Capítulo 23
—¿Cuándo vamos a ir a Sandpoint? —dijo Autumn, mientras se alejaban de la comisaría en el Mercedes.
—Podríamos ir el viernes. Llamaré a los Purcell, a ver si acceden a vernos el sábado por la mañana.
Sus miradas se encontraron en el retrovisor, y Ben vio su expresión perpleja.
—He visto en el periódico que el viernes hay una cena benéfica de la Heart Association, y te mencionaban entre los invitados.
—Cancelaré mi asistencia, y les daré una buena donación. Lo que de verdad les importa es el dinero, y esto es mucho más importante —le lanzó una mirada rápida, y añadió—: Entonces, ¿te va bien que nos vayamos el viernes?
Ella se limitó a asentir, y Ben siguió sorteando el tráfico limpiamente, mientras disfrutaba de la potencia del coche y sentía una cierta satisfacción por el alto rendimiento que fastidiaba un poco a los codiciosos que controlaban el negocio de los carburantes.
Volvió a mirar a Autumn, que parecía ser el centro de sus pensamientos últimamente.
—¿A qué hora tienes la próxima clase?
—Sólo tenía una clase privada por la mañana, ya he acabado por hoy.
—Qué coincidencia, yo también —en vez de tomar la Segunda Avenida hacia su piso, siguió conduciendo hacia el lugar que tenía en mente.
—¿Adónde vamos?
—A mi casa. Nunca te he llevado para que la vieras, pero la verdad es que me gusta más estar en la tuya.
—¿Por qué?
—No lo sé, a lo mejor es porque es muy acogedora —«y tú estás allí», pensó para sus adentros.
Durante las últimas noches, había dormido fatal sin tenerla a su lado, pero había necesitado tener un poco de tiempo para reflexionar, para aclararse las ideas. Por fin veía las cosas claras, sabía que, pasara lo que pasase, por muy duro que fuera el desenlace, quería que Autumn formara parte de su vida.
Era consciente de que estaba arriesgándose a que le rompieran el corazón, que lo más probable era que ella echara a correr, que lo apartara a un lado y no quisiera saber nada de él, pero valía la pena correr ese riesgo por Autumn; además, no pensaba perderla. Todo era válido en la guerra y en el amor, y estaba dispuesto a jugar sucio.
Después de aparcar en su plaza del garaje subterráneo, la ayudó a salir del coche y la condujo hacia su ascensor privado.
—Impresionante —comentó ella, cuando la puerta se abrió y vio la madera oscura y los espejos del interior.
—Supongo que sí. Me gusta entrar y salir a mí antojo.
Era obvio que sentía curiosidad. Ben tenía miedo de que el lujoso ático la intimidara un poco, pero quería que se acostumbrara a estar allí, que aceptara la idea de dormir en su cama.
Se excitó de inmediato al recordar la pequeña mariposa tatuada que tenía en la nalga, y maldijo para sus adentros. En cuanto pensaba en aquel tatuaje, perdía la cabeza.
Mientras el ascensor subía hacia el piso veinte, la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí. Tenía la ventaja de saber que a la señorita Sommers le gustaba el sexo tanto como a él... quizás incluso más. Y juntos eran fantásticos.
Su plan consistía en conseguir que le resultara imposible conformarse con ningún otro hombre, y pensaba empezar su campaña en ese mismo momento. La tomó de la mano con una sonrisa al salir del ascensor, y tiró ligeramente de ella cuando se quedó mirando con admiración el lujoso recibidor con suelo de mármol.
—Ven, deja que te enseñe la casa —iban a hacer un recorrido... y muchas cosas más, en cuanto llegaran al dormitorio.
Empezaron por la sala de estar, que estaba decorada con muebles modernos de madera pulida, una gruesa alfombra color marfil, y sofás a juego. Él había comprado varios de los objetos que había sobre las mesas, pero la mayoría de las obras de arte y de las caras esculturas eran meros objetos decorativos.
—Es preciosa, Ben.
—Pero no tan acogedora como la tuya. Un decorador se encargó de todo, pero a lo mejor algún día me animaré a hacer cambios, para que sea un hogar.
Ella le lanzó una mirada, pero no hizo ningún comentario. Fueron a la cocina, que estaba equipada con los electrodomésticos más modernos y armarios de madera oscura, y Ben se dio cuenta de que a ella le gustaba a pesar de que el diseño era moderno. El comedor era impresionante, ya que estaba amueblado en caoba y tenía más vistas espectaculares. A continuación le enseñó el cuarto de invitados, que constaba de líneas simples y varios detalles asiáticos, y después la llevó al cuarto de baño para invitados, al tocador, a su despacho, y por último a su dormitorio.
—Es la cama más grande que he visto en mi vida.
—Sí, me cuesta un montón encontrar sábanas.
A pesar de lo cómodo que resultaba tener una cama tan grande, a veces se sentía muy solo en ella. Su dormitorio era un poco más informal que el resto de la casa, y en el armario reinaba un orden que no llegaba al absurdo; los zapatos estaban mezclados, y había unos pantalones doblados pero en el suelo. Sentía predilección por la cálida colcha que cubría la cama, y por el sillón que había junto a la ventana.
Llevó a Autumn hacia allí, y comentó:
—Las vistas no están mal, ¿verdad?
—Son fabulosas.
El dormitorio daba a la bahía Elliot, y el mar se extendía ante ellos; de hecho, en un día despejado incluso se alcanzaban a ver las islas. Lo mejor de todo era que, gracias a la disposición del edificio, nadie podía verlos ni aunque tuvieran las cortinas abiertas.
Se volvió hacia Autumn y empezó a besarla profundamente, pero ella se apartó.
—¿Me dirás la verdad si te pregunto algo?
—Nunca te he mentido, y no pienso empezar ahora.
—¿Te has acostado con alguien en estos días que hemos estado separados?
A Ben le dolió que le hiciera falta preguntárselo siquiera.
—No. Ya te dije en el lago que no me interesa nadie más. Sólo necesitaba algo de tiempo para aclararme las ideas sobre algunas cosas, pero supongo que tendría que habértelo dicho.
—¿Qué clase de cosas?
—Para empezar, mis sentimientos por ti.
—Ah —Autumn apartó la mirada.
—¿Quieres saber lo que he decidido?
Al ver que ella se mordía el labio con nerviosismo, Ben se dio cuenta de que sería un error decirle en aquel momento que estaba enamorándose de ella.
—He decidido que nos compenetramos a la perfección en la cama, y que aunque en nuestras vidas están pasando un montón de cosas importantes en este momento, deberíamos aprovechar la atracción que sentimos todo lo posible —enmarcó su cara entre las manos, y capturó sus labios con un beso profundo y ardiente.
Aquella vez, Autumn no se resistió. Lo besó como si quisiera meterse en su interior, como si tuviera el mismo anhelo doloroso por sentir el contacto de sus cuerpos que lo consumía a él. Era obvio que se sentía más tranquila al verse en un terreno conocido, ya que la atracción sexual que compartían era algo con lo que podía lidiar; sin embargo, parecía empecinada en no enamorarse. Decían que a un hombre se le podía conquistar por el estómago... pues a aquella mujer se la podía conquistar con sexo puro y duro, y él era el hombre que iba a dárselo.
La besó sin parar, una y otra vez, y la desnudó antes de que ella pareciera darse cuenta. Después de quitarse la ropa en un santiamén, siguió besándola hasta dejarla sin aliento y entonces hizo que se colocara a gatas sobre la cama.
—Ben, ¿qué...?
—No sabes lo mucho que deseaba tenerte así —le dijo con voz ronca, mientras se colocaba tras ella.
Después de acariciar la mariposa tatuada con la palma de la mano, se puso en posición y la penetró. Autumn inhaló hondo, y soltó un gemido gutural. La deseaba con todas sus fuerzas y se lo demostró con embestidas potentes, la penetró una y otra vez a un ritmo enfebrecido. La pequeña mariposa de su trasero parecía incitarlo juguetona, y lo obligó a luchar por mantener el control. La aferró con más fuerza cuando ella arqueó la espalda, y sintió que la frente se le cubría de sudor.
Cuando Autumn alcanzó el climax, cuando gimió su nombre y su cuerpo delicado se estremeció, perdió el control y sus músculos se tensaron cuando lo sacudió un orgasmo aún más fuerte que el de ella.
La ayudó a tumbarse de costado sin salir de su interior, laabrazó por la espalda, y permaneció pegado a ella, disfrutando del contacto de piel contra piel. Le apartó unos mechones de pelo húmedos de la sien, y empezó a besarle el cuello.
Fueron recuperando el aliento poco a poco, hundidos en un mar dulce y cálido, pero la realidad fue volviendo gradualmente.
—He hablado con Pete Rossi esta mañana —le dijo, mientras jugueteaba con uno de sus sedosos rizos color caoba—. Va a pasarse por aquí esta tarde, para que hablemos de lo que vamos a hacer.
—Puede que a él se le ocurra algo.
—Me he planteado si tendría que pedirle que fuera él a hablar con los Purcell, pero creo que tendremos más suerte si vamos nosotros —Ben se dio cuenta de que en las últimas semanas ambos habían empezado a usar el plural, y se preguntó si ella lo había notado.
Autumn se tumbó de espaldas en la cama, y comentó:
—Seguramente, los Purcell se mostrarán más abiertos si hablan con alguien que también ha perdido a una hija.
—Exacto —Ben le cubrió un pecho con la mano y empezó a acariciarle el pezón con el pulgar, que se endureció al instante—. Pete vendrá dentro de una hora más o menos, después podríamos salir a comer —acarició el pezón con un poco más de presión, y sintió que ella se retorcía ligeramente—. Podemos pasar la noche aquí o en tu casa, lo que tú quieras.
Lo dijo con naturalidad, dándolo por hecho, como si a partir de ese momento fuera a dormir cada noche junto a ella... que era exactamente lo que pensaba hacer.
Autumn le recorrió el pecho con los dedos, y lo guió a su interior cuando él se colocó encima de ella.
—Creo que será mejor que vayamos a mi casa —le dijo, mientras le besaba el cuello.
Ben sonrió para sus adentros.
—Como tú quieras, cielo —le dijo, antes de empezar a moverse en su interior.
***
Pete Rossi llegó a las cuatro en punto. Era tan alto como Ben, pero aún más corpulento en cuanto al pecho y a los hombros. Autumn pensó que parecía un ex jugador de rugby, pero sin el estómago típico de los cuarenta. Aún era bastante atractivo, aunque empezaba a quedarse sin pelo.
Después de las presentaciones de rigor, se sentaron en la mesa redonda que había en el despacho de Ben.
—Iremos a Idaho el viernes —Ben no se anduvo con rodeos, y fue directo al grano—. Watkins encontró a una niña desaparecida que encajaba con la descripción que le dimos, y Autumn la identificó. Se llama Ginny Purcell, y la secuestraron en Sandpoint, en Ohio.
Rossi miró a Autumn, y admitió:
—Me ha costado un poco creerme todo esto de los sueños, pero como le dije a Ben, si mi hija desapareciera, haría lo que fuera para encontrarla. Hasta ahora has acertado bastante, así que seguiremos adelante mientras vayamos encontrando pistas.
—La policía va a enviar el retrato a las tiendas de deportes de Washington y de Idaho, así que puede que alguien se acuerde de ese tipo o incluso que le conozca, y además iremos a hablar con los Purcell. Pero si no encontramos nada nuevo, habrá que buscar otras opciones.
—He hablado con un amigo mío que trabaja en la CBS a nivel local, y un conocido suyo está relacionado con el programa Missing, el que se dedica a buscar a gente desaparecida. ¿Os suena?
—Sí, lo he visto alguna vez —le dijo Ben.
—Yo también —admitió Autumn.
—Mi amigo, Lloyd Grayson, me ha dicho que a lo mejor puede conseguir que salga en pantalla el retrato robot del secuestrador. Piensa que los productores pueden dar el visto bueno, porque lo del sueño añade un ángulo interesante. El problema es que tendríamos que contárselo todo, así que vas a tener que decidir si estás dispuesto a llegar a ese extremo.
Autumn miró a Ben, que estaba frunciendo el ceño. Si recurrían a la televisión, su familia se enteraría de que estaba buscando a Molly, que creía que podía estar viva; a juzgar por lo que le había comentado, su mujer estaba luchando por reconstruir su vida, y algo así sería todo un mazazo para ella. Además, tenían que pensar en Katie, y en lo que sus compañeros de colegio le dirían al enterarse de que su padre estaba basándose en unos sueños para buscar a su hermana desaparecida.
Por no hablar del trauma que iban a sufrir de nuevo si no conseguían encontrar a Molly.
—Aunque me encantaría poder aprovechar ese recurso, creo que hay que esperar un poco más. Deja que hable antes con los Purcell, y si lo reconocen, podríamos hacer que se emita el retrato en base a que tanto Joanne como ellos lo vieron antes de los secuestros. Si hay que hacerlo, yo me ocuparé de Joanne, de Katie y del resto de la familia, pero prefiero esperar.
—De acuerdo. Mientras vosotros vais a Idaho, yo iré hacia el norte. El último sitio donde lo vieron fue en Burlington, ¿no? Aunque fue hace años, al menos es un punto de partida. Llegaré hasta Bellingham, investigaré en los pueblos más pequeños y en las zonas circundantes. Me llevaré algunas copias del retrato, a ver si alguien sabe dónde está.
—Perfecto. El lunes volveremos a hablar —le dijo Ben.
En ese momento, parecía un día muy lejano.
***
Pasaron entre las impresionantes montañas Cascade y por los amplios terrenos de cultivo del centro del estado hasta llegar a Spokane, y entonces subieron hasta Sandpoint. En otras circunstancias, los dos habrían disfrutado del trayecto, pero no podían quitarse de la cabeza a Molly y a Ginny.
Ben tomó la autopista 90 en dirección este, que era la ruta más rápida, pero aun así recorrieron cuatrocientos ochenta kilómetros y cuando llegaron a la pintoresca ciudad de Sandpoint, que estaba a unos ochenta kilómetros al sur de la frontera canadiense, estaban exhaustos.
Era una ciudad típicamente americana, cada vez más frecuentada por los turistas gracias a una estación de esquí conocida a nivel mundial que se había abierto a las afueras. La calle principal estaba flanqueada por edificios bastante antiguos, muchos de ellos convertidos en restaurantes y en tiendas, y tenía un precioso lago de fondo.
Ben reservó una habitación en el Best Western, un hotel bastante normalito pero que tenía unas vistas fantásticas del lago Pend Oreille y de las montañas. Como estaban tan cansados, se limitaron a cenar en el restaurante del hotel y se acostaron temprano.
Autumn no soñó aquella noche, o al menos, no recordaba haberlo hecho. En vez del alivio que debería de haber sentido, experimentó una preocupación creciente. Se preguntó qué harían en caso de que sus sueños no les proporcionaran más información, y no pudo evitar pensar en la posibilidad de que le hubiera pasado algo a Molly.
No le dijo nada a Ben, pero estaba convencida de que también estaba preocupado. Mientras desayunaban en el restaurante del hotel, fue él quien sacó el tema.
—Has dormido de un tirón toda la noche.
—Ya sabes que a veces no sueño, Ben.
—Sí, pero sueles hacerlo cuando estás conmigo.
Autumn soltó un suspiro, y se pasó una mano por el pelo.
—Ya lo sé. A lo mejor estaba tan cansada, que no me he despertado.
—Puede.
Cuando acabaron de desayunar, fueron a su cita de las diez en punto con los Purcell. Vivían en Pine Street, que estaba situada en un viejo barrio residencial del centro bordeado de pinos. Su casa era antigua, blanca y con acabados de madera, y tenía un gran porche delantero cubierto. Al igual que en el caso de la casa de Molly, estaba bastante cerca del colegio de primaria, y Autumn se preguntó si se trataba de un factor relevante.
—Bueno, ya estamos aquí —le dijo Ben, antes de llamar al timbre.
Les abrió la puerta el señor Purcell. Se trataba de un hombre de unos treinta años con el pelo rubio rojizo, y tenía el rostro macilento. Después de las presentaciones, en las que les pidió que le tutearan y le llamaran Jack, se apartó para dejarlos pasar.
—Hay un buen trecho desde Seattle —comentó.
—Sí, pero el paisaje es fantástico —le dijo Ben.
Los condujo hacia la cocina, donde Laura Purcell estaba llenando unas tazas de café. Era una mujer rubia que debía de tener más o menos la edad de Autumn, cerca de treinta años, pero estaba demasiado delgada y le temblaron las manos al poner las tazas en la mesa redonda de roble donde todos fueron sentándose.
—Yo soy Autumn, y él es Ben —le dijo, para intentar aliviar un poco la tensión de la mujer.
—Hola, yo me llamo Laura. Encantada de conoceros.
Era una cocina sencilla, como el resto de la casa, con encimeras de fórmica y el suelo de linóleo; al pasar por la sala de estar, a Autumn le habían llamado la atención los armarios empotrados de cristal emplomado. La casa debía de tener unos sesenta años por lo menos, pero estaba muy bien cuidada y extremadamente limpia.
—¿Queréis leche o azúcar? También tengo leche condensada.
—Un poco de leche, gracias —le dijo Autumn.
Al verla moverse como un autómata por la cocina, como si apenas pudiera con su alma, se le formó un nudo en la garganta. Apenas podía ni imaginarse lo que aquella mujer estaría sufriendo... el horror de perder a su hija, el terror de imaginarse lo que podría haberle pasado y lo que quizás estaba sufriendo en aquel mismo momento.
Cuando Laura se sentó al fin junto a su marido, Ben les dijo:
—Sé por lo que estáis pasando, porque perdí a mi hija Molly hace seis años. En el momento del secuestro tenía un año menos que Ginny.
Jack Purcell apretó con fuerza su taza de café.
—La verdad es que aún no acabo de entender a qué habéis venido. Mencionaste a tu hija por teléfono, pero no sé qué tiene que ver con nosotros su desaparición.
Autumn tomó la carpeta que había dejado encima de la mesa, sacó una copia del retrato robot, y se lo dio a Jack.
—Siento que no sea más detallado, y que esté en blanco y negro. Es rubio y con ojos azules, y tiene una altura y un peso medios.
—Este hombre habló con mi ex mujer días antes del secuestro de mi hija —les dijo Ben—. Queríamos saber si os resulta familiar, si alguno de vosotros lo vio antes de que Ginny desapareciera.
Después de intercambiar una mirada, la pareja examinó el retrato con atención. Finalmente, Laura miró a su esposo y dijo con voz quebrada:
—No... no estoy segura. No tiene nada destacable, pero...
—¿Pero qué? —Autumn se inclinó hacia delante.
—Pero creo que podría ser el hombre que nos ayudó a ahuyentar a un oso que se acercó a nuestro campamento, cerca del lago. Era una excursión de dos días del grupo de niñas exploradoras... las Brownies. Fue dos semanas antes de que Ginny desapareciera —los ojos de Laura se llenaron de lágrimas—. Parecía un hombre muy agradable.
—Háblanos de ese día, ¿quién más estaba allí? —le preguntó Ben, para intentar que se mantuviera centrada.
La mujer tuvo que respirar hondo antes de poder contestar.
—Eramos dos jefas de grupo adultas y seis niñas. Cuando íbamos a desayunar, un enorme oso negro apareció en el campamento y las niñas empezaron a chillar y a tirarle cosas para intentar que se fuera. El hombre estaba en un campamento cercano, y vino a la carrera ondeando su camisa y gritándole al oso. Cuando el animal lo vio, dio media vuelta y se fue corriendo.
—¿El hombre habló con alguna de vosotras?
—Con ninguna en concreto. Nos aconsejó que guardáramos la comida en bolsas y que las colgáramos en los árboles, pero le dijimos que nos marcharíamos en cuanto desayunáramos. También nos dijo que se alegraba de haber podido ayudarnos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Autumn al ver que fruncía el ceño de repente, como si estuviera recordando algo más.
—Acabo de acordarme de que me preguntó si Ginny era hija mía, y que le dije que sí. Dijo que saltaba a la vista, porque las dos éramos muy guapas —de repente, se echó a llorar desconsolada.
Su marido le pasó un brazo por el hombro para intentar reconfortarla, y les dijo:
—Supongo que lo entendéis... estos dos meses han sido muy duros para nosotros.
—Lo entiendo perfectamente —le dijo Ben.
—¿Queréis algo más? —añadió Jack.
—Sólo saber si podéis decirnos algo más sobre este hombre, o si tenéis idea de dónde puede estar.
Laura levantó la mirada, y se sonó la nariz con un pañuelo que le dio su marido.
—Sólo era un campista, alguien que estaba disfrutando de la naturaleza, igual que nosotras. Me parece que estaba solo, me... me acuerdo de que lo había visto aquella misma mañana antes de lo del oso, y que había pensado que era muy atlético. Estaba haciendo footing, subiendo y bajando por las colinas a pesar de que el terreno era bastante irregular. Recuerdo que no llevaba camiseta, y que no tenía ni pizca de grasa. Parecía muy en forma.
—¿Algo más? —le preguntó Ben, después de lanzarle una rápida mirada a Autumn.
—No, no me acuerdo de nada más.
—Gracias, Laura. Nos has ayudado mucho —le dijo Autumn, mientras se ponían en pie.
Ben se volvió hacia Jack, y comentó:
—Necesito los nombres y las direcciones del resto del grupo de acampada, la otra jefa de grupo y las seis niñas.
—¿De verdad crees que puede ser el hombre que se llevó a Ginny?
—Creo que es posible, aunque de momento no tenemos pruebas sólidas que lo demuestren. Hay que comprobar si las otras personas que lo vieron también creen que es el hombre del retrato.
Purcell salió de la cocina, y regresó poco después con una lista de las integrantes del grupo de las Brownies y sus direcciones, y señaló las que habían ido a la excursión.
—Gracias —le dijo Ben, mientras el hombre los acompañaba hasta la puerta.
Cuando salían ya de la casa, Laura Purcell apareció junto a su marido y les dijo:
—Por favor... si descubrís algo, cualquier cosa...
—Os prometo que os avisaré —les dijo Ben.
Cuando la puerta se cerró tras ellos Autumn respiró hondo.
—¿Crees que es el hombre del campamento?
—Haré que Rossi venga a hablar con la gente de la lista, a ver qué dicen, pero estoy casi seguro de que sí. Me parece que su impulso depredador surge cuando ve a alguna niña en concreto, que puede permanecer latente durante años hasta que algo hace que vuelva a salir a la superficie. O a lo mejor estaba al acecho porque Molly ya ha crecido. Todas las niñas son rubias, bonitas y con los ojos azules. Ve a su víctima, elabora un plan para atraparla, y de momento se ha salido con la suya.
—Es inteligente y atlético. Eso encaja con su interés por la naturaleza y el aire libre.
—Sí, es verdad.
—Pero la gente inteligente también comete errores, Ben.
—Esperemos que haya cometido uno esta vez.
***
Autumn intentó relajarse y disfrutar del paisaje en el trayecto de vuelta a Seattle, pero no era tan fácil. Ben estaba tan tenso como ella, y aprovechó para llamar a Pete Rossi en una de las paradas que hicieron.
—¿Cómo va la búsqueda? —el detective debió de darle una respuesta negativa, porque añadió—: Es una lástima. Pete, tengo un trabajo para ti: quiero que vayas a Sandpoint —después de explicarle lo que le habían dicho los Purcell, y que quería que intentara verificar que el hombre que había visto Laura era el del retrato, añadió—: Si conseguimos confirmarlo, podremos llevarle a la policía algo más que la cara del hombre de un sueño —cuando colgó, apoyó la cabeza en el respaldo de su asiento—. Rossi cree que deberíamos recurrir al programa de televisión. Le he dicho que llame a su amigo Grayson para que vaya preparándolo todo.
—Aunque los productores den el visto bueno, el programa tardará un poco en emitirse —le dijo, mientras él volvía a poner el coche en marcha.
—Eso me dará tiempo para lidiar con mi familia —Ben mantuvo la mirada fija en la carretera, aunque parecía completamente ajeno a las inontañas cubiertas de pinos que se alineaban a lo largo de la ruta que llevaba hacia el sur, de vuelta a la autopista 90—. Lo siento por los Purcell, sé por lo que están pasando. Ojalá hubiéramos podido darles la más mínima esperanza.
—No podíamos hacerlo, al menos de momento. Puede que a la larga hubiera sido incluso más duro para ellos.
Si no encontraban a las niñas, las esperanzas truncadas intensificarían el dolor. Autumn miró por la ventana mientras circulaban por la carretera poco transitada. Ben adelantó a un camión, y volvió a incorporarse a su carril.
De repente, sus miradas se encontraron en el retrovisor.
—¿Cómo es... cómo es Molly ahora? Debe de haber crecido mucho —le dijo él.
Autumn sintió que se le encogía el corazón. Sabía lo terrible que era todo aquello para Ben, lo duro que le resultaba estar buscando de nuevo a su hija con el terror constante de saber que quizás no lograría encontrarla.
—Como tiene doce años y ya no es una niña pequeña, tiene las facciones más maduras.
—Aún no tiene doce, los cumple el uno de agosto.
—Es verdad, se me había olvidado —Autumn cerró los ojos, y se esforzó por visualizar la imagen que había visto tantas veces en sus sueños—. Sigue pareciéndose mucho a Katie. Tiene los labios más carnosos, y los pómulos un poco más pronunciados. Va camino de convertirse en una adolescente, así que ya no tiene un aspecto aniñado. Pero creo que la reconocerías de todas formas, no tendrías ni la más mínima duda.
Ben tragó con dificultad, y admitió con voz ronca:
—Dios, quiero traerla de vuelta a casa.
—Estamos acercándonos, Ben. Cada vez estamos más cerca.
Pero ambos sabían que seguían sin tener ni idea de dónde debían buscarla