CAPÍTULO 09
Marguerite salió apresuradamente de la secreta entrada trasera de la casa del placer sobre Barrington Square y se dirigió hacia el parque. Discretamente escondidas en su bolso tenía una selección de pequeñas esponjas marinas y un poco de aceite de tanaceto, cortesía de su madre. Sus mejillas todavía se sentían calientes después de las francas explicaciones de Helene, pero Marguerite estaba agradecida, a pesar de todo.
Para su continua sorpresa, su madre no había exigido ningún detalle del motivo por el cual de repente Marguerite estaba dispuesta a escuchar una charla acerca de cómo evitar el embarazo. Marguerite sospechaba que Helene estaba contenta de que su hija estuviera contemplando la posibilidad de hacer el amor con alguien y se había abstenido de cuestionarla por temor a distanciarla a Marguerite completamente. Helene no era así en absoluto, pero Marguerite estaba agradecida por el indulto.
El reloj de la torre de la iglesia en la esquina de la atestada cuadra indicó las once, y Marguerite apresuró sus pasos. Tenía que ir a lo de los Lockwoods para celebrar el cumpleaños de Charles Lockwood. En realidad, no tenía ganas de asistir, pero su suegra había insistido, y había prometido a regañadientes hacer acto de presencia. Los Lockwoods en masa no estaban muy contentos de verla, pero a ella siempre le había gustado Charles, el hermano menor de Justin, y estaba dispuesta a enfrentarse a los demás por su causa.
Manchas de lluvia oscurecían las losas delante de ella, y las nubes cubrían el brillo del sol. Por lo general era mucho más rápido cruzar por los jardines de las plazas adyacentes que ir por las calles invadidas en su coche. Pero no había contado con la lluvia. Marguerite recogió su falda de muselina de color verde pálido y corrió hacia los imponentes escalones blancos de la Casa Lockwood. Con la cabeza baja, no estuvo totalmente sorprendida cuando se chocó con otra persona que también subía los escalones.
—Perdón, señor, —exclamó mientras él la estabilizaba del codo y evitaba su caída. —No podía ver a dónde iba.
—Me di cuenta de eso.
La sonrisa del hombre era afligida como si ella de algún modo lo hubiera herido en su precipitada estampida. Marguerite se soltó de su alcance, se enderezó el sombrero y lo agitó con una pequeña reverencia.
—Como he dicho, me disculpo. ¿Le he hecho daño?
Mantuvo la mirada fija, su rostro pálido e inescrutable, y sus claros ojos azules fijos en ella. Lo que ella podía ver de su cabello era color negro cuervo, haciéndole a suponer que estaba en sus treinta y pocos años. Llevaba una chaqueta de corte simple de color azul oscuro, pantalón negro y botas bien lustradas, que brillaban a pesar de la penumbra.
—No, en absoluto, ma’am. —Él le ofreció su brazo. —¿Entramos?
Marguerite vaciló, pero él no siguió adelante. No era un miembro de la familia Lockwood que hubiera conocido antes, pero eso no significaba que él no tuviera perfecto derecho de estar en la fiesta. A regañadientes puso sus dedos sobre su prístina manga y se dirigió al interior. Él se quitó el sombrero, esperó a que ella le diera su pelliza al lacayo y subió las escaleras hasta el salón a su lado. Ella no podía quejarse de sus modales, pero había algo en su completa apreciación que la inquietaba.
—¿Marguerite?
Levantó la vista cuando Lady Lockwood se acercaba a ella. —Buenos días, ma’am.
Lady Lockwood rozó sus labios contra la mejilla de Marguerite y luego se volvió hacia su compañero. —No sabía que eras conocido de mi nuera, Lord Minshom. ¿Justin os presentó?
Marguerite dio un pequeño paso para alejarse de su silencioso compañero. —No hemos sido formalmente presentados. Simplemente llegamos casi juntos, y Lord Minshom tuvo la amabilidad de escoltarme.
—Ha sido un placer, milady.
—Minshom es un pariente lejano por parte de mi padre. Su madre y yo nos conocimos como debutantes y nos casaron en el mismo año. —La sonrisa de Lady Lockwood era cariñosa y mucho más cálida que la que le había ofrecido a Marguerite. —Creo que soy una de sus padrinos.
Lord Minshom se inclinó ante las dos, su sonrisa deslumbrante, sus pálidos ojos fríos. —Creo que lo eres, a pesar de que apenas tienes la edad suficiente.
Lady Lockwood se rió y le tocó la manga con su abanico. —Eres un ligón incorregible. Ahora te ruego que no te olvides de darle tus buenos deseos a Charles en persona. Está en la ventana con la dulce querida Amelia. —Ella asintió y volvió a la multitud charlando, dejando a Marguerite desamparada con su silencioso compañero.
Él se inclinó ligeramente. —Mi sentido pésame por la muerte de su marido. A pesar de la disparidad de nuestras edades, consideraba a Justin como un amigo.
Marguerite inclinó la cabeza. —Gracias, milord. Fue una tragedia terrible.
—En efecto. ¿Las autoridades nunca procesaron a nadie por el duelo?
—Creo que no, señor, —dijo Marguerite cautelosamente. —Hasta donde sé, el hombre huyó del país.
Lord Minshom sonrió y mostró sus perfectos dientes blancos. —Suena casi decepcionada. ¿Hubiera querido hacer justicia sobre él con sus propias manos?
Marguerite se encontró con su mirada divertida. —Me hubiera gustado escuchar su versión de los hechos. Los informes que he recibido sobre la causa del duelo fueron muy confusos.
Él se encogió de hombros. —Creo que ese es a menudo el caso cuando los hombres están bebidos. Dicen y hacen cosas que son contrarias a su verdadera naturaleza.
—Habiendo conocido a ambos, todavía me resulta difícil entender exactamente por qué decidieron luchar hasta la muerte.
—¿Usted conoció a Sir Harry?
—Así es, de hecho, nos acompañó en nuestra luna de miel por Europa.
—¿De verdad? Qué divertido.
Marguerite alzó la barbilla. —Difícilmente lo consideraría divertido, señor, ya que mi esposo murió por su culpa.
—Touché3, milady. —Él encontró su mirada, sus ojos tan duros como los de ella. —Los hombres son animales en el fondo, Lady Justin, no olvide eso. —Hizo un gesto hacia la ventana donde Charles estaba rodeado de sus amigos. —¿Vamos a ir a rendirle homenaje?
Le tomó la mano y la condujo de nuevo hacia adelante antes de que ella tuviera la oportunidad de escapar de él. ¿Y por qué ella deseaba hacerlo? Su discurso franco no sólo la había alarmado, sino que también la sorprendió. Por lo menos fue honesto. Fue probablemente la única persona presente que se tomaría la molestia de hablar con ella acerca de Justin. Todos los demás evitaban el tema a toda costa.
Marguerite dudó y dio unas palmaditas en su bolso.
—Por favor, siga adelante. Tengo un regalo para Charles. Tengo que encontrarlo antes de reunirme con él.
Se volvió hacia una pequeña mesa cerca de la pared y apoyó su bolso en la superficie. Después de desatar los nudos, abrió el gran bolso y rebuscó en el interior el pequeño paquete.
—¿Puedo ayudarle, ma’am?
Saltó al darse cuenta que Lord Minshom había permanecido a su lado y ahora estaba mirando por encima de su hombro el contenido expuesto de su bolso. Sintió que sus mejillas se enrojecían. Quizá no se haya dado cuenta de las esponjas y los aceites. Era poco probable que un hombre de su posición se interesara siquiera en cómo una mujer podía protegerse a sí misma. Afortunadamente, ella agarró el pequeño regalo envuelto y apretó las cuerdas de su bolso.
—Gracias, señor, pero he encontrado lo que buscaba.
Para su alivio, él no dijo nada y simplemente la siguió hacia donde estaba Charles.
—¡Marguerite, qué bueno verte!
—Es maravilloso verte a ti también, Charles, y te deseo un feliz cumpleaños. —Lo besó en la mejilla, retrocediendo rápidamente cuando Amelia, su esposa, se aclaró la garganta.
El cordial saludo de Charles no se veía manifestado en el rostro de Amelia. Marguerite no estaba muy segura de por qué, pero Amelia siempre la había visto como una competencia. En un esfuerzo para diseminar cualquier potencial incomodidad, Marguerite sonrió. —Buenos días, Amelia, y felicitaciones por tu buena noticia.
Amelia puso la mano sobre su vientre redondeado y sonrió con aire de suficiencia. —Gracias. Me siento muy contenta de estar llevando el heredero de un título tan antiguo y estimado.
—Amelia... —El acuciante susurro de Charles hizo que la sonrisa de Marguerite fuera más notable.
Ella le permitió a Amelia su momento de victoria, decidido a no echar a perder la alegría de la joven pareja. Era otra pequeña manera de permanecer leal a Justin y a su familia, aunque ellos no lo apreciaran.
—Tengo un regalo para ti, Charles.
Le entregó a Charles el pequeño paquete, esperando ansiosamente mientras lo abría para revelar el retrato en miniatura de Amelia en el que ella había estado trabajando.
—Es hermoso. —Charles levantó la vista, la admiración claramente en sus ojos. —¿Lo has hecho tú?
Marguerite se encogió de hombros. —No es nada.
—¿Puedo? —Lord Minshom tomó el retrato y la levantó hasta sus anteojos.
—Es exquisito. Usted obviamente es una mujer con muchos talentos, Lady Justin. —Se lo devolvió a Charles. —Creo que te han dado algo que tu familia lo recordará por generaciones.
Amelia puso los ojos en blanco, pero Charles asintió con la cabeza. —Estoy de acuerdo. Gracias, Marguerite, lo llevaré conmigo siempre.
Marguerite miró a su alrededor a las otras personas del grupo y vio algunos de los rostros que aún eran hostiles. ¿Y quién podía culparlos? Ella había permitido que la familia se destruyera de muchas maneras. Definitivamente era hora de emprender la retirada.
—Fue un placer verlos a ambos otra vez, pero desgraciadamente, tengo que irme. La Sra. Jones está enferma y le prometí regresar a su lado tan pronto como me sea posible.
En realidad, la Sra. Jones estaba durmiendo debido a los efectos de excederse en la cena la noche anterior, pero los Lockwoods no necesitaban saber eso. La incompetencia de la chaperona de Marguerite le sentaba perfectamente, y ella no tenía deseos de sustituirla.
Charles suspiró. —Siento que te vayas, Marguerite. Te invitaremos a la cena cuando Amelia se sienta mejor con el embarazo.
—Eso sería muy agradable. —Marguerite se encontró con los ojos de Amelia y supo que la invitación no se produciría, pero ella sonrió, a pesar de todo. —Ahora tengo que ir a saludar a tu madre.
Charles la arrastró en un abrazo y aprovechó la ocasión para susurrarle al oído. —Siempre pienso en Justin en días como este. Lo extraño como el infierno, ¿tú no Marguerite?
—Oui, —susurró. —Y creo que estaría muy orgulloso de ti.
La soltó con otra sonrisa, y fue a buscar a Lady Lockwood, dispuesta a repetir su historia sobre la Sra. Jones y poder escaparse. Con una pequeña oración de agradecimiento, se dirigió hacia abajo de las escaleras y esperó en el vestíbulo de frío mármol para que el lacayo fuera a buscar sus cosas. Un retrato de los niños Lockwood por encima de la chimenea le llamó la atención, y se acercó para estudiar el inocente rostro de Justin.
Después que había muerto, había intentado pintar un retrato de él pero no había podido captar su esencia. Sus recuerdos eran demasiado dolorosos para permitir que su talento salga a la superficie. ¿Habría ganado peso en la actualidad como Charles? ¿O todavía sería tan alto y elegante como el misteriosamente categórico Lord Minshom?
—¿Lady Justin?
Como invocado desde su imaginación, Marguerite volvió a encontrar a Lord Minshom en la parte inferior de la escalera. Tomó su chaqueta del lacayo y se lo tendió.
—Noté que ha llegado caminando. ¿Me permite que la acompañe a casa?
Marguerite empujó un brazo dentro de la manga de la chaqueta que él sostenía para ella. El limpio aroma florido de su cuerpo la rodeó mientras él la envolvía con la gruesa tela.
—No me gustaría desviarlo de su camino, señor. —Ella miró dubitativamente hacia la puerta, que el lacayo ahora sostenía abierta, y vio la lluvia constante.
—Sería un placer, milady. Sólo tenía la intención de permanecer por unos momentos, por lo que podemos irnos de inmediato. Di instrucciones a mi cochero para que hiciera caminar a los caballos en lugar de detenerlos.
La tomó del brazo y la guió por los resbaladizos escalones dentro de su lujoso coche. Marguerite se acomodó en el asiento y esperó a que él tomara el lugar frente a ella. Ella le dedicó una sonrisa vacilante.
—No le he dicho donde vivo.
Se encogió de hombros. —Le pregunté a Lady Lockwood. Mi cochero ya tiene su dirección.
—¿Estabas tan seguro que le permitiría acompañarme, entonces?
—¿Con este tiempo? Habría sido tonta de no hacerlo. Y no me parece una mujer tonta. —Se movió en el asiento, colocando su brazo a lo largo del respaldar para sostenerse a sí mismo contra el movimiento del coche. —Y siempre he querido conocerla.
—¿Por qué?
—Porque he oído mucho acerca de usted de Justin y Sir Harry. —Su mirada era intensa. —Ambos la encontraban hermosa e irresistible.
Marguerite se las arregló para dirigirle una tensa sonrisa aún cuando su garganta se secó. Más temprano Lord Minshom había parecido sorprendido de saber que ella había conocido a Sir Harry. A pesar de su apariencia benigna, este hombre era afilado como una aguja y, como amigo de Justin, no necesariamente inclinado a que a ella le gustara.
—No pretendo ser una belleza, señor.
Él la consideró por un largo rato, con la cabeza en ángulo hacia un lado. —Usted no tiene que pretender nada. Usted es hermosa —Él frunció el ceño. —Me recuerda a alguien, pero no puedo dar en la tecla.
Su corazón se aceleró y golpeó en su pecho. ¿Era uno de los clientes de su madre? Tenía el aspecto de un hombre que podría pagar las altas cuotas de la casa del placer y tenía el apetito para disfrutar de ella.
—Ah tal vez, es esto. —Él chasqueó los dedos haciéndola saltar. —Creo que la vi en el teatro la otra noche con un conocido mío, Lord Anthony Sokorvsky.
—Yo estaba en el teatro, señor. Fue muy agradable.
—Estoy seguro que sí. Y Sokorvsky puede ser buena compañía cuando quiere. —La desdeñosa sonrisa de Lord Minshom se encendió. Había un inconfundible filo en su voz cuando hablaba de Anthony. Desesperadamente, Marguerite se preguntó cómo cambiar el tema.
—¿Vive cerca de los Lockwoods, Lord Minshom?
—En realidad tengo una casa en Hanover Square. Eso no es lejos de donde usted vive en Maddox Street. —Cruzó una pierna sobre la otra. —Me parece recordar haber visitado esa casa cuando yo era un niño en una reunión de ancianas familiares de Justin que tenían un montón de gatos.
—Eso es correcto, señor. Los Lockwoods me ofrecieron la casa después de la muerte de la señorita Priscilla. Fue muy amable de su parte.
Lord Minshom arqueó sus cejas oscuras. —No lo creo. Como la viuda de su hijo mayor, se podría esperar mucho más... ¿un lugar en su casa y su afecto, tal vez?
Qué interesante que él haya captado la falta de acogida hacia ella de los Lockwoods y que tuviera el descaro de mencionarlo. —¿Y qué si yo no deseaba vivir con los Lockwoods?
Él la miró y asintió. —Puedo ver cómo la hicieron sentir que no era bienvenida.
Ella levantó la barbilla. —No me quejo, señor. La familia ha sido más que generosa.
—Por supuesto.
Marguerite miró por la ventana al doblar una esquina y una hilera de familiares casas adosadas apareció. Empezó a recoger sus cosas y se ató las cintas de su sombrero.
—Gracias por traerme a casa, Lord Minshom.
Él sonrió cuando el coche se acercaba a su destino. —Fue un placer. —Él se movió a lo largo del asiento hacia la puerta que su cochero ya estaba abriendo. —Como he dicho, siempre he querido conocerla.
Marguerite agachó la cabeza para salir del carro y fue detenida por los dedos duros de Lord Minshom que se cerraron alrededor de su brazo.
—Por lo menos permítame que la acompañe hasta su puerta.
Ella suspiró mientras él salía del coche delante de ella y esperó hasta que la ayudó a bajar. La lluvia casi había cesado, a pesar de que las nubes negras seguían desplazándose por encima.
Lord Minshom le besó la mano enguantada, su expresión una vez más imposible de leer.
—Adiós, Lady Justin. Espero que nos veamos de nuevo pronto.
Espero que no. Marguerite balanceó una reverencia y logró devolverle una sonrisa antes de apresurarse hacia su puerta. Lord Minshom la dejaba inestable, su íntimo conocimiento tanto sobre la familia Lockwood como sobre su difunto marido la ponía nerviosa. ¿Exactamente cuán cerca de ser un amigo había estado de Justin?
Peor aún, si era un cliente habitual de la casa del placer, podría conocer exactamente dónde estaban los gustos sexuales de Justin y cómo había elegido disfrutar de ellos. Incluso podría conocer a su madre. Detrás de esa insípida sonrisa, ¿Lord Minshom abrigaría rencor hacia la mujer que había causado la muerte de Justin, y si era así, cuáles eran sus intenciones?