Aquella tarde me dediqué a abastecer mi biblioteca. Había hecho otra visita a la librería de Charlie Byrne y había vuelto cargado. No era ningún maniático del orden, no necesitaba todos aquellos volúmenes ordenados alfabéticamente ni perfectamente alineados. No, me gustaba mezclarlos. Poner a Paul Theroux junto a St. Vida. Eso molaba. Alinear a Pelecanos con Jim Thompson, a Flann O'Brien con Thomas Merton. En los últimos seis meses había leído House of Leaves [17] y Una historia conmovedora, asombrosa y genial [18] y había descubierto al novelista David Peace.
Tenía a mano el libro de poemas de Anne Sexton titulado To Bedlam and Part Way Back. Otra escritora cuyo suicidio y cuya vida de trastorno mental arrojaba sombras de oscura identificación. Sonó el timbre de la puerta. Sweeper casi se desplomó sobre ella al abrirla. Tenía un ojo negro, magulladuras en la cara, el traje roto y sangre en el pelo. Cojeó hasta una silla, dijo:
—Un whiskey, por favor, Jack Taylor.
Se lo serví grande. Lo bebió de un trago y le di un cigarrillo. Dije:
—¿Se ha peleado con traje puesto?
—Esto no era un simple desafío.
—¿Algo más, entonces?
—Algo más, podría decirse.
Fijó sus oscuros ojos en mí y preguntó:
—¿Cuáles son sus sentimientos hacia nosotros, los gitanos?
—¿Es necesario que lo pregunte?
—Hoy... sí.
—Estoy trabajando con ustedes y me alegro de hacerlo.
Aquellos ojos inquebrantables.
—Y si viviéramos en la puerta de al lado, Jack Taylor, ¿qué le parecería eso?
—Estupendo.
Sonrió levemente.
—Veamos hasta qué punto es verdad lo que dice.
—¿No me cree?
La furgoneta estaba aparcada en el callejón, con grandes abolladuras en su carrocería. Pregunté:
—Hostias, ¿qué ha pasado, la gente ha tirado piedras o algo así?
—Exactamente.
Puso la furgoneta en marcha, preguntó:
—¿Sabe qué es un centro de retención?
—Donde meten a los clanes, una especie de campamento.
Eso le divirtió. Murmuró:
—Campamento, qué normal suena eso.
Aquellas palabras desprendían el hedor de la condescendencia. Yo dije:
—Eh, oiga, Sweeper, no me hable así. Sea lo que sea lo que haya pasado, yo no tengo nada que ver. Yo estoy con ustedes, ¿recuerda?
Un reflejo de amargura se abrió paso desde sus ojos hasta su boca, provocó un tic en su labio superior. Se rascó y dijo;
—Usted pertenece a la comunidad paya. Por muy fuera de la ley que se crea que está, es uno de ellos.
Lo dejé pasar, pero no me gustó un carajo. Saqué un pitillo. Sweeper ordenó:
—Encienda dos.
El niño que llevo dentro quiso rugir:
—Cómprese su propio tabaco.
Los encendí, le pasé uno. Él dijo:
—Le he ofendido, Jack Taylor.
—No pasa nada, hombre.
Se concentró en conducir. La nicotina se sumaba a la nube de tensión. Se detuvo en Dangan Heights y salimos. Hizo un gesto con la cabeza hacia el valle, dijo:
—Mire.
Lo que se veía principalmente era humo. Dije:
—Fuego, un incendio en el monte. ¿Y qué?
—Ése es... el campamento.
Al mirar con más detenimiento, pude ver gente que deambulaba aturdida a través de la neblina. Los hombres, cojeando, acarreaban agua inútilmente, en un vano esfuerzo por apagar las llamas. Los niños, descalzos, lloraban aferrados a sus madres. Ni una sola caravana había quedado indemne. Las que no estaban en llamas estaban volcadas o carbonizadas. Pregunté:
—¿Dónde está la policía?
Soltó un resoplido de burla, preguntó:
—Escucha las noticias, ¿verdad?
—Claro.
—¿Ha escuchado algo sobre esto?
—No.
—Porque no es noticia.
—¿Quién lo hizo?
—Los ciudadanos honrados que encontrará usted en la iglesia.
Pensé en mi madre, no se lo discutí. Miré su pelo, su ropa, dije:
—Estaba usted allí.
—Sí, pero llegué tarde. No pude impedir que dos de ellos castraran a uno de mis primos.
—Suena como la película Soldado azul.
—Suena como la Irlanda de hoy.
—¿Qué van a hacer ahora?
—Reconstruir. Es lo que siempre hacemos.
—No sé qué decirle.
Me dio una palmada en el brazo, dijo:
—Vamos, le llevaré otra vez a su casa.
—¿Podría bajar, ayudar de alguna manera?
—Una persona de la comunidad paya no sería bienvenida ni hoy ni durante muchos días.
Regresamos en silencio. Al llegar a la casa, yo dije:
—Llámeme si necesita algo.
—Necesito una cosa, Jack Taylor.
—Lo que haga falta.
—Encuentre a quien está matando a mi gente.