Capítulo 8

«Sí, somos una organización reaccionaria, reservada y pesimista. Tenemos agentes por todas partes. Conocemos mil trucos para desmoralizar y entorpecer la investigación, sabotear experimentos y distorsionar datos. Incluso en los propios laboratorios del Instituto procedemos con discreción y cautela, deliberadamente.

»Pero ahora dejadme contestar a las preguntas y acusaciones que se oyen con frecuencia. Los miembros del Instituto ¿gozan de riqueza, privilegios, poder y libertad de la ley? Honestamente hay que responder: sí, en graduación variante, dependiendo de la fase y el logro obtenido.

»Entonces, el Instituto ¿es un grupo centrípeto y restringido? De ningún modo. Nosotros nos consideramos como una élite, ciertamente. ¿Por qué no tendría que ser así?

»¿Nuestra política? Bastante simple. La exploración del espacio ha proporcionado un arma terrible a los megalómanos que puedan surgir en nuestro medio. Existe otro conocimiento que, de ser libre, podría asegurarles el poder tiránico. Por tanto, nosotros controlamos la expansión del conocimiento.

»Estamos siendo dañados por el calificativo de "divinidades autoconsagradas" y acusados de pedantería, conspiración, condescendencia, elegancia afectada, arrogancia y obstinada rigidez, por no mencionar otros que se oyen. Estamos siendo acusados de intolerable paternalismo, y al propio tiempo reprochados por nuestro despego de los problemas humanos ordinarios. ¿Por qué no usamos nuestra sabiduría para ayudar en los trabajos difíciles, aliviar el dolor y prolongar la vida? ¿Por qué permanecemos apartados? ¿Por qué no transformamos el estado humano en una utopía: una tarea fácil dentro de nuestro poder?

»La respuesta es sencilla y quizá decepcionante: sentimos que todo eso son falsas dádivas, que la paz y la abundancia son consustanciales con la muerte. Por todos esos crueles excesos, envidiamos una humanidad arcaica con su ardiente experiencia. Sostenemos que el provecho tras el trabajo, el triunfo conseguido tras la adversidad y el logro obtenido tras un objetivo largamente perseguido, es un beneficio mayor que el prebendario nutriente de la ubre de un indulgente gobierno.»

De un mensaje televisado por Madian Carbunke,

Miembro del Grado Cien, en el Centenario del Instituto,

2 de diciembre de 1502.

«Conversación entre dos centenarios del Instituto en relación con un tercero, ausente:

—Me gustaría mucho ir por tu casa para charlar un rato, si no sospechara que Ramus estuviese igualmente invitado.

—¿Y qué ocurre con Ramus? A mí me suele divertir...

—Es un hongo, una flatulencia de individuo, un viejo sapo que me irrita extraordinariamente...»

«Pregunta hecha ocasionalmente a los Miembros del Instituto:

—¿Los Reyes Estelares se encuentran incluidos entre los Miembros de la Institución?

—Esperamos que no, ciertamente.»

«Lema del Instituto: "El pequeño conocimiento es una cosa peligrosa, un gran conocimiento, el desastre".

Lo que los detractores del Instituto parafrasean diciendo: "La ignorancia es la gloria"

Pallis Atwrode vivía con otras dos chicas en el apartamento de una torre, al sur de Remo. Gersen esperó unos momentos en el vestíbulo, mientras se cambiaba de ropas y se reteñía el cutis. Después salió a la terraza que daba al mar, apoyándose contra la barandilla. El enorme resplandor de Rígel lucía ya bajo en el horizonte. Muy cerca, en el puerto conformado por los dos embarcaderos, un centenar de yates y navíos diversos se hallaban amarrados; poderosos yates de recreo, embarcaciones de vela para deporte y pesca en alta mar y submarinos de casco transparente, además de un buen número de acuaplanos impulsados por motores de reacción con los que lanzarse a velocidades de locura a través de las olas. Gersen se hallaba de un talante complejo, confuso. Sentía el latir acelerado de su corazón ante la promesa de una noche con una bella muchacha como Pallis, sensación que no había conocido en muchos años. Se añadía además la melancolía propia del crepúsculo, que en aquel momento era realmente bellísimo: el cielo refulgía de un color malva y azul verdoso, salpicado por un banco de nubes de color naranja y magenta. No era la belleza lo que proporcionaba a Gersen aquella melancolía, sino más bien la quietud en que se desvanecía poco a poco la luz diurna... Otro tipo de melancolía se añadía, diferente y con todo similar, que Gersen percibía en la gente que se movía alegre a su lado. Era graciosa y fácil, no herida todavía por la fatiga, el miedo y el dolor que existían en mundos remotos. Gersen les envidiaba su despego, su despreocupación y habilidad social. Sin embargo, ¿se cambiaría de lugar por cualquiera de aquellas personas? Difícilmente.

Pallis vino a unirse a él junto a la barandilla. Se había tintado de un delicioso verde oliva suave para estar más hermosa, con una sutil pátina de oro y los cabellos recogidos en un moño bajo un gracioso sombrerito oscuro. Sonrió ante la mirada aprobatoria de Gersen.

—Me siento como una rata enana —dijo—. Yo también debería haberme cambiado de ropa.

—Por favor, no se moleste por eso. Ahora no tiene la menor importancia. ¿Qué haremos?

—Tendrá usted que sugerirlo.

—Muy bien. Vámonos a Avente y nos sentaremos en la explanada. Yo nunca me canso de ver pasar la gente. Allí decidiremos.

A Gersen le pareció excelente. Subieron al coche deslizante y pusieron rumbo al norte. Pallis fue charlando sobre ella misma, su trabajo, sus opiniones, planes y esperanzas. Era, según supo Gersen, una nativa de la Isla Singahl, del planeta Ys. Sus padres fueron gente próspera, propietarios del único almacén refrigerador de la Península de Lantago. Cuando se retiraron a las Islas Palmetto, el hermano mayor se encargó de los negocios y de la familia. El hermano más próximo en edad había querido casarse con ella, ya que tal forma de unión era corriente en Ys y había sido establecida originalmente por un grupo de Racionalistas Reformados. Tal hermano era un tipo grosero y arrogante, sin otro oficio que conducir el camión del almacén y el proyecto no tuvo para Pallis el menor aliciente...

Al llegar a este punto Pallis vaciló y su candor pareció cambiar de rumbo. Gersen trató de imaginarse lo sucedido, con la dramática confrontación de ambos hermanos, los reproches y acusaciones que debieron de haber ocurrido. Pallis vino después a vivir a Avente por dos años, aunque a veces sentía una gran nostalgia de Ys, viviendo, no obstante, contenta y feliz. Gersen, que nunca había conocido un relato menos sofisticado de labios de una mujer, estuvo encantado con la charla de la joven.

Llegaron a su destino, aparcaron el deslizador y pasearon a lo largo de la explanada, hasta elegir una mesa frente a uno de los numerosos cafés y se sentaron, observando a la gente. Más allá se extendía el oscuro océano, con el cielo de un gris índigo en el que sólo se advertía una suave pincelada de color naranja; señalaba el paso de Rígel.

La noche era tibia, y gente de todos los mundos del Oikumene pasaban frente a ellos. El camarero les trajo sendos vasos de ponche. Gersen comenzó a saborearlo despacio y su tensión se relajó. Ninguno de los dos habló durante un cierto tiempo, hasta que Pallis se volvió súbitamente hacia él.

—Eres tan silencioso, tan reservado... es quizá porque procedes de Más Allá, ¿verdad?

Gersen no tuvo una respuesta rápida. Por fin dejó escapar una sonrisa desmañada.

—Creí que me considerarías fácil y suave, como a los demás de por aquí...

—Oh, vamos —protestó la chica—. Nadie se parece a nadie.

—Yo no estoy seguro del todo —dijo Gersen— Supongo que es una cuestión de relatividad: es cuestión de lo próximo que uno se halle. Incluso las bacterias tienen individualidad, si se las examina lo bastante de cerca.

—Según eso, yo soy una bacteria...

—Bien, y yo soy otra y probablemente te estoy aburriendo.

—¡Oh, no! ¡Claro que no! Me estoy divirtiendo.

—Y yo también. Demasiado. Es... excitante.

Pallis intuyó el cumplido.

—¿Qué quieres decir exactamente?

—No puedo permitirme el lujo de dejar rienda suelta a las cuestiones emocionales.... aunque me gustaría hacerlo.

—Creo que eres demasiado, sí, demasiado formal.

—No lo soy tanto...

Ella hizo un alegre gesto.

—Pero admitirás que eres demasiado formal...

—Supongo que sí. Pero ten cuidado, no me empujes demasiado lejos...

—A toda mujer le encanta pensar de ella misma que es seductora...

Gersen volvió a callar de nuevo, sin responder a las palabras de Pallis. La estudió a través de la mesa que les separaba. Por el momento, ella parecía contenta viendo pasar a los transeúntes. «Qué criatura tan alegre, de tan buen corazón —pensó— sin la menor traza de malicia...»

Pallis volvió su atención hacia él.

—Eres realmente un hombre tranquilo —dijo ella—. A toda la gente que conozco le gusta hablar continuamente, sin detenerse un instante y casi siempre tengo que escuchar ese flujo de palabras sin sentido. Estoy segura de que debes conocer cientos de cosas interesantes, y veo que rehusas decirme alguna...

—Son probablemente menos interesantes de lo que te crees —respondió Gersen.

—Sin embargo, me gustaría estar segura. Vamos, háblame de Más Allá. ¿La vida es tan peligrosa como dicen?

—A veces sí y otras no. Depende de con quién te encuentres y por qué.

—Pero... ¿qué es lo que haces? ¿No eres ni pirata ni tratante de esclavos?

—¿Tengo cara de pirata? ¿O de comerciante de esclavos?

—Ya sabes que ignoro el aspecto que tienen ambas clases de personas. Pero siento verdadera curiosidad. Eres... bien ¿un criminal? Eso no es una desgracia. Asuntos y situaciones que se aceptan perfectamente en un planeta, son un tabú absoluto en otro. Por ejemplo, le dije una vez a un amigo que toda mi vida había planeado casarme con mi hermano, el mayor de todos, y se le pusieron los cabellos de punta...

—Lamento desilusionarte —respondió Gersen—. Pero no soy ningún criminal. No encajo en ninguna categoría establecida. —Y consideró que quizá no resultase ninguna indiscreción decirle a Pallis lo que había hablado con Warweave, Kelle y Detteras—. He venido a Avente por un propósito particular, por supuesto.

—Bien, vayamos a cenar —dijo Pallis— y allí me lo contarás todo, mientras comemos.

—¿Adónde iremos?

—Hay un restaurante excelente, recién inaugurado. Todo el mundo habla de él y todavía no he estado allí. —Se puso en pie, tomó la mano de Gersen con espontánea intimidad y le ayudó a incorporarse. Gersen la tomó en sus brazos y se inclinó para besarla; pero su deseo se desvaneció cuando ella rehusó la caricia con una alegre carcajada—. ¡Vaya, eres más impulsivo de lo que creía!

Gersen hizo una mueca de circunstancias, medio avergonzado.

—Bien, ¿dónde está ese hermoso restaurante nuevo?

—No está lejos. Iremos a pie. Es bastante caro; pero tengo pensado pagar la mitad de la factura, que conste.

—No es necesario —dijo Gersen—. El dinero no es un problema especial para ningún pirata. Si me falta, con robar a cualquiera, asunto arreglado. A ti, quizá...

—Creo que la cosa no vale la pena. Vamos.

Pallis le cogió nuevamente la mano y salieron andando hacia el norte a lo largo de la gran explanada, como otra de las mil parejas que paseaban en aquella deliciosa noche de Alphanor.

Ella le condujo hacia un enorme quiosco cuya circunferencia exterior se hallaba profusamente iluminada y en cuya entrada un anuncio luminoso exhibía el nombre de «NAUTIWS», en letras verdes.

Un escalador descendió dejándoles a sesenta metros de profundidad en un vestíbulo octogonal, adornado con paneles de bejuco. Un camarero les escoltó a lo largo de una bóveda acristalada sobre el fondo del mar. Cenadores de diversos tamaños se abrían en aquel pasaje, en uno de los cuales tomaron asiento junto a la pared transparente de la cúpula. El mar se hallaba al otro lado, con fanales de luz y balizas que iluminaban la arena del fondo, las rocas, el coral y las criaturas del mundo submarino.

—Y ahora —dijo Pallis inclinándose hacia él— háblame de Más Allá. Y no te preocupes porque pueda asustarme, ya que me gusta de vez en cuando sufrir alguna emoción fuerte. O mejor, háblame de ti mismo.

—La casa de Smade en el planeta Smade es un buen sitio para empezar —dijo Gersen— ¿Estuviste alguna vez allí?

—Por supuesto que no. Pero he oído hablar de ella.

—Es un pequeño planeta, apenas habitable en medio del infinito: todo montañas, viento, tormentas y un mar negro como la tinta. El Refugio es el único edificio del planeta. A veces está todo ocupado por gente diversa, y otras sólo permanecen el propio Smade y su familia durante semanas sin fin. Cuando llegué, el único huésped era un Rey Estelar.

—¿Un Rey Estelar? Yo tenía entendido que se disfrazaban siempre como hombres.

—No es cuestión de disfraz. Son hombres. Casi, al menos.

—Yo nunca he comprendido nada relativo a los Reyes Estelares. ¿Cómo son, de todos modos?

Gersen hizo una mueca ambigua.

—Obtendrás una respuesta distinta, cada vez que preguntes. Hace un millón de años, más o menos, el planeta Lambda Tres de la Grulla, o «Ghnarumen» (tendrás que toser a través de la nariz para conseguir pronunciarlo aproximadamente), se encontraba habitado por una especie de criaturas bastante extrañas y de horrible aspecto. Entre ellas, había unos pequeños bípedos anfibios desprovistos de medios naturales para sobrevivir, excepto una extremada sensibilidad y capacidad para esconderse en el barro. Deberían de tener el aspecto de pequeños lagartos o focas sin pelo... Las especies citadas se enfrentaron con la extinción media docena de veces; pero unos cuantos individuos consiguieron sobrevivir y continuar y de algún modo subsistir con los residuos de otras criaturas más salvajes, más astutas, más ágiles, mejores nadadores y brincadores, incluso mejores recolectores de residuos que ellos mismos. Los proto Reyes Estelares tenían solamente la ventaja física: autoconciencia, sentido de la competencia y el frenético deseo de permanecer vivos, cualquiera que fuese el medio.

—Eso recuerda bastante bien a los primitivos protohumanos de la vieja Tierra —comentó Pallis.

—Nadie tiene la seguridad —continuó Gersen—. Pero al menos hay una cosa cierta: no son humanos. Lo que saben los Reyes Estelares no lo dicen jamás a nadie. Bien—, tales bípedos diferían de los protohumanos en diversos aspectos: eran biológicamente mucho más flexibles, capaces de transmitir los caracteres adquiridos. En segundo lugar, no son bisexuales. El cruce de fertilización se produce por medio de esporas emitidas por la respiración, ya que cada individuo es macho y hembra al propio tiempo, y los jóvenes se desarrollan como una especie de capullo, como los gusanos de seda, en las axilas de los adultos. Quizá la falta de diferenciación sexual haga que los Reyes Estelares estén desprovistos de vanidad física. Su instinto fundamental es vencer, la urgencia de sobrepasar a las demás criaturas, sobrevivir a costa de quién sea y cómo sea. La flexibilidad biológica unida a una rudimentaria inteligencia les proveía de medios para alcanzar sus ambiciones y comenzaron a multiplicarse en criaturas que pudieron superar a sus competidores, menos dotados de recursos.

»Todo esto son especulaciones, por supuesto, y lo que sigue después en su historia lo es igualmente, aun con una base teórica más débil. Pero imaginemos ahora que cualquier raza capacitada estuviese en condiciones de viajar por el espacio y visitar la Tierra. Pudo haber sido el pueblo que dejó ruinas en los planetas del sistema de la estrella Fomalhaut, o los hexadeltas, o quien fuese el que talló el monumento Cliff en Xi, de Pupis Diez.

»Suponemos que tal pueblo, viajero del espacio, llegó a la Tierra hace cien mil años. Supongamos que pudieron capturar a los elementos de alguna tribu de hombres Neanderthal del musteriense y por alguna razón les llevaron a Ghriarumen, mundo de los proto Reyes Estelares. Allí se produce una situación de desafío entre ambas partes. Los hombres son más peligrosos entonces, con mucho, frente a los Reyes Estelares, que sus recién derrotados enemigos. Los hombres son inteligentes, pacientes, hábiles con sus manos, rudos y agresivos. Bajo la presión del entorno circundante, los hombres evolucionan hacia un tipo diferente: se vuelven más ágiles, más rápidos de cuerpo y mente que sus predecesores de Neanderthal.

»Los proto Reyes Estelares sufren un retroceso; pero conservan su paciencia hereditaria, al propio tiempo que sus armas más importantes: la fuerza competitiva y la flexibilidad biológica. Los hombres han probado ser superiores a ellos; el competir con los hombres les hace adoptar la semejanza humana.

»La guerra continúa y los Reyes Estelares admiten, muy secretamente, que ciertos mitos describen estas guerras.

»Se hace precisa otra presunción. Los viajeros del espacio vuelven hace unos cincuenta mil años y llevan con ellos a los terrestres evolucionados hacia la Tierra y entre ellos a algunos Reyes Estelares, ¿quién sabe? Y así es cómo la nueva raza de hombres CroMagnon aparece en Europa.

»En su propio planeta, los Reyes Estelares, son, al fin, más parecidos a los humanos que los hombres y prevalecen; los verdaderos hombres son destruidos, los Reyes Estelares están en la cúspide del dominio y permanecen hasta hace cinco mil años. Los hombres de la Tierra descubren la interfisión. Cuando se aventuran sobre «Ghnarumen» quedan atónitos al encontrar criaturas con la exacta semejanza a ellos mismos: son los Reyes Estelares.

—Pero eso parece una deducción demasiado rebuscada —objetó Pallis.

—No tanto como la evolución convergente. Es un hecho evidente que los Reyes Estelares existen: una raza no antagónica; pero tampoco amistosa. A los hombres no les es permitido visitar «Ghnarumen», o comoquiera que se pronuncie esa palabra. Los Reyes Estelares nos dicen solamente lo que cuidan de decir estrictamente y envían observadores, espías, si lo prefieres, a todas partes a través de todo el Oikumene. Es muy posible que haya ahora una docena de Reyes Estelares aquí mismo, en Avente.

Pallis hizo una mueca de incertidumbre.

—¿Cómo puedes decir de ellos que sean como hombres?

—A veces ni incluso un médico puede distinguirlos, tras haberse adaptado y disfrazado como tales. Hay diferencias, por supuesto. No tienen órganos genitales, su región púbica está en blanco. Su sangre, protoplasma y hormonas tienen una composición distinta. Su aliento tiene un olor que les distingue. Pero los espías, sean quienes fueren, están tan alterados que incluso los mismos rayos Equis no los diferencian de los hombres.

—¿Y cómo supiste que ese... esa criatura del Refugio de Smade era un Rey Estelar?

—Smade me lo dijo.

—¿Y cómo lo supo Smade?

Gersen sacudió la cabeza.

—No se me ocurrió preguntárselo.

Y continuó sentado, silencioso y preocupado con una nueva noción. Había tres huéspedes en el Refugio Smade: él mismo, Teehalt y el Rey Estelar. De creer a Tristano —¿por qué no?— había llegado en compañía sólo de Dasce y Suthiro. Si la declaración de Dasce merecía crédito, Attel Malagate tenía que ser reconocido como el asesino de Teehalt. Gersen había oído con claridad el grito de Lugo Teehalt, teniendo a Suthiro, Dasce y Tristano al alcance de su vista.

A menos que Malagate no fuese Smade, o que otra espacionave hubiese llegado subrepticiamente —ambas cosas inverosímiles— Attel Malagate y el Rey Estelar eran la misma persona. Pensando en aquello, Gersen recordó que el Rey Estelar había dejado el comedor con un amplio margen de tiempo para tener una conferencia en el exterior con Dasce...

Pallis le tocó la mejilla suavemente con los dedos perfumados.

—Me estabas hablando del Refugio Smade...

—Sí —respondió Gersen—. Así es. —Y la miró. Ella tenía que conocer mucho las idas y venidas de Warweave, Kelle y Detteras. Pallis, interpretando mal su mirada fija, enrojeció visiblemente bajo el tono verde pálido de su piel. Gersen sonrió desmañadamente—. Sí, hablaba del Refugio Smade.

Y continuó describiendo lo sucedido en aquella trágica noche.

Pallis continuó escuchándole con creciente interés, hasta el extremo de olvidarse de comer.

—Entonces, tú tienes ahora el archivo de Teehalt y la Universidad el descifrador.

—Así es. Y una cosa no tiene valor alguno sin el concurso de la otra.

Acabaron la cena y Gersen, que no tenía crédito abierto en Alphanor, pagó la factura en metálico. Salieron de nuevo a la superficie.

—Bien, ¿y ahora, qué te gustaría?

—Me es igual —repuso Pallis—. Volvamos a la explanada a sentarnos un poco más.

La noche ya había caído sobre Alphanor, una noche oscura y aterciopelada, sin luna, como todas las noches del planeta. Las fachadas de todos los edificios que tenían a su espalda resplandecían ligeramente en azul, verde o color rosa, las aceras dejaban escapar una refulgencia plateada, la balaustrada emitía una agradable y casi inapreciable irisación ambarina, por todas partes se notaba una suave luz sin sombras, enriquecida con mudos matices de colores fantasmales. Sobre el cielo de Alphanor las estrellas brillaban como diamantes de luces diversas. Un camarero llevó a la pareja café y licores y se acomodaron agradablemente observando a las multitudes que paseaban de un lado a otro.

—No me lo has contado todo —dijo Pallis con voz reflexiva.

—Por supuesto que no —respondió Gersen—. De hecho... —Y se detuvo asaltado por otra idea. Attel Malagate podría haber errado muy bien la naturaleza de su interés en Pallis, sobre todo si Malagate era un Rey Estelar, sin sexo, incapaz de comprender la relación varón-hembra de la pareja humana—. De hecho, no quiero mezclarte en absoluto en mis problemas, Pallis.

—No me siento implicada —dijo ella con un gesto femenino—. Y de ser así ¿qué tiene de particular? Estamos en Avente de Alphanor, una ciudad civilizada en un planeta civilizado.

Gersen dejó escapar una sonrisa sardónica.

—Ya te dije que otras personas están muy interesadas en mi planeta. Bien, esos otros son piratas y comerciantes de esclavos, tan depravados como desea tu romántico corazón. ¿Has oído hablar alguna vez de Attel Malagate?

—¿Malagate el Funesto? Sí.

Gersen resistió la tentación de decirle a Pallis que no hacía otra cosa que andar a la caza de aquel funesto personaje.

—Es casi cierto —dijo Gersen— que cualquier sistema espía nos esté observando. Ahora mismo incluso. A cada instante. Y al otro extremo del circuito posiblemente esté el propio Malagate.

Pallis se movió incómoda, mirando con ojos escrutadores al cielo.

—¿Quieres decir que Malagate puede estar observándome? Es algo que me produce escalofríos, Kirth...

Gersen miró a la derecha y después a la izquierda y se quedó mirando fijamente. A dos mesas de distancia estaba sentado Suthiro, el envenenador sarkoy. Gersen sintió una punzada en el estómago. Encontrando la mirada de Gersen, Suthiro se inclinó cortésmente y sonrió. Se puso en pie y se aproximó a su mesa.

—Oh, buenas noches, señor Gersen.

—Buenas noches.

—¿Puedo quedarme con ustedes?

—Preferiría que no.

Suthiro sonrió suavemente y se sentó inclinando su cara de zorra hacia Pallis.

—¿Quisiera presentarme a esta señorita?

—Ya sabe usted quién es.

—Pero ella no me conoce.

Gersen se volvió hacia Pallis.

—Aquí puedes ver al Scop Suthiro, Maestro Envenenador de sarkoy. Habías expresado tu interés por un hombre malvado, aquí tienes un ejemplar tan maligno como no hubieras soñado encontrar.

Suthiro sonrió imperturbable.

—Ciertos amigos míos me superan en mucho, como yo les supero a ustedes. Espero, por supuesto, que no tengan que tropezarse con ellos. Por ejemplo, con Hildemar Dasce, que presume de paralizar a un perro con sólo mirarlo.

—¡Oh, claro que no quisiera encontrarme con él! —repuso Pallis con la voz turbada profundamente.

Pallis miró fascinada a Suthiro.

—¿Y usted admite... que es un maligno?

Suthiro repuso sonriendo:

—Yo soy un hombre, soy un sarkoy.

—He estado describiendo hace un momento nuestro encuentro en el Refugio de Smade a la señorita Atwrode —dijo Gersen—. ¿Quién mató a Lugo Teehalt?

Suthiro pareció sorprendido.

—¿Y quién podía ser sino Malagate? Nosotros tres estuvimos sentados juntos dentro del Refugio. ¿Es que no resulta claro? ¿Establece eso alguna diferencia? Pudimos hacerlo Tristano o el Bello Dasce. Y a propósito, Tristano está gravemente enfermo. Sufrió un serio accidente y espera verle a usted cuando se recobre.

—Puede considerarse muy afortunado —dijo Gersen.

—Está avergonzado —dijo Suthiro—. Piensa que es un tipo diestro y hábil, aunque ya le he dicho muchas veces que no lo es tanto como yo. Ahora supongo que estará convencido...

—Y hablando de destreza —dijo Gersen—. ¿Puede usted hacer el truco del papel?

Suthiro ladeó la cabeza con gesto de suficiencia.

—Pues claro que sí. ¿Dónde lo aprendió usted?

—En Kalvaing.

—¿Y qué le llevó a Kalvaing?

—Tuve que visitar a Coudirou el envenenador.

Suthiro se mordió sus gruesos y rojos labios. Mostraba en aquel momento una piel de tono amarillo y su cabellera marrón aparecía suave y brillante con la ayuda de algún aceite especial.

—Bueno, Coudirou es sabio como cualquiera de nosotros... pero por lo que respecta al truco del papel...

Gersen le alargó una servilleta de papel. Suthiro la suspendió entre los dedos pulgar e índice de la mano izquierda y la golpeó ligeramente con la mano derecha. Cayó suavemente sobre la mesa cortada limpiamente en cinco tiras.

—Buen trabajo —opinó Gersen. Y dirigiéndose hacia Pallis—: Las uñas de sus dedos están tan afiladas como navajas de afeitar. Naturalmente no gastaría veneno en el papel; pero cada uno de sus dedos es como la cabeza de una serpiente.

Suthiro pareció satisfecho, como si hubiera recibido el mejor de los cumplidos.

Gersen se volvió hacia él.

—¿Dónde está su amigo Dasce?

—Oh, no muy lejos de aquí.

—¿Con la cara pintada de rojo y todo lo demás?

Suthiro sacudió la cabeza con pena ante el mal gusto de Gersen en materia de tinturas de la piel.

—Es un hombre muy capaz y extraño. ¿Ha tratado usted de imaginarse su rostro?

—Cuando me sea posible, le miraré detenidamente.

—Usted no es mi amigo y supo darme un buen esquinazo. No obstante, le advertiré de una cosa: procure no cruzarse nunca con Hildemar Dasce. Hace veinte años fue estafado de un asunto sin importancia. Se trataba de recoger el dinero de un tipo obstinado. Por casualidad, Hildemar se encontró en desventaja. Fue tumbado de una paliza fenomenal y molido literalmente a golpes. Aquel deudor tuvo el mal gusto de rajarle la nariz y arrancarle los párpados. Hildemar escapó por los pelos y ahora se le conoce por el Bello Dasce.

—¡Qué cosa tan horrible! —exclamó Pallis.

—Exactamente —continuó Suthiro, con voz más desdeñosa—. —Un año más tarde, Hildemar se permitió el lujo de capturar a su hombre. Lo condujo a un lugar privado donde vive actualmente. Y, por supuesto, Hildemar, al recordar el ultraje que le costó las facciones, vuelve a tal lugar privado para mostrarse de nuevo a ese tipo.

Pallis volvió su cara aterrada hacia Gersen.

—¿Y esas gentes son amigos tuyos?

—No. Nos conocemos por mediación de Lugo Teehalt. —Suthiro se hallaba en aquel instante mirando a la explanada. Gersen preguntó perezosamente—: Usted, Tristano y Dasce juntos, ¿componen un equipo?

—Con alguna frecuencia, aunque yo prefiero trabajar por mi cuenta.

—Y Lugo Teehalt tuvo la desgracia de equivocarse con usted en Brinktown.

—Murió rápidamente. Godogma toma a todos los hombres. ¿Es eso una desgracia?

—A nadie le gusta darse prisa con Godogma.

—Es cierto. —Suthiro inspeccionó sus fuertes y ágiles manos—. Convenido. En Sarkovy tenemos mil aforismos populares sobre eso —concluyó mirando a Pallis.

—¿Quién es Godogma?

—El Gran Dios del Destino, que lleva una flor y un mayal y camina sobre ruedas.

Gersen adoptó el aire de una estudiosa concentración mental.

—Le haré una pregunta. No tiene por qué contestarla; de hecho, quizá no sepa hacerlo. Pero me tiene confuso: ¿por qué Malagate, un Rey Estelar, tendría que desear tan vehementemente este mundo particular?

Suthiro se encogió de hombros.

—Ésa es una cuestión que jamás me ha interesado. Aparentemente ese mundo vale la pena. A mí me pagan bien. Yo mato sólo cuando tengo que hacerlo o cuando me reporta beneficio; por tanto —y se dirigió con aire patético a Pallis— no soy un hombre tan malvado, ¿verdad? Ahora, volveré a Sarkovy a vivir tranquilamente y a vagabundear por la Gran Estepa de Gorobundur... ¡Ah, amigos, aquello es vida! Cuando pienso en ello, no me explico por qué estoy aquí todavía sentado junto a esta odiosa humedad de mar... —Y miró hacia el océano, poniéndose en pie—. Es algo presuntuoso darle consejos, pero ¿por qué no ser sensible alguna vez? Usted no podrá derrotar nunca a Malagate. Por tanto, piense en renunciar a ese archivo.

Gersen permaneció pensativo por un momento.

—Yo también le voy a dar un consejo: mate a Hildemar Dasce en el mismo momento en que le vea, o antes si puede.

Suthiro encogió sus peludas cejas un poco confuso.

—Hay algún espía observándonos, aunque no lo haya localizado —continuó Gersen—. Su micro estará seguramente grabando nuestra charla. Hasta que usted no me lo dijo, yo no tenía idea de que el Rey Estelar que había en el refugio Smade fuese Malagate. No creo que sea de conocimiento público.

—¡Cállese! —exclamó Suthiro con los ojos chispeando de coraje.

Gersen suavizó el tono de voz.

—Hildemar Dasce será designado probablemente para castigarle a usted. Si quiere prevenirse contra Godogma y desea tomar su carromato y deambular por la estepa de Gorobundur... ¡Mate a Dasce y váyase!

Suthiro silbó algo incomprensible, alzó sus manos irritado y se volvió de espaldas marchándose y confundiéndose con la multitud.

Pallis pareció relajarse algo y se retrepó en su asiento. Con voz incierta dijo a Gersen:

—Lo siento, no tengo el espíritu aventurero que yo suponía.

—Yo sí que lo lamento de veras —dijo Gersen, sinceramente contrito—. Nunca debí invitarte a salir conmigo.

—No, no se trata de eso. Es que no puedo acostumbrarme a tal genero de conversación aquí en la explanada, en la pacífica Avente. Pero supongo que ahora estoy divirtiéndome. Si no eres un criminal, ¿quién o qué eres tú?

—Kirth Gersen.

—Tienes que trabajar para la PCI.

—No.

—Entonces, tienes que estar en el Comité Especial del Instituto.

—Soy simplemente Kirth Gersen, un hombre solitario. —Y se puso en pie—. Vamos a pasear un rato.

Se dirigieron hacia el norte de la explanada. A la izquierda estaba el oscuro océano y a la derecha los edificios resplandecientes de varios colores suaves, más allá la silueta de Avente, un conjunto de agujas luminosas contra el negro cielo de la noche de Alphanor.

Pallis se cogió entonces del brazo de Gersen.

—Dime, Kirth, ¿qué ocurre si Malagate es un Rey Estelar? ¿Qué significa eso?

—En esto estaba pensando.

Gersen estaba tratando de recordar la mirada y el aspecto general del Rey Estelar. ¿Sería Warweave? ¿Kelle? ¿Detteras? El tono negro sin lustre de su piel había borrado por completo sus facciones y la gorra estriada le había cubierto los cabellos. Gersen tenía la impresión de que el Rey Estelar debería ser más alto que Kelle, pero no tanto como Warweave. Pero ¿cómo habría podido el negro de la piel camuflar hasta tal extremo las facciones de Detteras?

Pallis le estaba hablando en aquel momento.

—¿Matarían realmente a aquel hombre?

Gersen miró a su alrededor para localizar inútilmente al espía.

—No lo sé. Tal vez...

Gersen vaciló, pensando si sería decente mezclar a la chica en aquel asunto, aunque fuese de manera indirecta.

—¿Qué?

—Nada.

Y por miedo a los diminutos micrófonos espías, Gersen no se atrevió a preguntar a Pallis los movimientos de los tres prohombres de la Universidad; así Malagate no tendría razón para sospechar su interés.

—Todavía sigo sin comprender en qué forma te afecta todo esto —dijo Pallis sintiéndose molesta.

Una vez más, Gersen eligió la postura prudente. El espía podría oír, la propia Pallis (¿quién sabía?) podría ser un agente de Malagate, aunque Gersen lo consideraba inverosímil.

—Oh, en nada, excepto en lo abstracto.

—Pero cualquiera de esas gentes —y señaló a los transeúntes— puede ser uno o varios Reyes Estelares.

—¿Cómo podríamos distinguirlos entre los hombres?

—Es imposible. En su propio planeta, y no vuelvo a intentar su pronunciación, proceden de varias formas para acercarse a los hombres. Pero esos que viajan por los mundos conocidos como observadores, espías, si prefieres, aunque no puedo imaginar qué esperan saber, son facsímiles exactos de verdaderos hombres.

Pallis pareció sentirse repentinamente oprimida. Abrió la boca para decir algo y quedó silenciosa de nuevo, haciendo un amplio gesto con las manos.

—Vamos a olvidarnos de esa gente. Son como pesadillas. Harás que vea Reyes Estelares por todas partes. Incluso en la Universidad...

—¿Sabes lo que me gustaría hacer?

—No. ¿Qué? —respondió con sonrisa provocativa.

—Primero, sacudirme la vigilancia de cualquier espía, lo que no es gran problema. Y después...

—¿Y después?

—Irme contigo a un lugar tranquilo, donde pudiéramos estar solos...

—Bien, no me importa. Hay un lugar precioso en la costa. Se llama «Las Sirenas» donde, por cierto, nunca he estado. —Y sonrió confundida—. Pero he oído a la gente hablar de él.

Gersen la tomó por el brazo.

—Primero, quitarnos de encima al espía.

Pallis se dejó abrazar y besar por Gersen con infantil abandono. Mirando su alegre rostro, Gersen se preguntó sobre su determinación de evitar implicaciones sentimentales. Si iban a «Las Sirenas» y la noche les unía en íntima correspondencia amorosa ¿qué, entonces? Gersen termino por enviar al diablo sus escrúpulos. Ya volvería a enfrentarse con sus problemas cuando finalizaran. El espía invisible, si existía, se confundió y se perdió, y volvieron a la zona de aparcamiento. Allí había una luz muy débil, las redondas formas de los vehículos apenas si destacaban con una suave luz sedosa.

Se sentaron en su vehículo. Gersen vaciló un instante y rodeó el cuerpo de la chica con sus brazos y la besó. Tras él se vislumbró un imperceptible movimiento. Gersen se volvió a tiempo de mirar la espantosa cara pintada de rojo sangre de Hildemar Dasce y sus mejillas redondeadas de azul. El brazo de Dasce se abatió sobre él y un peso enorme le hizo perder el conocimiento por un instante, como si un trueno hubiese explotado en su cráneo. Vaciló y cayó sobre sus rodillas. Dasce se inclinó sobre él, y Gersen aún pudo intentar echarse de lado; entonces vio a Suthiro gesticulando como una hiena rabiosa con sus manos en el cuello de Pallis. Dasce golpeó otra vez y todo el mundo se ensombreció en su cerebro. Gersen tuvo tiempo, en una fracción de segundo de amargo reproche, de comprender lo sucedido, antes de que otro mazazo extinguiera en él todo rastro de conciencia.