CAPÍTULO 7

La moqueta parecía un manto de algodón bajo los pies de Mónica, los zapatos quedaron olvidados a un lado al igual que la falda y la blusa, todo lo que la separaba de estar piel contra piel con aquel hombre era la breve lencería negra que llevaba puesta. Él no dejaba de recorrerla con aquella mirada intensa y vibrante, casi como un felino al acecho que mide su presa y la forma más efectiva de hacerse con ella, sus botas y camisa desaparecieron también en algún punto desde el cuarto de baño hasta el dormitorio quedándose únicamente con los pantalones en los cuales podía adivinarse una firme erección empujando contra la tela. Su piel era tostada, mucho más oscura en comparación a la suya, una suave línea de vello acariciaba su pecho y descendía por su estómago hasta desaparecer bajo la cintura de los pantalones. Músculos marcados, bien definidos y alguna vieja cicatriz, el hombre de pie ante ella era un espécimen masculino fruto del trabajo duro, no del gimnasio.

—¿Debo deducir por tu mirada que te gusta lo que ves, o que deseas salir corriendo?

Ella parpadeó arrastrando la mirada sobre su cuerpo para detenerse en sus ojos. Se lamió los labios lentamente, como si necesitara tiempo para encontrar cada una de las palabras, pero estas parecían escurrirse entre sus dedos, todo en lo que podía pensar era en él, en como su propio cuerpo reaccionaba, en como se encendía. El calor se concentró directamente en su vientre, vertiéndose como fuego líquido entre sus piernas aumentando su excitación.

Al no obtener respuesta, camino hacia ella, sus callosas manos se deslizaron sobre la piel expuesta de su brazo provocándole un placentero escalofrío.

—Eres suave. —Su respuesta sonó como un bajo ronroneo en sus oídos—, y hueles muy bien. Me dan ganas de lamer toda esa piel blanca y comprobar si sabes tan bien como parece.

Ella dejó escapar un pequeño gemido ante sus palabras, las sensaciones aumentaban bajo su tacto calentándola aún más, deseaba cerrar los ojos y permitir que aquella profunda y sensual voz la llevase a lugares en los que no había estado anteriormente. Deseaba que calmase el ardor cada vez más intenso que inundaba su cuerpo provocando que le molestase incluso la piel.

Notó el calor de su cuerpo más cerca del suyo, como sus manos se deslizaban ahora por su cuerpo con mortal lentitud, la tela de los pantalones vaqueros le rozó los muslos provocando que una nueva corriente eléctrica le atravesase el cuerpo.

—Relájate, menta —le susurró mientras deslizaba las manos por su espalda y la atraía hacia él—. Estás tan tensa como un gato en una bañera de agua fría.

Ella parpadeó ante tal analogía y él le sonrió.

—¿Me tienes miedo, Mónica? —su pregunta fue directa, sin trampas ni endulzamientos.

Su cabeza se movió en un gesto negativo antes de que sus labios lo confirmaran.

—No. —Y aquella era la verdad. Ella no le temía a él, lo que la aterraba era la fiereza que veía en sus ojos, el crudo deseo que amenazaba con consumirla también a ella—. A ti no, pero a esto…

Él ladeó ligeramente la cabeza, observando su rostro, decidiendo que era lo que veía en él, entonces chasqueó la lengua y la empujó mucho más cerca, hasta que sus senos se aplastaron contra su pecho y sus piernas quedaron atrapadas entre las suyas. La pulsante y dura erección presionada contra su estómago.

—¿Confías en mí?

La pregunta la sorprendió.

—Sí. —Y la respuesta era sincera.

Él deslizó entonces las manos hacia el cierre del sujetador, su mirada fija en la de ella mientras notaba como la prenda se aflojaba alrededor de su torso.

—En ese caso, deja de pensar, cierra los ojos y siente.

Ella no pudo siquiera responder a tal ferviente declaración, su boca bajó para cubrir la suya y la tomó en un húmedo y profundo beso que la dejó jadeante y necesitada de más. Su sabor era adictivo, una mezcla de fresca menta y salvaje sensualidad del que se encontró disfrutando por si misma. Sus lenguas se encontraron y danzaron como venían haciéndolo desde el principio de los tiempos, su beso se convirtió en la yesca perfecta para el fuego que crecía en su interior amenazando con abrasarla.

Las callosas manos se deslizaron sobre su piel arrastrando los tirantes del sujetador, resbalando por sus brazos hasta que la tela fue liberada de un tirón y sus senos expuestos. Un suave gemido fue tragado por su boca cuando los largos dedos encontraron la carne tierna y blanda y la masajearon, sus pezones se irguieron bajo las caricias provocando estremecimientos en todo su cuerpo.

Su boca abandonó finalmente el saqueo y se deslizó por su rostro en tiernos y persuasivos besos que concluyeron sobre su oído en la forma de un ronco susurro.

—Suave, deliciosa y mía. —Una declaración a la que era incapaz de hacer frente o rebatir, su mente estaba demasiado sobrecogida por la intensidad de las emociones que la recorrían como para encontrar la capacidad de darle voz—. Voy a lamerte entera, quiero probar cada centímetro de tu piel, sumergirme entre esos muslos y darme un festín con tu cuerpo… Estás hecha para mí, menta, sólo para mí.

Un breve mordisco en el lóbulo de la oreja la hizo dar un respingo, su risa siguió a la inesperada acción mientras sus manos abandonaban los pechos y se situaban a ambos lados de su cadera, el duro cuerpo empujó el suyo, la hizo retroceder un par de pasos antes de que sus pantorrillas encontraran el obstáculo de la cama y fuese empujada para caer sobre su espalda.

El aire escapó de sus pulmones y durante la brevísima caída experimentó una sensación de mareo que solo se aquietó cuando aquellos vibrantes ojos se posaron sobre ella. Se sentía expuesta, pero no avergonzada, la mirada limpia y hambrienta en su rostro hizo que se excitase incluso más, su deseo elevaba al suyo propio. Él se inclinó entonces sobre ella, su rodilla se abrió paso entre los muslos, su cuerpo fuerte y oscuro se cernió sobre el suyo, un breve y silencioso intercambio de miradas y una felina sonrisa estiró sus labios mientras bajaba la cabeza sobre su pecho y capturaba un pezón entre los labios.

Un relámpago incandescente atravesó su cuerpo, la succión de la húmeda boca sobre su pecho hizo que arquease la espalda en un intento de acercarse más a aquella deliciosa tortura, el calor y la humedad entre sus piernas aumentó drásticamente, deseaba tanto acariciarse, mitigar de alguna manera el sordo dolor que crecía entre sus muslos, pero cuando intentó deslizar la mano entre sus piernas él la detuvo.

—Todavía no, gatita. —El ronroneo en su voz estaba demasiado cerca del felino—. Eres mía, para probarte, saborearte y devorarte. No me quites el placer de hacerte llegar yo mismo.

Ella abrió la boca para protestar, quiso incluso apretar los muslos pero la rodilla que los mantenía separados se lo impidió. Sus manos fueron puestas entonces por encima de su cabeza, sus dedos se cerraron como un grillete sobre ambas muñecas antes de continuar con la dulce tortura entre sus pechos.

Se retorció bajo él, de su boca escaparon jadeos y alguna que otra súplica, su cuerpo ardía, el placer se enroscaba en lo bajo de su vientre y crecía en intensidad hasta que todo lo que pudo hacer fue sacudir la cabeza de un lado a otro sobre la cama. Su boca y la mano que conservaba libre atormentaban sus pechos llevándola cada vez más cerca del borde, si no se detenía iba a hacerla llegar con tan sólo aquello.

—Nick, por favor… —gimió con desesperación—. Lo necesito… por favor…

Sus muslos se apretaron encerrando la pierna que los mantenía separados, su espalda de arqueó una vez más ante la punzante succión que él ejerció sobre uno de sus pezones mientras jugueteaba con el otro entre sus dedos. No podía más, todo su cuerpo se tensó con anticipación para explotar a continuación cuando el primer orgasmo la atravesó con fiereza.

Nickolas sonrió satisfecho cuando sintió el cuerpo bajo él estremecerse con la liberación, su felino ronroneaba complacido, podía sentirlo tan cerca de la superficie que sabía que ambos estaban disfrutando de aquel magnífico bocado como si fuesen uno solo. Pequeños estremecimientos sacudieron la suave figura, el gemido que escapó de entre sus labios lo excitó incluso más endureciéndolo de tal manera que empezaba a molestarle de veras la tela del pantalón. Su erección se acunaba contra el blando cuerpo, cada fricción enviaba escalofríos a través de su cuerpo, excitándolo, decidiéndolo a continuar con aquella tortura un poco más, a disfrutar de la mujer que yacía en la cama a su merced. Ella era hermosa, más de lo que esperaba reconocer, su respuesta hablaba de pasión y fervor, emociones contenidas que ahora despertaban a la vida. Su mirada recorrió la lisa piel blanca y se detuvo en el parche de encaje negro que cubría el triángulo entre sus piernas, se lamió los labios, la saliva empezó a inundar su boca ante la perspectiva de probarla.

Sonriendo para sí le soltó las muñecas y miró aquellos ojos entrecerrados y velados por la pasión y los rescoldos del orgasmo, sus manos se deslizaron entonces sobre la piel de sus pechos, bajando por su estómago hasta moldear sus caderas, él descendió sobre su cuerpo hasta quedar prácticamente ahora de rodillas sobre el suelo. Maniobrando lentamente, ahuecó sus nalgas y tiró de ella hacia él trayéndola al borde de la cama, sus dedos se deslizaron hacia la cintura de las braguitas y tras engancharlas tiró de ellas, las deslizó lentamente a través de sus piernas, haciendo pequeñas paradas para encontrar de nuevo su mirada, sus labios entreabiertos luchando por respirar. Con una divertida floritura, le mostró la prenda colgada de sus dedos y finalmente la lanzó por encima de su espalda.

—Si pudieses verte ahora mismo, menta, entenderías el motivo de mi hambre —ronroneó deslizando ahora las manos desde sus rodillas hasta la unión de sus muslos. Ella intentó cerrarse a su mirada, pero se lo impidió—. Oh, no, gatita, no vas a privarme de un manjar como este.

Sus dedos acariciaron la húmeda y caliente carne, su cuerpo dio un respingo sobre la cama y juraría que incluso la sintió contener el aliento. Su sonrisa se amplió, la satisfacción bailando en sus ojos mientras retiraba los dedos y bajaba sobre su sexo, soplando suavemente sobre la brillante humedad. Un bajo ronroneo surgió de su garganta, un sonido puramente animal, felino, sus manos se deslizaron bajo sus muslos separándola, abriéndola por completo a su hambrienta mirada, sin dejarle posibilidad alguna de cerrar las piernas o tomar el control.

—Voy a devorarte, Mónica. —Su nombre surgió bajo una voz ronca, demasiado oscura y salvaje para ser la de un ser humano—. Siéntete libre de gritar, nena.

Y ella gritó, con la primera pasada de su lengua emitió un pequeño gritito que amortiguó con su propia mano haciéndole reír. Su sabor y aroma lo enloquecieron, con cada lamida a su sexo se encontraba más desesperado por ella, quería devorarla, comérsela por entero, marcarla hasta que nada ni nadie tuviese dudas de a quien pertenecía.

Se lamió los labios y la probó otra vez, alternó pequeñas caricias aquí y allá, sus dedos se unieron al juego arrancando nuevos jadeos y grititos que atravesaban el bloqueo de las pequeñas manos que intentaban contenerlos, su mirada se deslizó por su piel, marcando el camino que siguió su lengua hasta que se encontró con una pequeña marca oscurecida sobre el recoveco de piel en la unión del muslo con la nalga derecha. El gruñido de su felino no hizo más que confirmar lo que ya sabía, aquella era la huella que la identificaba como su compañera, la pareja de un Tygrain.

—Gatita, tengo que pedir disculpas por lo que estoy a punto de hacer —declaró él bajando la boca sobre esa pequeña señal en su piel, lamiéndola un instante, acariciando su sexo al mismo tiempo antes de permitir que su felino saliese brevemente a la superficie y ambos reclamasen lo que era suyo.

Un segundo orgasmo traspasó el cuerpo de Mónica con tanta fuerza que casi la hizo saltar de la cama. Todos los pensamientos coherentes en su mente se esfumaron, su mundo se rompió en pedazos, sus manos abandonaron su boca para aferrarse con desesperación a las sábanas de la cama mientras todo su cuerpo se arqueaba buscándole a él.

Estaba sin respiración, sus senos se alzaban y descendían en busca de un aire que no parecía entrar con suficiente rapidez en sus pulmones, toda ella temblaba todavía por la liberación que aquel maldito hombre le proporcionó.

—¿Me… me has… me has mordido? —Se las arregló para preguntar, pero era incapaz de levantar siquiera la cabeza para mirarle.

Su cabeza morena entró entonces en su campo de visión, el brillo en sus ojos la sorprendió, sus pupilas habían retrocedido hasta convertirse a penas en un punto negro en medio del dorado, casi amarillo. Había algo salvaje en esa mirada, algo primitivo que la estremeció.

—¿Nickolas?

Su boca capturó la suya evitando que pronunciara alguna palabra más, su lengua penetró a través de su gemido de sorpresa y se enlazó con la suya permitiéndole probarse a sí misma en su boca. Su cuerpo cubrió entonces al suyo, desconocía en qué momento él se había deshecho de los pantalones, pero ahora era el vello de sus piernas desnudas la que la acariciaban, la caliente y pesada erección la que se acunaba entre sus piernas excitándola todavía más.

—Quiero tenerte, ahora —su voz era ronca, profunda, casi animal—. Quiero hundirme dentro de ti por completo, colmarte entera.

Ella jadeó ante sus labios, sus ojos se abrieron para ver de nuevo los que conocía bien, aquella mirada limpia e intensa.

—Eres mía, Mónica. —Continuó y le acarició la cadera al mismo tiempo de modo persuasivo—. Sólo mía.

Ella se lamió los labios. Por dios, ella también lo deseaba, más que ninguna otra cosa deseaba pertenecerle, deseaba sentirse repleta por él, sentirse amada.

—Te quiero ahora —susurró contra su boca—, te quiero dentro, profundamente. Te deseo a ti, sólo a ti… por favor.

Él volvió a capturar sus labios, un pequeño beso como preludio a lo que se avecinaba. Lo sintió moverse sobre ella, separó los muslos voluntariamente para él y se sostuvo cuando él empujó suavemente contra su húmeda entrada.

—Mía —repitió nuevamente, empujándose en su interior—. Mi pequeña tigresa, eres mía.

Ella jadeó, sus ojos se abrieron desmesuradamente ante la deliciosa invasión; su sexo pulsaba alrededor de la dura erección. Él la colmaba como ningún otro lo hizo, su cuerpo amoldándose al suyo, encajando perfectamente, encontrando por fin el lugar que le correspondía.

—Oh, dios —gimió él profundamente enterrado en su interior, saboreando la sensación de sentirse prisionero de aquella caliente y húmeda funda—. Eres perfecta, la criatura más perfecta y eres mía.

Sus brazos dejaron la cama y se prendieron de sus hombros, acercándolo más a ella.

—Te necesito —gimió, las lágrimas perlando ya sus ojos—. Por favor, Nick… muévete, quiero sentirte.

Él no necesitó de más estímulo, se retiró lentamente y volvió a penetrarla arrancando un nuevo gemido de su garganta, reclamándola como sólo un hombre como él podía hacerlo.

—Mía, mía, mía —farfulló con cada nuevo empuje arrastrándola hacia un nuevo orgasmo.

La razón decidió emigrar una vez más, en aquella cama ya sólo existían las sensaciones, la pasión, la deliciosa unión de dos cuerpos que se reclamaban el uno al otro, Nickolas estaba perdido en ella, su felino ronroneaba feliz y satisfecho mientras la tomaba.

Gruñendo salió de ella sólo para tirar de aquel dulce cuerpo y ayudarla a darse la vuelta, trayéndola sobre sus rodillas para volver a tomarla desde atrás, de aquella manera podía penetrarla más profundamente, controlaba cada una de sus embestidas, el ritmo y la profundidad. Sus suaves y agónicos gemidos marcaban hasta dónde podía llegar, cómo podía complacerla, todo su cuerpo se estremecía bajo él creando un tercer orgasmo que llamaba al suyo propio. Sus manos acariciaron la espalda, recorrieron sus costillas, encontraron y juguetearon con sus pezones hasta que ella ya no pudo soportarlo más y pidió clemencia.

—Nick, por favor… no puedo más —lloriqueaba bajo sus atenciones.

Él le besó entonces la base del cuello, deslizó su boca lamiendo la línea de la columna para finalmente aferrar sus caderas y conducirlos a ambos a la culminación definitiva. Su grito de liberación cuando alcanzó el orgasmo se unió al suyo propio, todo su cuerpo se estremeció sobre el de ella, aferrándose a ella con fuerza como si temiese que el mundo que se estaba haciendo pedazos a su alrededor se la llevase de su lado.

Permanecieron un buen rato en silencio mientras recuperaban el aliento, él la mantenía abrazada, su pecho acunando su espalda, su sexo ya en reposo todavía en su interior negándose a abandonarla por completo.

—¿Estás bien? —preguntó finalmente, apretando su cuerpo contra el de ella.

Ella se movió contra él con un pequeño quejido.

—Define bien —susurró en respuesta, su voz somnolienta.

Él sonrió y le besó el pelo, con cuidado se permitió deslizarse de ella para luego coger el edredón y cubrirlos a ambos. Bajo las sábanas, la abrazó de nuevo, atrayéndola hacia su pecho mientras ella descansaba la cabeza contra su hombro.

—Duerme un poco —le susurró acariciándola lentamente, de manera calmante—. Ya habrá tiempo para hablar.

Ella se acurrucó a su lado, pegándose a él y suspiró permitiendo que el sueño la llevase, Nick sonrió, la besó una vez más y se unió a ella para descansar cuando los primeros rayos de sol del amanecer empezaban a filtrarse ya a través de las cortinas.