CAPÍTULO 10
Mónica dejó escapar un pequeño suspiro mientras abandonaba el área de los tigres. Sasha, la tigresa más joven con la que trabajó desde que era apenas un cachorro, empezó a comportarse de manera extraña. Al principio la hembra se limitó a jugar, mostrándose levemente irritada como solía ocurrir cada vez que ella regresaba tras pasar unos días en contacto con otros felinos. Este vez, sin embargo, sus pequeñas caricias juguetonas se volvieron más agresivas y tenía la herida de la zarpa de la enorme gata en la mano derecha que así lo demostraba.
El resto de la manada de tigres, dos hembras y dos machos jóvenes parecieron alterarse también, pero no de un modo tan brusco como el de la hembra, su desconfianza les duró un par de días volviendo entonces a su estado habitual de ignorar a su cuidadora.
Resoplando echó una mirada hacia atrás y cerró la puerta de metal, se sacó los guantes y los dejó caer contra una de las mesas auxiliares con un mohín, su mal humor hacía juego con el de la tigresa.
—¿Sasha sigue ocasionando problemas?
Ella se giró lo justo para ver entrar a una delgada y joven muchacha vestida con el uniforme del zoo. Sus ojos verdes iluminaban un rostro pequeño y ovalado. Ella era una de las becarias que la empresa que gestionaba el zoo contrataba para suplir vacaciones, o hacer las prácticas, en el caso de Kalia, su estancia se había prolongado más de la cuenta, pues llevaba más de dos años trabajando con ella.
—Esta semana está más irritable que de costumbre —le dijo dándole la espalda a la puerta que conducía a la guarida de los tigres.
—Y no es la única —comentó su compañera—. ¿Has conseguido descansar algo? Tienes aspecto de no haber pegado ojo en toda la semana.
—Estoy bien —declaró poniéndose en marcha para regresar a la sala principal dónde le esperaban las muestras que tenía que analizar—. Me tomaré un café antes de irme y me espabilará por completo.
Su compañera chasqueó la lengua.
—Creo que tienes suficiente cafeína en el cuerpo como para ponerte el piloto automático, así que no le metas más —declaró con marcado énfasis—. No creo que podamos resistir tu ritmo mucho más tiempo.
Ella dejó escapar un bajo suspiro de frustración, los últimos quince días no fueron precisamente un camino de rosas. La vuelta al trabajo, a la rutina debió ser la excusa perfecta para mantenerla ocupada y evitar que le diese vueltas a lo ocurrido en aquella maldita noche, pero nada salió como ella esperaba. El cansancio de los primeros días, el cual achacó a un hecho puramente psicológico pronto se convirtió en una punzante frustración, instantáneos accesos de fiebre ocupaban sus noches impidiéndole dormir, los continuos cambios de humor y los inexplicables ataques de llanto le hicieron plantearse incluso la posibilidad de que aquella única noche trajese consigo repercusiones, pero la visita de su menstruación la semana anterior había borrado tal posibilidad.
Jasmine la llamaba casi cada día, la preocupación en su voz era obvia aunque intentase disimularla, sus conversaciones solían girar en torno al trabajo de Mónica y la posibilidad de una próxima visita, algo que ella intentaba evitar siempre que surgía. Había sido en uno de esos intercambios telefónicos que volvió a hablar con Nickolas, él se había mostrado reacio e incómodo al comienzo de la conversación, su presencia en la mansión se debía a una reunión que concertó Dimitri, pero la mala suerte o la casualidad decidió por él cuando Jasmine lo vio, atrapándolo irremediablemente y obligándole a ponerse al teléfono. Sus palabras habían sido cordiales, su voz tan profunda y sensual como la recordaba pero aquel sencillo intercambio la dejó llorando toda la noche.
La maldita y triste realidad era que no podía quitarse de la cabeza la noche compartida, si cerraba los ojos podía todavía sentir sus manos sobre su piel, escuchar el tono ronco y felino de su voz cuando le hablaba, la intensidad que los obligó a permanecer juntos, que los atrajo como dos poderosos imanes. No sabía si todo lo que había ocurrido las dos últimas semanas tenía algo que ver con su emparejamiento, pero fuese lo que fuese estaba afectándola a muchos niveles.
—Anímate, ya es viernes, podrás descansar el fin de semana —comentó su compañera, sacándola de sus pensamientos—. Sasha también estará de mejor humor el lunes.
Ella no lo creía así.
—No, no creo que lo esté —aceptó con un profundo suspiro—. No lo estará mientras yo esté a su alrededor. Sasha no me quiere cerca de ella, no sé todavía el motivo pero no puedo arriesgarme a que se haga daño o me lo haga a mí. Busca a Trixa, ella ha trabajado con la tigresa antes, la conoce y la tolera, ahora mismo eso es más de lo que tenemos.
La expresión en el rostro de la chica hablaba por sí sola y Mónica no podía culparla, todos en el zoo sabían que amaba a esa tigresa, había llegado incluso a pasar noches en vela, cuidándola cuando era sólo un cachorro del que su madre había renegado. El vínculo que compartían no se parecía a nada que cualquier otro miembro del equipo pudiese tener con los tigres.
—¿Estás segura?
No, en realidad no estaba segura de nada pero no era algo que pudiese decir en voz alta.
—Sí —respondió en cambio—. Llámala y díselo, necesito que esté aquí el lunes a primera hora.
—De acuerdo —aceptó al tiempo que indicaba con el pulgar por encima del hombro—. Voy a comprobar que todo está cerrado antes de irme.
Ella asintió.
—Yo terminaré aquí y me iré a casa —confirmó moviéndose ya hacía su escritorio—. Te veré el lunes.
—Hasta el lunes —le dijo—. Y procura descansar.
El clasificar las muestras le tomó menos tiempo del pensado y una hora y media después ya salía de las instalaciones para volver a casa. La idea de llegar y meterse en una bañera de agua caliente la seducía lo suficiente como para apurar el paso. Podría coger el autobús de la última línea que pasaba por la zona y plantarse allí en pocos minutos, pero prefería ir caminando. El aire de la noche parecía ser lo único capaz de mitigar un poco los extraños accesos de fiebre que solían venir tras las crisis de agotamiento o llanto, despejaba su mente cuando el estrés la consumía y la dejaba pensar con claridad.
—Una bañera de agua caliente y una taza de chocolate —murmuró para sí, saboreándolo con anticipación.
Mónica dejó escapar un suspiro y se ajustó bien el bolso al hombro, el sonido del teléfono móvil emergió entonces de él como si lo iniciase su contacto.
—¿Y ahora qué? —resopló metiendo la mano dentro del bolso para coger el teléfono. Ella se quedó mirando durante unos instantes el número el cual le era desconocido antes de responder.
—¿Sí?
Hubo un pequeño momento de silencio, entonces una voz profunda y sensual ocupó la línea.
—Hola Menta.
La sorpresa la hizo detenerse de golpe, ella casi tropezó con sus propios pies.
—¿Nickolas? —Sintió la necesidad de preguntar.
Una suave risa del otro lado de la línea, entonces la respuesta.
—El mismo —declaró—. ¿Te he llamado en un mal momento?
—¿Qué? Oh, no, no, no —negó enérgicamente—. Es sólo… me has sorprendido, no… no lo esperaba.
Ella se mordió el labio al escuchar en su propia voz una pequeña queja.
—Lo siento —oyó su respuesta—, han sido unos días… complicados. No sabía si debía llamarte… o acercarme a verte.
Ella se lamió los labios.
—Oh… ah… bueno… habría sido agradable verte.
Una profunda y suave risa.
—¿Sólo agradable?
Ella dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza, consciente de que él no podía verla.
—Agradable es un buen comienzo para mí —replicó ella y cambió el teléfono de mano y oreja para estar más cómoda—. ¿Cómo has estado?
Una ligera vacilación, entonces escuchó un resoplido.
—¿Quieres la verdad, compañera? —declaró pronunciando por primera vez la palabra que la vinculaba a él.
Ella se estremeció. ¿Quería la verdad? ¿Se atrevería a ver que había más allá?
—Sólo si quieres dármela.
—Mónica, ahora mismo hay otras cosas que preferiría darte —le respondió en un bajo ronroneo—, o hacer contigo. Me has hecho falta, de una forma horrible y descarnada, Menta.
A ella se le secó la garganta ante las palabras de él.
—Te dije… que cuando me necesitaras… —le recordó marcando cada una de las palabras con suavidad.
—No voy a utilizarte como a una vía de escape —respondió él y había casi un gruñido de mal humor en su respuesta, como si le ofendiese el simple ofrecimiento.
—No creo que… soy tu compañera, ¿no? —le recordó con suavidad—. Eso debería eximirme de ser una vía de escape.
Un suave gruñido.
—Sí, eres mi compañera —declaró con firmeza—, lo que hace que me preocupe cuando me entero de que te has hecho daño y no se te ha ocurrido si quiera hablarme de ello.
Ella frunció el ceño, ¿de qué estaba hablando?
—Esa tigresa te ha estado dando problemas. —Sus siguientes palabras dieron respuesta a la pregunta no formulada.
Lamiéndose los labios se miró la mano cubierta por la gasa y el esparadrapo.
—No ha sido nada grave, es un simple arañazo —declaró en voz baja, como un niño al que han descubierto tras una travesura.
—¿Catalogamos de simple arañazo una herida a la que han tenido que dar varios puntos? —la censura en su voz era palpable—. No juegues conmigo, Menta, no intentes hacerle creer a un tygrain que su compañera está bien cuando no es así.
Ella apretó los labios, luchando con las inexplicables ganas de llorar, una vez más los bruscos cambios de humor saltaban al ruedo dispuestos a dejarla de rodillas.
—Y no te metas en una jaula con felinos salvajes cuando acabas de emparejarte con alguien de mi raza, ellos te darán la espalda, por que me olerán a mí en ti —declaró con una voz rica, firme y profunda que sonó a su espalda y no por a través de la línea telefónica.
Mónica contuvo el aliento pero se giró inmediatamente sólo para verlo allí de pie, apagando el teléfono y devolviéndolo a su bolsillo.
—Nick —susurró su nombre, pues en aquellos momentos no estaba segura de que le saliese cualquier otra palabra.
Él cubrió sus labios con una sonrisa y caminó hacia ella.
—Hola, Menta. —Sus ojos cálidos la recorrieron lentamente, como si necesitara grabar cada parte de ella en su retina—. Perdona que te haya hecho esperar, cuando te dije que lo intentaría, hablaba en serio… yo… quiero intentarlo contigo.
Ella tragó saliva, todo su cuerpo empezó a temblar y se vio incapaz de dar un solo paso más.
—¿Mónica? —la preocupación que vio en sus ojos borró todo lo demás. En un par de pasos llegó a ella, acariciándole el rostro, buscando qué estaba mal—. Mírame, eso es… ahora respira lentamente… así.
Una temblorosa mano subió a la que él tenía contra su mejilla, sus dedos tocaron la piel callosa y oscura de sus dedos y una lenta sonrisa se extendió por sus labios.
—¿Estás bien? —le preguntó sin dejar de mirarla.
Ella sacudió la cabeza.
—No me hagas caso, es… ha sido una semana complicada —aseguró con voz rota—. Un infierno de semana.
Él asintió.
—La mía también —aceptó apretando suavemente sus dedos, frunciendo el ceño al encontrarlos fríos—. Estás helada.
Ella esbozó una sonrisa, casi una risa emergió de sus labios.
—Pues sería toda una novedad, por lo general ardo en fiebre —declaró y permitió que él la abrazara, apretándola contra su cuerpo.
—Lo siento, menta, eso… es culpa mía, me temo —aseguró al tiempo que le frotaba la espalda haciéndola entrar en calor.
Ella frunció el ceño ante sus palabras.
—¿Tuya cómo? No es que me hubieses contagiado algo… ¿verdad?
Nick rió por lo bajo.
—No, gatita, no puedo contagiarte nada más raro que un resfriado —le aseguró y buscó su mirada—. Me temo que he sido bastante descuidado contigo y con el vínculo que nos une… Sólo puedo decir que no sabía que mi forma felina hace eso en ti.
Ella se echó hacia atrás, deseando ver su rostro y entender lo que insinuaba.
—¿Hacer el qué?
Él chasqueó la lengua y la recorrió con la mirada.
—Has estado enferma. —Era una afirmación, no una pregunta—. Fiebre alta e intermitente, cambios drásticos de humor… tristeza seguido de euforia. No pensé que nuestro vínculo se hiciese tan fuerte, ni que te afectarían mis cambios.
Ella parpadeó.
—¿Perdón? ¿Tus cambios?
Él asintió y resopló.
—No me había ocurrido desde que era un cachorro y comencé a cambiar, está claro que el establecer el vínculo contigo tiene algo que ver, pero no debería repetirse en ti como un espejo —declaró y negó con la cabeza—. Mint piensa que quizás se deba a tu afinidad con los felinos, a que tu conexión con mi gato es mucho más fuerte ya que él te ha aceptado incluso antes de que lo hiciese mi parte humana.
Ella se estremeció.
—Hablas como si fueses dos personas en una —murmuró mirándole de reojo.
Él sonrió.
—Soy un tygrain, menta, soy dos naturalezas completamente distintas que se unen para crear un único ser —respondió con un ligero encogimiento de hombros—. Soy un gato, nena. Somos un poco volubles, cambiantes… pero no tan extremos como lo que has padecido esta última semana, imagino que ha sido el vínculo del emparejamiento el que lo ha masificado.
Ella abrió la boca, entonces volvió a cerrarla.
—Esto es una locura —dijo intentando comprender lo que ocurría—. Entonces, mis tigres… Sasha, ¿ella me está rechazando por ti?
Él asintió lentamente.
—Todo felino reacciona al sentirse amenazado, si introduces algo distinto en su hábitat lo nota. Un simple cambio de perfume, o de condición y ellos lo notan. Tú ahora estás emparejada conmigo, las hembras y los machos de la manada lo han olido y por ello recelan de ti, para ellos es como si una de sus miembros se hubiese apareado con un macho de otra manada. Mi aroma está en ti, y las hembras lo notan, estarán algo irascibles hasta que vuelvan a acostumbrarse.
Tan extraño como aquello parecía, para ella tenía sentido.
—Ya no formo parte de la manada. —Había un tinte de tristeza en su voz, una enmascarada agonía en su mirada que hizo que se acercase más a ella y le acariciase el rostro con los nudillos.
—Lo siento mucho, Mónica —le dijo con suavidad—. No sabía que ocurriría, no he estado emparejado nunca antes.
—Yo la crié —murmuró ella alzando la mirada para encontrarse con la suya—, he estado con ella desde que era un cachorro y su madre la repudió. Nunca antes me hizo daño y ahora, ella me odia… lo sé.
Él ahuecó su rostro entre las manos, acariciándole las mejillas con los pulgares.
—Los felinos no odian, pueden ser un poco rencorosos, pero también son muy volubles —le aseguró—. Tienes que darle tiempo, mostrarle que nada ha cambiado, que sigue contando contigo… hablaré con ella si es necesario.
Ella no pudo evitarlo y sonrió a pesar de la tristeza que veía en sus ojos.
—Nick, ella es un tigre… un animal, bellísimo y voluble, pero sólo un animal —le dijo sacudiendo la cabeza.
—Para ti es mucho más que eso, menta —le aseguró y ella no pudo discutírselo—. No quiero quitarte aquello que tienes, solo contribuir y quizás, con el tiempo, compartirlo contigo.
Ella parpadeó, la incredulidad jugando en su rostro.
—Lo estoy intentando, Mónica —aseguró con firmeza—. Pero necesito algo de tiempo y ayuda, mi felino ha recorrido ya gran parte del camino, ahora, me toca a mí.
Ella se lamió los labios.
—¿Es en serio?
Él arqueó una ceja y su respuesta sonó ofendida.
—¿Crees que haría todo el trayecto desde Charles City a Richmond por dar un paseo?
Ella sonrió levemente.
—Perdón. —Con todo había ahora una sonrisa en su voz.
Él asintió aceptando su disculpa.
—Mi tigre te anhela, menta —le dijo deslizando ahora las manos por sus hombros, acariciándola—. Él es la parte intensa y visceral que hay en mí, el que me impulsa a buscar aquello que mi alma humana necesita entregarte y completar mi propio espíritu.
Ella parpadeó sorprendida.
—Lo estoy intentando, Mónica —le dijo y acarició una vez más sus mejillas—, sólo ten paciencia conmigo, no sé el tiempo que pueda llevarme, pero lo intentaré.
Su mirada sostuvo la de él durante unos instantes, entonces dio un paso atrás y miró a su alrededor como si buscase algo.
—¿Has venido en moto?
Él asintió.
—Está estacionada frente al portal de tu casa —respondió con una perezosa y felina sonrisa.
Ella no pudo evitar sonreír ante su expresión.
—Yo estaba por dirigirme allí para prepararme un baño caliente y acurrucarme después en el sofá con una taza de chocolate —le informó.
—El baño y el chocolate suenan bien, ¿lo compartirías conmigo? —preguntó sin andarse con rodeos.
Ella fingió pensárselo, entonces respondió:
—Si tú compartes conmigo el fin de semana. —Su petición era firme, su mirada directa y llena de esperanza—. No pediré nada, no exigiré nada, pero me gustaría tener compañía. Tienes razón al decir que no me conoces, la realidad es que apenas sabemos nada el uno del otro y me gustaría… quisiera… intentar cambiar eso.
Él dio un paso adelante, rodeó su barbilla con los dedos y la empujó hacia arriba.
—Te he echado de menos —le dijo sin dejar de mirarla—. Y no es algo a lo que esté acostumbrado.
Ella le sonrió, sus manos subieron lentamente hasta posarse en los fuertes brazos masculinos.
—Yo tampoco creo acostumbrarme a eso —le aseguró con una tierna sonrisa—. Pero ahora, si me dejas, te enseñaré a ponerle remedio.
Él atrajo su rostro hacia sí y bajó sobre sus labios, su aliento calentándola.
—Siempre he sido un alumno muy aplicado —dijo—. Enséñame, pues, compañera.
Sus labios se encontraron por fin en un beso cargado de promesas y de esperanza. Él había vuelto dispuesto a intentarlo, ahora era su turno para enseñarle que podía amarla.