Capítulo 6

Los hombres del Dikurnene, prefacio de Jan Holberk, Vaeriz, LXII:

«Existe una absurda y sofocante situación en esta época, que ha sido observada, comentada y lamentada repetidamente por un grupo de eminentes antropólogos: la singularidad de tener abandonada una tal variedad de matices de vida existente. Es conveniente considerar bien esta situación, que saldrá a relucir repetidamente a lo largo de estas páginas.

»La cosa más importante de la vida humana es su infinitud en el espacio: Desconocemos sus límites y el infinito número de planetas aún no visitados; en pocas palabras: Más Allá. Creo sinceramente que la certidumbre de estas fabulosas posibilidades ha embrutecido de alguna forma el meollo de la conciencia humana y disminuido o debilitado la empresa de los hombres.

»Se hace necesaria una calificación. Los hombres de empresa han existido siempre, aunque por desgracia, la mayor parte de ellos actúan en Más Allá, sin que sus empresas sean siempre constructivas. (Esta declaración no es del todo irónica: muchas de las formas más nocivas de vida ejercen alguna suerte de utilidad y de eficacia.)

»Pero, en general, la ambición ha cambiado de signo hacia lo interno, más que dirigirse hacia lo obviamente exterior en sus objetivos sin límites. ¿Por qué? ¿Es que la infinitud, como objeto de experiencia, en lugar de la expresión de abstracción matemática, ha acobardado la mente humana? ¿Podemos sentirnos tranquilos y seguros, sabiendo que las incontables riquezas de la galaxia se hallan allí, esperándonos? ¿La vida contemporánea se halla ya saturada de tanta novedad? ¿Es concebible que el Instituto ejerza mayor control sobre la psique humana de lo que sospechamos? ¿O será que se ha hecho corriente el sentimiento y la convicción de que toda la gloria humana ha llegado a su término y de que todos los gloriosos objetivos de la raza han sido cubiertos?

»Indudablemente no existe una respuesta sencilla a estos problemas. Pero muchos puntos son dignos de tener en cuenta. Primero —para ser mencionado sin comentarios— existe la peculiar situación en que los sistemas efectivos y de influencia tienen carácter privado o semipúblico, es decir, la PCI, el Instituto y la Corporación Jarnell.

»Lo segundo es el declive general de la educación y su nivel descendente. Los extremos quedan aparte, naturalmente, es decir los sabios del Instituto de una parte y los esclavos de un estado Tertuliano, de otra. Si consideramos la situación de los hombres más allá de la Estaca, la polaridad es todavía mas pronunciada. Existen motivos claros para tal declive. Pioneros que viven en ambientes extraños e incluso hostiles han de luchar terriblemente para sobrevivir. Aún es más desmoralizadora la inmanejable masa de conocimientos acumulados. El rumbo hacia la especialización comenzó en los tiempos modernos; pero tras la conquista del espacio y las consiguientes perspectivas nuevas de información, la especialización se ha convertido en algo mezquinamente enfocado.

»Es quizá, pertinente la manera de considerar cómo el hombre actual se ha convertido en un nuevo especialista. Vive en una época materialista, donde intereses comparativamente pequeños se le ofrecen como absolutos. Es un hombre fino, ingenioso y sofisticado; pero sin profundidad. No tiene ideales abstractos. Su campo de desarrollo, si es universitario, pueden ser las matemáticas o cualquiera de las ciencias físicas; Pero es cien veces más verosímil que sea una rama de lo que vagamente se llaman estudios humanísticos: historia, sociología, ciencias comparativas, simbología, estética, antropología, las variedades de la experiencia, criminología, educación, comunicación, administración y coerción, para no mencionar la ciénaga de la psicología, ya putrefacta por generaciones de incompetentes y la todavía inexplorada selva de la psiónica.

»Existen también los que, como el autor, se acomodan a sí mismos en una torre de marfil, desde donde predican la omnisciencia con protestas de humildad y que están, o bien no convencidos de lo que dicen o totalmente ausentes, y asumen la obligación de calcular y apreciar, mandar o derogar y denunciar lo relativo a sus contemporáneos. Sin embargo, en conjunto, es una tarea más fácil que cavar una zanja.»

De Diez exploradores: Un estudio de un tipo, por Oscar Anderson:

«Cada mundo tiene su distinto aroma psíquico, esto es una cuestión atestiguada por cada uno de los diez exploradores. Isack Canaday hace constar que aun estando con los ojos vendados y siendo transportado a cualquier planeta del Oikumene o del inmediato Más Allá podría identificar correctamente el planeta, sin necesidad de quitarse la venda. ¿Cómo puede ser posible tal hazaña? A primera vista resulta incomprensible. El propio Canaday confiesa no saber el origen de tal conocimiento.

»Según él basta levantar la nariz, mirar alrededor del cielo, dar un par de saltos... y esa sensación llega hasta él.

»La explicación de Canaday es, por supuesto, fantástica y picaresca. Nuestros sentidos son mucho más agudos de lo que sospechamos. La composición del aire, el color de la luz y del cielo, la curvatura y la proximidad del horizonte, la tensión producida por la gravedad, todo esto es presumiblemente interpretado en nuestro cerebro para producir, como resultado, una característica individual, tal como la forman los ojos, una nariz, el cabello, la boca, las orejas, que en conjunto crean el rostro determinado de una persona.

»Y todo esto sin mencionar la flora y la fauna, los artífices de lo autóctono, el hombre, el aspecto distintivo, del sol o soles...»

«Conforme madura una sociedad, la lucha por la vida se gradúa imperceptiblemente o cambia su énfasis, produciéndose lo que puede denominarse la búsqueda del placer. Esto resulta una declaración amplia, y posiblemente no impresione a nadie. No obstante, como generalización, permite una rica resonancia de implicaciones. El autor sugiere tal declaración como un tópico de fuerza para una disertación, la vigilancia y observación de diversas situaciones de los varios tipos de ambientes de supervivencia y los especiales tipos de objetivos de placer que se derivan de ellas. Parece probable, tras un momento de reflexión, que toda amenaza, peligro o penuria, genera una tensión psíquica correspondiente, que demanda una particular compensación.»

Vida, volumen 111, de UNSPIEK, BARÓN BODISSEY.

Gersen volvió a la estación terminal subterránea en Sansontiana. Recobró el monitor e inmediatamente intentó abrirlo con la llave. Para su satisfacción, el cerrojo se abrió con suavidad, mostrando su contenido. No había ni explosivos ni ácidos en su interior. Extrajo el pequeño cilindro que contenía el archivo y lo sopesó en la mano. Después se fue a la oficina del correo interplanetario y envió el cilindro dirigido a sí mismo al Hotel Credenze en Avente, Alphanor. Volvió por el tren subterráneo hasta Kindune, y en el espaciopuerto, sin tropezarse con más problemas, subió a bordo de la Nueve B y partió.

El azul creciente de Alphanor se divisaba en el espacio, con la estrella Rígel brillando en la lejanía, centro del sistema solar. Cuando los siete continentes del planeta comenzaron a emerger de la oscuridad, Gersen conectó el piloto automático con el programa de aterrizaje para Avente, hasta llegar al espaciopuerto de la ciudad. La grúa gigante elevó el aparato y lo condujo a la fila de aparcamiento lateral. Gersen salió de la espacionave y reconoció los alrededores. Al no hallar señal alguna de sus enemigos se dirigió hacia la terminal. Almorzó allí, considerando sus planes de batalla para el inmediato futuro. Hizo una lista de los próximos pasos a seguir:

  1. El monitor de Lugo Teehalt estaba registrado a nombre de la Universidad de la Provincia del Mar.
  2. La información del archivo del monitor estaba codificada, y solamente sería accesible mediante el empleo del descifrador especial.
  3. El descifrador se hallaba en posesión de la Universidad de la Provincia del Mar, en Avente.
  4. De acuerdo con Lugo Teehalt, Attel Malagate había sido su fletador original (hecho que había comprendido por vez primera en Brinktonw). ¿Indiscreciones de Hildemar Dasce? Considerando todo aquello, era seguro que Malagate conservase el más riguroso incógnito. Malagate buscaba por todos los medios la posesión del archivo del monitor, y de aquí que tuviese acceso al descifrador.
  5. Gersen tendría que actuar de la siguiente manera:
    1. Identificar a las personas que tuvieron acceso al descifrador.
    2. Buscar entre estas personas aquéllas que pudieran ayudarle a identificar y a acercarse a Malagate, y a conocer sus actividades. ¿Por qué se tomó la molestia de viajar al planeta Smade?

Estas serían las líneas básicas de su plan. Pero Gersen consideró que aquellos pasos lógicos quizá no resultaran tan fáciles. No se atrevería a despertar las sospechas de Malagate. Hasta cierto punto, la posesión del archivo de Teehalt le resultaba casi como un seguro de vida; pero en cuanto Malagate sintiera la menor amenaza personal, encontraría muy pocas dificultades en preparar, sin el menor escrúpulo, un asesinato. Por el momento, la iniciativa estaba en sus manos y debería actuar sin precipitación.

Su atención se distrajo con la presencia de dos preciosas chicas sentadas en el restaurante, cerca de donde se hallaba, evidentemente llegadas con objeto de dar la bienvenida o despedir a algún amigo. Gersen las contempló, sintiendo en su interior el vacío de su vida íntima. La frivolidad... seguramente aquellas chicas tendrían muy poco dentro de la cabeza. Una se había teñido el cabello de verde floresta y maquillado el rostro de un delicado verde lechuga. La otra lucía una peluca fabricada con láminas de metal de color lavanda, y llevaba además una elaborada cofia de hojas de plata cuyos adornos le colgaban por la frente y a los lados.

Gersen dejó escapar un hondo suspiro. Sin duda, había vivido una existencia triste y falta de alegría, sin la compañía de una mujer hermosa. Volviendo atrás en sus recuerdos le vinieron a la mente muchas escenas de sus años jóvenes, en que mientras los demás ocupaban sus vidas con un placer irresponsable, él estuvo siempre haciendo el papel de un muchacho de rostro grave, alejado de las diversiones y placeres propios de la juventud. Su abuelo le había dicho...

Una de las chicas notó su atención y murmuró algo al oído de la otra. Ambas le dirigieron una mirada de soslayo y después parecieron ignorarle. Gersen sonrió con escepticismo. No confiaba en las mujeres. Había tratado muy pocas íntimamente. Frunció el ceño y consideró si Malagate no las habría enviado a recibirle para que le sedujeran. Pero tal pensamiento debía de ser ridículo. ¿Por qué dos?

Las chicas acabaron poniéndose en pie y, tras mirarle de reojo, se marcharon del restaurante. Gersen observó cómo se alejaban, resistiendo el fuerte impulso de correr tras ellas, presentarse e intentar entablar una conversación amigable. Ridículo también, doblemente ridículo. ¿Qué podría decirles? Se imaginó a las chicas, con sus caras bonitas, primero perplejas, después mirándole con aire aturdido, mientras que él se esforzaría en congraciarse con ellas. Las chicas se habían ido. «Menos mal», pensó Gersen, medio divertido, y medio irritado consigo mismo. Después de todo ¿por qué sentirse decepcionado? La clase de vida que se había impuesto no facilitaba el dominio del trato social y vivir su media otra vida de hombre no sería más que una fuente de constantes dificultades.

Conocía su misión y se hallaba soberbiamente preparado para llevarla a cabo. No tenía dudas ni incertidumbres, sus objetivos estaban perfectamente definidos. Pero una idea súbita interrumpió el curso de sus cavilaciones. ¿Dónde estaría sin aquel claro propósito? Si estuviera menos artificialmente motivado, no podría sentirse tan bien en comparación con los hombres que circulaban a su alrededor, gente de maneras agradables y palabra fácil. Dándole vueltas en la cabeza a aquella idea, terminó por sentirse espiritualmente deficiente. Ninguna fase de su vida le había permitido elegir con libertad. No sentía el más leve temor ante el camino trazado: no era aquél el punto de partida. Pero... los objetivos de un hombre no deberían serle impuestos hasta conocer el mundo lo suficiente para tener la libre capacidad de elegir un camino y sopesar sus propias decisiones. No se le había dado oportunidad de escoger sus opciones. Se había tomado la decisión, y él la había aceptado. Y después de todo ¿qué haría una vez terminada con éxito la tarea? Las oportunidades eran escasas, por supuesto. Pero, admitiendo que llevara a buen término la ejecución de aquellas cinco personas ¿qué haría después con su propia vida? Una o dos veces antes había tratado de hallar respuesta a la misma pregunta, advertido por alguna señal subconsciente de que nunca debería ir más allá, sin saberla. Tampoco la encontró en aquel momento. Había terminado su comida. Las chicas desaparecieron. Sin duda alguna, no había razón para suponer que fuesen agentes de Malagate el Funesto.

Gersen permaneció sentado unos minutos todavía, reflexionando sobre la mejor forma de enfocar el asunto que le había traído a Avente, y de nuevo pensó que lo mejor era la acción directa.

Se dirigió a una cabina telefónica y solicitó comunicación con la oficina de información de la Universidad de la Provincia del Mar, en el distrito de Remo, a unos quince kilómetros de distancia.

La telepantalla se iluminó primero con el emblema de la Universidad, después con una convencional presentación de la recepción impresa con las palabras «Hable claramente, por favor», y simultáneamente una voz que decía:

—¿En qué puedo servirle?

Gersen habló a la todavía invisible recepcionista.

—Deseo información relativa al programa de exploración de la Universidad. ¿A qué departamento le concierne?

La pantalla se aclaró para mostrar la graciosa carita de una joven maquillada en un tono dorado:

—Eso depende del tipo de exploración.

—Me refiero a lo relacionado con la Concesión de Utilidad doscientos noventa y una.

—Un momento, señor, preguntaré.

Y la pantalla se oscureció durante unos instantes. Poco después reaparecía la joven.

—Le pongo con el Departamento de Morfología Galáctica, señor.

Gersen miró a la otra recepcionista de faz pálida y facciones de tono plateado, con un fantástico peinado adornado con incontables adminículos metálicos.

—Morfología Galáctica.

—Deseaba informarme sobre la Concesión de Utilidad doscientos noventa y una.

La joven consideró un momento la petición.

—Quiere usted decir la Concesión en si misma, ¿verdad?

—Sí, cómo opera y quién la administra.

La joven torció los labios con vacilación.

—Creo que no hay mucho que yo pueda decirle, señor. Es el mismo fondo quien financia el programa de la exploración.

—Estoy interesado particularmente en un prospector llamado Lugo Teehalt que trabajó al amparo de la Concesión número doscientos noventa y una.

La joven sacudió la cabeza.

—No conozco nada acerca de él. El señor Detteras podría decírselo; pero hoy no puede recibir a nadie.

—¿Es quien se entiende con los prospectores?

La chica frunció las cejas con un gesto atractivo. Gersen la seguía mirando fascinado.

—Yo no sé mucho de esas cosas, señor. Nosotros tenemos alguna participación en el Gran Programa de Exploración, por supuesto; pero no está al amparo de esa Concesión de que me habla, aunque el señor Detteras es el Director de la Exploración Espacial. Él podrá explicarle cuanto desee conocer al respecto.

—¿Hay alguien en ese Departamento que pudiera patrocinar a un prospector en tal Concesión?

La chica miró especulativamente a Gersen, imaginando la naturaleza del interés que mostraba.

—¿Es usted un oficial de la policía?

Gersen sonrió con franqueza.

—No, soy un amigo del señor Teehalt que trato de acabar un negocio relacionado con él.

—Oh, está bien. El señor Kelle, que es el Presidente del Comité de los Planes de Investigación y el señor Warweave, el Preboste Honorífico, son quienes conceden tales autorizaciones. El señor Kelle estará ausente toda la mañana, su hija se casa mañana y está demasiado ocupado.

—¿Y qué hay del señor Warweave? ¿Podría verle?

—Bien. —La chica arqueó graciosamente los labios, se inclinó hacia un panel lateral y se volvió enseguida hacia Gersen—. Estará ocupado hasta las tres, en que tiene una hora para recibir a los estudiantes o a las personas que cite previamente.

—Eso me vendría muy bien.

—Si me da su nombre... Le pondré en cabeza de lista. Así no tendrá que esperar, en el caso de que haya muchos que aguarden.

Gersen estaba encantado por la solicitud de la chica. La miró más atentamente y comprobó que estaba sonriendo.

—Es usted muy amable. Mi nombre es Kirth Gersen.

Observó cómo la joven escribía. Parecía no tener prisa por terminar la conversación.

—¿Qué es lo que hace un Preboste Honorífico? —preguntó Gersen—. ¿Cuáles son sus obligaciones?

Ella se encogió de hombros.

—Pues no lo sé exactamente. Va y viene sin cesar. Creo que es el único personaje de la Universidad que hace lo que desea. Cualquiera que sea tan rico como él puede hacer otro tanto, supongo.

—Una cosa más todavía, por favor —suplicó Gersen—. ¿Está usted familiarizada con la rutina del Departamento?

—Vaya, pues claro que sí —respondió la joven sonriendo—. Todo aquí es pura rutina, que me sé de memoria.

—El archivo de un monitor registrado en una nave espacial prospectora está codificado, ¿sabe usted algo de eso?

—Así lo tengo entendido.

La chica trataba definitivamente a Gersen más como persona que como el rostro de una pantalla. A Gersen le pareció muy bonita, a despecho de su estilo de peinado más bien extravagante. Sin duda, había permanecido demasiado tiempo en el espacio. Hizo un esfuerzo para conservar el mismo tono.

—¿Quién tiene que manejar los archivos y descifrarlos? ¿Quién se encarga de la decodificación?

La chica pareció vacilar de nuevo.

—Creo que es el señor Detteras. Quizá lo haga también el señor Kelle.

—¿Puede averiguarlo?

La joven dudó y examinó detenidamente el rostro de Gersen. Siempre resultaba prudente rehusar las preguntas cuyos motivos no pudiese captar bien, sin embargo... ¿Qué daño podría haber en ello? El hombre que preguntaba tenía un aspecto interesante, ansioso y triste, un poco misterioso y decididamente atractivo, en general.

—Voy a preguntar a la secretaria del señor Detteras —repuso alegremente— ¿Tendrá la bondad de esperar?

La pantalla se oscureció y un par de minutos más tarde volvió a iluminarse de nuevo.

La chica sonrió a Gersen.

—Era cierto. Las tres únicas personas que tienen acceso al descifrador de archivos son Detteras, Kelle y Warweave.

—Muy bien, gracias. Así, el señor Detteras es el Director de Exploración, el señor Kelle, Presidente del Comité de planes de Investigación y el señor Warweave... ¿qué es?

—El Preboste Honorífico. Le dieron el título cuando dotó al departamento con la Concesión doscientos noventa y una. Es un hombre inmensamente rico y muy interesado en la exploración espacial. Va con frecuencia a Más Allá. ¿Ha estado usted en Más Allá?

—Acabo de volver de allí.

La chica se adelantó en la pantalla, muy interesada.

—¿Y es de veras tan fantástico y misterioso como dicen?

Gersen se sintió animado y excitado por la disposición de la joven hacia él.

—Puede venir conmigo y verlo por sí misma.

La chica no pareció perturbada por aquellas palabras. Pero sacudió la cabeza.

—Debería estar alarmada. Me han enseñado siempre a no confiar en hombres que provengan de Más Allá. Podría ser un traficante de esclavos y venderme.

—Tales cosas ya han ocurrido, es cierto —repuso Gersen—. Probablemente está más segura donde se encuentra ahora.

—Pero... —continuó ella con coquetería—. ¿Quién desea sentirse segura?

Gersen vaciló, se decidió a hablar y se contuvo. La chica le vigilaba en la pantalla con una expresión inocente. «Bien ¿por qué no?», se preguntó a sí mismo. Su abuelo había sido un viejo demasiado anticuado...

—En tal caso... si está dispuesta a arriesgarse... quizá no le importaría perder la tarde conmigo.

—¿Para qué propósito? —La chica recobró la formalidad—. ¿La esclavitud?

—Oh, no. Lo corriente. Simplemente, lo que usted desee, nada más.

—Esto es muy repentino. Después de todo, todavía no le he visto bien cara a cara.

—Sí, tiene usted razón —respondió Gersen, abatido en cierta forma—. No soy muy galante.

—Sin embargo, ¿qué puede haber de malo en ello? Soy muy impulsiva, así me lo han dicho siempre.

—Supongo que eso dependerá de las circunstancias.

—Usted acaba de llegar de Más Allá —dijo la chica en tono magnánimo—. Por eso supongo que puedo disculparle.

—Entonces, ¿vendrá usted?

Ella pretendió considerar la invitación.

—Muy bien. Correré el riesgo. ¿Dónde puedo encontrarle?

—Saldré a las tres para ver al señor Warweave, lo decidiremos entonces.

—Estoy libre de servicio a las cuatro... ¿Está usted seguro de no ser un traficante de esclavos?

—No soy ni siquiera un pirata.

—Más bien parece un hombre prudente. Bien, de momento me doy por satisfecha.

Al sur de Avente se extendía una playa arenosa, a 150 kilómetros al sur de la ciudad, que abarcaba la totalidad del golfo de Ard Hook. Lo mismo que en Remo y a unas cuantas millas más allá, se elevaban las villas cuidadosamente pintadas de blanco, alineadas y diseminadas entre los arrecifes que bordeaban el océano.

Gersen alquiló un coche, un pequeño deslizador de superficie, y puso proa al sur sobre la amplia barrera del portazgo de la ciudad, con la inevitable nube de polvo tras él. Durante un buen trecho la carretera discurría junto a la orilla del mar. La arena brillaba bajo la resplandeciente luz de Rígel; el agua, de un azul espléndido, acariciaba la playa bajo un penacho de blanca espuma, creando el murmullo invariable de todos los mares de todos los mundos conocidos al tropezar con la tierra firme. En un momento dado, la carretera comenzó a trepar a la altura de los acantilados; a su izquierda se extendían las arenosas dunas salpicadas de matorrales oscuros, con el contrapunto de algunas flores blancas que flotaban al extremo de los largos tallos. Frente a él las diseminadas villas del paisaje mostraban sus pequeños bosques sombríos de especies nativas, como el árbol de las plumas y las palmeras híbridas.

Más adelante, el suelo siguió subiendo y desde allí pudo observar que los arrecifes arenosos tenían el aspecto de pequeñas colinas redondeadas, a un paso del mar. Remo ocupaba la planicie existente al pie de una de aquellas colinas. Un par de embarcaderos rematados por sendos casinos de mar de cúpula alta y esférica llegaban hasta el extremo y formaban un puerto, en el que se divisaban multitud de pequeñas embarcaciones. La Universidad ocupaba la cresta de la colina: una serie de estructuras de techo plano conectadas por arcadas.

Gersen llegó al gran patio de entrada y al área de aparcamiento de coches y descendió hasta el suelo. Un amplio paseo le condujo hasta un arco conmemorativo dentro de una hermosa alameda, donde preguntó a un estudiante.

—¿El Colegio de Morfología Galáctica?

—En la próxima explanada, señor. Es el edificio del fondo.

Ponderando aquel respetuoso «señor» dicho por un hombre no mucho más joven que él, Gersen caminó hacia el sitio indicado, en medio de una multitud de estudiantes vestidos de todas las formas imaginables. Cruzó la explanada y se dirigió hacia el edificio del fondo. Se detuvo en el portal, extrañamente afectado por una sensación de desconfianza y timidez, que le había venido asaltando durante todo el viaje hacia la Universidad. ¿Se estaría comportando como un estudiante conmocionado por la sonrisa y el encanto de una chica? Y lo más sorprendente es que esta sensación surgía de lo más profundo de su ser. Se encogió de hombros, divertido e irritado al mismo tiempo y entró en el vestíbulo.

En la recepción le atendió una joven, que le miró dudando de su identidad. Era algo más baja y esbelta de lo que suponía; pero era igual de bonita que cuando la había visto en la pantalla del videófono.

—¿Señor Gersen?

Gersen esbozó lo que esperó resultase una sonrisa.

—¡Hola! Y a propósito, resulta que todavía no sé su nombre...

Ella pareció relajarse un poco.

—Me llamo Pallis Atwrode.

—Esto suprime muchas formalidades, supongo. ¿Sigue todavía en pie la propuesta que le hice?

—Claro que sí —respondió ella—. A menos que usted haya cambiado de idea.

—No.

—Sepa que actúo al margen de como suelo hacerlo normalmente —dijo Pallis Atwrode, con una sonrisa un tanto turbada—. He decidido olvidar mi linaje. Mi madre es una mediazul. Quizá sea tiempo de que comience a ser algo intrépida.

—Empieza usted a alarmarme —respondió Gersen—. Yo no soy tampoco muy intrépido, y si tengo que ser un héroe...

—No se trata de ser un héroe. No me intoxicaré, ni intentaré pelear, o...

Y la chica se detuvo.

—¿O?

—Sencillamente «o».

Gersen consultó su reloj.

—Será mejor que vaya a ver al señor Warweave.

—Su oficina está al fondo de aquel corredor. Y... señor Gersen...

—¿Sí?

—Hoy le dije a usted algo que no debía. Fue acerca del código. Supongo que se trata de cosas secretas. ¿Tendrá la bondad de no mencionarlo para nada al señor Warweave?

—No diré ni una sola palabra, esté segura.

—Gracias.

Se volvió, siguió la dirección indicada, a través de una materia esponjosa extendida por el suelo con dibujos blancos y grises. Las paredes blancas estaban desprovistas de toda decoración, excepto las diversas puertas colaterales con sus respectivos indicadores en varios tonos discretos de marrón, malva, verde oscuro e índigo. Siguió por el pasillo hasta encontrar una puerta con el indicador: «GYLE WARWEAVE» y debajo: «PREBOSTE».

Se detuvo un instante, pensando en la incongruencia de imaginar a Attel Malagate por aquellos alrededores. ¿Se había producido una ruptura en la cadena de sus razonamientos? El monitor estaba codificado y registrado por la Universidad. Hildemar Dasce, lugarteniente de Malagate, había buscado ansiosamente el archivo, que resultaba inútil sin el concurso del decodificador. Gyle Warweave, Detteras y Kelle, eran los tres únicos hombres que tenían acceso al aparato secreto, luego uno de los tres tenía que ser Attel Malagate. Entonces ¿cuál podría ser? ¿Warweave, Detteras o Kelle? Las conjeturas sin hechos probados resultaban papel mojado, así que tendría que enfrentarse a los hechos según fuesen ocurriendo.

Empujó la puerta. En la oficina, una mujer alta, de mediana edad y de ojos grises y mirada antipática, permanecía en pie escuchando a un joven, obviamente en apuros por alguna circunstancia, que sacudía la cabeza con lentitud mientras hablaba.

—Lo siento —respondió la mujer con sequedad—. Esos convenios se hacen siempre sobre la base formal de un logro por estudios. No puedo permitirle que moleste al Preboste con sus quejas.

—¿Para qué está aquí, entonces? —protestó airadamente el joven.

Tiene abierta la oficina en horas laborables, ¿por qué no puede escuchar mi versión del caso?

La mujer sacudió la cabeza.

—Lo siento. —Y le volvió la espalda—. ¿Es usted el señor Gersen?

El aludido se adelantó.

—El señor Warweave le está esperando, tenga la bondad de pasar por aquella puerta.

Gersen entró sin vacilación. Gyle Warweave, que estaba sentado en su despacho, se puso en pie al entrar el visitante. Era un hombre alto y de gran porte, agraciado y de fuerte constitución, de unos cincuenta años. Saludó a Gersen con mesurada cortesía.

—Señor Gersen, siéntese, tenga la bondad. Me alegro de conocerle.

—Gracias.

Gersen examinó a su interlocutor y su entorno. La habitación era más grande que las oficinas corrientes, con la mesa de despacho ocupando una posición poco usual a la izquierda de la puerta. Unas ventanas altas a la derecha daban a la explanada; la pared opuesta estaba empapelada con cientos de mapas y proyecciones Mercator de muchos mundos. El centro de la habitación aparecía vacío, dando la sensación de una sala de conferencias de la que se hubiese removido la mesa central. En un extremo, sobre un pedestal de madera barnizada, se erguía una construcción de piedra y agujas de metal, cuya procedencia le resultó a Gersen totalmente desconocida. Tras aquella rápida inspección volvió la atención al personaje que tenía frente a sí.

Gyle Warweave se adaptaba mal a la imagen que Gersen tenía de un típico administrador de Universidad. «No sería extraño que se tratara de Attel Malagate», pensó Gersen. Contradiciendo la evidencia de su tinte epidérmico conservador, Warweave vestía un traje azul brillante con una faja blanca de ricos tejidos, espinilleras de cuero blanco y sandalias azul pálido, ornamentos más propios de un joven arrogante de las playas de Sailmaker, al norte de Avente...

Warweave inspeccionó a Gersen con franca curiosidad y algo de condescendencia. Gersen no era un hombre elegante. Iba vestido con las ropas vulgares y corrientes de los que viven de espaldas a la moda, por no estar interesados en ella o no saber apreciarla. Llevaba la piel sin teñir (paseando por las calles de Avente, Gersen se había sentido casi desnudo) y su espesa cabellera terminaba recogida en la nuca, sin gracia alguna.

Warweave esperó con atenta cortesía.

—Estoy aquí, señor Warweave, en relación con un asunto bastante complejo. Los motivos no son importantes, por tanto le rogaré que me escuche sin preocuparse mucho por ellos.

—Es algo difícil; pero lo intentaré.

—En primer lugar, ¿conocía usted al señor Lugo Teehalt?

—No.

La respuesta fue inmediata y decisiva.

—¿Puedo preguntarle quién es el responsable del programa de exploración espacial para la Universidad?

Warweave meditó la pregunta.

—¿Se refiere usted a las grandes expediciones, la vigilancia del armamento, o algo en particular?

—Cualquier programa que utilice prospectores en espacionaves alquiladas.

—Hum... —repuso Warweave—. Por casualidad, ¿no será usted un prospector en busca de empleo? —preguntó a su vez con mirada de sospecha.

—No, señor. No busco ningún empleo —respondió Gersen sonriendo cortésmente.

Su interlocutor sonrió en correspondencia, haciendo un rápido guiño desprovisto de humor.

—No, claro que no. A veces me equivoco en mis juicios. Por ejemplo, su voz no me dice nada o muy poco. Usted no es nativo del Grupo. Si tuviera usted una fisonomía diferente, le localizaría como procedente del planeta Tres de la estrella Mizar.

—Durante la mayor parte de mi juventud viví en la Tierra.

—¿De veras? —Y Warweave levantó los ojos con exagerado asombro. Desde aquí consideramos a los terrestres en términos estereotipados: cultistas, místicos, hombres siniestros y envejecidos, aristócratas decadentes y cosas por el estilo...

—No reclamo ninguna clasificación especial —afirmó Gersen—. Por cierto que usted me resulta tan extraño, como yo a usted.

—Bien, señor Gersen. Me está usted preguntando sobre nuestra conducta particular en relación con los prospectores. En primer lugar, cooperamos con un cierto número de otras instituciones en el Gran Programa de Exploraciones Espaciales. Y en segundo lugar, existe un pequeño fondo que puede ser empleado en cualquier proyecto especial de menor envergadura.

—¿Corno la Concesión número doscientos noventa y una?

Warweave inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

—Es muy curioso —dijo Gersen.

—¿Curioso? ¿Porqué?

—Lugo Teehalt era un prospector. El monitor que llevaba a bordo de su Nueve B estaba registrado por la Universidad de la Provincia del Mar, bajo la Concesión dos, nueve, uno.

Warweave hizo una mueca de duda.

—Es muy posible que el señor Teehalt estuviera trabajando para alguno de los departamentos principales en algún proyecto especial.

—El monitor estaba codificado. Esto reduce muchísimo tales posibilidades.

Warweave miró con dureza a Gersen.

—Si supiera qué desea saber, quizá podría aclararle más ese punto.

«No pierdo nada si le cuento el resto. Si Gyle Warweave es Malagate, ya sabrá lo ocurrido. En caso contrario, no perjudicará a nadie», pensó Gersen.

—¿Le resulta familiar el nombre de Attel Malagate?

—¿Malagate el Funesto? ¿Uno de los llamados Príncipes Demonio?

—Lugo Teehalt localizó y descubrió un mundo de unas condiciones en apariencia idílicas... un mundo más allá de todo valor monetario, más terrestre que la propia Tierra. Malagate supo el descubrimiento, no sé de qué forma. En cualquier caso, el resultado ha sido que cuatro de los hombres de Malagate mataron a Teehalt en el Refugio Smade.

»Teehalt acababa de llegar poco después que yo. Tomó tierra en un valle escondido y fue a pie hasta el Refugio. Los hombres de Malagate llegaron al anochecer. Teehalt trató de escapar; pero le sorprendieron en la oscuridad y le asesinaron. Entonces escaparon en mi espacionave pensando que era la de Teehalt, puesto que ambas son del mismo y viejo modelo Nueve B. Debieron de llevarse una buena sorpresa al comprobar mi monitor.

»Al día siguiente salí del planeta Smade en la nave de Teehalt. Naturalmente tomé posesión de su monitor. Y he planeado vender el archivo por el precio que me ofrezca el mercado.

Warweave hizo un vivo movimiento de cabeza y desplazó una hoja de papel una pulgada a la derecha de donde se hallaba sobre su escritorio.

Gersen le observaba, estudiando sus inmaculadas manos y las bien cuidadas uñas. Levantó la vista hacia él y captó la mirada fija de su interlocutor, menos afable que su tono de voz.

—¿Y de quién se propone usted cobrar?

Gersen se encogió de hombros.

—Daré al fletador de Teehalt la primera oportunidad. Como he dicho antes el archivo está codificado, y carece de valor mientras no sea descifrado —Warweave se retrepó en su asiento.

—Así, de repente, yo no sé quién pudo haber contratado a ese tal Teehalt. Fuera quien fuese no querrá comprar cualquier burda patraña que se le quiera mostrar.

—Oh, por supuesto que no.

Y Gersen colocó una fotografía sobre el escritorio.

Warweave le dirigió un vistazo, la colocó sobre un proyector, y al fondo de la estancia se iluminó una pantalla a todo color. Teehalt había tomado la fotografía desde un montículo a un lado del valle. A ambos lados las colinas se extendían suavemente hacia la lejanía, pudiéndose apreciar sus redondeadas cúspides en la distancia. Bosques de grandes árboles de oscuro follaje se alzaban a ambos lados del valle y un río serpenteaba a través de la pradera, con sus orillas flanqueadas por matorrales de vivo verdor. En el extremo opuesto de la pradera, casi en la sombra del bosque, aparecía también lo que podía tomarse por unos arbustos floridos. No se apreciaba el sol; pero la luminosidad del ambiente daba al paisaje una cálida impresión de luz blancodorada, lánguida y acariciadora. Estaba claro que la fotografía fue hecha al mediodía.

Warweave estudió la fotografía durante cierto tiempo, después dejó escapar un sonido de disconformidad y de reserva, como el que no suelta prenda, y colocó una segunda foto que Gersen le entregó. La pantalla mostraba esta vez el río retorciéndose en meandros y desapareciendo en la lejanía. Los árboles de ambas orillas formaban una especie de pasillo que disminuía hasta perderse en la distancia.

Warweave dejó escapar un profundo suspiro.

—Es un mundo muy hermoso, sin duda alguna.

—Un mundo hospitalario. ¿Qué hay de su atmósfera y biogénesis?

—Totalmente compatible, según Teehalt.

—Si es, como usted dice, todavía virgen, deshabitado, un prospector independiente pudo haber fijado su propio precio. No obstante, como yo no nací ayer, me pregunto si esas fotos no pudieron ser tomadas en otra parte, por ejemplo, en la Tierra, donde la vegetación es tan similar...

Como respuesta, Gersen le entregó la tercera fotografía que Warweave colocó nuevamente en el proyector. En la pantalla se destacó a unos seis metros uno de los objetos que en la primera toma aparecía como un arbusto florido. Se podía apreciar a un ser semihumanoide y gracioso. Unas piernas esbeltas de color gris soportaban un tronco coloreado de gris, plata, azul y verde sin facciones. De los hombros sobresalían miembros parecidos a brazos que alcanzaban un metro de altura en el aire, ramificándose para sostener lo que recordaba un abanico con forma de cola de pavo real formado por hojas y ramas.

—Esta criatura, cualquiera que sea...

—Teehalt las llamó dríades.

—...es única. Nunca vi nada parecido. Si la fotografía no está trucada, y no creo que lo esté, entonces ese planeta es realmente como usted asegura.

—No aseguro nada. Teehalt hizo tales afirmaciones. Es un mundo tan bello, según me dijo, que no tenía fuerzas ni para quedarse en él, ni para marcharse y dejarlo.

—Y usted está en posesión del archivo de Teehalt...

—Sí. Y quiero venderlo. El mercado comprador estará presumiblemente limitado a aquellas personas que tengan acceso al descifrador de los archivos. De éstas, el hombre que fletó la operación de Lugo Teehalt, tendría la primera opción.

Warweave miró a Gersen con una larga y profunda mirada inquisitiva.

—Una actitud quijotesca que me confunde. Usted no parece ser un hombre quijotesco, en absoluto.

—¿Por qué no juzgar las acciones más que las impresiones?

Warweave apenas si levantó las cejas con un sensible gesto de desdén. Después dijo:

—Yo podría hacerle una oferta por ese archivo, digamos diez mil UCL ahora y otros diez mil tras la inspección de ese mundo. Quizá entonces esa última cifra pudiera aumentarse algo más.

—Naturalmente, aceptaré el precio más alto que pueda conseguir —respondió Gersen—. Pero me gustaría entrevistarme primero con el señor Kelle y el señor Detteras. Uno de ellos tiene que ser el fletador de la exploración. Si ninguno de los dos está interesado, entonces...

—¿Por qué especifica usted a esos dos señores? —interrumpió Warweave con suspicacia.

—Porque aparte de usted, son las únicas dos personas que tienen acceso al decodificador de los archivos.

—Y... ¿podría preguntarle a usted cómo está enterado de tal cosa?

Recordando la súplica de Pallis Atwrode, Gersen se sintió un poco culpable.

—Pregunté a un joven en el patio de la Universidad. Por lo visto, es de dominio público.

—Creo que hay una cierta tendencia a hablar demasiado —repuso Warweave con un rictus de disgusto en la boca.

Gersen estuvo a punto de preguntar a su interlocutor dónde había pasado el mes anterior; pero no era el momento oportuno. Evidentemente, no era una pregunta prudente; si la hacía directamente y Warweave resultaba ser Malagate sospecharía inmediatamente.

Warweave golpeó la mesa con los dedos y se levantó de pronto.

—Bien, si me concede usted media hora pediré a los señores Kelle y Detteras que se reúnan en mi oficina, y así le resultará fácil proseguir su asunto.

—No.

—¿No? —exclamó sorprendido—. ¿Por qué no?

Gersen también se puso en pie.

—Puesto que el asunto no le afecta a usted, preferiría entrevistarme con los señores Kelle y Detteras a solas, en mis propios términos.

—Bien, como quiera —repuso Warweave fríamente—. No sé lo qué se lleva entre manos, pero tengo muy poca fe en su sinceridad. Sin embargo, estoy dispuesto a negociar con usted.

Gersen esperó.

—Kelle y Detteras son hombres muy ocupados —continuó Warweave— y no son tan accesibles como yo. Podré arreglar la cosa de forma que les vea a ambos hoy mismo, si quiere. Posiblemente uno u otro querrán llegar a un acuerdo con este asunto de Lugo Teehalt. En cualquier caso, una vez se haya entrevistado con Kelle y Detteras, me informará de cuánto han ofrecido, en el caso de que hagan ofertas, dándome así la oportunidad de poder superar la primera que hice.

—En otras palabras —intervino Gersen— que se guardaría usted ese mundo para su uso privado, ¿verdad?

—¿Por qué no? El archivo ya no pertenece a la Universidad. Usted ha tomado posesión de él. Después de todo, mi dinero ha ido a engrosar el fondo de la Concesión doscientos noventa y una.

—Esto es bastante razonable.

—¿Está dispuesto a negociar?

—Sí. En cuanto el fiador de Teehalt haya rehusado.

Warweave entornó los párpados mirando a Gersen con una sonrisa cínica retorcida en los labios.

—Trato de imaginar por qué insiste usted tanto en eso.

—Quizá sea un hombre quijotesco después de todo, señor Warweave...

Warweave se apoyó en su intercomunicador, miró a la pantalla y tras unos instantes, dijo a Gersen:

—Muy bien. El señor Kelle le recibirá primero, después el señor Detteras. Luego vendrá a informarme, según lo convenido.

—De acuerdo.

Gersen salió al pasillo, pasó la irascible secretaria de Warweave y llegó al vestíbulo.

Pallis le estaba esperando con viva expectación y Gersen continuó encontrándola encantadora y muy atractiva.

—¿Se enteró ya de lo que deseaba saber?

—No. Me ha enviado a entrevistarme con Kelle y Detteras.

—¿Hoy?

—Ahora mismo.

Ella le miró con renovado interés.

—Le sorprendería saber cuánta gente se ha quedado sin ver a esos señores esta mañana.

—No sé cuánto tardaré —dijo Gersen—. Si está usted libre a las cuatro...

—Esperaré —afirmó Pallis, soltando su risa cantarina—. Bien, quiero decir que no me haga esperar mucho más de las cuatro...

—Vendré en cuanto termine, lo más pronto que pueda.