CAPÍTULO 10
—Anthony, ¿todavía estás aquí? Estaba a punto de cerrar.
Anthony levantó la cabeza del documento al que estaba echando un vistazo. Su oficina estaba tan oscura que apenas veía la silueta de Peter en la puerta. Con un gemido, dejó caer su pluma y flexionó sus dedos.
—No me he di cuenta que era tan tarde.
Peter se inclinó sobre la jamba de la puerta y cruzó sus brazos. —Sé que Val y yo te pedimos que trabajaras muy duro, pero no esperamos que te mates a ti mismo.
—No lo haré. Solo quería terminar esto.
—¿Y has terminado?
Anthony suspiró. —Supongo que tendré que hacerlo. —Echó una mirada al reloj y se levantó de golpe. —¡Maldición! Tenía una invitación para cenar a las ocho.
La risa ahogad de Peter llenó la habitación. —Entonces, debes darte prisa. A las damas no les gusta cuando llegas tarde.
Anthony dejó de abrocharse su abrigo. —¿Cómo sabes que es una dama la que me invitó a cenar, y eso es realmente la verdad?
Peter sonrió. —Nunca te he visto moverte tan rápidamente antes, así que asumí que no ibas a casa. Y, en verdad, todas las mujeres que he conocido no llevan bien ser ignoradas.
Anthony cogió su sombrero y sus guantes y titubeó en la puerta. —¿Piensas que un hombre debe siempre decir a una dama la verdad sobre él mismo?
—¿Sobre por qué llega tarde a la cena, o estás hablando en términos más generales?
—Más en general.
Peter le consideró. —Pienso que depende del tipo de relación que tengas. Por ejemplo, Abigail conoce todo sobre mí y mi menos-que-perfecto pasado, aun así me ama. —Su leve sonrisa murió. —Desafortunadamente, no todas las mujeres son tan aceptadoras.
Anthony jugueteó con su sombrero. —No sé cuanto debo revelar sobre mis gustos sexuales.
—¿Confías en ella?
Anthony pensó en ello, imaginando los azules ojos y la cara seria de Marguerite. —Sí.
—Entonces cuéntaselo.
—¿Y si se aleja de mi por repugnancia?
—Entonces no era la mujer perfecta para ti, ¿verdad?
Anthony suspiró y caminó hacia la oficina principal, la que por una vez estaba tranquila y desierta. —No estás siendo de mucha ayuda.
—Lo sé. —Peter palmeó a Anthony en la espalda. —Cuéntala algo de ello, entonces, pero por el amor de Dios, no mientas.
Anthony le deseó buenas noches, echó una cautelosa mirada alrededor de las desoladas, sucias calles y decidió caminar a la calle principal para encontrar un coche de alquiler. A pesar de atender a su trabajo, había pasado la mayor parte del día preguntándose que debía contarle a Marguerite y cómo reaccionaría ella.
Una cosa estaba clara. No podía permitir que le viera como un perfecto caballero; no estaba a gusto con toda esa pretensión. Ella realmente le gustaba y quería su respeto. Pero ¿qué podía decir que no la horrorizara?
Nada.
Su vida entera era una serie de humillaciones. ¿Por qué demonios ella desearía relacionarse con él de todos modos? En esa nota sombría, hizo señas a un taxi y se dirigió a la casa de Marguerite en Maddox Street.
Marguerite metió su cuchara del bol de la tonta carabina enfrente de ella y lentamente absorbió la tarta de frutas de la plata. Quizá era realmente tonta. La Sra. Jones se había ido a la cama, dejando a Marguerite todavía esperando en la mesa que el querido, querido Anthony apareciera. En anticipación a su visita, se había puesto su vestido favorito, permitió a su doncella rizar su pelo en una cascada de rizos y prescindió de sus enaguas.
Y él no había llegado. Marguerite tomó otro trago de su vino rojo y saboreó el sabor acido. Deseaba retorcerse en su asiento, caminar por el cuarto, hacer algo para librarse del deseo frustrado que se escondía bajo su piel. Se sentía como una gata en la cocina del convento que maullaba y arañaba para que la dejaran salir cuando los machos se congregaban para darle una serenata en los jardines.
Tanto para estar preparada para tener una oportunidad con otro hombre... los dedos de Marguerite se ondularon sobre el bol de cristal. Si Anthony aparecía en ese momento, se encontraría a sí mismo cubierto de pegajoso pudin verde.
Hubo un golpe en la puerta y su mayordomo apareció. —Milady, hay un hombre que quiere verla. Es algo tarde. ¿Quiere que le haga irse?
—Está bien, Jarvis. Invítale a pasar y puedes retirarte.
—Por supuesto, milady.
Marguerite se recostó en su silla mientras Anthony entraba a zancadas en la habitación. Su oscuro pelo estaba desordenado, sus mejillas sonrojadas como si hubiera estado corriendo. Ella señaló el reloj en la repisa de la chimenea.
—Llegas tarde.
Él hizo una reverencia. —Lo sé. ¿Aceptarías mis profundas disculpas?
—Depende de lo que hayas estado haciendo en vez de honrar tu compromiso conmigo.
Su sonrisa fue cautelosa. —Estaba en el trabajo y me olvidé del tiempo.
—¿Tu trabajo es más importante que yo?
Suspiró y se sentó en la fina silla dorada junto a ella. —Por supuesto que no. Es solo que con mi trabajo en peligro, a veces me esfuerzo demasiado para demostrar mi valía.
—¿Por qué está tu trabajo en peligro?
Se encogió de hombros. —Porque se suponía que solo sería temporalmente, y ahora mi padre y Val quieren que lo deje y viva como un auténtico caballero.
—¿Quieren que holgazanees?
—Eso parece.
—Eso es ridículo.
La miró entonces, sus vivos ojos azules llenos de risa, y cogió sus manos. —No puedo dejar de estar de acuerdo contigo.
Ella soltó sus manos alejándolas, no precisamente preparada para perdonarle todavía, su valor alentado por las dos copas de vino rojo que había bebido antes. —¿Has comido?
Examinó el arsenal de platos en la mesa y tragó con fuerza. —Desafortunadamente no.
Le hizo un gesto con la mano. —Entonces sírvete a ti mismo.
Esperó mientras él reunía para sí mismo una gran plato de comida fría, le sirvió una copa de rico vino rojo y después se recostó para terminarse su postre.
—¿Puedo decirte que luces hermosa esta noche?
Marguerite frunció el ceño a su vestido favorito y luego a él. —¿No decidimos que no usarías esa palabra?
—¿Por qué te ofende tanto?
Marguerite se encogió de hombros. —Mi madre es hermosa.
—Lo es, ¿pero eso quiere decir que tú no puedes ser hermosa también? ¿Crees que ella se ofendería?
—No, por supuesto que no. Es solo que odio ser juzgada por mi apariencia.
—¿Pero cómo más te juzgaría un hombre? No es como si cualquiera de nosotros pudiera ver dentro de una persona en un primer encuentro.
Marguerite tragó con fuerza. —Justin dijo que se enamoró de mi cara en nuestro primer encuentro.
—Ah, entiendo. —Anthony dejó su tenedor.
—¿Por qué tú mismo eres tan hermoso?
Él hizo una mueca. —Eso no, pero he oído describirme a mí mismo como un hombre apuesto.
—Lo eres.
—Gracias. —Su sonrisa se atenuó. —Pero también me harto de ser caracterizado como un encantador idiota inútil.
—No pienso que seas un idiota, pero me pregunto porque un hombre con todos tus atributos no está casado todavía.
—Solo tengo veinticinco.
—Pero también eres el hijo de un marqués.
—El segundo hijo. Y, como mi hermanastro ha sido bastante complaciente al proveer a mi padre con un nieto, no tengo ninguna razón para casarme de todas formas.
Marguerite contempló a Anthony. —Debe haber sido difícil para ti cuando Valentín regresó de la muerte.
Él levantó la mirada, su expresión endurecida. —¿Estás intentando sugerir que estoy celoso de mi hermano?
—¿Lo estás?
—En absoluto. En verdad, estuve aliviado cuando él regresó. Alejó la obsesiva atención de mi madre de mí.
—Entonces, si no son celos, ¿qué ocultas detrás de esa hermosa cara que te hace evitar tus obligaciones sociales durante todos estos años?
—¿Por qué asumes que oculto algo?
Abrió los ojos de par en par ante él. —Fuiste el que sugirió que había más de ti que esa cara bonita.
La miró fijamente, su boca en una fina línea. —¿Estás intentando comenzar una pelea porque llegué tarde?
—No simplemente por eso.
Él vació su copa de vino y lo colocó sobre la mesa con un golpe. —Me he disculpado, ¿Qué más puedo hacer?
—Cumplirme tu promesa.
—¿Qué promesa?
—Ser honesto.
Él suspiró. —Dios, Marguerite, a veces me recuerdas a tu madre.
—Tomaré eso como un cumplido. Ahora, cuéntame lo que hay debajo de tu encanto y buenas miradas.
Él rellenó su copa y la suya propia; sus manos temblando, derramando el vino rojo sobre el blanco mantel de damasco. Su sonrisa se había ido y había una desolación en sus ojos que le hizo parecer el extraño que él proclamaba ser.
Inhaló lentamente. —Me gusta tener sexo con hombres así como con mujeres. —La miró de frente. —¿Eso es bastante honesto para ti?
El pecho de Marguerite se apretó, y luchó contra el absurdo deseo de reír. ¿Qué fue lo que la atraía hacia semejantes hombres? ¿Y era eso por lo que Christian la había presentado a Anthony? Tomó otro sorbo de su vino y siguió mirándole fijamente.
Anthony se encogió de hombros. —¿Bien?
—Bien, ¿qué?
—¿Te he asqueado? Realmente te he dejado casi sin habla.
Ella se lamió sus labios, probando el acido sabor de las uvas. —No estoy asqueada.
—¿Por qué no? —Su boca se torció. —Algunas veces me doy asco a mí mismo.
—Eso es comprensible cuando tales relaciones amorosas pueden dar lugar a severas sanciones bajo la ley. —Ahora sonaba como una remilgada y correcta como una institutriz, pero era difícil enmarcar sus respuestas cuando su corazón estaba latiendo tan violetamente. ¿Estaba empezando a dar una segunda oportunidad a su propia compleja naturaleza sexual? ¿Podría ayudar a Anthony ya que no había sido capaz de ayudara a Justin?
Encontró la mirada de él, observando la frágil tensión en ella. —Esto no ha detenido mi deseo por ti, si eso es por lo que estás preocupado.
Dejó escapar su aliento. —¿Estás segura?
—Por supuesto que lo estoy.
Se levantó tan rápido que su silla se volcó, y tiró de ella hacia sus brazos. —Gracias Dios.
Ella luchó para liberar su mano y la curvó sobre su cuello, acercando la cara de él a la suya. Los labios de él acariciaron su boca y ella se estremeció.
—Marguerite, deseo llevarte a la cama. ¿Me dejarás?
Ella asintió con la cabeza, y él cogió su mano y la arrastró hacia la puerta. El pasillo estaba desierto, la casa en silencio. Le condujo escaleras arriba y a su dormitorio en la parte de atrás de la casa. Una sola vela ardía en el candelario, y el balanceante fuego brillaba en la chimenea. Atrapó el olor de su propio perfume, el polvo que utilizaba en su cara, el olor a quemado de las tenacillas.
Anthony cerró la puerta y se recostó contra ella, su expresión en sombras, la tensión de su cuerpo palpable.
—¿Realmente me deseas?
—Oui.
Ella levantó su mano para sacarse los alfileres de su pelo, observándole dar un inestable paso hacia ella y supo que todo estaría bien.
Anthony vio caer el oscuro pelo de Marguerite sobre su cara y hombros y tragó con dificultad. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer ahora? ¿Levantarla, lanzarla a la cama y violarla? Su polla estaba casi dura e impaciente para cualquier cosa, pero su mente... Su pobre experiencia con mujeres subió para reírse de él, para hacerle incapaz de hablar o actuar.
Marguerite se aproximó más cerca, y él inhaló el dulce perfume de violetas. Ella se giró de espaldas a él.
—¿Podrías ayudarme a salir de este vestido, por favor?
Sonaba casi tan asustada como él se sentía. Miró fijamente los pequeños botones y se preguntó si sus grandes dedos romos podrían manipularlos sin temblar demasiado. Lo intentó con el primero, respirando con más facilidad cuando resbaló libre con facilidad. Su corpiño se echó hacia delante, dándole una excelente visión no solo de las cremosas pendientes de sus hombros sino de la parte de arriba de sus pechos.
Deseaba probar su piel. Con un gemido, agachó su cabeza y tocó con sus labios su garganta. Ella suspiró y se inclinó contra él, los dedos de él aplastados entre los de ella, el corazón de él acelerado.
—Desata mi corsé también.
Examinó las cintas atadas en espiral antes de deducir como liberarla y se puso a trabajar sacando las largas cintas a través de los agujeros. Su boca estaba seca, su respiración desigual. Una cosa era servir sexualmente a una desconocida mujer en la casa del placer, pero hacer el amor a Marguerite, una mujer a la que deseaba y le gustaba, era una ecuación completamente diferente. ¿Percibiría su falta de habilidad?
Ella se giró en sus brazos, permitiendo a su vestido y corsé caer a la gruesa alfombra. Estaba cubierta por solo una prenda de fina muselina ahora, sus pezones y la oscura sombra entre sus piernas visibles a través del material transparente. Ella tiró de su corbata.
—¿Puedo ayudarte a desnudarte?
Él asintió con la cabeza y permaneció inmóvil mientras ella le quitaba con cuidado su ajustada chaqueta y chaleco y su suelta corbata. Su sonrisa era hermosa mientras le tocaba, y él sintió anhelo de las manos de ella por otras partes de su cuerpo, especialmente su polla. Ser tocado con semejante dulzura casi trajo lágrimas a sus ojos. Tan diferente de Minshom y los otros hombres, tan humillante...
Ahuecó su mejilla, atrajo su boca hacia la suya y besó sus suaves, serviciales labios. La mano de ella resbaló entre ellos y trabajó en el botón de sus pantalones. Él jadeó mientras ella envolvía su mano alrededor de la base de su eje y apretó fuerte.
—Anthony, ¿sabes que dijiste que no podría escandalizarte?
Él arrastró su atención de su dolorosa polla a la cara de ella. Para su sorpresa, ella casi parecía tan preocupada como se sentía él.
—Puedes hacerme lo que quieras, Marguerite.
Ella se inclinó y se mordió el labio inferior. —¿Te importaría si tomo mi turno contigo primero? Ha pasado un largo tiempo desde que he estado con un hombre, y estoy un poco preocupada sobre estar a tu merced.
Parpadeó ante ella mientras sus dedos continuaban acariciando su polla y bolas. ¿Había ella oído que le gustaba duro? ¿Realmente estaba asustada de que él pudiera hacerla daño? Se forzó a sí mismo a responder. —Nunca te lastimaría.
Ella acarició su mejilla. —Lo sé. Solo que eres un hombre grande, y me gustaría llevar el control de cómo tú me tomas... —Paró de hablar y levantó la mirada hacia él, mordiendo su labio.
De repente la entendió demasiado bien y estaba más que dispuesto a hacerla el favor. —Me encantaría.
Se quitó la ropa del todo y fue a tumbarse sobre las blancas sábanas de la prístina cama. Su polla creció, buscando alivio, buscando una liberación que sabía que solo Marguerite podría darle esta noche. Se recostó contra el cabecero y esperó a que ella se le uniera. El colchón apenas se hundió cuando ella subió a la alta cama y avanzó lentamente hacia él.
Por un horrible momento, deseó ocultarse a sí mismo de su descarada mirada. ¿La gustaría lo que veía? ¿Podía de alguna forma percibir como de indigno era él de su consideración y decirle que se marchara? Se estremeció cuando ella se montó en sus caderas, apretó sus manos en puños a sus lados en un esfuerzo para no tocarla. Sus pechos danzaban frente a sus ojos, sus rojas puntas ya apretadas y listas para su boca.
—Anthony, ¿estás bien?
Pestañeó y encontró su mirada fija en él con curiosidad. Su cara era tan hermosa y delicada con el resto de ella. Sintió el húmedo calor de su sexo en sus bolas, la manera en que su polla rozaba contra la piel del estómago de ella e intentó respirar con normalidad.
Ella pestañeó. —Sé que he dicho que deseaba tener el control esta primera vez, pero no quería decir que tú dejaras de disfrutarlo.
—Estoy disfrutando. ¿No puedo decirlo?
—He oído que a algunos hombres no les gusta que una mujer sea también agresiva en la cama. ¿Es cierto?
—No sabría. Soy absolutamente feliz aquí, esperando a que me toques.
Finalmente ella le sonrió. —¿Estás seguro?
Él echó un vistazo a su impaciente polla, bamboleando sus caderas contra su cuerpo. —Dios, sí.
Ella se arrodilló y agarró su eje alrededor de su base, tirando de la cabeza hacia ella. Él gimió mientras se rozaba contar su centro y era dirigido al interior de ella. Instintivamente, intentó empujar hacia arriba pero se encontró con una estrechez que le mantuvo a raya.
Marguerite se lamió los labios. —Quizá eres demasiado grande.
—Quizá deberías estar más mojada.
Anthony apretó fuertemente sus dientes y envolvió sus dedos sobre los de ella en su polla. Sabía demasiado bien como de dolorosa podía ser una penetración a la fuerza, y no iba a permitir que le sucediera a Marguerite.
—Déjame ayudarte.
Se incorporó más recto, acercó uno de sus pechos a su boca y comenzó a succionar. Ella suspiró profundamente en su garganta y se meció hacia él con cada tirón de su boca. Él retiró su polla de su apretado agujero y en su lugar frotó la húmeda corona contra el paquete de nervios al frente de su sexo.
Extraño que él pudiera ayudarla, incluso extraño que ella obviamente disfrutara de lo que él intentaba hacer. Transfirió su atención al otro pecho y usó su mano izquierda para acariciar sus dulces nalgas, deslizando sus dedos y penetrando en su sexo desde atrás, mojado ahora y más abierto, facilitando su camino, abriéndose a su toque como una flor.
—Anthony...
Gimió su nombre, besando la parte de arriba de su cabeza, su oído, cualquier cosa que podía alcanzar, sus uñas clavándose en sus hombros mientras se movía con él. Él no podía creer como de natural se sentía tenerla así, su crema cubriendo sus dedos, la corona de su sensitiva polla frotando su clítoris.
Cerró sus ojos y reposicionó su polla contra su ahora resbaladiza entrada, alentándola a guiarle dentro. Esta vez se deslizó por lo menos tres pulgadas, toda la gruesa corona purpura dentro de ella. Sintió su carne dar y sin embargo no dar, encajonándole en una cueva enorme que se movió y cambió profundamente para que él la penetrase.
—Toma más, Marguerite.
Se inclinó de nuevo para mirar la gloriosa visión de su cuerpo posado contra el suyo, su eje desapareciendo dentro de ella, y casi corriéndose. Esto no era como tomar a un hombre. Su vaina ondeó y latió contra su eje, atrayéndole más profundo incluso ante la amenaza de que estaría atrapado para siempre, haciéndole desear estar dentro de ella más que respirar.
—Dios...
La agarró las caderas, animándola a menearse bajando, y gimió cuando ella finalmente le tomo todo. Ella le miró, su indecisa sonrisa, sus ojos enormes en la sombreada oscuridad.
—Eres incluso más grande de lo que había pensado que serías.
La continuó sujetando, dejando que su cuerpo se colocara alrededor de él y gozó del estricto agarre del pasaje de una mujer en su polla por primera vez.
—¿Habías pensado en tenerme así?
Ella acarició su pecho, sus pulgares acariciando suavemente sus pezones haciéndole temblar. —Por supuesto.
—Entonces tal vez deberías continuar agotando tu fantasía y hacerme correrme contigo. —Titubeó. —A menos que desees que me retire...
Ella sacudió su cabeza. —Eso no es necesario.
Anthony apretó su agarre en sus caderas. —¡Entonces tomarás el control y me cabalgarás para terminar?
Comenzó a moverse sobre él, su sexo deslizándose arriba y abajo de su eje, exprimiéndole y liberándole con una ferocidad que él no habría soñado posible pero que estaba experimentándolo de primera mano. Tan apretado ahora que podía sentir su semen comenzando a presionar su eje por las demandas del cuerpo de Marguerite.
—No pares, —él controló un gemido, mientras ella continuaba moviéndose sobre él. Él recordó encontrar su clítoris, manoseándola a la vez que sus combinados empujes, sintió el momento cuando ella alcanzó el clímax como un puñetazo en el estómago cuando su polla fue exprimida al extremo y comenzó a salir a borbotones la semilla profundamente dentro de ella. El espasmo pareció interminable mientras él se mecía y retorcía contra ella, la oyó respondiendo con un gemido de finalización.
Ella se derrumbó contra su pecho y él la sostuvo allí, una mano extendida sobre sus nalgas, su polla todavía palpitando en su interior. Ella enhebró sus dedos en su pelo y le abrazó más profundamente, su cuerpo sacudiéndose con pequeñas réplicas sísmicas mientras se ondulaba contra él.
Él besó la parte de arriba de su cabeza, inhalando su seductor olor. Ella había confiado en que él sería bueno con ella, confiando en él lo bastante para dejarle entrar en ella, por amor de Dios. Alisó con su mano el pelo de ella y la sintió moverse más cerca. Nunca se había sentido así antes en su vida, tan completo, tan sexualmente saciado, tan feliz. Sus ojos se abrieron de golpe.
¿Cómo infiernos ella le había hecho esto a él? ¿Y qué infiernos iba él a hacer ahora?
Marguerite cerró sus ojos apretándolos con fuerza mientras las lágrimas continuaban escurriéndose de ellos. No se había dado cuenta cómo sería de difícil, había ingenuamente pensado que el acto sexual seguiría siendo igual, incluso con un hombre diferente. Pero esto no había sido así. Anthony era completamente diferente de Justin; su olor, la textura de su piel, la forma de moverse debajo de ella, todo diferente e infinitamente extraño.
Anthony suspiró y besó la parte de arriba de su cabeza, la arrastró más cerca en la curva de su caliento cuerpo musculoso. Consiguió dejar de llorar, la daba miedo que las lágrimas pudieran tocar su piel y se diera cuenta. No lamentaba lo que había hecho en lo más leve, todavía de alguna forma se sentía como la última traición de Justin, otra parte de su vida donde él había sido suplantado, otra nueva experiencia para erradicar su memoria.
Giró su cara hacia el hombro de Anthony e inhaló su particular olor. No había vuelta atrás. Solo podía esperar ser capaz de vivir con las consecuencias y no permitir que su culpabilidad destruyera los frágiles comienzos de algo que esperaba fuera precioso.