fuera de su vestido y estudió sus pechos, deslizando sus dedos dentro de su corsé para apretar y pellizcar sus ya duros pezones. ¿Podría Anthony ser amable con ella? Su beso había sido más confiado esta noche, y sus exigencias para que ella lo succionara con más fuerza indicaban que no estaba en contra de un poco de juego brusco.

Con una silenciosa maldición, Marguerite se puso de pie y dejó que su vestido y su flojo corsé cayeran al suelo. ¿Cómo podría irse a dormir con su cuerpo despertando de su letargo de privación sexual y su sangre caliente y fluyendo desenfrenadamente? ¿Y cómo incluso podría sobrevivir en una sociedad que esperaba que negase sus necesidades mientras esperaba la lujuria de un hombre o el interés?

Se quitó la camisa y se metió en la cama desnuda, disfrutando de la frescura del cobertor de satén y de la áspera caricia de las sábanas de hilo. Bajo las sábanas, permitió que una mano acariciase sus pechos mientras que la otra se deslizaba por encima de su estómago para tocar su sexo ya húmedo y listo.

¿Le gustaría a Anthony su cuerpo? ¿Disfrutaría poniendo su boca sobre su sexo, lamiendo su clítoris hinchado y deslizando los dedos y la lengua dentro de ella? Gimió mientras trabajaba su clítoris con el pulgar hasta que estaba jadeando y sollozando y... Dios, deseando tan desesperadamente su punto culminante que la hizo llorar.

¿Le gustaría a Anthony eso también? Marguerite rodó sobre su estómago y abrió los ojos. Probablemente era demasiado inexperta para interesarle a él de todos modos. Sólo porque a él le gustaba que ella lo tocara no significaba que quería tocarla a cambio. Los hombres eran a menudo egoístas. ¿Y ella realmente quería llevar a cabo tal escándalo por dormir con él? Él no era el hombre convencional que se había imaginado, el hombre con el que eventualmente se casaría y viviría con una pacífica armonía el resto de su vida.

Sonrió en la oscuridad. Pero ella no había pensado en encontrar a ese hombre en particular durante años. Simplemente necesitaba recuperar su confianza y saciar esa parte de su naturaleza que echaba de menos la parte física del matrimonio. Había formas de remediar su falta de experiencia, y ella tenía entrada en la casa del placer más singular de Inglaterra. Si realmente decidiera seguir los deseos de su cuerpo y disfrutar del sexo, estaba decidida a ser buena en eso.

Su mirada atrapó el retrato de Justin, y de pronto se sintió culpable. Allí estaba ella, conspirando para seducir a otro hombre sin pensar en su difunto esposo. ¿Él la odiaría? O ¿sería lo suficientemente generoso como para perdonarla por todos sus pecados? Al menos esta vez, entraba en la relación con los ojos abiertos, sin emociones incómodas como el amor para considerar. Esto no era sobre el matrimonio... se trataba de volver a descubrir su propia sexualidad. ¿Seguramente Justin de todas las personas aprobaría esto?

—Brody. Ahora que te has asegurado que he vuelto sin daños, vete. Soy muy capaz de meterme en la cama.

—Muy bien, señor, buenas noches.

Anthony esperó hasta que la puerta se cerrara con un golpe definitivo detrás de su ofendido ayuda de cámara y se dejó caer en el lado de la cama. Marguerite le había chupado la polla, y él simplemente se había sentado allí como un idiota y le había permitido... Gimió cuando su eje se sacudió y empezó a llenarse de nuevo.

Había querido tirarla sobre su regazo, abrirle las piernas y llenarla con su polla hasta que ella gritara. Sin embargo, no había hecho otra cosa que tomar lo que ella le había ofrecido sin darle nada a cambio. Se quitó la ropa y apagó todas las velas, excepto la de al lado de su cama.

Pero ¿qué podía darle? ¿Qué quería una mujer como Marguerite? Empalmó su eje, sintiéndolo engrosarse y alargarse, y suspiró. Una liberación nunca era suficiente, y, como regresar a la casa del placer y a Lord Minshom no era una opción, la mano y el surtido de juguetes tendría que ser suficiente.

Rebuscó en el cajón al lado de su cama y sacó un anillo de polla de cuero grueso, que tenía tres círculos para deslizar sobre su polla y bolas con hebillas en las correas para ajustar el agarre hasta conseguir la satisfacción que necesitaba. Fue deliberadamente rudo consigo mismo mientras rodeaba sus cojones con el cuero y tiraba de las correas con toda la fuerza que podía.

Fue incluso más duro con su polla, deslizando la gruesa correa de cuero y la hebilla hasta que su eje palpitaba junto con sus latidos del corazón y el líquido pre-seminal recubría sus dedos. La sangre atrapada en su eje hacía a la corona de su polla exquisitamente sensible.

Gimiendo, metió la mano en el cajón de nuevo, encontró un alfiler en forma de flor con un corto tallo de alambre de plata y lo enrolló en espiral alrededor de la punta de su polla. Mientras trabajaba su polla entre sus manos, la flor se incrustaba contra la mojada apertura y se deslizaba adentro y afuera, añadiéndose a la exquisita sensibilidad.

Trabajó su eje más duro, arrodillándose sobre la cama y apoyando la frente contra la cabecera para poder ver su carne tensándose contra el cuero. Captó el brillo del alfiler de plata y del alambre enrollado agarrando su corona, el gran peso de sus constreñidas bolas dolía y gritaba con la necesidad de desafiar a los apretados agarres y correrse. Una imagen de Marguerite chupándole su confinada polla mientras que Lord Minshom follaba su culo ardió en su cerebro, y llegó a su clímax, forzando a los espesos chorros de semilla a través del dolor y hacia la bendita liberación.

Cayó hacia adelante, jadeando como si hubiera corrido una milla, su polla aún contrayéndose y corriéndose en las suaves sábanas blancas. Con un gemido rodó sobre su espalda y con mucho cuidado desabrochó los lazos de cuero y quitó el pasador de plata. Su corazón latía tan fuerte que no podía oír el tictac del reloj.

Marguerite le había chupado la polla, y sin embargo no tenía idea de cómo complacerla. Anthony se quedó mirando los bordados cortinajes marrones de la cama. Diablos. Tendría que pedir ayuda.