CAPÍTULO 12
Anthony empujó abriendo la puerta delantera de la oficina de transportes marítimos y la cerró rápidamente detrás de él para impedir que entrara el creciente viento. La oficina principal estaba medio vacía, solo Taggart, el encargado, estaba en su escritorio. Levantó la mirada cuando Anthony se acercó a él, y se quitó sus gafas.
—Llega temprano esta mañana, señor.
Anthony se quitó su sombrero y guantes. —Los milagros suceden, Mr. Taggart, aunque en verdad, no me he acostado todavía. ¿Está mi hermano dentro?
Taggart pulió sus gafas sobre su pañuelo y asintió. —Sí, de hecho está, señor, Siempre un madrugador, nuestro Lord Valentín.
—Y no olvidemos todas sus otras Divinas calidades tampoco, ¿no? —Anthony murmuró mientras se ponía en camino alejándose de Taggart a la oficina de su hermano, su corazón martilleando en su pecho, su boca seca. Golpeó en la puerta, oyó la apagada voz de Val pidiéndole entrar.
Su hermano estaba sentado en su escritorio, pluma en la mano, su atención fija en uno de los libros de contabilidad. A pesar de la frialdad en el cuarto de paneles de roble, su capa negra colgaba sobre la parte de atrás de su silla. Levantó la mirada, la irritación clara en su cara de magníficos rasgos y en sus ojos violeta.
—¿Qué pasa, Taggart? Oh, eres tú Anthony.
—Buenos días, Valentín.
Anthony ignoró el gesto de su hermano hacia él para que se sentara y en cambio encontró un lugar para plantar sus botas justo en frente del escritorio de Val. Finalmente Val levantó la mirada hacia él de nuevo.
—¿Pasa algo?
—Podrías decirlo tú. He tenido la desgracia de ser arrinconado por nuestro padre la pasada noche.
—¿Lo hizo? —Val dejó su pluma y se recostó hacia atrás, su expresión cauta. —¿Y qué hizo que tuviera que hablar por sí mismo?
Anthony apretó su mandíbula. —Tú sabrás. Lo orquestaste puñeteramente bien.
—¿Qué estás insinuando?
—Le dijiste que yo sería el administrador perfecto de la finca para ti.
—Le dije que tienes una excelente cabeza para los negocios y que si él necesitaba alguna ayuda con los libros entonces no debería tener ninguna indecisión en ir a ti. —Valentín se encogió de hombros. —Si él entendió que quería decir que tú deberías estar a cargo del manejo de las fincas, entonces, ¿seguramente eso era un elogio?
—Tú eres su heredero.
—Y tengo mi propio negocio para manejar, —Val sostuvo su mirada, todo rastro de amabilidad desapareció de su cara.
—Así que, ¿debo tomar el trabajo hasta que te sientas como interesado en él tú mismo?
—¿Qué diablos se supone que quiere decir eso?
—Sabes condenadamente bien qué, —Anthony fulminó con la mirada a su hermano. —¡Como de costumbre, consigues hacer lo que quieres, y yo tengo que sacrificar lo que deseo para teneros a ti y a Padre felices!
Valentín levantó una mordaz ceja. —No sabes lo que quieres. Todo lo que sabes es destruirte a ti mismo. Pienso que si sabias que Padre y yo creíamos que podías manejar las fincas, te daría un propósito, una razón para triunfar, una salida para ese lio que has creado.
Anthony plantó sus puños en el escritorio de Val y se inclinó hacia delante. —¿Cómo te atreves a presumir que sabes lo que necesito o lo que quiero? Todo lo que te preocupa es sobre ti mismo. Eso es todo lo que siempre te ha preocupado.
—¿Y tú no lo haces? —Val de repente se puso de pie y se enfrentó a Anthony. —Has pasado los últimos años intentando matarte a ti mismo. ¿Has demostrado mucha preocupación por tu familia o la gente que te ama?
—Ese es un golpe bajo, Val. Y dejemos clara una cosa: por lo que a nuestro padre concierne, no existo. Tú eres su heredero; incluso tienes un hijo para sucederte. Solo debo relajarme y hacer mi servicio a la familia.
—El diablo lo lleve, Anthony, si pudiera darte el título y toda la responsabilidad que va con él, lo haría.
—Es fácil decirlo cuando nunca sucederá.
Los ojos de Val destellaron. —¿Quién está siendo injusto ahora? No hice esas malditas reglas sobre quién podía heredar qué. Cuando digo que lo daría todo por ti, quiero decir eso.
Anthony levantó su barbilla. —No me trates con condescendencia. Se lo que tú y Padre pensáis de mí.
—¿Y qué es?
—Qué soy un inútil, que soy un niño.
Val suspiró y se sentó de nuevo. —No, Anthony, eso es lo que tú piensas sobre tú mismo. No pretendas dar a entender algo diferente.
—Tengo veinticinco años, Val, ¡Sé lo que soy!
—¿Lo haces realmente? ¿Y qué es eso?
—El segundo hijo de la segunda esposa de un marques. Un hijo que debería dejar de quejarse y hacer su deber.
Hubo un largo silencio mientras Valentín le miraba fijamente. —Realmente tienes que dejar de sentir lástima de ti mismo, Anthony.
—No siento lástima de mi mismo.
Val se encogió de hombros. —Entonces te sugiero que hagas lo mejor de la situación. Pruébame a mí y a nuestro padre que eres capaz de manejar la finca. De hecho, déjame hacer la decisión más fácil para ti. No quiero verte aquí durante un mes. Eso debe darte bastante tiempo para investigar los libros de la finca Stratham y tomar una decisión.
Anthony luchó por contener su genio. —Si nuestras posiciones estuvieran invertidas, ¿eso es lo que harías, Val?
—Por supuesto que no, pero además soy un tonto. Vivo para enfrentarme a mi padre. Tú no eres como yo. —Sostuvo la mirada de Anthony. —He visto a demasiada gente que me importa intentar arruinarse a sí mismos. Preferiría no tener que pasar por eso otra vez.
—Padre piensa que estoy celoso de ti.
—¿Lo estás?
—Yo... no lo sé. —Anthony soltó su respiración. —¿Cómo podría estarlo cuando has sufrido tan gravemente, y yo...?
Val se inclinó hacia atrás en su silla. —No estás celoso, pero sospecho que estás enfadado conmigo.
—¿Sin duda son lo mismo?
—No del todo. Estás enfadado porque te impliqué con Aliabad.
Anthony dio un paso hacia atrás. —No voy a discutirlo contigo.
—¿Por qué no?
—Porque sucedió en el pasado, y no tiene nada que ver con nuestro actual desacuerdo.
Val se levantó lentamente, sus ojos llenos de preocupación, todavía Anthony aun así se echó alejó de él. —Eso es la cosa más ridícula que has dicho hasta ahora. ¿Qué pasó con Aliabad que te cambió?
—Dije que no quiero hablar sobre eso.
—Pero deberías, —Val golpeó su mano contra el escritorio. —Maldición, Anthony, sé cómo se siente ser forzado... ser violado...
Anthony se giró hacia la puerta mientras una nausea le abrumó. —Me niego a discutir esto. —Luchó por abrir la puerta y sintió un empujón que la cerró cuando Valentín le alcanzó.
—Escúchame, —Val dijo con urgencia. —No fue tu culpa. Lo que te sucedió fue mi responsabilidad, y tienes el perfecto derecho a estar enfadado conmigo por eso.
Anthony cerró sus ojos, inclinando su frente contra la áspera madera de la puerta. —Déjame salir, Val.
Su hermano no se movió así que Anthony lo hizo. Consiguió empujar hacia atrás a Val, abrió la puerta y escapó a la mañana.
Una hora después, se encontró a si mismo mirando las fachadas de la academia de esgrima Angelo´s y el salón de boxeo de Jackson, que estaban convenientemente situadas puerta a puerta en Bond Street. Dobló sus dedos dentro de sus guantes. Quizá esto era lo que necesitaba, la oportunidad de escoger una pelea, dejar que la rabia en su revuelto estómago encontrara una autorizada salida “caballerosa”.
Renunció a la idea de boxeo, habiendo visto demasiada sangre por un día, y entró en Angelo´s. Un retrato del gran Caballero de Saint-George colgado en la pared opuesta y parecía mirar hacia abajo con una mirada crítica a los procedimientos en el casi vacío cuarto debajo. Anthony saludó con la cabeza a un par de conocidos y llamó la atención del maestro de esgrima.
—¿Tienes tiempo para ganarme esta mañana?
—Siempre, señor. —Henry Angelo se inclinó con una reverencia. —Si quieres solo practicar, puedes convertirte en un maestro.
Anthony apenas levantó una sonrisa antes esa obra de simple tontería. Se dirigió más allá de las exposiciones de floretes y zapatos de esgrima en la parte de atrás de la casa, donde depositó su capa, chaleco y botas. Era demasiado temprano para la extensa mayoría de sus pares todavía durmiendo los excesos de la noche anterior. Después de una hora o dos de actividad física sin sentido, se sentiría en una posición mucho mejor para pensar en su siguiente movimiento. Caminó de regreso al salón principal y se dirigió al centro de la habitación.
Angelo se inclinó más abajo mientras Anthony caminó hacia delante y el maestro presentó a Anthony con su florete preferido.
—En garde. Pret. Allez.4
Sin pensarlo, Anthony se colocó en posición de lucha y cruzó los floretes con el maestro. Afortunadamente, la esgrima necesitaba toda su concentración, tanto en cuerpo como en mente, en una letal danza de desgaste. También afiló sus sentidos, le hizo calcular riesgos, las defensas, los potenciales golpes.
Después de un largo tiempo, cuando sus brazos comenzaron a doler y sus errores se volvieron más frecuentes, Angelo habló de nuevo.
—Halte.
Anthony desconectó su florete y se inclinó de nuevo, comenzó a darse cuenta de los espectadores alrededor de ellos. Angelo limpió su frente.
—Fue excelente, milord. Si practicas cada día, serás un digno contrincante.
Anthony cabeceó. —Gracias. —Se giró y se encontró con la familiar burlona mirada de Lord Minshom.
—Estás definitivamente mejorando, Sokorvsky.
Anthony comenzó a caminar y se mantuvo en movimiento, sus ojos fijos en algún punto detrás de Minshom. Llegó al desierto vestuario, oyó el clic de la puerta cerrándose detrás de él y se dio la vuelta. Minshom se inclinaba contra la puerta, su florete colgando de su mano, su expresión lejos de ser amable.
—Angelo tiene razón. Puedes ser bueno en esto si lo intentas. Sin embargo, nunca lo intentarás, ¿verdad?
Anthony no le hizo caso y miró a su alrededor por un paño para limpiar su cara. Se estremeció cuando el florete de Minshom se movió delante de él, enganchó la blanca toalla y se la llevó de repente.
—Me estoy yendo, Minshom. ¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme?
—No realmente. —Minshom sonrió, expertamente sacudió su muñeca y deslizó su florete por la mejilla de Anthony y la esquina de su boca. Picante calor floreció sobre la piel de Anthony, y probó el cálido olor cobrizo de su propia sangre.
—¿Por qué demonios fue eso?
—Para enseñarte a prestar atención.
Anthony apretó su mandíbula.
—¿Y si no deseo más prestarte atención? ¿Qué si me muevo?
Hizo una mueca de dolor cuando el florete de Minshom se lanzó hacia delante de nuevo y cortó su camisa, dejando una dura línea roja en su pecho.
—No te muevas. No te he dado permiso para hacerlo.
La mano de Anthony apretó el mango de su florete.
—Minshom. No esto de buen humor esta mañana. Estoy absolutamente seguro de no requerir tu permiso para nada.
El florete de Minshom subió, pero esta vez Anthony estaba preparado. El metal sonó al juntarse y sus floretes se enfrentaron. Demasiado enfurecido para molestarse con las sutilezas de la etiqueta, Anthony empujó la espalda de Minshom contra la pared y le sujetó con el peso de su cuerpo.
—Me voy a cambiar, voy ir a casa y tomar un baño. Ahora déjame seguir con ello.
Minshom se encontró con su mirada, se inclinó hacia delante y lamio la sangre de la barbilla de Anthony, después siguió un lento camino obsceno a largo del ensangrentado labio inferior de Anthony.
—¿Estás seguro de eso?
Anthony dejó caer su florete y alejó de un tirón su cabeza de Minshom. Se congeló mientras el otro hombre recorría hacia abajo con sus dedos la herida de su pecho. Su sangre estaba sobre los dedos de Minshom, en su boca, en su lengua. Gimió mientras Minshom retorcía su pezón y después lo succionaba en su boca.
Dios, esto estaba tan mal, pero tan bien. Sed de sangre rugió a través de él, y luchó para eludir la trampa de lo familiar, el anhelo, el deseo... el dolor.
—No. —Anthony se echó hacia atrás, aullando cuando los dientes de Minshom rasparon sobre su pezón. —No deseo esto.
Minshom levantó su cabeza.
—¿Por qué no? Lo deseo. Debes dejar de decir palabras que no significan nada y usar tu lengua para un propósito mejor. Deseo tus labios sangrientos sobre mi polla, dejándome seco.
—No. —Dios, podía verlo, él sobre sus rodillas, Minshom sobre él, incitándole, riendo.
—Estás duro, lo deseas.
Anthony caminó hacia atrás, sacudiendo su cabeza, las palabras tras él. Minshom permanecía contra la pared, frotándose ligeramente a sí mismo a través de sus pantalones.
—Lo deseas, Sokorvsky. Arrodíllate y dámelo. ¿O es cierto que solo follas a mujeres estos días?
Anthony se calmó. ¿Todo el mundo creía que tenía derecho a gobernarle? ¿Iba alguna vez a permitirse ser el dueño de sí mismo? Fría furia le inundó, sustituyendo su ansiedad y aumentando su excitación hasta el punto de doler. Miró fijamente hacia abajo a sus manos en puños y después a Minshom.
Con una maldición, agarró a Minshom por la garganta, le dio la vuelta y le empujó sobre la mesa más cercana.
—¿Deseas esto, Minshom? Entonces tómalo.
Se extendió alrededor, agarró la polla de Minshom y empezó a frotarlo con dureza a través de sus pantalones. Minshom gimió e intentó zafarse de Anthony. Furioso ahora, Anthony molió su polla contra el culo de Minshom, sintiendo su hinchada carne ensancharse y arder contra la piel de ante de los ajustados pantalones.
Incluso a través de la ropa, la gran polla de Minshom se sentía bien en su mano, caliente, mojada con pre-semen y lista para estallar. Anthony se inclinó más sobre el hombre; mordió su cuello para mantenerle quieto como un semental montando una yegua.
—Eres bueno dándolo, Minshom, ¿tanto como tomándolo? ¿Qué te parece mi polla deslizándose en tu culo para variar?
Minshom se resistió con fuerza y se retorció debajo de él, pillando a Anthony desprevenido y ellos dos rodaron al suelo. Anthony mantuvo su mano alrededor de la polla del otro hombre y jadeó cuando Minshom agarró la suya, exprimiéndola dolorosamente, haciéndole desear correrse.
De lado a lado, lucharon por la dominación. Anthony consiguió meter su mano dentro de los pantalones de Minshom y sintió el piercing de metal en la corona de la polla del otro hombre raspar su palma. Cerró su puño alrededor del eje de Minshom y bombeó duro.
—Jesús... —Minshom gimió mientras empujaba su lengua profundamente en la boca de Anthony, trabajándole al ritmo de sus combinados dedos, el ritmo del rudo sexo duro.
Minshom culminó, su caliente semen se vertió sobre los todavía trabajadores dedos de Anthony, su eje moviéndose y pulsando con cada espeso chorro. Anthony sacó su mano libre y se alejó, se apoderó de la muñeca de Minshom y la arrancó lejos de su polla. Se negó a que el ese hombre le hiciera correrse nunca más.
Se tambaleó sobre sus pies, agarró sus ropas y metió sus pies en sus botas. Minshom se tendió sobre su espalda, mirando hacia él, su oscuro pelo desordenado, sus pálidos ojos azules brillando. La sangre de Anthony cubría su cara y pecho, su propia pre-semen oscurecía el color beis de sus pantalones alrededor de su ingle.
—No hemos terminado, Sokorvsky.
Anthony se abotonó su chaleco, sus dedos temblorosos y palpitando a la vez que su hinchada polla.
—¿Cuántas veces tengo que decirte esto? ¿Qué hará que me escuches y me dejes en paz?
Minshom rió.
—¿El hecho de que no te pondrás duro en el momento en que me veas? ¿El anuncio de tu boda, quizá?
—Vete al diablo, Minshom. —Anthony se encogió de hombros en su chaqueta y se alisó el pelo. El corte de su cara había dejado de sangrar, pero todavía picaba, más que las observaciones de Lord Minshom. —La próxima vez no solo estaré fuera de ti, te follaré hasta que seas el único pidiendo clemencia.
—¿Y piensas que me importaría? —Minshom lamió sus labios y se estremeció exageradamente.
—Sí, porque me consideras por debajo de ti, al igual que todos los demás de este maldito mundo.
Minshom se incorporó y Anthony se tensó.
—Pero sin duda el equilibrio de nuestra relación solo ha cambiado. ¿No estás orgulloso de ti mismo?
—¿Orgulloso de mi mismo por lastimarte, por probar que puedo comportarme como un animal? —Anthony sacudió su cabeza. —Me dan ganas de vomitar. La última persona a la que quiero parecerme este mundo eres tú.
—Qué lástima. Y yo esperando por mucho más.
Anthony se puso el sombrero y se inclinó.
—Buenos días, Lord Minshom, y vete al diablo.
Salió, ignorando los asustados comentarios de Angelo sobre su cara, y se dirigió hacia el parque. No podía ir a casa, su padre podría estar esperándole, y no podía ir a trabajar porque parecía que ya no era un empleado. Se sentó en un banco y miró fijamente a los esperanzados gorriones reunirse alrededor de sus botas. No tenía nada para darlos, nada para dar a Margarite tampoco, incluso cuando eso era lo que el anhelaba.
Una repentina ráfaga de lluvia le ayudó a tomar una decisión. Madame estaba fuera de cuestión porque deseaba el sexo demasiado. Salió por las puertas del parque. Quizá David estaría en casa y al menos estaría dispuesto a dejarle entrar.