LOT, O DEL PATRIOTISMO
”Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde; y Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Y viéndolos Lot, se levantó a recibirlos y se postró, rostro a tierra. Y dijo: Ahora, pues, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo y lavaréis vuestros pies; y por la mañana os levantaréis y seguiréis vuestro camino. Pero ellos respondieron: No. Pasaremos la noche en la plaza. Pero insistió él mucho y se fueron con él y entraron en su casa y él les preparó un banquete. Coció panes sin levadura y comieron (...)
Después los ángeles dijeron a Lot: ¿Quién te queda todavía aquí? ¿El yerno? Haz salir de la ciudad a tus hijos e hijas y a cualquiera de los tuyos, porque vamos a destruir este lugar, pues es grande el clamor que se eleva contra ellos en presencia de Jehová y El nos ha mandado para destruirlo.”
Génesis, 19, 1-3; 12-14
Al oír esto, quedó Lot desconcertado y dijo: —¿Y por qué tengo yo que salir de aquí? A eso le respondieron: —Porque el Señor no quiere aniquilar al justo.
Lot calló durante largo rato y después dijo: —Por favor, señores, permitidme que vaya a avisar a mis yernos e hijas, a fin de que se preparen para el camino. Y le respondieron: —Hazlo así.
Entonces salió Lot, corrió por las calles del pueblo y gritó a toda la gente: —Levantaos, salid de este lugar, porque Jehová va a destruir esta ciudad. Mas les pareció que se burlaba.
Lot volvió a su casa, pero no se acostó, sino que estuvo meditando durante toda la noche.
Y al rayar el alba, los ángeles daban prisa a Lot, diciendo: —Levántate, toma tu mujer y tus dos hijas que se hallan aquí, porque no perezcas en el castigo de la ciudad.
—No me voy —dijo Lot—. Perdonadme, pero no me voy. He pensado sobre ello toda la noche. No puedo marcharme, porque también yo soy de Sodoma.
—Tu eres justo argumentaron los ángeles—, pero ellos son injustos y el clamor de sus culpas ha llegado hasta Jehová. ¿Qué tienes tú que ver con ellos?
—No sé —respondió Lot—, También he reflexionado sobre esta cuestión: “qué tengo que ver con ellos”. Durante toda mi vida me he quejado de mis conciudadanos y les he juzgado tan severamente, que ahora me es terrible el recordarlo, porque van a morir. Y cuando iba a la ciudad de Segor me parecía su gente mejor que la de Sodoma.
—Levanta —dijeron los ángeles— e irás a la ciudad de Segor, porque ella será conservada.
—¿Qué me importa a mí Segor? —respondió Lot—. Si hay un hombre justo en Segor, cuando he hablado con él siempre ha criticado a sus conciudadanos. Y yo hablaba mal de los de Sodoma por sus culpas. Pero ahora, no puedo marcharme. Por favor, dejadme aquí.
Y argumentó el ángel y dijo:
—Jehová ha mandado destruir la ciudad.
—Hágase su voluntad —dijo Lot en voz baja—. He pensado toda la noche y al recordar muchas cosas no he podido contener las lágrimas. ¿Habéis oído alguna vez, cantar a los sodomitas? No, vosotros no los conocéis, porque de lo contrario, no me vendríais con esas cosas. Cuando van las muchachas por la calle, contoneando las caderas y tarareando entre sus labios una canción, y sonriendo mientras llevan el agua en sus cubos... ¡No hay agua tan limpia como la de las fuentes de Sodoma! Y ninguna lengua ni conversación se escucha con tanto agrado. Cuando habla un niño, le comprendo como si fuera mío, y si juega, es al mismo luego que me entretenía a mí de pequeño. Y cuando yo lloraba, mi madre me consolaba en la lengua de Sodoma. ¡Jehová —exclamó Lot— parece que fue ayer!
—Pecaron los sodomitas —dijo severo el segundo ángel—, y por ello...
—Pecaron, ya lo sé —lo interrumpió Lot impaciente—. ¿Y habéis visto al menos a nuestros artesanos? Parece que jueguen, pero cuando hacen una cántara o un lienzo, el corazón salta de alegría al ver tanta perfección. Son gente tan mañosa que uno los estaría contemplando todo el día, y cuando los ves cometiendo las peores cosas, te duele más que si lo hicieran los de Segor. Te atormenta como si tuvieras participación en su culpa. ¿Qué me vale el ser justo si soy también de Sodoma? Si condenáis a Sodoma, me condenáis también a mí. Yo no soy justo. Soy como ellos. No me iré de aquí.
—Serás aniquilado con ellos —dijo el ángel entristecido.
—Quizá, pero primero trataré de que no sean aniquilados ellos. No sé qué haré, pero hasta el último momento no dudaré de que les puedo ser útil. ¿Creéis que puedo marcharme así, sin más ni más? Me he hecho desagradable a Jehová, y por eso no me escucha. Si me diera tres años de tiempo, o tres días, o por lo menos tres horas. ¿Qué pueden importarle a Jehová tres horas? Si ayer me hubiera ordenado: “Vete de entre ellos, porque son pecadores”, le hubiera dicho: “Permíteme un momento, hablaré todavía con éste o el otro, los he juzgado, en lugar de ir entre ellos". Pero, ¿cómo puedo marcharme ahora, cuando tienen que ser destruidos? ¿Acaso no soy yo también culpable de que hayan llegado tan lejos? Yo no quiero morir, pero necesito que ellos tampoco mueran. Me quedo.
—No salvarás a Sodoma.
—Ya sé que no la salvaré, ¿acaso puedo yo algo? Pero lo intentaré; todavía no sé como. Sé que me dejé llevar por la inercia, porque durante toda la vida los he juzgado tan severamente como ningún otro; porque junto con ellos he llevado lo más pesado, sus faltas. Jehová, ni siquiera sé explicar lo que son los sodomitas para mí, solamente te lo puedo demostrar quedándome con ellos.
—Tus conciudadanos —habló el ángel—, son aquellos que son justos y creen en el mismo Dios en que crees tú. Los pecadores, los impíos y los idólatras no son tus conciudadanos.
—¿Cómo no van a serlo, si son de Sodoma? Vosotros no comprendéis esto, porque no sentís la voz de la carne y el barro. ¿Qué es Sodoma? Decís que es una ciudad viciosa. Pero cuando los sodomitas luchan, no lo hacen por sus vicios, sino por algo que fue o que será mejor. Hasta el peor puede sacrificarse o caer por los demás. Sodoma somos todos nosotros. Y si tengo algún mérito a los ojos de Dios, que se lo aplique a Sodoma y no a mí. ¿Qué digo todavía? Decidle al Señor: Lot, tu siervo, se pondrá ante los hombres de Sodoma y los defenderá contra ti, como si fueras su enemigo.
—¡Detente! —clamó el ángel—. Terrible es tu pecado, pero Jehová no lo ha oído. Prepárate y sal de esta ciudad, salva, por lo menos, a tu mujer y a las dos hijas que tienes aquí.
Y Lot lloró.
—Sí, debo salvarlas, tenéis razón. Por favor, guiadme.
Y deteniéndose él, los varones asieron de su mano, y de la mano de su mujer, y de las manos de sus dos hijas, según la misericordia de Jehová para con él...
Cuando lo conducían, oraba Lot diciendo:
—Todo lo que me dio la vida, Sodoma, me lo dio con tus manos. Hizo mi carne de tu barro y puso en mi boca las palabras que están en las bocas de tus hombres y de tus mujeres, y por eso los he besado con cada una de mis palabras, aún cuando los maldecía.
Te veo aunque cierre los ojos, porque eres más profunda que mis ojos, eres para mí lo mismo que yo he sido para ti.
Mis manos ejecutan tus movimientos sin saberlo. Y aunque estuviera en el desierto, irían mis pies en dirección de tus calles...
Sodoma, Sodoma... ¿acaso no eres la más bonita de las ciudades? Y aunque solamente viera una ventanita cubierta con un lienzo a rayas, la reconocería y me diría: Es una ventanita de Sodoma.
Soy como un perro al que se llevan de casa de su amo. Aunque baje el hocico hasta el polvo para no ver, recuerdo todavía el olor de las cosas que conocía.
Creía en Jehová y sus leyes. En ti no creía, pero tú, Sodoma, eres tu. Y las otras tierras son como una sombra que penetra, sin poderse apoyar contra las paredes o contra un árbol. Son como sombras...
Tú, sin embargo, no tienes igual. Y todo lo que es, lo es solamente comparándolo contigo. Si te veo a ti, es sólo a ti a quien veo, pero si veo cualquier otra cosa, solamente la veo comparándola contigo.
Creía en Jehová porque soñé que sería el Dios de Sodoma. Si no hay Sodoma, no hay Jehová.
¡Puertas, puertas de Sodoma! ¿A dónde me llevan y a qué soledades? ¿Donde he de poner mi pie? Porque bajo de mí no hay tierra y estoy de pie como si no estuviera. Id, hijitas mías y dejadme. ¡No puedo continuar!
Y le pusieron fuera de la ciudad... Y fue que cuando los hubo sacado fuera, dijo el ángel: Escapa, por tu vida, no mires tras de ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas.
El Sol salía sobre la tierra cuando esto le decían.
Entonces llovió Jehová sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos.
Aquí se volvió Lot, gritó y corrió de nuevo hacia la ciudad.
—¿Qué haces, maldito? —le llamaron los ángeles.
—Voy a ayudar a los sodomitas contestó Lot, y entró en la ciudad.
AÑO 1923