Había estado leyendo a Derek Raymond de nuevo, y anoté:

La nata y la flor

Me parece a mí que, al margen de que te cases, te establezcas o vivas con un pájaro o no, algunos simplemente llevan tu número con ellos, como bombas en la guerra; y aunque resulte que a ti ellos no te gusten tanto, no hay nada que puedas hacer al respecto... a menos que estés dispuesto a pasarte toda una vida discutiendo sobre el destino de la existencia, lo cual tú probablemente harías si lo intentaras, pero yo no soy de ese tipo.

A lo largo de los días siguientes, permanecí fuera de juego. Había sucedido la cosa más asombrosa. Había reducido el consumo de alcohol. El feroz deseo de cocaína había disminuido. Ahora solamente sentía un dolor tenue y tolerable. Tenía miedo de que, si salía a la calle, todo mi tinglado nervioso se desplomaría. Leí unas páginas de Mer-ton en una inútil búsqueda de alimento espiritual. Y no encontré ninguno.

A decir verdad, ahora me irritaba de la hostia. Esto era normalmente el prefacio de una borrachera de brutales intenciones. Cuando Laura llamó por teléfono, dije:

—Cariño, tengo gripe.

—Iré a cuidarte.

—No, no, espera a que se me pase.

—Quiero verte, Jack.

—No, enfermo no.

—No me importa.

—Joder, de cuántas maneras tengo que decírtelo: no quieres verme enfermo.

—No me importa.

—A mí sí. En cuestión de tres días, estaré bien.

También ella me fastidiaba. Me habría costado mencionar algo o a alguien que no lo hiciera. El segundo día de reclusión sonó el timbre de la puerta. Al abrirla me encontré con uno de los del clan. Le había visto con Sweeper. Dije con brusquedad:

—¿Qué pasa?

—Sweeper me ha pedido que compruebe si está usted bien.

—Ya lo has comprobado, adiós.

Intenté cerrar la puerta. Extendió la mano, dijo:

—Yo soy Mikey, ¿podría entrar un momento?

—Un momento, eso es todo; el reloj ya está contando los segundos.

Entró, miró a su alrededor. Pregunté:

—¿Qué es lo que buscas?

—Nada. Lo ha dejado bien.

Tenía una manera de hablar estudiada, como si saborease cada palabra. Preguntó:

—¿Podría darme un vaso de agua?

Se lo di y se lo bebió de un trago. Dijo:

—Tengo una sed terrible. Deben de ser las lonchas de beicon que me tomé para desayunar.

—Mikey, ¿por qué tengo la sensación de que tienes un plan?

—Yo antes vivía aquí.

—Sweeper dijo que era una familia.

—No, sólo yo.

—¿Por qué te fuiste?

—Sweeper me trasladó para dejárselo a usted.

Encendí un cigarrillo, expulsé humo azul hacia él. Dijo:

—Ah, está cabreado.

Apretó el vaso, dijo:

—No me importaría si se lo hubiera ganado.

—He encontrado al sospechoso más probable.

—Y está... ¿dónde?

Ya estaba bien, dije:

—Ya está bien. ¿Hay algo más?

—No. ¿Puedo llevarme prestados algunos libros?

—¿Pero tú lees?

—¿Usted cree que los gitanos no leen?

—Déjame tranquilo, anda. No tengo humor para jueguecitos de persecución.

No se movió, dijo:

—¿Entonces, los libros?

Me acerqué a la puerta, dije:

—Apúntate a la biblioteca.

Se quedó plantado en el escalón, dijo:

—¿No me va a dejar ningún libro?

—Cómpratelos.

Y le di con la puerta en las narices. Volvió a sonar el timbre y abrí la puerta de golpe, dispuesto a pelearme. Era mi vecino. Dije:

—Oh.

En sus mejores momentos, tenía aspecto de borde. Ahora daba la impresión de que le hubieran dado una buena paliza. Sostenía una botella en la mano, dijo:

— Poitín.

—Eh... gracias... imagino.

—Compré una tarjeta de «rasque y gane».

—¿Ganaste mucho?

—Llevo una semana dándole caña.

—Tanto, ¿eh?

—Anoche estuve en un bar humano.

—¿Un qué?

—Abres la puerta y todo el mundo canta... «Sólo soy un ser humano».

Levanté la botella. El líquido era tan transparente como el cristal. Dije:

—El McCoy auténtico.

Se estremeció, dijo:

—Puedo dar fe de ello. La destilería está en Roscommon.

—Yo creía que la pasma lo tenía muy controlado.

—El que me lo vendió era un madero.

—Eso es toda una garantía.

—La mejor de todas.

La matanza de los gitanos
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml