EPÍLOGO

Tres meses después…

 

 

El sol brillaba con todo su esplendor dotando de un tono dorado intenso la amplia pradera, las hojas de los árboles se habían teñido de marrón anunciando la llegada del otoño, la brisa acariciaba el paisaje y tironeaba juguetona del abrigo de Mónica quien contemplaba sonriente como un enorme tigre de bengala jugaba y correteaba intentando atrapar una pequeña mariposa.

A ella no dejaba de sorprenderle que aquella criatura salvaje fuese al mismo tiempo el más atento y pasional de los hombres, la primera vez que lo vio cambiar a la forma felina se había quedado sin palabras, las lágrimas acudieron a sus ojos ante la magnificencia y sorprendente magia que implicaba el acto. Sabía que su pelo era suave, que sus enormes patas pesaban una barbaridad y que las zarpas que ocultaban sus manos estarían guardadas siempre que jugara con ella.

La enorme cola anillada se movió de un lado a otro con nerviosismo, su piel se sacudió y volvió a alisarse mientras se agazapaba entre la hierba pendiente de una nueva presa.

—Señor, creo que jamás voy a acostumbrarme a esto —murmuró para sí mientras lo contemplaba.

Nickolas empezó a traerla a la plantación poco después de su primer encuentro, ambos intentaban mantener el contacto tanto como sus respectivos trabajos les permitía al encontrarse cada uno en una ciudad distinta, él pasaba alguna noche de la semana con ella en la ciudad y a cambio, ella lo visitaba los fines de semana. En cierto modo se convirtieron en una pareja que empezaba su noviazgo, dándose tiempo para conocerse, aprendiendo las cosas que les gustaban, peleándose de vez en cuando, reconciliándose… Él le dijo que lo intentaría y cumplía su palabra en cada ocasión que estaban juntos.

En cierto modo, aquel pedazo de tierra, la solitaria casa de planta baja en medio de la naturaleza se convirtió en un refugio para ella. Allí veía al verdadero Nickolas, a Tygrain que disfrutaba de la vida salvaje, de su privacidad y espacio, conoció al hombre juguetón que bromeaba con Dimitri y le tomaba el pelo a los felinos más jóvenes del clan, descubrió que había mucho más de lo que se veía a simple vista y fortaleció su decisión.

Esperaría lo que hiciese falta hasta que aprendiese a amarla de la misma manera en que ella lo quería.

“Me están entrando ganas de ponerme patas arriba y que me frotes la tripa.”

La inesperada y profunda voz masculina se coló en su mente devolviéndola de golpe al felino que ya estaba haciendo precisamente lo que acababa de decirle.

—Señor, eres un gato pervertido.

Un agudo gruñido seguido de un fuerte ronroneo fue la respuesta que obtuvo.

“¿Pervertido? Ni siquiera te he pedido que te desnudes y me dejes lamerte entera.”

Puaj, Nick eso es asqueroso.

El ronroneo se hizo más intenso y el tigre se volvió, acostándose de lado.

“Por otro lado, quizás te gustase más la sensación de mi piel contra la tuya. Soy como una manta viva”.

Mónica puso los ojos en blanco.

—¿Podrías, por favor, recuperar tu forma humana para que así podamos tener una conversación civilizada? —pidió y se llevó las manos a las caderas—. De ese modo, también podré darte un capón.

Un nuevo ronroneo y el enorme felino se alzó en toda su magnificencia, saltó hacia ella y se restregó contra sus piernas antes de alejarse nuevamente y tomar forma humana. Ella no dejaba de asombrarse ante la maravilla que suponía verle cambiar de forma, como esa inesperada neblina blancuzca surgía a su alrededor y lo cubría completamente para luego ver surgir de su interior su forma humana.

—Aguafiestas —le dijo él caminando hacia ella—. Ahora que empezábamos a divertirnos.

Ella puso los ojos en blanco.

—Tigre, el único que estaba divirtiéndose eras tú.

Él sonrió, sus ojos todavía brillaban a causa del cambio, una mirada más salvaje, más felina, demasiado cerca del animal que llevaba dentro y que la derretía como el sol a un muñeco de nieve. Los felinos siempre habían sido su debilidad y ahora que tenía uno para ella sola, señor, aquello era como abrir tu regalo de navidad cada día.

—¿Siguen las taquicardias? —le preguntó él posando la mano sobre su pecho, sintiendo los latidos del corazón.

Ella suspiró y se acercó a él.

—Empiezo a acostumbrarme a ello —aceptó. Al principio, cada uno de sus cambios la dejaba con el corazón acelerado y los ojos como platos. Si fuera un perro, seguro le colgaría la lengua por un lado de la boca.

—¿Qué tal se ha portado Sasha esta semana? —le preguntó él sacándole algún hierbajo que tenía atado al pelo.

Ella chasqueó la lengua ante su pregunta. Todavía no se reponía del susto que les dio a todos hacía algo más de un mes, se había dado la vuelta sólo para encontrarlo dentro del recinto de los tigres, sin protección alguna rascándole la cabeza a los machos más jóvenes que se habían acercado a él curiosos. Mónica creía haber perdido varias vidas en aquel momento y otras tantas más cuando se acercó a la tigresa que gruñía e incluso le echó un zarpazo y empezó a regañarla como hacía con los adolescentes de su propia manada.

La verdad era que no tenía idea de cómo demonios había salido de allí de una pieza, pero después de ese episodio, los tigres estuvieron mucho más tranquilos y Sasha dejó de lado su mal humor y con el tiempo llegó a aceptar de nuevo la presencia de su cuidadora, ronroneando bajo sus cuidados.

Mónica lloró como una niña aquella noche, él le había devuelto lo más preciado que tenía en el mundo, algo que pensó que nunca podría recuperar.

—Se está comportando como un cachorro enamorado de su cuidadora —respondió con ella con una irónica sonrisa—. Me ha dejado incluso que le rasque la barriguita.

Él no pudo evitar sonreír ante la respuesta de ella.

—Ah, que injusta es la vida —le dijo y negó con la cabeza—. Eres mala.

Ella puso los ojos en blanco y lo esperó. Unos metros a la derecha, junto el camino principal habían dejado el todoterreno que utilizaba Nick para moverse por la amplia plantación.

—Vamos, vamos —le habló como a un niño pequeño, o a una mascota—. La próxima vez te enseñaré a que des la patita.

Él frunció el ceño.

—Ya veo lo bien que lo estás pasando a mi costa, pequeña tunante.

Ella sonrió y le echó la lengua, no podía evitarlo, le encantaba bromear con ese hombre.

—Pero si todavía no he comenzado —aseguró haciéndolo gruñir ahora en voz alta. Era extraño cuando su felino acariciaba la superficie del hombre, pero también muy erótico.

—Sube al coche antes de que se me pase por la cabeza la idea de hacerte caminar —le dijo rodeando ya el coche y poniéndose al volante.

Ella se rió y fue rápidamente a ocupar el asiento del copiloto. No había mucha distancia desde el punto en el que se encontraban hasta la casa de planta baja en la que él vivía, pero no era tan divertido caminar sola como en compañía.

El vehículo enfiló el camino de entrada de la casa unos minutos después, las ruedas hicieron ruido sobre la piedra que rellenaba la entrada hasta que se detuvo y el ronroneo del motor se acalló.

—¿Qué te apetece comer hoy? —preguntó saltando ya del coche. Ella se encargaba de la comida cuando venía con él, aunque tenía que reconocer que él cocinaba mejor que ella.

La puerta de su lado se cerró también, Nick rodeó calmadamente el coche, deteniéndose a su lado.

—Cualquier cosa que no acabe quemada como la lasaña —le dijo con una beatífica sonrisa.

Ella se sonrojó.

—Perdona, pero si tú no me hubieses distraído, la lasaña no se habría quemado —respondió alzando la barbilla.

Él le dedicó un guiño en respuesta.

—Hay carne en el frigorífico, se puede hacer a la parrilla —sugirió reuniéndose con ella.

Ella asintió. Él se había declarado un fan incondicional de la carne y el pollo, por otro lado, no es como si le sorprendiese.

—De acuerdo, la prepararé mientras tú hacer el fuego —aceptó y empezó a dirigirse hacia la puerta de la casa pero él le cortó el paso.

Ella alzó la mirada con un gesto de pregunta.

—Espera un momento. —Nick miró la casa tras ella y finalmente posó de nuevo sus ojos sobre ella.

—¿Qué ocurre?

Ella lo vio echar mano al interior del bolsillo de la cazadora y sacar una pequeña caja negra atada con un pequeño lazo rojo.

—Tengo algo para ti —aseguró y le tendió la cajita.

La sorpresa se reflejó en el rostro de ella cuando tomó la cajita.

—¿Qué es?

Él indicó la caja con un gesto de la barbilla.

—Ábrela.

El lazo se escurrió entre sus manos cuando tiró de él, con una breve mirada a él volvió a la caja y la abrió para encontrarse con un llavero en forma de tigre del que colgaban dos llaves.

—¿Nick? —el temblor en su voz no era nada comparado a la incertidumbre y esperanza que veía en sus ojos.

—No quiero que llegues a casa y tengas que esperar en la puerta por que yo no ando cerca —le dijo con tono suave pero firme—. Este es también tu hogar, si así lo deseas.

Ella abrió la boca pero las palabras no surgían. Su mirada cayó de nuevo en las llaves, una solitaria lágrima empezó a deslizarse lentamente por su mejilla.

—Este es mi mundo, Mónica —continuó él, sus dedos le acariciaron el rostro, llevándose aquella primera lágrima, dejando que una segunda y tercera se deslizase por ella—. Todo lo que tengo y quiero compartirlo contigo.

Ella se mordió el labio inferior.

—Yo…

Él le levantó entonces el rostro y la miró a los ojos.

—Te dije que lo intentaría, menta —le acarició el labio inferior con el pulgar.

Ella asintió, sus ojos brillantes con las lágrimas y una naciente esperanza.

—Lo sé —susurró ella.

El calor de su aliento le acarició los labios.

—Te quiero, mi pequeña tigresa —declaró con tranquilidad y sinceridad—. Me ha costado lo mío entenderlo, pero creo que te he querido desde que vi esas sexis braguitas tuyas por primera vez.

Ella abrió la boca y jadeó.

—¡Me viste! —gimió.

Él se rió.

—Créeme, ha sido una visión difícil de olvidar —le aseguró y la atrajo a sus brazos—. Te amo, menta, perdona que haya tardado tanto en darme cuenta de ello y gracias, por esperarme todo este tiempo.

Ella negó con la cabeza.

—La espera ha merecido la pena —aseguró echándole los brazos al cuello—. Te amo, tigre, desesperadamente, más allá de la razón y a pesar de que me vieses en una situación tan embarazosa, te quiero.

Él le acarició la mejilla con los dedos, una caricia felina.

—Mía, Mónica —le dijo mirándola como si fuese el mayor premio de todos—. Mi compañera, mi amor, la única.

Ella le devolvió la caricia y bajó los dedos por su barbudo mentón.

—Mío, Nick —le sonrió—. Mi compañero, mi esposo, mi amor, siempre.

Sus labios se encontraron en una silenciosa promesa que solo los compañeros Tygrain podían comprender, una que los uniría hasta el final de su vida juntos y los llevaría a encontrarse siempre, sin importar el tiempo que pasara o las rencarnaciones venideras, pues cuando un felino encontraba su pareja, esta era eterna.