El sueño de una noche de verano • 15
—¿NO ME OÍSTE cuando te llamé? —preguntó la señorita Trask cuando Trixie y McDuff se unieron a los demás en el patio de armas—. Tenemos que irnos. Van a cerrar el castillo.
—Ni pensarlo —dijo tajantemente—. ¿Y dejar que se nos vuelva a escapar Gorro Gris?
—Tiene que estar aquí, en alguna parte —dijo Honey—. Fui a hablar con Mart, en la puerta. Tanto él como el guardia dicen que nadie pudo haber salido por allí sin ser visto.
—Los guardias a quienes yo pregunté me dijeron lo mismo —afirmó Anne—. Y no hay más salidas que esas dos.
—Yo busqué en todos los lugares abiertos al público —dijo Jim—. No quisiera jugar al escondite en este castillo. Tiene más de un millón de escondites formidables.
Un guardia fornido les hizo señas con gran impaciencia para que abandonaran el castillo, desde la Torre del Reloj.
—¡Esto se cierra! —gritó.
—Me parece que es el mismo que apareció cuando eché la armadura abajo —le susurró Trixie a Honey, al oído.
—No sé qué hubiera hecho de haberme tropezado con ese tipo —le estaba diciendo McDuff a la señorita Trask.
Trixie lo oyó, y miró, indignadísima, a Jim.
—Apuesto a que ni siquiera quiere coger a Gorro Gris —murmuró—. Retrasaría su viaje a Escocia.
—Bueno, el asunto está feo, Trix —le dijo Jim—. Nosotros nos vamos mañana, ¿recuerdas? Y aun en el caso de tener pruebas suficientes para acusarle, no estaríamos aquí a la hora del juicio. Y, como dije, dudo que Andrew Hart tenga muchas ganas de dar publicidad a lo ocurrido en la Habitación Rosa. Así que lo más probable es que no ponga ninguna denuncia.
Trixie no daba crédito a sus oídos. ¡Hasta Jim estaba dispuesto a abandonar el caso!
Se fue hacia el guardia y le dijo:
—Hay un carterista escondido aquí dentro. Nos ha estado siguiendo desde Londres, donde le quitó el bolso a mi amiga Honey. Pero, naturalmente, lo que él andaba buscando no estaba en el bolso, y luego lo volvimos a ver en la plaza del mercado, ayer… en Stratford… y anoche asaltaron nuestra habitación, en la Casa Hartfield, así que, por favor, ¿nos permite que nos quedemos a buscarlo?
Era la historia más enrevesada que aquel guardia había oído jamás.
—¿No es usted la damisela que provocó tanto alboroto en el Gran Salón? —preguntó.
Trixie no entendió qué tenía que ver eso con el caso que la ocupaba, pero no supo cómo continuar.
—Ven, Trixie; la verdad es que ya no podemos hacer nada —dijo la señorita Trask.
—Bueno, pues al menos búsquelo usted —«ordenó» Trixie al guardia—. ¿Hará el favor de avisarnos si da con él?
—Puede llamar a la Casa Hartfield, en Stratford —dijo Anne—, a cobro revertido. Mi padre es Andrew Hart.
—Conozco a ese caballero —dijo el guardia, dándose importancia—. Si hay alguien metido aquí dentro, cosa que dudo, no saldrá hasta que abra las puertas mañana.
—El castillo no se abre hasta la una, los domingos —dijo Anne.
Después ella y los Bob-Whites, seguidos de la señorita Trask y McDuff, atravesaron el largo pasadizo de la entrada.
Trixie estudió los altos muros de piedra que tenían a ambos lados. Nadie podría escalarlos. A esta hora de la tarde, ni un solo rayo de sol se filtraba a través de las copas de los gigantescos árboles, que parecían mirarlos desde arriba.
Trixie se estremeció.
—A mí, desde luego, no me haría ninguna gracia pasar la noche en este lugar —dijo a Honey.
—¡Y eso que tendrías todas esas camas, tan de ensueño! —dijo su amiga riéndose.
—¿Y no será que tú tampoco quieres capturar a ese hombre? —preguntó Trixie suspicaz.
—Mira, tal y como dijo McDuff, ¿qué íbamos a hacer entonces? Al fin y al cabo, mañana nos vamos, ¡y no creo que nos vaya a seguir hasta Sleepyside! Mi collar está a salvo, y ya hemos resuelto nuestro misterio.
Pues yo no pienso abandonar el asunto —se dijo Trixie.
Mart estaba esperándolos en la entrada. Se acercó a su hermana y le susurró al oído:
—Le conté al guardia lo de Gorro Gris. Dice que echará un vistazo.
—Me alegro de que alguien me tome en serio —dijo a Mart, agradecida.
—El guardia dice que es imposible que nadie salga una vez que le hayan echado el cerrojo a la puerta —prosiguió Mart—. Todo lo que Gorro Gris puede hacer es esperar y tratar de escabullirse entre los visitantes, mañana, cuando piense que ya hemos abandonado la persecución.
—Pues lo tiene claro… porque aquí estaremos —dijo Trixie, levantando el dedo índice a modo de advertencia.
Los Bob-Whites se quedaron hasta que las puertas del castillo estuvieron cerradas. Al echar el pesado cerrojo, el guardia les hizo un guiño de complicidad.
No tardó el sedán en meterse por el camino de gravilla de la Casa Hartfield. Como de costumbre, McDuff bajó corriendo del coche para abrirle la puerta a la señorita Trask.
Trixie y Honey recorrieron en silencio el sendero que atravesaba la rosaleda hasta su habitación.
—¡Ay! Espero que no le rompa el corazón —dijo Trixie a Honey tratando de desahogarse—. Si él se larga a Escocia mañana por la mañana, ¿tú crees que volverá a tener noticias suyas?
—Cuando estabas arriba en la torre, la señorita Trask me dijo que tiene previsto hacernos una visita en Sleepyside, pero que antes quiere ver a su familia —dijo Honey—. Él vive en Nueva Escocia.
A Trixie todavía le dolía el brazo que McDuff le había lastimado. De hecho, al ir a ponerse su vestido más bonito vio que se le estaba haciendo un moratón, pero decidió no mencionar el incidente a Honey. Al menos, de momento.
Tuvieron que cenar a toda prisa; la obra de teatro no tardaría en empezar.
—Es como si hubiésemos ido corriendo de un lado a otro, desde que pisamos suelo inglés —dijo Honey—. Pero ¿a que nos hemos divertido?
Sus ojos castaños brillaban más que nunca.
—Sí; ha sido fantástico —corroboró Trixie—, pero…
—Ya sé, ya sé; quieres averiguar algo más respecto al collar —adivinó Honey.
A ella y a Trixie pocas veces les hacían falta las palabras para entenderse.
—Y atar algún cabo suelto —añadió Trixie.
Los Bob-Whites ya habían tomado asiento en el Teatro Real de Shakespeare; Trixie seguía pensando en Gorro Gris, que seguramente estaba encerrado en el Castillo de Warwick. Ahora bien, en cuanto empezó la representación, se olvidó por completo de ese siniestro personaje. Absorbida por la fuerza dramática de «El sueño de una noche de verano», se transportó a otro mundo hasta que encendieron las luces del teatro, para el descanso.
—Es casi tan buena como la que montamos nosotros, en el Instituto de Sleepyside —dijo en broma Jim cuando se dirigían al vestíbulo para tomar un helado.
—Que no te oiga Gregory —dijo Honey.
Al final de la representación, Gregory se unió a ellos para tomar algo en «El Pato Sucio», donde los actores se juntaban después de la obra y los turistas entraban para verlos. Gregory no había tenido tiempo de quitarse el maquillaje; todavía tenía las mejillas exageradamente sonrosadas.
—¡Guau! ¿Os imagináis? ¡Si estamos tomando unas copas con el mismísimo Thisbe! —dijo Trixie con un gran sentido del humor.
—Estuviste magnífico —dijo Honey, que siempre se mostraba algo tímida para esas cosas.
—Buen trabajo, viejo amigo —exclamó Mart con gran pompa.
Normalmente la voz de Gregory, como la de su padre, era muy grave, pero al hacer de Thisbe había utilizado una voz aguda, casi chillona. Entretuvo a los Bob-Whites con algunos versos de su papel y luego pasó a recitar otros papeles.
—¿A que ha sido una noche maravillosa? —le dijo Trixie a Honey cuando, ya en la Habitación Rosa, se estaban poniendo el pijama para meterse en la cama—. Nunca olvidaré este viaje a Inglaterra.
—¿Ah, sí? ¿Aunque no hayamos solucionado el caso? —dijo Honey tomándole el pelo.
—Bueno —admitió Trixie—, lo recordaré con más cariño si lo dejamos resuelto.
Trixie se despertó tan temprano que ni los pájaros habían empezado a cantar. El sol apenas había salido.
El último día —pensó—. No voy a desperdiciar ni un minuto.
—Honey —gritó mientras zarandeaba a su amiga, que aún permanecía bajo las sábanas—. ¿Estás despierta?
Honey se dio la vuelta.
—Mmm —dijo sin despertarse del todo—. ¿Qué… qué hora es?
—Hora de levantarse —dijo Trixie con firmeza—. Ya lo tengo todo claro. Ya sabes… te acuestas dándole vueltas a un problema y tu subconsciente te lo resuelve. Pues bien, algún genio me debe de haber dictado el sueño esta noche, porque…
—¡Trixie Belden! —dijo mientras se apoyaba en un codo para ver la hora—. ¡Si todavía no han dado las cinco! ¿Qué vamos a hacer hasta la hora del desayuno?
—Hablar del caso —contestó Trixie, que se había apoyado en la almohada y la miraba con ojos resplandecientes de alegría—. Si no, se nos hará tarde. Tenemos que hacer las maletas, y tu madre va a venir… ¿A qué hora llega?
—No lo dijo —contestó Honey medio dormida.
Honey se hizo a la idea de quedarse en vela y puso un pie en el suelo.
—Yo creo que nos conviene alejarnos de ese tipo tan repugnante, en lugar de ir a por él —dijo convencida—. Bueno, intentó robarme el collar ¿no?, y no lo consiguió. Y en el bolso no llevaba nada, Trix. Pues que se lo quede, y que le aproveche. No quiero volver a verlo por nada del mundo.
—¿Por qué tenéis todos tanto interés en dejarle suelto? —preguntó Trixie—. Él es una pieza importante en nuestro rompecabezas. Puede que sepa algo del collar que nosotros ignoramos.
—¿Y cómo va a saber algo de una cosa que ni siquiera ha visto? —preguntó Honey.
—No sé cómo —admitió Trixie—. Pero ¿tú crees que nos iba a seguir hasta Stratford si no supiera algo?
—Probablemente creerá que es más valioso de lo que es —dijo Honey—. Igual piensa que las joyas son de verdad, y encima dijimos que mi collar se parecía al de la reina Isabel, en el Museo de Cera.
—¡Y es idéntico al que llevaba la reina, en el castillo de Warwick! —dijo Trixie entusiasmada—. Creo que deberíamos llevarnos el collar y compararlo minuciosamente con el del retrato. Si tu madre llega a tiempo, tal vez podríamos ir con ella. Y a lo mejor ella convence al guardia para que nos deje mirar de cerca.
—Claro —dijo Honey—. Y entonces Gorro Gris salta desde detrás de una armadura y esta vez sí que se larga con el collar.
—No señora, esta vez sí que le pillaríamos —aseguró Trixie—. Y con las manos en la masa… ¿qué mejor prueba? Jim y Mart nos acompañarán, y Gregory también ha dicho que quiere venir. Nosotros somos muchos, y él va solo… o, al menos, eso pensamos.
—¿Eso pensamos? ¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada.
Cuando Trixie se lo proponía, conseguía dar a todo aire de misterio. Honey se acercó a ella, totalmente despierta.