CAPÍTULO 4
Nick no podía apartar su mirada de ella. Estaba allí de pie en el vacío aparcamiento, descalza, mirando hacia todos lados sin saber exactamente hacia dónde dirigirse. Mónica, ese era el nombre de su compañera, una mujer humana, alguien que sabía de su raza y lo había reconocido. Una mujer que, hasta dónde él sabía, había pasado los últimos días entre los tygrain más jóvenes, en su forma felina. Incluso bromeó con Dimitri sobre la posibilidad de que se la merendaran pero ni una sola vez se le pasó por la cabeza echarle un vistazo o comprobar su seguridad.
<<No ejerzo de niñera de los humanos, Mitia.>>
Aquellas habían sido sus palabras exactas y ahora, esa misma mujer, esa humana… era su compañera. ¿Cómo era su nombre?
—Mónica, espera —El nombre acudió rápidamente a su mente, el pronunciarlo en voz alta fue una experiencia sublime. No sabía que algo tan insignificante tuviese tanto poder.
Ella se detuvo pero no se volvió, él pudo apreciar la tensión en su cuerpo.
—No puedes ir por ahí descalza —Su voz sonó firme, pero suave, no deseaba asustarla. Entonces respiró profundamente y fue hasta ella, buscó una vez más su rostro y se encogió al ver nuevas lágrimas allí.
—En realidad, ahora mismo no estás en condiciones de ir a ningún sitio tú sola —declaró y tuvo que luchar con la urgencia de atraerla hacia su cuerpo. La mirada y la tirantez en ella le decía que no sería buena idea.
Él la vio negar con la cabeza.
—No hay necesidad de que se estropee también tu noche, Nickolas —le dijo, su voz demasiado fría, impersonal, nada parecido a sus previos momentos demasiado fría para su gusto—. Pero si sabes de mis zapatos, agradecería mucho tenerlos de vuelta.
Él la miró y a continuación echó un vistazo hacia el local que habían abandonado minutos antes.
—Vuelve a la moto y quédate ahí —le pidió retrocediendo ya—. No se te ocurra marcharte, tengo… tenemos… que hablar.
Ella lo miró sorprendida, entonces hizo una mueca.
—No creo que pudiese ir muy lejos descalza —respondió con un profundo suspiro.
Eso esperaba, pensó él, por que si no tendría que ir tras ella y darle caza.
Si había una situación retorcida y absurda tenía que ser algo como esto, pensó Mónica mientras caminaba descalza a través de la calle hacia el siguiente edificio dónde sabía estaba la parada de taxis. Si bien aquella no era la primera vez que visitaba la zona o el Club, estaba decidida a que fuese la última, haría las maletas y se marcharía inmediatamente; con un poco de suerte podría coger el primer autobús de la mañana. Se bajó la falda por enésima vez y siseó cuando pisó una nueva piedrecilla.
—Esta noche no puede ir peor, de verdad que no puede —resopló deteniéndose un instante para volver la mirada atrás—. Esto es una locura, una maldita locura.
No podía dar media vuelta, si fuese inteligente seguiría caminando y tomaría el primer taxi para marcharse. Verle no había hecho nada bueno, el que la cogiese en brazos tenía que tratarse de un maldito espejismo, o sus locas fantasías. Su voz y esa traviesa sonrisa, la preocupación en sus ojos… No, no podía ser real. Y sin embargo, su cuerpo reaccionó inmediatamente ante el recuerdo, diciéndole todo lo contrario. Pensar en él la excitaba, la promesa de aquellas manos sobre su piel desnuda, la dureza de su cuerpo contra el suyo… ¿Qué demonios pasaba con ella? No, no, no, tenía que poner los pies sobre la tierra, no más fantasías.
—Venga, envía un rayo y fulmíname aquí mismo —clamó alzando la mirada al cielo nocturno al tiempo que abría los brazos—. Primero me anotan en una subasta sin mi permiso, luego me espatarro en el suelo y tiene que ser precisamente delante de él… como me viese las bragas, me muero y no contentos con eso, ni siquiera sabía quien era yo. ¿Se puede caer más bajo?
Quizás sí, pensó y miró a su alrededor pero sólo se topó con la mirada brillante de un gato que paseaba por la calle.
—Bien, ha sido suficiente para una noche —suspiró, bajó del bordillo y se dejó caer en la acera. El frío y la arenisca del suelo provocaron una mueca en ella al sentirlas bajo la falda que no era capaz de cubrirle siquiera el trasero. Cansada y derrotada, cruzó los brazos sobre las rodillas y ocultó la cabeza.
No podía decirse que le sorprendiese no encontrarla en el lugar que le pidió que se quedara, la mirada en su rostro cuando preguntó su nombre era suficiente para saber que hasta dónde podía meter la pata. Pero era la verdad, no recordaba haberla visto con anterioridad, o si lo había hecho, estaba claro que no le dedicó ni siquiera un vistazo. No entendía como de haberse cruzado con ella anteriormente, no la reconociese, no le llamase la atención su aroma. Acaba de probar en propia carne a qué se referían las parejas cuando mencionaban la atracción inmediata e irrefrenable que se sentía hacia la otra parte, como pasabas de no conocer a una persona en absoluto a desear que no llorara, desear ver una sonrisa en su rostro. Pero por encima de todo aquello, existía una atracción tan poderosa que por más que lo intentó fue incapaz de subirse en la moto, encenderla y poner miles de quilómetros de distancia de por medio. Verdaderamente, ahora empezaba a entender el padecimiento del que le habló Mitia tiempo atrás cuando conoció a Jasmine. La irrefrenable atracción que lo empujaba a otear el aire en busca de ese delicioso aroma a menta y seguirlo se sobreponía a cualquier otra cosa y le daba un miedo atroz.
¿Cómo era posible que un hombre se viese anulado completamente de esa manera? ¿Cómo era posible que de un vistazo todo en lo que pudiese pensar era ella?
Apretando con fuerza las pulseras de los zapatos en una mano, dejó la moto y salió a la carretera, no tuvo que caminar mucho para verla sentada en el suelo, al borde de la acera.
—Mónica —susurró su nombre y su cuerpo se relajó al verla allí.
Recorrió la distancia que los separaba lentamente, obligándose a ir despacio, necesitaba tiempo para comprender esa salvaje atracción y saber más de la extraña mujer que resultaba ser su compañera. Se detuvo a su lado pero no dijo nada, ni siquiera cuando ella descruzó los brazos y alzó la cabeza; por su parte ella tampoco se atrevió a mirarle directamente, sus ojos iban a la deriva sobre la calle que se extendía ante ellos.
—Quería coger un taxi, ir a la mansión, hacer las maletas y marcharme a casa —la oyó murmurar con voz rota—, pero no he podido avanzar más… sin mis zapatos.
Él esbozó una fugaz sonrisa al escucharla.
—Veo que no soy al único al que le afecta esto —le dijo, más no se movió.
Aquello pareció llamar su atención, pues volvió la cabeza lentamente hacia él. Su rostro seguía pareciendo el de un mapache e incluso estaba ahora un poco más emborronado.
—¿El qué? ¿No llevar los zapatos puestos? —su comentario fue realmente irónico.
Él negó con la cabeza mientras se los entregaba.
—Me refiero al hecho de no poder marcharse —continuó y finalmente suspiró—. Como dije antes, hay cosas de las que creo deberíamos hablar… tú y yo.
Ella soltó un pequeño bufido mientras se afanaba en ponerse los zapatos.
—¿Y de qué podrías querer hablar con una completa desconocida? —Su respuesta sonó tan ácida a sus oídos como sonaba su voz.
—Eso ha sido un golpe bajo —dijo sonriendo a medias—. Pero imagino que me lo merezco.
Ella no respondió, se limitó a terminar de abrocharse los zapatos para finalmente levantarse por sí misma y alisarse la ropa tirando insistentemente de la breve falda que parecía empeñada en mostrar algo más que sus muslos.
El aroma a menta lo golpeó de nuevo cuando ella echó su pelo hacia atrás por encima del hombro. No era una mujer precisamente baja, con todo la altura de los tacones la hacía perfecta para él en aquellos momentos, en sus labios ya sólo quedaba una ligera sombra de carmín y Nick se encontró deseando probarlos.
—¿Y bien? —le preguntó una vez más mirándole ahora a la cara—. ¿De qué se trata?
Él la contempló durante un breve instante, entonces ladeó la cabeza y preguntó.
—He de suponer que estás enterada de nuestra naturaleza —comentó atento a la reacción en su rostro.
Ella arqueó una delgada ceja ante su comentario.
—Sé que sois tygrain, una raza antigua de… ¿cambiantes? No sé exactamente como definirlo. Todavía intento que no me de vueltas la cabeza ante la idea de que un ser humano pueda metamorfosearse en un enorme felino y viceversa.
Sus labios se estiraron en una irónica sonrisa.
—No son muchos los humanos que saben de nuestra existencia —dijo y se frotó el mentón—, en realidad, su número está drásticamente reducido a las compañeras humanas que han ingresado a la manada y a nuestros más allegados colaboradores y amigos.
Ella deslizó una vez más las manos por las caderas, como si quisiese asegurarse que la falda seguía en su lugar.
—Si estás preocupado por que divulgue vuestro secreto, pues ir guardando las uñas; no deseo terminar en un psiquiátrico atada con camisa de fuerza —aseguró con absoluto convencimiento—. Si me muevo entre vosotros es por que Dimitri lo ha pedido, él piensa…
—Piensa que tus conocimientos sobre los felinos podrían ser beneficiosos para nosotros en algún momento —atajó. Mitia así se lo había dicho semanas atrás, pero entonces ni siquiera imaginó que la veterinaria de la que le habló se convertiría en su compañera, en realidad ni siquiera puso mucho interés en ella.
—Sí.
La respuesta fue cansada, casi un suspiro abandonando sus labios. Cada movimiento de su cuerpo le atraía, parecía un felino al acecho preparándose para saltar en el instante preciso.
—¿Hace mucho que conoces a Jasmine?
Un nuevo suspiro abandonó sus labios.
—¿Qué es esto? ¿El tercer grado? —preguntó con ironía.
Sus labios se estiraron en una perezosa sonrisa.
—Intento averiguar que tanto sabes sobre mi raza y nuestras costumbres —confesó.
Ella frunció el ceño.
—¿Y eso es importante por qué…?
—Porque existe una más que contundente posibilidad de que nuestro encuentro no sea del todo accidental —dijo, su mirada más brillante, mucho más intensa clavada en ella.
Un ligero escalofrío recorrió la espalda femenina, Nick la vio retroceder un paso.
—¿Ah, sí?
Él avanzó por cada paso que ella retrocedía.
—Sí —respondió mirándola, acechándola.
Ella se mordió suavemente el labio inferior, atrapándolo entre sus dientes, sus ojos reflejaban una ligera vacilación y algo más.
—Existe una posibilidad, ridícula en su contexto, de que tú… seas para mí.
Aquello le hizo abrir la boca y balbucear, la pared del escaparate a su espalda le impidió seguir retrocediendo y él pronto la tuvo atrapada, su cuerpo cerniéndose peligrosamente sobre el suyo.
—Lo que yo empiezo a pensar es en la posibilidad de que hayas bebido más de la cuenta, Nickolas.
El escuchar su nombre en sus labios fue como un afrodisíaco, el cuerpo le tembló en respuesta, su sexo creció en los confines del pantalón, sus pupilas se dilataron y pudo sentir al tigre asomando en ellas.
—Dime algo, Mónica —pronunció su nombre, saboreándolo, dejando que se vertiese de su lengua—, ¿alguien se ha molestado en explicarte la forma en la que se empareja mi especie?
Él la vio tragar saliva, como le faltaba el aire y sus propias pupilas se dilataban y oscurecían por la ansiedad y el deseo.
—Um… —la vio lamerse los labios antes de continuar—, estuve… estuve con Jasmine cuando conoció a Dimitri. Pude hacerme una idea aproximada de su significado.
Nick sonrió, sus dedos ascendieron a su mejilla y los dejó resbalar por ella, acercándose más.
—El juego del gato y el ratón no es algo que me apetezca practicar en estos momentos —aseguró hundiendo lentamente la nariz contra su cuello y aspirando profundamente—. Hueles a menta y me encanta ese bendito aroma.
Un suave gemido escapó de entre sus labios, pero no estaba seguro si era de placer o temor.
—¿Me tienes miedo, gatita?
Las palmas de sus manos estaban presionadas contra el cristal del escaparate, su espalda intentaba fundirse con ello como si pudiese atravesarlo y escapar de él.
—No. —La respuesta fue vacilante y ronca.
—Una mujer nunca debería temer a su compañero —murmuró acariciándole una vez más el cuello con la nariz, dejando después un pequeño y casi imperceptible beso—. Va contra las normas.
—¿Com… compañero?
Su jadeo fue tan incrédulo que Nick se rió y se separó un poco de ella, permitiéndole mirarla ahora a la cara.
—Bienvenida a mi piel, compañera —ronroneó descendiendo sobre sus labios.
Nick la sintió tensarse durante un instante, su boca cerrada a sus caricias durante el momento que le llevó lamerle y mordisquear el labio inferior. Un trémulo suspiro la dejó abierta a él, permitiéndole saborear la cálida humedad de su boca en un hambriento beso que no era si no el preludio de lo que se avecinaba.