Capítulo 31

—Ya falta poco, casi hemos llegado —dijo Eli Beecher.

Ruth sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Estaba a punto de anochecer, y Eli le había dicho que llegarían a la cabaña antes de que se hiciera de noche. Estaba cansada y le dolía el tobillo por el roce con la bota, pero a pesar de que habría querido pedirle a Eli que pararan un rato para poder descansar, él estaba acostumbrado a andar por la montaña y no parecía cansado; de hecho, parecía ansioso por llegar... y ella creía saber por qué.

Cuando llegaran al santuario, Eli pronunciaría las palabras que los unirían en matrimonio, y entonces ella tendría que repetirlas, y se convertiría en su esposa. La idea hizo que se le encogiera el estómago. Su miedo iba incrementándose con cada paso que daba, porque Sarah le había dicho que, cuando se casaran, tendría que quitarse toda la ropa delante de Eli y dejar que la mirara y que la tocara, que hiciera lo que quisiera.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y por un instante estuvo a punto de huir corriendo, pero al mirar a su alrededor y ver el espeso bosque de pinos enormes y sombras oscuras y ominosas, supo que se perdería sin duda. Además, había osos y pumas, y un montón de bichos en los que prefería no pensar. No había ningún sitio en el que cobijarse, no tenía escapatoria.

—Date prisa. Cuando lleguemos tendrás que cambiarte de ropa y ponerte el vestido de novia, ya sé que a las mujeres os gustan ese tipo de cosas.

Ruth tuvo ganas de decirle que le daba igual el vestido de novia y que no quería casarse, pero se mordió la lengua. Si protestaba, sólo conseguiría enfadarlo, y lo que tenía pensado hacer con ella, fuera lo que fuese, sería aún peor.

De repente, vislumbró la silueta de una construcción a través de los árboles, y conforme fue acercándose, vio que se trataba de una cabaña de troncos.

Ahogó un sollozo al darse cuenta de que habían llegado, de que no podía hacer nada por impedir lo que iba a pasar. Mientras seguía a Eli por la senda, empezó a rezar al Dios que nunca la escuchaba, y le pidió que alguien o algo la salvara.

***

—Tiene que estar por aquí —dijo Ben, mientras forzaba los ojos para intentar ver a pesar de que la luz del día iba apagándose por momentos.

—Está por aquí. La senda secundaria se desvía hacia la izquierda de la principal poco antes de llegar arriba, y es donde estamos.

—Entonces, ¿por qué no podemos verla?

—Porque está oscureciendo —Autumn se volvió para volver a recorrer con la mirada el bosque cada vez más oscuro.

Los dos estaban doloridos, magullados y exhaustos. Ben tenía un moratón del tamaño de un puño en el hombro, le dolía el tobillo con cada paso que daba y le sangraban las manos, pero habían conseguido llegar a la cima.

Por desgracia, habían tardado más de lo previsto y, una vez allí, no habían sido capaces de encontrar la maldita cabaña, por lo que Ben estaba empezando a dejarse arrastrar por el pánico.

—Ben, será mejor que saquemos ya la linterna que has traído.

Él dejó la mochila en el suelo, sacó la linterna y enfocó hacia la densa arboleda. Para entonces, la oscuridad ya era total.

—Espera... vuelve a apagarla.

—¿Qué pasa? —Ben se apresuró a apagar la linterna.

—Antes de que la encendieras, me ha parecido ver otra luz por allí —señaló en aquella dirección, y echó a andar a través del bosque por una senda más pequeña—. ¡Allí! ¿La ves?, ¡está allí!

Sólo se veía un tenue brillo amarillo en medio de la oscuridad, pero conforme fueron avanzando por la senda, se dieron cuenta de que se trataba de la luz de una linterna a través de las cortinas de una cabaña. La construcción tenía una pequeña chimenea de piedra en el tejado, de la que salía una estrecha columna de humo.

Ben sintió que el corazón le martilleaba en el pecho. La habían encontrado... habían encontrado la cabaña, el «santuario» de Eli. Quiso echar a correr hacia la puerta, derribarla si hacía falta, proteger a su hija de cualquier cosa impensable que aquel malnacido pudiera estar haciéndole en aquel momento, pero se obligó a mantener la calma.

—Tiene que ser ahí —le dijo Autumn con voz queda.

—Sí.

Ben dejó caer la mochila, y después de sacar su Springfield semiautomática, se llevó un dedo a los labios y le hizo un gesto para indicarle que lo siguiera. Cuando fueron acercándose a la casa, pudieron oír voces desde dentro.

—Lo ves, estás preciosa —era una voz masculina, profunda y un poco ronca.

Ben oyó que una suave voz infantil soltaba un pequeño gemido que le rasgó el alma.

—No tienes que avergonzarte de lo que Dios te ha dado —dijo el hombre—. No hay lugar para el recato entre un hombre y su esposa. Ahora quiero que te quites el vestido y que te metas en la cama.

Ben se tensó de pies a cabeza, pero se obligó a contener la furia que sentía. Tenía que tener cuidado, no podía correr el riesgo de que Molly resultara herida.

—¿Es que no me has oído?

—No quiero hacerlo, Eli.

—Vas a hacer lo que yo te diga. Vas a ocupar el lugar que te corresponde como mi esposa, tal y como tiene que ser. Métete en la cama si no quieres que te azote con una vara.

La furia creció en su interior hasta que estuvo a punto de cegarlo. Luchó por mantener el control, pero levantó la pistola y la aferró con ambas manos.

—Cálmate, tienes que pensar en Molly —le susurró Autumn—. Tenemos que asegurarnos de que no corre peligro.

Ben exhaló poco a poco y asintió, aunque estaba luchando contra la necesidad instintiva de derribar aquella puerta y hacer pedazos a Eli Beecher. Alargó la mano y movió con cuidado el pomo de la puerta. No le sorprendió ver que no estaba cerrada, porque aquel tipo tenía un ego enorme y ni se le pasaría por la cabeza que alguien podría impedir que hiciera lo que le diera la gana.

Ben retrocedió un paso, y abrió la puerta de golpe con una patada.

—¡No te muevas! —con la pistola sujeta con ambas manos, apuntó directamente al pecho de Eli.

Molly estaba junto a él, cubierta sólo con unas braguitas de algodón. Estaba temblando como una hoja, y apretaba con fuerza el vestido contra sus pequeños pechos.

—Ya está, cariño —le dijo, luchando por mantener un tono de voz calmado—. Estás a salvo, todo va a salir bien.

Sintió una mezcla de rabia, dolor, amor y felicidad tan sobrecogedora, que tuvo que parpadear para contener las lágrimas. La habría reconocido en cualquier parte, habría reconocido la fina y pálida curvatura de sus cejas, la dulce forma de sus labios, el azul claro de sus ojos.

—Molly, soy tu padre. He estado buscándote desde que Eli te secuestró de nuestra casa, y he venido a buscarte. Apártate de él, ponte a una distancia segura.

La mirada asustada de la niña estaba clavada en él. Cuando volvió a soltar aquel pequeño gemido, a Ben se le encogió el corazón.

—No pasa nada, ángel. Sólo quiero que te apartes de Eli, para que no te haga daño —Ben apretó la pistola con más fuerza. Quería matar a aquel hombre por lo que había hecho, por lo que había planeado hacer.

Con manos temblorosas, Molly levantó el vestido, se volvió y se lo puso por la cabeza. La prenda era larga, y le llegaba hasta los tobillos.

A su lado, Eli Beecher recorrió la cabaña con la mirada, para intentar encontrar una vía de escape.

—Ni se te ocurra, Beecher. No te muevas ni un milímetro si quieres seguir vivo.

Cuando Molly levantó la mirada hacia Eli, Ben vio en sus ojos el brillo de incertidumbre, el miedo con el que debía de haber vivido durante todos aquellos años.

—No pasa nada, Molly —le dijo Autumn, con voz suave—. Tu padre ha venido a buscarte, para llevarte a casa.

—Me llamo Ruth.

—Ya lo sé, cielo. Eso es lo que te dijo Eli, pero tu nombre de verdad es Molly. ¿Te resulta familiar?, ¿te suena el nombre de Molly McKenzie?

—Apártate de él, Molly —le dijo Ben—. Ven aquí, estarás a salvo.

Después de lanzarle una última mirada a Eli, la niña empezó a hacer un ligero movimiento tentativo, pero antes de que pudiera dar un paso, él la agarró y se escudó tras ella, con el brazo alrededor de su cuello y la espalda de la pequeña contra su pecho.

—La estrangularé, juro que lo haré. Deja la pistola en el suelo, y apártate.

—Voy a matarte, hijo de puta —Ben levantó un poco más la pistola, y le apuntó a la cabeza—. No sabes las ganas que tengo de verte muerto.

—No vas a dispararme, serías incapaz de hacerlo delante de la niña —su brazo musculoso se tensó un poco más alrededor del cuello de la pequeña.

Molly empezó a arañarle el brazo, a retorcerse para intentar respirar, y Ben tuvo ganas de destrozarlo.

—Puedo romperle el cuello como si nada —le advirtió Eli, mientras apretaba un poco más—. ¿Quieres que lo haga, McKenzie? Venga, pon la pistola en el suelo.

El dedo de Ben se tensó en el gatillo, y necesitó toda su fuerza de voluntad para contenerse y no disparar. Si le disparaba a la cabeza, se arriesgaba a darle a Molly, y si le apuntaba a la pierna, era posible que Beecher le rompiera el cuello a su hija. Teniendo en cuenta lo que sus dos hermanos le habían hecho a Priscilla Vreeland, sabía que aquel malnacido sería capaz de cumplir su amenaza.

Después de poner el seguro, dejó el arma en el suelo de madera. No iba a permitir que Beecher se hiciera con ella, porque sabía que sería capaz de matarlos sin miramientos, pero necesitaba ganar tiempo.

Beecher se inclinó hacia delante, se agachó un poco y alargó la mano para intentar alcanzar la pistola sin soltar a Molly. Ben lo observó completamente alerta, esperando su oportunidad. De repente, Beecher se tambaleó un poco, y la niña aprovechó para darle un empujón y liberarse. Ben se abalanzó de inmediato sobre él, lo tiró de espaldas al suelo y le dio un tremendo puñetazo en la cara. Otro más hizo que el malnacido viera las estrellas, pero Beecher bloqueó el tercero y le golpeó en la mandíbula antes de rodar hasta quedar encima de él y volver a golpearle. Ben detuvo el siguiente golpe, lo volteó hasta invertir sus posiciones y quedar encima, y le propinó un puñetazo que le estrelló la cabeza contra el suelo.

Ben lo mantuvo sujeto bajo su cuerpo y empezó a golpearle una y otra vez. Con la mente atrapada en un torbellino de furia y de dolor, estrelló puñetazo tras puñetazo contra la cara de Eli Beecher, que empezó a sangrar copiosamente; cuando finalmente perdió el sentido, no se detuvo y siguió destrozándolo.

Molly soltó un pequeño gemido estrangulado que su padre apenas oyó, pero Autumn fue corriendo hacia ella y la abrazó.

—Tranquila, no pasa nada. ¡Ben, para ya! ¡Se acabó!

La furia que lo cegaba enmudeció aquellas palabras en su mente. Ben estrelló el puño de nuevo contra Beecher.

—¡Ben, para! ¡Estás asustando a tu hija!

Tal y como Autumn esperaba, aquellas palabras sí que lograron detenerlo. Molly ya había sufrido bastante, y él no quería causarle más dolor. Detuvo el puño a medio camino del rostro de Beecher, aunque el brazo le tembló por el esfuerzo que le supuso, y se puso de pie. Eli Beecher quedó allí tumbado, inconsciente, en el suelo de madera.

Molly lo miró con los ojos de par en par y llenos de incertidumbre. Llevaba el vestido que Autumn había descrito, el largo vestido blanco de algodón bordado que había visto en sus sueños.

—¿De verdad... de verdad eres mi padre? —la niña estaba temblando, pero en sus ojos había algo más, un brillo que apenas acababa de encenderse.

Ben sintió que se le encogía el corazón al darse cuenta de que era un brillo de esperanza. A pesar del nudo que le obstruía la garganta, consiguió decirle:

—Sí, cariño. Sí que lo soy. Llevo buscándote mucho tiempo, te quiero con toda mi alma —dio un paso hacia ella, pero se detuvo al ver que se encogía y se apretaba más contra Autumn—. No tienes nada que temer, ángel. Nunca te haría daño. Y Eli no va a volver a hacerte daño, te prometo que esta vez estarás a salvo y bien protegida.

«Como debería haberlo estado antes». En cuanto aquellas palabras se formaron en su mente, Ben las apartó a un lado. Había pasado seis años sintiéndose culpable, pero había llegado el momento de mirar hacia delante.

Cuando Molly le sostuvo la mirada, sintió como si pudiera ver en el interior de su hija, igual que cuando era pequeña.

—Eli me dijo que mis padres no me querían, y Rachael que habían muerto.

—Querían que creyeras eso, pero no era verdad. Lo que pasaba era que no podíamos encontrarte —Ben parpadeó mientras luchaba contra el dolor, mientras intentaba contener las lágrimas.

—Me acuerdo de un hombre... me llamaba ángel. Jugábamos a que tomábamos el té, y me llevaba en sus hombros. Rachael me dijo que tenía que olvidarlo, pero no lo hice.

Ben tragó con dificultad.

—Me alegro de que no lo hicieras. Siempre fuiste mi ángel, y siempre lo serás.

Molly miró a Autumn, y le dijo:

—Siento como si te conociera, ¿eres mi madre?

Autumn sonrió, y se secó una lágrima con disimulo.

—Me llamo Autumn y soy una amiga, alguien a quien has conocido en un sueño. Tu madre no sabe que te hemos encontrado, y no sabes lo contenta que se va a poner al tenerte de vuelta en casa.Y tienes una hermana que se llama Katie, estoy segura de que llegaréis a quereros muchísimo —Autumn se secó otra lágrima, pero varias más se le escaparon y empezaron a correrle por las mejillas.

Ben sintió que lo recorría una oleada de amor incontenible al mirarla. Pensó en lo mucho que la quería, en que nunca podría llegar a pagarle el regalo que le había hecho al devolverle a su hija.

Molly lo miró, y le preguntó:

—¿Ya no voy a tener que vivir con Eli?, ¿no tengo que casarme con él?

—No, cielo —le contestó él, con voz ronca—. De ahora en adelante, sólo serás una niña... mi niña, igual que antes.

Molly se le acercó poco a poco, y se detuvo justo delante de él. Con mucha cautela, alzó la mano y le tocó la mejilla. Ben cerró los ojos, pero no se movió. Su corazón golpeaba con fuerza en su interior, instándolo a que la tomara en sus brazos, pero se quedó quieto por temor a asustarla. Estaba decidido a que su hija no volviera a pasar miedo nunca más.

—Te quiero, Molly. Te quiero muchísimo.

Ella lo miró con aquellos ojos que conocía tan bien como los suyos propios.

—Le pedí a Dios que me enviara alguien que me ayudara, y esta vez sí que me escuchó.

Ben intentó no imaginarse todas las veces que debía de haber rezado para volver a casa, su dolor al ver que nadie iba a por ella.

—¿Qué... qué va a pasar con Eli? —Molly se volvió a mirarlo.

Ben tensó la mandíbula, y se obligó a no pensar en el dolor que había visto en sus ojos azules. Miró a Autumn, y le dijo:

—Tenemos que atarlo. Por la mañana lo bajaremos por la senda, y mientras tanto...

El sonido de un helicóptero cortó sus palabras de cuajo. Las luces penetraron por las ventanas, y al cabo de unos segundos, la puerta se abrió de golpe y tres agentes del FBI irrumpieron en la cabaña con las armas en alto.

Ben supuso que se habían descolgado del helicóptero cerca de la cabaña, y se sintió más que contento de verlos aunque llegaran un poco tarde.

Cuando los hombres vieron a Eli Beecher inconsciente en el suelo, guardaron las armas de inmediato.

—Supongo que usted es McKenzie —le dijo uno de ellos, que era bastante joven—. ¿Todos están bien?

—Sí. Ése de ahí es Beecher, y siento tener que decir que no está muerto. Sólo lo parece.

—Nosotros nos encargamos de él —el joven agente sonrió—. Usted puede ocuparse de su familia.

Su familia. Dos de las personas a las que quería más del mundo entero.

—Parece que lo ha hecho bastante bien —añadió el agente.

Ben miró a Beecher.

—Tiene suerte de que no lo haya matado —lo habría hecho si le hubiera dado la más mínima excusa, pero tenía que pensar en Molly... y en Autumn.

No era el momento de hablar con ella sobre el futuro, aún no, pero lo haría pronto. Sólo cabía esperar que sintiera por él la mitad de lo que él sentía por ella.

Volvió a centrar su atención en su hija, y le preguntó:

—¿Estás bien, ángel?

Molly observó cómo los agentes esposaban a Eli, lo ponían en pie y se lo llevaban hacia la puerta.

—¿Eli va a ir a la cárcel?

—Sí, Molly. Y va a quedarse allí mucho tiempo.

—Si voy a casa contigo, ¿qué le pasará a Sarah? ¿Quién se ocupará del bebé y de ella?

Siempre había sido cariñosa y dulce, incluso de pequeña. Ben deseaba con todas sus fuerzas abrazarla, necesitaba convencerse de que estaba viva, de que volvía a tenerla a su lado.

—Nos aseguraremos de que Sarah y el bebé tengan todo lo que necesiten, ¿de acuerdo?

Uno de los agentes volvió a entrar con un radiotransmisor.

—El piloto ha tenido suerte, ha localizado un claro bastante cerca de aquí donde ha podido aterrizar. Está esperándonos, uno de los hombres los conducirá hasta allí cuando estén listos.

Ben se volvió hacia Molly, y le dijo:

—Todo va a salir bien, te lo prometo.

—Vale.

—Vamonos de aquí —Ben no pudo contenerse, y la tomó de la mano para llevarla hacia la puerta. Se sintió esperanzado al ver que ella no intentaba apartarse. Era su pequeña, y con el tiempo se daría cuenta de lo mucho que la quería.

Era un comienzo.

Un nuevo comienzo con Molly era un regalo de Dios... y de Autumn Sommers... que nunca había esperado poder tener.