CAPÍTULO 9

Mónica cerró la cremallera de la bolsa que le trajo Jasmine y dirigió la mirada hacia el pasillo dónde esperaba pacientemente su amiga. Había llegado una hora antes y sus primeras palabras fueron para Nickolas, una breve advertencia que lo obligó a permanecer con Dimitri en la cocina mientras se reunía con ella y sin necesidad de palabras, le prestaba todo su apoyo.

—¿Necesitas alguna cosa más? —preguntó tras el cómodo silencio.

Ella sacudió la cabeza.

—Sólo poder coger el autobús de las tres —respondió con todo cansado.

Jasmine dejó su lugar en el pasillo y caminó hacia ella.

—Deberías comer antes algo, imagino… que ni siquiera has desayunado. —Las sábanas revueltas era suficiente prueba para tal suposición.

Sacudiendo la cabeza, comprobó todos los cierres de su maleta y la bajó después al suelo.

—No tengo hambre —dijo ella—, ya comeré algo cuando llegue.

—Nica…

Ella alzó una mano pidiéndole que se detuviese.

—Siento todos los problemas que haya podido causar mi repentina ausencia —le dijo y chasqueó la lengua—. Y no la tomes con las chicas, ellas no tienen la culpa.

Jasmine la miró de reojo.

—Te han hecho una encerrona —gruñó ella—. Si llego a saber lo que tenían planeado… Ni siquiera pensé en que fuese Noche de Chicas, yo también tengo parte de culpa por ello. Pensé que Lisbeth sería un poco más sensata… ella lamenta realmente lo ocurrido, se preocupó cuando no volviste y no te encontrábamos.

Mónica dejó escapar un bufido.

—Ha sido una noche que sinceramente prefiero olvidar —aceptó mirando ahora a su alrededor—. Un cúmulo de despropósitos que nos ha conducido a esto, ¿cómo es posible? ¿Por qué yo?

Su amiga se acercó a ella y posó la mano en su brazo.

—Esa es una pregunta que me hice a menudo tiempo atrás —aseguró con una triste sonrisa—, y temo que sólo tú misma podrás encontrar la respuesta que necesitas. Si él tan sólo comprendiese…

Ella posó su mano sobre la de la mujer.

—Tengo que volver a Richmond, no puedo dejar de asistir a mi trabajo así por que sí —le sonrió suavemente.

Jasmine suspiró.

—Es pronto para vosotros, él ni siquiera sabe todavía como funciona el vínculo entre parejas —resopló—. No será fácil estar separados, la distancia… no es buena para nuestros compañeros… esto, esto es una locura, Nica.

Ella negó con la cabeza.

—La locura no es que yo me vaya, es haber venido en primer lugar —declaró con tristeza—. La verdadera locura es… enamorarte de alguien que jamás te ha visto realmente, que no está interesado en ti más de lo que estaría cualquiera para echar un buen polvo.

Jasmine puso los ojos en blanco.

—No seas melodramática, Nica —le dijo y sacudió la cabeza—, tú no eres de las que se pone a llorar por las esquinas, ni tampoco de las que se van con el primero que pasa.

Ella arqueó una ceja.

—Pues juraría que anoche fue lo que hice.

Su amiga resopló.

—Eso es distinto, no es como si pudieses evitarlo.

Ella puso los ojos en blanco.

—Créeme, ahora lo sé.

—Esto es una mierda, lo sabes, ¿no?

No pudo evitar sonreír, ¿si lo sabía? Oh, sí, lo sabía perfectamente.

—No puedo obligarle a sentir algo que no siente —declaró con un ligero encogimiento de hombros—. Y está bien, al menos ha sido sincero. Para él soy… alguien que le gusta. Le caigo bien, nos entendemos en la cama y le parezco atractiva, podría irnos peor, ¿no?

—Sólo es el principio, lo que quieres… todavía puede llegar.

Ella hizo una mueca.

—Ha dicho que lo intentaría, sin ataduras, sin promesas, pero que lo intentaría —aceptó y respiró profundamente.

Su amiga le sonrió y asintió.

—Lo hará, Nica —le aseguró—. Si algo sé de ese tozudo que has conseguido como compañero, es que no se da por vencido antes de comenzar. Si ha de intentarlo, lo hará con todo lo que tiene y tendrás que estar allí para que el esfuerzo merezca la pena.

Ella sonrió, por primera vez en la última hora su sonrisa fue realmente esperanzadora.

—Lo estaré, Jasmine, si no otra cosa, yo estaré allí —aseguró con un profundo asentimiento de cabeza—. No puedo sino estar de acuerdo con Nick en una cosa.

—¿El qué?

Ella estiró el asa de la maleta y tomándola echó un último vistazo a su alrededor.

—En que no nos conocemos, no realmente —explicó—. Esto ha sido un encuentro fortuito, hizo que nos saltásemos todas las bases hasta llegar a la última y es necesario retroceder, volver al comienzo. Los tigres necesitan tiempo para acostumbrarse a tu olor, para reconocerlo, sólo entonces decidirán si puedes penetrar en su territorio. Si entras sin invitación, si los fuerzas a aceptarte, no sólo no confiarán en ti, si no que podrían atacarte, si te ganas su confianza vendrán a ti cuando les tiendas la mano y se frotarán contra tus piernas.

Su amiga sonrió ampliamente.

—A veces olvido que trabajas entre felinos más tercos que los tygrain y más salvajes —aceptó ella.

Mónica aferró el asa de su maleta y tiró de ella poniéndose en marcha.

—¿Más tercos? Um… no estaría tan segura —declaró y ambas amigas se rieron.

Jasmine tomó aire finalmente y la miró a los ojos.

—¿Lista para irnos?

Ella asintió.

—Lista para decir adiós —respondió.

Jasmine sacudió la cabeza en una profunda negativa.

—Nunca adiós, Mónica, sólo un hasta la vista.

El optimismo de su amiga la hizo asentir.

—Sí, un hasta la vista no está mal.

—Vamos entonces —la instó a continuar.

Los dos hombres las esperaban ya en el camino de entrada, habían acordado que Jasmine sería quien la acompañaría a coger el autobús, ella no deseaba alargar una despedida que con cada momento que pasaba se hacía más y más difícil.

—Dame la maleta, la meteré en el coche —le dijo Jasmine y le dedicó una fugaz mirada a su compañero, quien optó por seguirla dejándolos a los dos solos.

Nick ya se había aseado y vestido por completo, con unos gastados pantalones vaqueros, botas y camisa blanca tenía un aspecto fresco y tan atractivo que la dejaba sin aliento.

El silencio se instaló entre ellos durante varios segundos hasta que lo rompió él.

—No sé que decir y que borre esa mirada triste en tu cara. —Sus palabras eran tan directas y sinceras que ella se encontró sonriendo.

—Nada de lo que pudieras decir ahora mismo, serviría —le aseguró con un ligero encogimiento de hombros—. Prefiero mil veces la verdad a una mentira piadosa.

Él asintió y dio un paso hacia ella, Mónica acortó también la distancia y le abrazó.

—Estaré bien, así que borra esa cara de gato apaleado —le susurró al oído—. La vida no siempre nos da aquello que deseamos, debemos esforzarnos por conseguirlo… y yo soy experta en luchar por lo que quiero.

La mirada brillante en los ojos de él hablaba por sí misma.

—Empiezo a verlo —aceptó, sus dedos le acariciaron la mejilla—. Ten cuidado con tus “pacientes” doctora, no me hace feliz la idea de que otros felinos se restrieguen contra tus piernas.

Ella se rió, una risa genuina.

—Tú aún no te has ganado el derecho a restregarte contra mis piernas, trigre —le aseguró inclinando el rostro contra su mano—, pero te invito a que sigas intentándolo.

Él la miró a los ojos y en ella vio clara y limpia verdad.

—Lo intentaré, Mónica. —Sus palabras eran sinceras—. No puedo prometerte nada, pero lo intentaré.

Ella asintió y se separó de él, una suave sonrisa impresa en sus labios.

—Si sientes necesidad de mí… ven a verme, ¿de acuerdo? —le susurró sólo para sus oídos—. No sé muy bien como funciona este vínculo, pero… bueno... si sientes la necesidad de viajar, asegúrate de pasar por Richmond.

Él le devolvió la sonrisa y antes de que ella pudiese hacer algo para evitarlo, la atrajo a su abrazo y tomó su boca en un rápido y húmedo beso.

—Ten cuidado, compañera —le susurró a la puerta de sus labios—. Y buen viaje.

Ella asintió, dio un paso atrás y finalmente le volvió la espalda caminando directamente hacia el todoterreno.

—¿Lista? —preguntó Jasmine.

Mónica asintió, abrazó a Dimitri y después rodeó el coche para subirse al asiento del copiloto. Las palabras se negaban a abandonar su garganta, las lágrimas se agolpaban obstinadamente en sus ojos amenazando con derramarse, sólo su voluntad y la necesidad de mantenerse firme le hizo aguantar hasta que el coche se puso en marcha y tras recorrer toda la extensión de terrero abandonaron la plantación.

—Está bien, Mónica —susurró su amiga con voz dulce—. Déjalo ir.

Con las palabras de Jasmine, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, el dolor se abrió paso en su pecho y los primeros sollozos abandonaron su garganta.