Capítulo 2
La oficina central de McKenzie Enterprises ocupaba toda la sexta planta del edificio. Desde el despacho del presidente había unas vistas espectaculares de la ciudad, que se extendían hasta la bahía.
Ben McKenzie estaba sentado tras su mesa de caoba, leyendo uno de los seis informes que tenía delante. Su enorme despacho privado estaba decorado en madera oscura acentuada con pinceladas cromadas y alfombras color burdeos. Detrás de la mesa había una enorme cristalera, y un mueble bar en una de las paredes.
Al oír que sonaba el interfono, le dio al botón y la voz de su secretaria y ayudante personal, Jennifer Conklin, rompió el silencio que reinaba en la habitación.
—Ha llegado su cita de las nueve. Kurt Fisher, de A-l Sports.
—Gracias, Jenn. Dile que pase.
Ben se levantó de la silla de cuero, y metió los puños de su inmaculada camisa blanca bajo los de la chaqueta del traje azul marino que llevaba. Su ropa era cara y hecha a medida, pero el dinero que le costaba se lo había ganado él con el sudor de su frente, y era un hombre que apreciaba la calidad y el diseño.
Se preguntó qué querría Fisher. Estaba convencido de que la conversación iba a ser bastante interesante, ya que se trataba del director de compras de A-l Sports, una cadena muy conocida de tiendas de productos deportivos de gama baja; teniendo en cuenta que la empresa tenía setenta y seis establecimientos por todo el país, y que el número iba en aumento, era una dura competidora, ya que McKenzie ofrecía productos de mayor calidad y por tanto más caros; aun así, de momento sus tiendas mantenían un excelente rendimiento.
Cuando la puerta se abrió, Ben vislumbró por un segundo el pelo castaño claro de Jenn, que estaba esperando a que Fisher entrara en el despacho. Su ayudante era una mujer casada que tenía treinta y siete años y dos hijos, y llevaba siete años trabajando a su lado.
Jenn cerró la puerta en cuanto Fisher entró. Era un hombre delgado de unos cuarenta y tantos años, y tenía reputación de ser un tipo agresivo y persistente capaz de hacer lo que fuera por alcanzar sus objetivos económicos, que a juzgar por su corbata de Armani, eran extremadamente elevados.
—¿Te apetece una taza de té? —le preguntó con amabilidad. Era más alto que Fisher, tenía tanto el pecho como los hombros más anchos que él, y su constitución era mucho más atlética. A pesar de que ambos tenían el pelo castaño oscuro, el suyo era más espeso y ligeramente ondulado.
—No, gracias.
Cuando Fisher se sentó en una de las sillas, Ben se desabrochó la chaqueta del traje y se sentó tras su mesa.
—¿Qué puedo hacer por ti, Kurt? —le preguntó con una sonrisa. Siempre se mostraba amable, pero no le gustaba perder el tiempo.
Fisher se colocó su maletín en el regazo, lo abrió, y sacó una carpeta que colocó sobre la mesa y empujó hacia él.
—No hace falta que te diga que tu gestión al frente de Productos Deportivos McKenzie ha sido fantástica, y que gracias a ti ha llegado a ser una empresa muy rentable. Como ya sabes, A-l ha tenido el mismo éxito gracias a la venta de su línea de productos más económicos, pero dado el crecimiento imparable que estamos experimentando, hemos decidido que el paso lógico consiste en añadir tiendas que vendan productos más caros y de mayor calidad... tiendas como las tuyas, Ben.
Al ver que se limitaba a recostarse en la silla sin contestar, Fisher dio un golpecito en la carpeta con un dedo y añadió:
—Aquí tienes nuestra oferta de compra de tu cadena de tiendas, Ben. Naturalmente, querrás enseñársela tanto a tu contable como a tu abogado, pero verás sin duda que las condiciones y el precio son más que justos.
Sin molestarse en abrir la carpeta, Ben la empujó de nuevo hacia Fisher.
—No me interesa. Mi empresa no está en venta.
—Todo está en venta... por el precio adecuado —le dijo Fisher, con una pequeña sonrisa.
—Mi empresa no. Al menos, por ahora —Ben se levantó de su silla, y añadió—: Dile a tu gente que agradezco su interés, y que serán los primeros en saberlo si cambio de idea.
—¿Ni siquiera vas a mirar la oferta? —le preguntó Fisher, atónito.
—Ya te he dicho que no me interesa.
Fisher agarró la carpeta, volvió a meterla en el maletín con cierta tensión, y se levantó de su silla.
—A-l quiere tus tiendas, Ben. Volverás a saber de nosotros.
—La respuesta será la misma.
Fisher fue hacia la puerta sin decir palabra.
—Que tengas un buen día —le dijo Ben con una sonrisa, antes de volver a sentarse.
El hecho de que una compañía tan potente como A-l quisiera comprarle las tiendas era prueba de todo lo que había conseguido, pero había trabajado duro para conseguir el éxito que tenía y aún le quedaban muchos objetivos por alcanzar.
Desde que era un niño y trabajaba para su padre en la tienda que su familia tenía en la zona rural del Medio Oeste, había tenido claro que quería dedicarse al mundo de los negocios. Había estudiado con ahínco porque estaba decidido a ir a la universidad, había destacado en casi todos los deportes en el instituto, y había sido el delegado de su clase.
Su esfuerzo le había valido una beca para la Universidad de Michigan, y los deportes que tanto le gustaban le habían ayudado a encontrar la dirección a seguir. Nike lo había contratado para que asumiera un puesto de gestión en cuanto había salido de la universidad, pero al cabo de varios años, se había dado cuenta de que quería trabajar por cuenta propia.
Su madre había muerto cuando él tenía veinticuatro años, y cuando su padre había muerto también y le había dejado el negocio familiar, él lo había vendido, se había mudado a la zona del Pacífico Noroeste, y había abierto su primera tienda de productos deportivos.
Ben esbozó una sonrisa. Se le daban bien los negocios, y el resto, como solía decirse, era historia. En ese momento, era el dueño de veintiuna tiendas, y había invertido sus ganancias con acierto en la bolsa y en bienes raíces. Sus inversiones se extendían en una red de un valor aproximado de veinticinco millones, y su crecimiento era constante.
Tenía la vida que siempre había deseado... al menos, hasta hacía seis años. Había sido entonces cuando había perdido a su hija, Molly. Aquel mismo año, su esposa y él se habían divorciado; había sido el año en el que se había quedado destrozado, en el que había estado a punto de enloquecer.
Había logrado sobrevivir refugiándose en su trabajo. Su empresa le había salvado la vida, y no estaba dispuesto a venderla. Ni en ese momento, ni en un futuro cercano.
***
Autumn estaba delante del muro de escalada del gimnasio observando a sus seis alumnos, dos mujeres y cuatro hombres.
—¿Alguna pregunta?
Era la segunda clase del cursillo de escalada básico de verano. Cuando el grupo hubiera avanzado lo suficiente, irían a las montañas Cascade para poner en práctica sobre el terreno lo que habían aprendido. Empezarían con un poco de escalada en bloque, y después pasarían a la técnica de yoyó; eran formas seguras y fáciles de ir ganando confianza y de ir entrenando. Quizás incluso harían alguna escalada técnica más difícil.
En la primera clase les había hablado de la escalada en general y de su historia, y les había adelantado los temas que irían tratando, como la nutrición correcta para estar en forma, la ropa adecuada para practicar la escalada, los peligros de la montaña, los sistemas de graduación, y el equipamiento necesario.
Aquella mañana, estaban hablando de los informes meteorológicos y del uso de sistemas de navegación como los mapas de la USGS y los GPS.
—Yo uso mucho el GPS —comentó Matthew Gould, un hombre alto y delgado con el pelo castaño—. ¿Estás diciendo que los mapas son mejores? Eso es un poco anticuado, ¿no?
—Un GPS es un instrumento muy valioso, y algunos de los modelos que están saliendo últimamente son fantásticos, pero la información de los mapas de la USGS suele ser más extensiva que la de los aparatos que tiene casi todo el mundo. Los mapas muestran la vegetación, los ríos, los arroyos, las zonas de nieve permanente y los glaciares además de las carreteras, los senderos, y detalles menos tangibles como las fronteras y las líneas de sección. Si aprendéis a leerlos bien, pueden salvaros el trasero si todo lo demás se va a pique.
Los alumnos soltaron algunas risitas ahogadas.
—Ahí tenéis algunos mapas de muestra. Ya sé que casi todos sois excursionistas y ya estáis familiarizados con ellos, así que echad un vistazo y prestad atención a lo que hemos estado comentando. A ver si podéis entender todas las indicaciones. Si alguno necesita ayuda, aquí estoy.
Sus alumnos se levantaron del suelo y fueron a consultar los mapas. Autumn se quedó por si alguien tenía alguna duda, y cuando acabó la clase y se fueron todos, se puso unos pantalones cortos y fue a la sala de máquinas.
Solía hacer sus ejercicios antes de clase, pero a veces iba al gimnasio por la tarde. Lo importante era la constancia, porque al ser escaladora, era imprescindible que estuviera en forma. Su cuerpo menudo era sólido y compacto, y tenía una buena musculatura en brazos, piernas y muslos; sin embargo, tenía unos pechos redondeados, y estaba orgullosa de lo bien que le quedaban unos pantalones cortos o un biquini.
Normalmente, hacía una serie de noventa minutos cuatro o cinco días a la semana, así que tenía los fines de semana libres para escalar o para relajarse y pasarlo bien. En cuanto terminó de ejercitarse en las máquinas, se duchó y se vistió sin perder el tiempo, porque quería empezar la búsqueda de la misteriosa niña de sus sueños.
Había decidido empezar en la escuela, que estaba bastante cerca de allí. No se había ofrecido para impartir las clases de verano, porque aquella época del año era suya y la disfrutaba al máximo. En cuanto entró en el edificio principal, fue a ver a la gerente, Lisa Gregory, que era bastante amiga suya. Tenía treinta y tantos años, el pelo castaño y corto, y era una mujer eficiente y afable.
—Hola, Lisa. Perdona que te moleste, pero quiero pedirte un favor.
—¿Qué clase de favor?
—Me gustaría consultar los archivos de la escuela, para echarles un vistazo a las fotos de las alumnas de entre cinco y siete años.
—¿Para qué?
—Estoy intentando localizar a una en concreto. Sé el aspecto que tiene, pero no tengo ni idea de cómo se llama. Ni siquiera estoy segura de que haya estudiado aquí.
—No sé si preguntarte por qué estás buscándola.
—Preferiría que no lo hicieras, no me creerías si te lo contara. Pero sea quien sea, es importante que la encuentre. ¿Vas a ayudarme?, los ordenadores se te dan mucho mejor que a mí.
—Te ayudaré... si no voy a meterme en un problema.
Fueron hacia el fondo de la habitación, y Lisa se sentó delante de uno de los ordenadores. La escuela se enorgullecía de su tecnología puntera, y todo estaba informatizado y se actualizaba anualmente.
—¿Sabes algo más aparte de su edad? —le preguntó, mientras introducía la información—. A lo mejor podríamos acotar la búsqueda.
—Sé que es rubia, que tiene los ojos azules, y que se llama Molly. Nada más.
—Cada detalle cuenta.
Lisa le dio al botón de búsqueda, y esperaron a los resultados; tras varios segundos, aparecieron en la pantalla varias páginas de estudiantes que cumplían con alguno de los requisitos, y Autumn contempló las fotos con atención. Había visto a algunas de ellas en el patio, pero otras no le resultaban familiares. Ninguna se llamaba Molly, ni se parecía a la pequeña de sus sueños.
—¿Hay información de otros cursos?, a lo mejor estaba aquí el año pasado, pero su familia se mudó a otro sitio.—Tenemos los nombres y las fotos, aunque habrá que ajustar la edad si crees que debe de tener sólo seis años, porque entonces el año pasado tendría cinco.
—Supongo que ahora podría ser menor o mayor, no lo sé —admitió Autumn, con un suspiro. Lo cierto era que ni siquiera sabía si la niña existía de verdad.
—Buscaré las fotos de los tres últimos años, a ver si la reconoces.
—Gracias, Lisa.
La búsqueda fue infructuosa. Después de observar las fotos de todas las niñas, Autumn se echó hacia atrás. Tenía el cuello agarrotado de estar inclinada hacia la pantalla.
—Ya no hay más —le dijo Lisa.
—Te agradezco de verdad tu ayuda, aunque no hayamos podido encontrarla.
Lisa apartó un poco la silla de la mesa del ordenador, y le preguntó:
—¿Por qué estás buscando a esa niña?
Autumn contempló a su amiga en silencio, intentando decidir si sería prudente contarle la verdad, y finalmente soltó un suspiro.
—He soñado con ella varias veces. Es raro, porque siempre es lo mismo: un desconocido la convence de que se meta en su coche, y se la lleva. Aunque el sueño no va más allá, tengo la sensación de que va a pasar algo malo, así que he pensado que a lo mejor debería intentar encontrarla, avisar a sus padres. Aunque sólo es un sueño, así que lo más probable es que no sea real.
Lisa se colocó un lápiz encima de la oreja, y comentó:
—Pero puede que sí que lo sea, en la tele se ven casos así a diario.
Autumn se relajó, y esbozó una sonrisa.
—Eso es lo que había pensado yo. Gracias por entenderlo.
—De nada. Buena suerte... pase lo que pase.
Autumn asintió, y se fue a su casa. En el camino de vuelta, se fijó en todas las niñas que veía por la calle, pero ninguna le resultó familiar. Llegó a su piso bastante cansada, y sin tener ni idea de quién era la pequeña.
Cuando se acostó volvió a tener el mismo sueño de las últimas tres noches, aunque en más detalle. En esa ocasión, se dio cuenta de que el hombre con el cachorro era rubio, tenía una sonrisa afable, y arrugas de expresión en los ojos.
Se enteró de que el niño pelirrojo se llamaba Robbie cuando uno de sus amigos lo llamó por su nombre, pero en cuanto la niña rubia se metió en el coche y se alejó con el desconocido, se despertó de golpe y sus gritos de advertencia murieron en sus labios al darse cuenta de que se trataba de un sueño.
Tras incorporarse en la cama, se apoyó contra el dosel y se pasó una mano por el pelo sudoroso. Intentó convencerse de que sólo había visto a una niña metiéndose en el coche de alguien, que eso no tenía por qué ser nada malo, pero estaba claro que un hombre que se llevaba a una pequeña en aquellas circunstancias no podía tener buenas intenciones.
Eran las dos de la madrugada. Volvió a tumbarse e intentó dormirse de nuevo, pero las horas fueron sucediéndose hasta que por fin logró sumirse en un sueño inquieto.