Él es Luz

Luz de Luces

La historia de la casa de la mezquita no ha llegado a su fin, pero se parece a la vida: todos deben apearse de ella en algún momento.

Hay una frase que se repite con frecuencia al final de los antiguos relatos persas: «Nuestra historia se ha acabado, pero el grajo todavía no ha llegado a su nido.»

Un día, mientras Aga Yan estaba trabajando en el zoco, recibió una carta inesperada, una carta del extranjero. Se sintió desconcertado, había pasado mucho tiempo desde que recibía regularmente cartas comerciales del extranjero. Pero aquella carta era distinta y tampoco reconoció el sello. Los sellos alemanes eran siempre tan solemnes, con retratos de músicos, filósofos o monumentos históricos... Pero en aquel sello tan colorido había un ramillete de tulipanes rojos.

Aga Yan cogió la lupa de su cajón y estudió el sello. Tal vez fuese de Suiza; una vez había hecho un envío de alfombras a ese país.

Percibía esperanza en el sobre, pero nunca se sabía, las malas noticias estaban siempre al acecho. Dejó la carta encima del escritorio y pidió a su sirviente que le trajese una taza de té.

Cuando estuvo listo el té, cogió el abrecartas y abrió el sobre con cuidado. Estaba escrito en persa y con pluma:

Mi querido Aga Yan, salam!

Un salam desde lo más hondo de mi corazón.

Un salam impregnado de nostalgia por nuestra casa.

Mi querido y apreciado Aga Yan, le escribo desde un país al que jamás pensé que iría a parar. Si lo viese con sus ojos, diría que ha sido la voluntad de Dios que llegase aquí, aunque si utilizo mis propias palabras, diré que un cúmulo de casualidades me han conducido a donde estoy. Así ha sido y usted me enseñó a aceptar las cosas tal como vienen.

Reconozco que allá donde voy llevo conmigo sus sabios consejos como un viejo y querido recordatorio.

Sus palabras me han dado esperanza y ayudado a mantenerme firme para construir una nueva vida, para seguir adelante y convertirme en un auténtico hijo de la casa de la mezquita.

Mi querido Aga Yan, anhelo que llegue el día en que pueda abrir de nuevo la puerta de nuestra casa y entrar. La llave sigue estando en mi bolsillo.

Usted me enseñó a no dejarme vencer por las dificultades, a trabajar con tesón y tener paciencia. He seguido sus consejos.

Abandoné nuestra casa, pero jamás le di la espalda. Ahora vivo aquí y sueño con el día en que pueda pasear con usted por el canal que hay enfrente de mi casa. ¡Ese día llegará! No puede ser de otro modo: usted siempre me decía que tenía que soñar y hacer realidad mis sueños. Y eso haré. Guardo secretos que sólo puedo revelarle en la libertad de esta ciudad.

Una noche estará usted aquí y yo invitaré a todos mis amigos para que vengan a conocerlo.

Les he hablado tanto de usted que casi lo conocen tan bien como yo.

Mi querido tío, sigo escribiendo. Los años pasados no han hecho más que dar forma a mis historias. Lo he hecho por usted y por nuestro país.

He cambiado de lengua, no sé si debo alegrarme por ello o pedir perdón. Las cosas han ido así y yo no he tenido fuerza para que fuesen diferentes. Ha sido mi salvación. Era la única forma de poner en palabras mi dolor y el dolor de nuestra patria. He cambiado de lengua, pero me he esforzado siempre por incluir el espíritu poético de nuestra hermosa y antigua lengua en mis relatos.

Mis disculpas.

Mi querido tío, sueño tan a menudo con nuestra casa y con ustedes que podría decirse que no es aquí donde vivo, sino allí, en casa.

Usted no morirá. Permanecerá hasta que todos se vayan y todos lleguen.

Shabal

Aquella noche, Aga Yan se puso el abrigo y el sombrero, cogió el bastón, salió de su estudio y paseó por el patio.

Hacía frío, el agua de la alberca estaba helada y las ramas de los árboles, cubiertas por una fina capa de escarcha. El cielo se veía azul oscuro y las estrellas se extendían hasta La Meca. Aga Yan anduvo despacio hasta la escalera y subió con cuidado a la azotea.

El viejo grajo de la mezquita, que reconocía sus pisadas, graznó una vez, aunque permaneció en su nido bajo la cúpula, sin quitarle ojo de encima.

—¡Gracias, grajo! Tendré cuidado —dijo Aga Yan al pasar por la cúpula hacia la escalera de la mezquita.

El grajo graznó otra vez.

—Gracias, grajo. Te agradezco que me lo recuerdes. No, no encenderé la luz. Grajo, la cámara del tesoro es nuestro secreto.

Se apoyó en la barandilla de madera, bajó y entró en la mezquita. En la penumbra avanzó hasta la cripta y abrió la puerta con sigilo.

No veía nada, titubeó unos instantes, indeciso en encender la luz. No lo hizo, bajó los peldaños del sótano y fue a tientas hasta la puerta de la cámara del tesoro. Había un profundo silencio. Sólo se oían sus pisadas y el sonido del bastón.

Metió la llave en la cerradura y un instante después chirriaron los goznes de la centenaria puerta maciza. Su silueta apenas se distinguía en la penumbra. Al entrar en la cámara del tesoro se fundió con la oscuridad.

Sobre la alfombra roja, anduvo hasta el último perchero de la larga fila. Sacó del bolsillo la carta doblada de Shabal y se arrodilló para meterla en la caja del archivo. Luego rompió el silencio y declamó:

Él es luz.

Su Luz es comparable a una hornacina

El cristal es como una estrella fulgurante

Se alimenta del aceite de un olivo bendito

El aceite alumbra casi por sí mismo

¡Luz de Luces!

Glosario

Aan kahto wa zawagto: Te pido que seas mi mujer.

Aba: Túnica

Ahura Mazda: Primer dios persa.

Alhamado lelah: Alabado sea Alá.

Alharem Alsharief: La mezquita de Al Aksa en Jerusalén.

Avesta: Libro sagrado de Zaratustra.

Aya: Una o más frases cuyos significados están relacionados entre sí.

Azan: Llamada a la oración.

Besmelah tala: En nombre de Alá.

Ena lelah: Expresión que se utiliza cuando alguien ha fallecido. Es una versión acortada de Ena lelelah wa ena eleihe rayeun, que significa: «Al final, todos volvemos a Él.»

Ensah Alah: Si Dios quiere.

Esfand: Planta olorosa que se quema para ahuyentar el mal de ojo.

Hiyab: Normas de vestimenta para las mujeres musulmanas.

Inyil: La Biblia.

Mahiha: Peces.

Mahyabe: Mujer con velo.

Mobarak ensah Alah: Bendecir, desear buena suerte.

Rokat: Una parte de la oración.

Salam bar Fateme: La paz sea con Fátima (hija del profeta Mahoma).

Salavat bar Mohamad: La paz sea con el profeta Mahoma.

Sayeh: Sombra.

Sigué: Según la sharia islámica, un musulmán puede tener más mujeres además de su esposa legítima. Esas mujeres temporales no tienen derechos de herencia y no figuran oficialmente ni en el registro civil ni en la mezquita.

Tamuz: Final del verano.

Taura: La Torá.

Tofang: Arma sencilla.

Tumán: Moneda iraní.

Wasalam: Eso es todo.

Yanam bé fadayet Jomeini: Nos sacrificamos por usted, Jomeini.

Yome, mezquita de: Mezquita principal de una ciudad donde se celebra la oración del viernes.

Agradecimientos

Algunos capítulos de La casa de la mezquita empiezan con letras del alfabeto árabe, como sucede con algunos pasajes del Corán. A primera vista, pueden parecer letras sin importancia, pero en el mundo islámico han corrido ríos de tinta acerca de ellas. Se las considera letras arcanas, un código del universo. Muchos musulmanes creen que las letras son palabras clave que dan acceso al secreto de la creación.

La historia que se relata en el capítulo «Mahiha» está basada en un párrafo de una novela del escritor iraní Yalal Alle Ahmad.

Los poemas incluidos en el capítulo «Familia» proceden de Una caravana de Persia.

Algunas citas del Corán han sido adaptadas y en ocasiones sacadas de su contexto. Manejo diversos Coranes y he consultado varias interpretaciones. Mi agradecimiento a Fred Leemhuis por su excelente traducción del Corán al neerlandés, publicado por la editorial Fibula. [Para la traducción en castellano se ha consultado la versión de Julio Cortés, publicada por la editorial Herder.]

A pesar de que las historias contenidas en La casa de la mezquita están basadas en hechos históricos, los nombres y las anécdotas que remiten a la realidad deben ser leídos según las leyes de la literatura.

La casa de la mezquita

Kader Abdolah

ISBN edición en papel: 978-84-9838-184-9

ISBN libro electrónico: 978-84-15470-12-0 (epub)

Primera edición en libro electrónico (epub): diciembre de 2011

Título original: Het huis van de moskee

Traducción del neerlandés: Marta Arguilé Bernal

Con la colaboración de Foundation for the Production and Translation of Dutch Literature

Copyright © Kader Abdolah, 2005

Copyright de la edición en castellano © Ediciones Salamandra, 2008

Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A.

Almogàvers, 56, 7º 2ª — 08018 Barcelona — Tel. 93 215 11 99

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12/08/2013