Capítulo 19
Volvieron a Seattle a primera hora de la tarde. Ben fue a cambiarse al ático antes de ir al despacho, y Autumn fue al gimnasio. Había llamado a Josh para pedirle que se encargara de la clase de la mañana, y había dejado varias clases particulares para más tarde.
Al entrar en la zona de escalada, se apresuró a ir junto a su amigo, que ya estaba trabajando con Ned. Se recordó a sí misma que tenía que concentrarse, que recibía un sueldo por hacer aquel trabajo, pero no era nada fácil. Sabía que para Ben había sido muy duro oír lo que les había dicho el criminólogo, y que estaba aferrándose a su control por los pelos al saber a qué clase de hombre estaban enfrentándose.
—Si lo encontramos, voy a destrozarlo con mis propias manos —le había dicho, en el viaje de vuelta.
—Estamos haciendo progresos, Ben. Tienes que centrarte en encontrar a Molly.
—Ya lo sé —le había contestado él, con voz tensa.
Sin embargo, estaban quedándose sin pistas. Jenn había mandado correos electrónicos y folletos con el retrato robot a todos los clubes de coches clásicos del país, y aunque habían llamado varias personas que afirmaban haber visto a alguien parecido, Pete Rossi había comprobado las informaciones y había vuelto con las manos vacías.
Mientras Ned escalaba el muro de escalada del gimnasio, Autumn rezó para que pronto encontraran algún rastro nuevo.
—Está mejorando mucho, ¿verdad? —le dijo Josh.
Su amigo estaba encargándose de asegurar a Ned, porque los dos pesaban más o menos lo mismo y le resultaría más fácil que a ella.
—Sí, tiene mucho talento.
Ned estaba ascendiendo con agilidad por el muro, con la camiseta pegada a la espalda por el sudor. Cuando llegó arriba del todo, hizo una pequeña pausa para recobrar el aliento antes de empezar a bajar con cuidado.
—Lo has hecho genial —le dijo Autumn, cuando llegó al suelo—. Ve a por esa cuerda, póntela al hombro, y vuelve a hacerlo.
Ned esbozó una sonrisa, porque la cuerda a la que hacía referencia Autumn pesaba once kilos. El peso total de cuerdas y equipamiento para la escalada tradicional podía llegar a pesar veintidós kilos, pero como ella no era demasiado alta, siempre usaba el material más ligero... que por cierto solía ser también el más caro.
Ned inició el ascenso de nuevo. Los pendientes de plata que llevaba brillaban bajo la luz de los focos, sus piernas musculosas y oscuras se movían a un ritmo estable, y sus manos y sus dedos buscaban los agarraderos de la pared artificial. Al ver su cuerpo musculoso y fornido subiendo y aferrándose a la pared como una mosca a una ventana, Autumn pensó en Ben, que también era sorprendentemente bueno para ser un escalador novato.
—Ned y yo vamos a la montaña este fin de semana —le dijo Josh, que permanecía con las piernas ligeramente separadas y preparado por si Ned perdía pie—. Courtney también viene, ¿te apuntas?
—Me he enterado de que estás saliendo con ella. Me cae muy bien, es una chica genial.
—Sí, Court es fantástica. Y muy buena escaladora.
Ned llegó a la parte superior del muro y empezó a descender sin prisa, sopesando cada paso. Estaba decidido a aprender, y no quería apresurarse. Autumn lo entendía bien, porque ella misma siempre había tenido aquella actitud.
—Bueno, ¿te apetece venir? —insistió Josh.
—Ojalá pudiera, de verdad, pero estoy bastante ocupada.
—Ya veo... pensaba que Ben no iba a caerme bien, pero... en fin, es un buen tipo.
—Sí, lo es —admitió ella, mientras intentaba apartar de su mente los eróticos recuerdos de la noche anterior.
—Pero sigue siendo Ben McKenzie. Cuando está entrenando en el gimnasio, las mujeres se le acercan a hablarle con cualquier excusa. Sois muy diferentes, Autumn, y me da miedo que acabe haciéndote daño.
Autumn sintió un nudo en el estómago. No solía coincidir con Ben en el gimnasio, pero se acordaba muy bien de cómo se le había caído la baba a Terri al verlo, y de que lo había llamado «el guaperas».
—Tienes razón, pero...
—Sí, ya lo sé. A veces nos sentimos atraídos por la persona equivocada.
Estaba hablando de Terri, claro. A pesar de que estaba saliendo con Courtney Roland, era a Terri a quien deseaba... o al menos, eso era lo que él creía.
Autumn pensó de nuevo en Ben. No había vuelto a su despacho desde el día en que la había echado de allí, y no estaba segura de si la dejarían entrar; en cualquier caso, en ese momento no quería verlo.
Las palabras de Josh habían hecho que cristalizara lo que había estado rondándole por la cabeza. Tenía que mantener las ideas claras en lo concerniente a Ben McKenzie, pero no estaba lista para renunciar a él... aún no. Tal y como Terri le había dicho, se merecía disfrutar un poco, ¿por qué no iba a hacerlo con él?
Hizo caso omiso de la vocecita que le susurraba que era una tonta, y volvió a centrarse en el entrenamiento de Ned.
***
Cuando Ben dio por terminada la jornada de trabajo, ya había oscurecido. Hacía casi dos horas que tanto Jenn como el resto de la plantilla se habían ido a casa, pero en los últimos dos días se le había acumulado mucho trabajo y aún le quedaban varias cosas pendientes. Como aquella noche iba a quedarse en casa de Autumn, se había pasado por su ático para cambiarse y preparar una bolsa con ropa antes de ir a trabajar. Se estaba haciendo tarde, y no quería que ella tuviera que esperarle.
Al pensar en ella, tuvo ganas de sonreír. Era lo mejor que le había pasado en años... y también lo peor. Sus sueños habían hecho resurgir un dolor y una angustia que hacían que cada día fuera más duro que el anterior. Gracias a ella, tenía la esperanza de que Molly estuviera viva, de que su niña estuviera en algún lugar, esperando a que la encontrara.
Pero... ¿y si no era así?, ¿y si todo aquello era inútil?, ¿y si estaba viva pero no podían encontrarla? Entonces, seguiría tan fuera de su alcance como lo había estado desde el día de su desaparición.
Sentía que enloquecía sólo con pensar en lo que su hija podía estar pasando en aquel momento.
Respiró hondo, y pensó en Autumn. Cuando lo asaltaban la derrota y la angustia, pensaba en su dulce sonrisa y en sus preciosos ojos felinos. Sabía que estaba enamorándose de ella, y aunque era lo peor que podía pasar, era incapaz de controlar sus sentimientos. Dios, no tenía ni idea de adónde podían conducirlos sus sueños.
Era posible que la policía tuviera razón y que Molly llevara años muerta, que todo aquello sólo fuera una serie de casualidades, pero había dejado de creer que fuera así. Estaba convencido de que su hija estaba viva, y estaba desesperado por encontrarla. Molly era lo principal, no tenía tiempo para tener una mujer en su vida en aquel momento; sin embargo, allí estaba, justo en el medio de forma irrevocable... Autumn, la única persona que podía ayudarle a encontrar a su hija.
En cuanto salió del despacho, fue a pie a su piso. Las calles de Seattle estaban cobrando vida con la típica animación de un viernes por la noche. Se oían las suaves notas de jazz procedentes de uno de los clubes, en cuya puerta había un grupo de chicas con faldas muy cortas que charlaban entre risas. Al cruzar la calle, vio en el agua de la bahía las luces de un transbordador que se alejaba.
En un viernes normal, antes de que todo aquello empezara, habría salido hasta tarde con alguna mujer, entonces la habría llevado a su ático, y seguramente se habría acostado con ella antes de llevarla de vuelta a su casa. No le gustaba levantarse por la mañana con una mujer a su lado, porque no había nada que añadir y tenía mucho trabajo.
Al menos, había sido así hasta que había conocido a Autumn. En las últimas semanas, se había dado cuenta de cuánto echaba de menos el placer de pasar una velada tranquila en casa, y de despertarse con una mujer que realmente le importaba acurrucada entre sus brazos.
Había sido un hombre así en el pasado. Le había encantado estar casado, ser un marido y un padre, pero todo había cambiado cuando había perdido a Molly.
A lo mejor el hecho de pensar en su hija estaba despertando los viejos recuerdos, o quizás era simplemente obra de Autumn; fuera como fuese, le resultaba tanto aterrador como maravilloso. Desearía tener tiempo de poder analizar sus sentimientos, de descubrir si entre ellos había algo sobre lo que podrían construir algo sólido, pero no podía hacerlo hasta que encontraran a Molly... si la encontraban, se dijo taciturno, mientras llamaba al interfono del piso de Autumn.
***
Autumn estaba sentada en la sala de estar cuando sonó el timbre. Ben la había llamado antes para avisar que llegaría tarde, lo cierto era que siempre se mostraba muy considerado.
—Hola, cielo —la saludó, con una sonrisa.
Cuando se inclinó a besarla, Autumn sintió que un deseo ardiente la recorría de pies a cabeza. Era una locura que reaccionara así con un simple beso.
—¿Has tenido un día duro? —le preguntó, con fingida despreocupación.
—He estado trabajando en la forma de pararles los pies a los de A-1 —después de dejar la bolsa de viaje en el suelo, Ben tomó su mano y la besó con ternura en la palma—. ¿Qué tal te ha ido a ti?
Autumn intentó liberar su mano, pero como él se negó a soltarla, acabó cediendo y lo condujo hacia la mesa de la sala de estar, donde tenía desperdigadas varias hojas de papel.
—He estado trabajando en la lista de sitios donde pude haber visto al secuestrador.
—Como no me has llamado, supongo que no has recordado nada nuevo.
—No, pero... se me ha ocurrido una idea fantástica —le dijo ella, con una sonrisa triunfal.
—¿Ah, sí?
—Podríamos hacer que alguien me hipnotice, puede que así me acuerde de dónde lo vi. En las series de la tele funciona de maravilla.
—Por desgracia, esto no es algo ficticio.
—Ya lo sé, pero creo que valdría la pena intentarlo, ¿no?
Ben le dio vueltas a la idea durante varios segundos, y al fin le dijo:
—Puede que tengas razón. El lunes pondré a Jenn a trabajar en ello.
—Demasiado tarde, ya he concertado una cita para mañana a las once. Como es sábado, no tendrás que trabajar, y había pensado que sería genial que estuvieras aquí para poder escucharlo todo, por si digo algo importante.
—Iba a ir al despacho...
—Puede funcionar, Ben.
—Supongo que el trabajo puede esperar. Si estás dispuesta a hacerlo, me parece bien. A lo mejor conseguimos algún dato nuevo.
Estuvieron charlando sobre el uso de la hipnosis en el estímulo de la memoria, pero la conversación fue volviéndose más y más forzada conforme el ambiente fue cargándose de tensión sexual.
Finalmente, Ben se levantó y alargó la mano hacia ella.
—Creo que es hora de ir a la cama.
Autumn dejó que la ayudara a ponerse en pie, y soltó un gritito cuando él la alzó en sus brazos y la llevó hacia el dormitorio.
Hicieron el amor con tanta pasión como en el barco, y después de hacerlo por segunda vez, Autumn se durmió profundamente.
***
Autumn abrió los ojos de golpe y se incorporó bruscamente en la cama, con el corazón martilleándole a un ritmo frenético en el pecho. El despertador marcaba las tres menos cuarto de la madrugada.
—¡Dios mío, Ben!
Él encendió de inmediato la lámpara, y agarró la grabadora que habían empezado a utilizar en sustitución de la libreta. Cada mañana, transcribían la nueva información que Autumn iba descubriendo.
—Tranquila, dime lo que has visto —le dijo, mientras encendía la grabadora.
—No... no puedo creerlo, es justo lo que nos dijo Riker —lo miró con expresión desolada, y añadió—: Hay otra niña, Ben. Está en la casa, con las demás.
—¿No crees que es una coincidencia demasiado grande que sueñes con esa niña justo después de hablar con Riker? Puede que él te lo pusiera en la cabeza, el poder de sugestión puede ser muy fuerte.
Autumn se apartó el pelo de la cara con una mano temblorosa.
—No lo sé. No... no creo, pero a lo mejor... ha sido como los otros sueños justo hasta el final. Las mujeres estaban preparando la cena en la cocina, el hombre rubio entró, y tuvieron la misma conversación hasta que empezaron a sentarse, y entonces el hombre preguntó dónde estaba Mary.
—¿La niña se llama Mary?
—Sí. El hombre estaba hablando con la mujer mayor, Rachael, y entonces le preguntó dónde estaba Mary.
—¿Qué le contestó la mujer? —le preguntó Ben con voz suave, mientras la grabadora seguía registrando todas y cada una de sus palabras.
—Que Mary estaba castigada, que no iba a cenar hasta que aprendiera a responder cuando la llamaran por el nombre que le habían dado.
—Así que le han cambiado el nombre, igual que a Molly ¿Cuántos años tiene la niña?
—Creo que... entre cinco y siete. Es muy parecida a Molly a aquella edad.
—¿Qué pasó después?
Autumn cerró los ojos, y dejó que el sueño resurgiera en su mente.
—La niña entró en la cocina, se quedó parada en la puerta, y el hombre se levantó y dijo que se encargaría de ella, que era lo bastante grande para una visita a su taller del garaje. Y entonces me he despertado —lo miró con lágrimas en los ojos, y añadió—: Dios, Ben, ¿y si el sueño es real y ha secuestrado a otra niña?
Cuando él apagó la grabadora y la tomó en sus brazos, Autumn se aferró a su cuello y apretó la mejilla contra la suya. Intentó no llorar, pero las lágrimas lograron escapar y empezaron a deslizarse por sus mejillas.
No sabía si iba a poder seguir soportándolo, cuánto más iban a poder soportar los dos. ¿Cuándo iba a acabar todo aquello?
Ben empezó a acariciarle la espalda para intentar calmar el temblor que la sacudía, y le dijo con voz suave:
—Tranquilízate, cielo. No sirve de nada llorar, lo sé por experiencia.
Autumn asintió. Siguió abrazándolo durante unos segundos, y finalmente respiró hondo y se apartó.
—Creo que era real, Ben.
—Sí... tan real como puede llegar a ser un sueño —se levantó de la cama, y se puso la bata de felpa marrón que había dejado en la casa la última vez que había pasado allí la noche—. Quiero que repasemos lo que has visto otra vez, y escuchar la grabación.
—De acuerdo.
—Me parece que nos vendrá bien un poco de café.
—Buena idea —Autumn agarró su bata rosa, y fue a la cocina.
—Habrá que hablar con la policía, tenemos que saber si ha desaparecido alguna niña como la de tu sueño en los últimos meses. Si Mary aún no ha aceptado su nuevo nombre, es posible que el secuestro sea reciente.
—De acuerdo.
—Llamaré a Doug Watkins por la mañana, a ver si me entero de algo.
—Si contamos la verdad, la policía no nos creerá.
—Doug es un buen tipo, creo que nos hará este favor.
—Si la niña hubiera desaparecido en esta zona, nos habríamos enterado por la prensa. Puede que la secuestrara en otro estado.
—Es posible. Demonios, a lo mejor vive en la otra punta del país y hemos estado buscándolo en el sitio equivocado desde el principio.
—Puede, pero no lo creo —Autumn sacó un paquete de café en grano de uno de los armarios—. Lo vi en algún sitio, y aunque he hecho algunos viajes, tengo la impresión de que no fue lejos de aquí.
—Nunca se sabe... a lo mejor tu hipnotizador nos ayudará a descubrir dónde fue —le dijo él. Era obvio que estaba preocupado y exhausto.
—Eso espero. Dios, eso espero.
***
El hipnotizador, Peter Blakely era un cuarentón atractivo con el pelo castaño claro y canoso, los ojos azules, y una sonrisa agradable. Llevaba unos pantalones beis y un jersey azul de manga corta, y tenía una apariencia de lo más normal; de hecho, no se parecía en nada al tipo excéntrico que Ben se había esperado. Incluso tenía un ligero y refinado acento británico.
—Gracias por venir, señor Blakely —le dijo Autumn.
—Por favor, tutéame. Prefiero tener un trato cercano con mis clientes.
—De acuerdo. Yo soy Autumn, y él es Ben —después de que los dos hombres se estrecharan la mano, Autumn sonrió y añadió—: Ya te di por teléfono un resumen de lo que está pasando, y lo que intentamos hacer.
—Quieres recordar un encuentro que tuviste con alguien hace unos años.
—Exacto.
Ben condujo a Blakely hacia la mesa donde estaba el retrato robot, y le dijo:
—Se trata de este hombre.
—Al menos, ése es el aspecto que tiene en los sueños de los que te hablé —apostilló Autumn—. Es importante que lo encontremos, pero no puedo acordarme de dónde lo vi.
Aunque ella consiguió sonreír de nuevo, Ben se dio cuenta de que era un gesto forzado. Sabía que las horas que habían pasado repasando el sueño y la grabación la habían dejado agotada, pero cuando habían vuelto a acostarse, hacer el amor los había ayudado a volver a conciliar el sueño. Aquella mañana se había despertado con la típica erección matinal, pero había preferido dejar que descansara y se había limitado a disfrutar de la sensación de su cuerpo apretado contra el suyo.
—¿Por dónde empezamos? —le preguntó ella a Blakely.
El hombre miró a su alrededor, y finalmente le dijo:
—Podrías tumbarte en el sofá de la sala de estar. Hay montones de técnicas, pero prefiero empezar en una atmósfera tranquila y relajada. Ben, ¿podrías cerrar las cortinas?
Ben lo hizo de inmediato. Poco antes, había llamado al inspector Watkins, de la policía de Issaquah. Hacía años que no hablaba con él, pero necesitaba saber si había desaparecido otra niña recientemente. Se había alegrado al saber que lo habían ascendido y que trabajaba en la comisaría de la zona este de Seattle, porque eso significaba que estaba más a mano.
Había llamado a la comisaría, pero le habían dicho que Watkins no trabajaba en fin de semana a menos que tuviera un caso. Había dejado su nombre y su número de teléfono, para que lo llamara en cuanto pudiera.
—¿Tenéis un reproductor de CD?
—Junto a la tele —le dijo él.
El hipnotizador le dio un CD, y Ben fue a ponerlo. El sonido del agua fluyendo entre las rocas inundó la habitación, y aportó una sensación de calma y de sosiego. Al ver que Autumn parecía un poco más relajada al tumbarse, Ben se dio cuenta de que el recurso ambiental parecía funcionar, pero tuvo que esforzarse por contener una sonrisa. Con lo cansada que estaba, lo más probable era que se quedara dormida.
—Estás cómoda, ¿Autumn? —le preguntó Blakely.
—Mucho —le contestó ella, con un bostezo.
El hipnotizador sacó lo que parecía una pequeña linterna, y la alzó de modo que la luz se moviera formando un pequeño arco en la pared.
—Quiero que sigas la luz con la mirada, y que me escuches. ¿Estás lista?
—Sí.
—Voy a hacer una cuenta atrás a partir de cien. Antes de que llegue al uno, estarás profundamente dormida, pero podrás oír todo lo que yo te diga —la luz fue moviéndose lentamente en la pared—. Cien, noventa y nueve, noventa y ocho... estás relajada y cómoda, se te empiezan a cerrar los ojos.
Autumn pareció relajarse de forma casi imperceptible.
—Noventa y siete, noventa y seis, noventa y cinco, noventa y cuatro... cada vez tienes más sueño, apenas puedes mantener los ojos abiertos.
La luz siguió moviéndose a un ritmo lento y estable, y el cuerpo de Autumn se hundió completamente laxo en el sofá.
—Noventa y tres, noventa y dos, noventa y uno... tus ojos están cerrados, y estás profundamente relajada. ¿Me oyes, Autumn?
—Sí...
La luz se apagó.
—Noventa, ochenta y nueve... estás profundamente dormida, Autumn. Vas a recordar el pasado.
La voz de Blakely tenía una cadencia profunda y suave, un ritmo hipnotizante que parecía relajar también los músculos de Ben. Al darse cuenta de que estaba adormeciéndose, sacudió la cabeza y se enderezó en la silla.
—Hay un hombre... un hombre rubio al que has visto muchas veces en tus sueños. Conoces su rostro. En el pasado te encontraste con él en algún sitio, puede que hasta llegaras a conocerlo. ¿Puedes verlo?
—Sí...
—¿Está contigo?
—Sí... acaba de decirme... hola.
Ben sintió que se le aceleraba el corazón.
—¿Qué más está diciéndote?
—Nada... sólo está siendo... amable.
—¿Dónde estás?
—En Burlington.
Ben se tensó de pies a cabeza.
—¿Dónde exactamente?
—En... la tienda... de deportes.
Blakely le lanzó una mirada a Ben antes de volver a centrar su atención en Autumn.
—¿Sabes cómo se llama la tienda?
—Deportes... Burlington.
Blakely se volvió hacia Ben, y le preguntó con voz suave:
—¿Te suena?
—Sí, es una tienda que lleva allí muchos años.
El hipnotizador se volvió de nuevo hacia Autumn.
—Dime lo que está pasando.
—Estoy con... mi padre —se humedeció los labios, y añadió—: Estamos... comprando material de acampada.
El corazón de Ben parecía martillearle en el pecho. Si Max Sommers estaba allí aquel día, era posible que se acordara del hombre, quizás incluso lo conocía.
—¿Qué está haciendo el hombre rubio?
—Está... comprando un hornillo de acampada.
—¿Te dice algo más?
—No... sólo «hola».
—¿Sabes qué día es?
Autumn frunció el ceño.
—Es... verano. Papá y yo nos vamos... de acampada. He venido a... pasar el fin de semana con él.
—¿Te acuerdas de algo más?
—El hombre parece... agradable. Pensé que... me gustaría conocer a alguien como él.
Ben sintió que un escalofrío le recorría la espalda. El criminólogo les había dicho que aquel tipo podía resultar atrayente para las mujeres, y se le heló la sangre en las venas al imaginarse a Autumn cerca de aquel malnacido.
—Lo has hecho muy bien, Autumn —dijo Blakely—. Ahora voy a empezar a contar a partir de uno. Cuando llegue al cinco, estarás completamente despierta y podrás recordar todo lo que hemos dicho. Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
Autumn abrió los ojos poco a poco. Se sentó en el sofá, y se volvió hacia Ben.
—Burlington, lo vi en Burlington.