CAPÍTULO 6

—Recuérdame que cuando diga que me lleves a algún sitio especifique el lugar con las coordenadas de longitud y latitud —murmuró ella echando un vistazo alrededor.

Nick se limitó a sonreír y cerró la puerta tras de sí. Al contrario que gran parte de los hombres y mujeres que todavía vivían en la mansión principal, él disfrutaba de su propia casa dentro de los terrenos. Había escogido una zona cerca del bosque para establecerse allí, había sido sencillo levantar cuatro paredes y adecuarlas a sus necesidades, aquel era su espacio, su territorio, un lugar en el que podía estar a sus anchas sin que nadie se inmiscuyese en sus asuntos.

Su hogar poseía una distribución bastante peculiar, conformada en una única planta la cocina se separaba del pequeño comedor y del dormitorio por tan solo un tabique entre cada habitación. El suelo de madera discurría en forma de ele a lo largo de un amplio pasillo que conectaba la cocina con las dos habitaciones sin que hubiese paredes extra o puertas que entorpecieran el paso. Grandes ventanales daban luz y claridad a un hogar pintado en tonos blancos, permitiendo una visión de la exuberante naturaleza al otro lado del cristal. Por encima de todo, a él le gustaba la libertad, los espacios abiertos y así había diseñado su casa. La única excepción correspondía al baño, el cual ocupaba una buena porción del espacio al otro lado del pasillo.

—Si te llevase ahora mismo a la mansión, debería ofrecer explicaciones que todavía no sé si quiero ofrecer —aceptó él.

La mirada en los ojos de Mónica decía claramente que le importaba más bien poco la clase de explicaciones que tuviese que dar. Ella se volvió entonces observando con gesto curioso todo a su alrededor, los tacones de sus zapatos resonaban contra el suelo de madera haciendo que se alzase sobre la punta de sus pies, evitando así el sonido.

—Quítatelos, estarás más cómoda —le sugirió permaneciendo todavía al lado de la puerta.

Era extraño tener a aquella mujer en su hogar, si bien no era la primera vez que tenía visita, estas se reducían comúnmente a Mitia y su compañera y a los más jóvenes que a menudo venían en su búsqueda para solucionar algún conflicto de modo que Dimitri no los sacudiera por su propia estupidez. Pero ella era la primera mujer que introducía voluntariamente en su hogar y el verla allí parecía gustarle no sólo a él, si no también a su tigre.

—Preferiría que me acompañases a la mansión —respondió girándose para ahora mirarle a la cara—. Por favor.

Él ladeó la cabeza como si la estuviese midiendo y declaró con total sinceridad:

Lo haré… cuando tú y yo hayamos solucionado… lo que tenemos entre manos —aceptó y extendiendo una mano la invitó a avanzar—. Pero primero, ¿qué tal si vemos si todavía estás bajo toda esa capa negruzca que te cubre la cara?

Ella arqueó una de sus cejas y respondió con suficiencia.

—Créeme, el quitarme todo el maquillaje no hará que desee querer solucionar nada —su voz sonaba cansada—, antes tendría que conocer el problema, y en estos momentos tengo tantos en mi espalda que me llevaría toda una vida encontrarles solución.

Él sonrió.

—Vayamos paso a paso, menta —le dijo mientras la guiaba hacia el cuarto de baño—, averigüemos poco a poco lo que hay más allá de este momento.

Ella se estremeció, un temblor muy tenue pero suficiente para que lo percibiese al estar tan cerca de ella.

—Deja de llamarme así —murmuró deteniéndose ante el amplio dormitorio ocupado por una enorme cama y dos sillones, en la pared opuesta, la que dividía el comedor del dormitorio había colgada una enorme televisión de pantalla plana—. Empiezo a entender que te gustan los espacios abiertos.

Él se permitió resbalar las manos por los brazos desnudos de ella.

—Soy un felino, me gustan los espacios abiertos, me gusta la libertad —ronroneó en su oído, pero sin llegar a tocarla.

Ella se volvió lo justo para mirarlo.

—Es una bonita casa.

Le dedicó una inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.

—Gracias —aceptó dándole la espalda al dormitorio para abrir una puerta de madera oscura al otro lado de la pared la cual daba al cuarto de baño—. Vamos a ver si podemos quitarte todo eso de la cara.

Ella sonrió, era la primera sonrisa sin rastro de ironía que veía en su rostro.

—¿Le tienes miedo al maquillaje?

La luz se encendió bajo sus dedos.

—En absoluto, es sólo que me intriga lo que puede haber debajo —confesó al tiempo que se hacía a un lado y la dejaba entrar—. Soy un hombre curioso por naturaleza y siempre que tengo la oportunidad, trato de desvelar aquello que me intriga… Y tú me intrigas, Mónica, lo suficiente como para que desee saber que hay más allá de esa coraza con la que te vistes.

Sin dejarla responder, tomó su mano, se la llevó a sus labios y lamió suavemente la lleva de sus dedos provocándole un estremecimiento, entonces tiró de ella hacia el lavabo y abrió el agua caliente dejándola correr mientras sus ojos bebían de ella.

—Veamos pues, que escondes, mi pequeña tigresa.

 

 

 

Mónica frunció la nariz mientras le quitaba los restos de maquillaje con una pequeña toalla mojada en agua y jabón, su rostro parecía una paleta de colores en la que predominaba el negro. La suciedad iba cediendo poco a poco bajo el suave trato de la toalla en sus manos, podía ver su rostro en el espejo situado encima del lavabo, la imagen que le mostraba era tan extraña como increíble. Si bien ella no era baja, a su lado parecía una muñeca frágil y gótica, la piel oscura de Nick destacaba contra la suya, mucho más clara. Él se había quitado la chaqueta y se enrolló las mangas de la camisa para evitar que esta se mojara o manchara.

Su compañera, un sentido de irrealidad y una fuerte atracción la arrastraba hacia él, impidiéndole pensar, arrebatándole toda clase de sentidos.

—¿Qué hizo que huyeses hacia la puerta trasera del local?

La pregunta fue tan inesperada que dio un respingo, sus ojos se encontraron a través del cristal un instante antes de que le arrebatase la toalla de las manos y continuase limpiándose la cara ella  misma con mucho más brío.

—Nada digno de mención —respondió frotándose con energía las zonas más oscurecidas por el maquillaje.

Él arqueó una ceja ante su repentino cambio y volvió a recuperar la toalla de sus manos.

—Si sigues así acabarás por arrancarte la piel a tiras —le dijo mientras volvía a enjuagar la toalla y terminaba de borrar los últimos rastros de suciedad. Él se echó hacia atrás y contempló su trabajo con aire satisfecho—. Así, mucho mejor. Ahora ya podemos ver lo que hay debajo de todo ese maquillaje.

Ella se alejó una vez más de su contacto, tomó un poco de jabón en sus propias manos, las frotó y se restregó una última vez el rostro para finalmente enjuagárselo con abundante agua. Su mano se extendió en busca de la toalla y se encontró con los dedos de él acariciando el algodón.

—No te hacía un experto en eliminar el maquillaje femenino —comentó ella tras secarse la cara.

Él sonrió y tenía una sonrisa arrebatadora.

—Te sorprendería lo que los jóvenes tygrain pueden hacer con una caja de pinturas —aseguró, la diversión palpable en su voz—. Mi sobrina tiene debilidad por el maquillaje de su madre, la última vez no sólo se maquilló ella, pintó también las paredes y fue al tío Nick a quien le tocó arreglar el desastre.

Aquel pequeño pedazo de información la hizo alzar la mirada hacia él.

—No sabía que tenías hermanos.

Él se encogió de hombros.

—No es un secreto —comentó—. Mi hermano y su compañera viven en Seattle.

—¿Ella es una de esas pocas que saben de los secretos inherentes a vuestra raza? —dijo en directa referencia al comentario que le hiciera anteriormente.

Él no solo contestó si no que sonrió ante la pregunta.

—Malena es también tygrain, llevan diez años emparejados —contestó—. Chloe llegó hace cinco años. Creo que te gustaría, es un cachorro muy inteligente.

Ella parpadeó.

—¿Quieres decir cachorro… como en gatito?

Él se echó a reír, con ganas.

—No, es simplemente un término que utilizamos —respondió mirándola ahora—. Nuestros hijos nacen y crecen como humanos, no comienzan sus primeros cambios hasta la adolescencia y esos primeros cambios… bueno, si piensas que los adolescentes humanos son difíciles de educar, espera a conocer a uno de los nuestros.

—Vaya —murmuró sin saber que más decir al respecto. Aquello seguramente era algo en lo que nunca antes pensó al estar entre ellos. Estaba acostumbrada a tratar con felinos reales, los que caminaban sobre cuatro patas y se comían siete quilos de carne sólo de aperitivo.

—¿Tienes alguna pregunta más sobre nosotros de la que desees saber la respuesta?

Montones, pensó ella, pero su cerebro parecía estar demasiado hecho papilla ahora mismo para poder pensar en ellas.

—Demasiadas como para contestarlas en una sola noche —dijo apoyándose ahora contra la esquina que unía la pared a una amplia ducha con mampara de cristal transparente y suelo entablillado de madera.

—En ese caso, las dejaremos para otro momento —le dijo al tiempo que estiraba una mano hacia ella y le acariciaba la nariz y los pómulos con los dedos—. Y pensar que debajo de toda esa capa de maquillaje, había pecas.

Ella arrugó la nariz bajo su toque.

—Enhorabuena por el descubrimiento —murmuró apartándose lentamente. Su toque la ponía nerviosa y hacía que todo su cuerpo reaccionase a él.

—Me pregunto si se limitan a tu rostro o se extienden más allá. —Su voz fue un ronroneo bajo, sensual y absolutamente felino.

Hora de emprender la retirada, pensó ella apartándose de la pared.

—Creo que éste es tan buen momento como otro para hablar sobre el supuesto asunto del emparejamiento —le dijo saliendo de su rango de acción.

Ella lo oyó gruñir por lo bajo.

—No hay nada de supuesto en esto, gatita.

Ella no tuvo problema en mirarle de frente.

—¿Cómo estás tan seguro de ello? ¿Quién dice que no es un malentendido? Después de todo, el club estaba lleno de mujeres… algunas de ellas miembros de tu… clan… manada… lo que sea. De hecho llegué con ellas, quizás…

Él dio un paso adelante cortándole la retirada, tomó su mano y presionó la palma contra su dura erección.

—Esto, no lo provoca una gata cualquiera, cielo, lo haces tú —le aseguró con voz profunda y sensual—. Y en algún recoveco de tu piel, existe una pequeña señal, una marca en forma de huella felina, que te convierte en mi pareja.

Ella apartó tan pronto como él la soltó, el rubor cubría sus mejillas y estaba seguro que todo su cuerpo. La boca se le secaba y su respiración se aceleró.

—Ahí… ahí tienes la prueba entonces —se las arregló para decirle—. No tengo ninguna marca de nacimiento en mi cuerpo.

Él sonrió, una sonrisa masculina y satisfecha.

—Que no la hayas visto, no significa que no esté, gatita —le sopló al oído y un pequeño gemido escapó de entre sus labios.

—¡No vuelvas a hacer eso! —saltó nerviosa.

—Oh, voy a hacer más que eso —aseguró inclinándose una vez más sobre ella, esta vez sin llegar a tocarla. Pero no hacía falta que lo hiciera, su mirada, su actitud hablaba por sí sola y la hacía reaccionar como si sus manos resbalasen por su piel.

Ella se obligó a respirar profundamente, apretó los dientes con frustración y lo fulminó con una mirada que presagiaba tormenta.

—¿Eso es una amenaza?

Aquello pareció sorprenderle, por que dio un paso atrás y la miró como si no pudiese creer sus palabras.

—No voy a hacerte daño, Mónica, eres mi compañera —declaró con sinceridad—. A lo máximo que aspiro es a conocerte y que tú me conozcas a mí… que lo hagas tan íntimamente que no pueda quedar ya duda alguna de que… somos pareja.

Ella abrió la boca pero las palabras no salían a la superficie, su cerebro se diluía poco a poco, desparramándose y privándola de cualquier réplica inteligente.

—Deja los pensamientos para después, ahora mismo no creo que ninguno de los dos tenga la mente precisamente clara —comentó dando un nuevo paso hacia ella. Adelante y atrás, ambos parecían estar ensayando alguna especie de baile de cortejo, evitándose e interponiéndose en el camino del otro—. Me muero por probarte, por saborear cada centímetro de tu piel y comprobar si sabe tan bien como parece.

Ella alzó las manos, sus palabras la sofocaban y excitaban al mismo tiempo.

—Todo esto es una locura —murmuró dando un nuevo paso atrás, intentando por todos los modos mantenerse entera aunque resultase cada vez más difícil hacerlo.

Su estratégica huida quedó entonces interrumpida cuando él cerró la puerta del cuarto de baño, atrapándola contra la madera, presionándola con la parte frontal de su cuerpo mientras le acariciaba el cuello con la nariz y aspiraba su aroma.

—No me obligues a darte caza —susurró, su voz más gruesa, espesa y felina—. Mi felino está demasiado cerca de la superficie… te reconoce, te desea, quiere que te reclame… Te marcará, ambos lo haremos.

Ella tragó, sus manos planas contra la puerta, la espalda rígida, su mirada perdida en la de él. Se estremeció, aquellos ojos que la miraba eran más brillantes que antes, peligrosos y contenían demasiadas promesas sensuales.

—Tus ojos —murmuró sin poder hacer otra cosa.

Él parpadeó y tomó una profunda respiración.

—Es parte del emparejamiento —murmuró—, mi felino está muy cerca de la superficie, se refleja en mis ojos.

Ella tragó, no estaba segura de si aquello era algo bueno o malo.

—Empiezo a pensar que no sé tanto sobre vuestro… um… emparejamiento… como pensaba —dijo tragando con dificultad.

Él le inclinó una vez más sobre ella, su boca acariciándole la piel.

—Cuando alguien de mi raza encuentra a su pareja, a su compañera, lo primero que capta nuestra atención es su aroma. Una vez lo hueles no hay nada más, ese aroma… tu aroma… se convierte en un reclamo, en una obsesión y la necesitad lo inunda todo. El deseo y la lujuria eclipsan cualquier cosa que no seas tú y el tenerte cerca o tocar tu piel. Cada momento que pasa aumenta esa necesidad, cuanto más luchas, más intenso es —él se lamió los labios como si ya pudiera saborearla, aquello la hizo estremecer—. Somos una raza puramente senxual, la necesidad de reclamarte crece y opaca todo lo demás… si la bestia toma el relevo, el desenlace puede no resultar tan… satisfactorio…

Ella se lamió los labios, asustada y excitada ante la pasión que manaba de él.

—¿Y la otra parte de la pareja… experimenta las mismas… emociones?

Él sonrió, una sonrisa felina llena de satisfacción y deseo.

—Eso tendrías que decírmelo tú, menta —le susurró al tiempo que le mordisqueaba el cuello—. ¿Huelo tan bien para ti como tú para mí? ¿Ardes y te consumes por tocar mi piel, por conocer mi sabor como yo deseo probar el tuyo?

Ella no podía contestar, no sabía como hacerlo, la habilidad de hablar se esfumó rápidamente bajo sus caricias, sólo era capaz de gemir.

—Mónica, este es un juego peligroso y no se aplacará hasta que te marque —le dijo y se echó hacia atrás de modo que ella pudiese ver ahora sus ojos—. No deseo ver el miedo en tus ojos, puedo soportar la incertidumbre, podemos explorar los beneficios de emparejarnos, pero no quiero tu temor, no deseo asustarte.

¿A dónde diablos se había marchado todo el aire de la habitación?

—No sé si quiero que me muerdas, me arañes o lo que quiera que signifique para ti marcarme —se las arregló para decir, un ligero temblor la recorrió como punto y final a su declaración—. No creo que me gusten esos juegos.

Su risa fluyó con calidez, un sonido profundo, salvaje.

—No habrá mordiscos, si no quieres ser mordida —se burló de ella—. Prometo así mismo no arañarte con mis uñas, aunque ni siquiera estoy seguro de que pudiese hacerlo, las tengo cortas.

Ella frunció el ceño.

—No bromeo.

Él la miró con ternura y le acarició la mejilla.

—Yo tampoco.

Ella se lamió los labios, sentía como todo su cuerpo respondía al de él, derritiéndose y ardiendo allí donde se tocaban.

—Una vez que encuentras a tu pareja… que la reclamas… ¿qué ocurre?

Su mano bajó hacia sus labios, su pulgar jugaba con el labio inferior.

—Una vez que te reclame… que te lleve a mi cama, si así lo entiendes mejor, esta desesperada necesidad se irá aplacando, llegará la calma, seguiremos necesitando el contacto el uno del otro, pero su intensidad será completamente manejable —explicó.

Ella se lamió los labios.

—Estás hablando de deseo, lujuria… necesidad sexual —dijo como si necesitara ponerlo en palabras.

Él dejó sus labios y la miró a los ojos, parecía realmente sorprendido ante su pregunta.

—¿Estás pidiendo amor?

Ella se tensó, ¿qué podía decir? ¿Qué llevaba meses enamorada de él? ¿Qué esperaba algo más que lujuria de un emparejamiento? Ella había visto como el emparejamiento de su amiga contenía algo más que lujuria, pero al contrario que ella,  Jasmine y Dimitri habían tenido quince días para conocerse, enamorarse antes de que él la reclamase como compañera.

—Hace falta algo más que rescatar a una de una estúpida caída para caer rendido a sus pies —se obligó a responder, la ironía goteando de su voz—. Si llegase a creer que te has enamorado de mí por mis preciosos zapatos, echaría a correr ahora mismo.

Él correspondió a su sonrisa final, pero no era genuina, la desconfianza seguía allí.

—El amor no es instantáneo, menta —contestó por fin—. El deseo, la atracción, la lujuria… todo ello sí, pero el amor... Temo que es más una quimera que una realidad, pequeña. ¿O vas a decirme que tú estás locamente enamorada de mí?

Ella respiró profundamente y se las arregló para responder con absoluta frialdad.

—Claro, por supuesto, no tengo nada mejor que hacer que colgarme por ti —su respuesta fue demasiado temblorosa para su gusto—. Mírame, me muero de amor.

Él se rió y apretó su ingle contra sus muslos haciéndola consciente una vez más de su pesada erección.

—Dicen que el cariño llega tras el roce, y la pasión siempre me ha parecido una buena forma de iniciar cualquier clase de roce… o fricción —ronroneó apretándose y frotándose contra su cuerpo.

Entonces, casi repentinamente ella lo vio perdiendo la sonrisa, su mirada se oscureció y la duda se abrió paso en su rostro como si hubiese recordado algo que no debería haber pasado por alto.

—Has mencionado el amor, ¿hay alguien en tu vida?

Aquello la sorprendió tanto que comenzó a balbucear.

—¿Qué? No… yo… no estoy saliendo con nadie —respondió sofocada—. Hace… hace tiempo que no salgo con nadie.

Su mirada cayó sobre ella como si estuviese decidiendo si le estaba diciendo la verdad o no. Ella se mordió el labio inferior y dio el primer paso voluntario en aquella loca carrera contra la lujuria alzando la mano para acariciarle la mejilla.

—No hay nadie, de verdad —respondió mirándole a los ojos, rogando que no se reflejara en ellos sus sentimientos hacia él—. No lo ha habido en mucho tiempo.

No, no lo había por que su lugar ya estaba ocupado por el mismo hombre que acababa de negar que el amor fuese algo importante para él.

Él pareció relajarse entonces, dejando escapar el aire lentamente, su cuerpo siguió todo su ejemplo amoldándose incluso más al de ella.

—En ese caso, déjame entrar a mí —le susurró y bajó sobre su boca—, te prometo que cuidaré bien de ti, no te ataré, te dejaré en libertad siempre que así lo desees, pero ahora déjame tenerte.

Mónica apretó los ojos ante una promesa que empezaba a pensar era más para consigo mismo que para ella. Suspirando, abrió los labios para él, cediendo ante el hombre que si no tenía cuidado la destruiría por completo.