Capítulo 3

«Pregunta planteada a Eala Maurmath, Cuestor Jefe del Sistema de Policía Triplanetario, durante una mesa redonda televisada desde Conover, Vega, 16 de mayo del 993: "Sé que sus problemas son tremendos, Cuestor Maurmath, y de hecho no comprendo realmente cómo pueden resolverlos. Por ejemplo: ¿cómo pueden localizar a un individuo determinado, o averiguar su pasado, entre noventa planetas distintos, tan singulares, y entre miles de millones de habitantes de todos los matices políticos imaginables, además de sus costumbres locales, doctrinas o creencias?".

»Respuesta: "En la mayoría de los casos no podemos hacerlo".»

Mensaje de Lord Jaiko Jaikosa, presidente de la Cámara Ejecutiva de la Asamblea General del Valhalla, en Valhalla, Sistema Solar de la Estrella Tau de Los Gemelos, 8 de agosto de 1028:

«Os exhorto a no avalar tan siniestra medida. La humanidad ha tenido muchas veces tristes experiencias de lo que son las fuerzas de policía dotadas de excesivos poderes. Tan pronto como la policía deja de estar bajo la firme mano de una política responsable, se vuelve arbitraria, inmisericorde y construye una ley para su uso particular. Deja de pensar en la justicia para establecerse como una élite colmada de privilegios. Equivoca la actitud normal de precaución e incertidumbre de la población civil, y en vez del respeto comienza a utilizar sus armas de un lado a otro, con una euforia megalomaniaca. La gente deja de ser personas para convertirse en sirvientes. Una policía así se transforma simplemente en un conjunto de criminales uniformados, cuya característica más perniciosa es que resulta sancionada por la Ley. La mentalidad policíaca no puede considerar a un ser humano en otros términos que el de un objeto al que hay que procesar o expedientar. Nada significa la conveniencia pública ni la dignidad; las prerrogativas de la policía asumen el estado de una ley divina. Se pide la sumisión más completa. Si un agente de la policía mata a un civil, el hecho se considera una circunstancia lamentable; el agente actuó con un exceso de celo profesional. Si un civil mata a un policía, se conmueve el propio infierno. La policía echa espuma por la boca. Todos los demás asuntos quedan pospuestos hasta que el culpable de semejante y espantoso crimen es descubierto. Inevitablemente, al ser capturado es maltratado o incluso torturado por su intolerable presunción. La policía se queja de que no puede funcionar eficientemente, de que los criminales se le escapan. Es mejor siempre un centenar de criminales incontrolados que el despotismo de una fuerza de policía que actúa sin freno. De nuevo, os advierto: no avaléis tal medida. Si lo hacéis, sabed que la vetaré.»

Extracto de un memorial de Richard Parnell, Comisionado del Bienestar Público del Territorio Norte, Xion, Concurso de Rígel, dirigido a la Asociación de Agentes de Policía, Guardias Civiles y Agencias de Detención de Criminales, en Parilia, Pilgham, Rígel. 1º diciembre de 1075:

«No es suficiente decir que nuestros problemas son únicos: se han convertido en una catástrofe. Se nos hace responsables de nuestra misión y de la eficiente conducta de nuestro trabajo; pero se nos deniegan las armas necesarias y el poder para ejercerlo. Un hombre puede matar y robar en cualquier parte del Oikumene, saltar a una nave espacial que le espera y regresar al espacio a años luz de distancia antes de que su crimen haya sido descubierto. Si consigue atravesar nuestra jurisdicción se acaba... al menos oficialmente, aunque todos nosotros sabemos de valerosos agentes que han llevado la justicia adelante, más allá de la precaución y de lo ordenado, para llegar también más allá de la Estaca y efectuar sus arrestos. Esto, por supuesto, tienen derecho a hacerlo a su propio riesgo, ya que cualquier ley humana queda invalidada en Más Allá.

»Con frecuencia, el criminal que atraviesa Más Allá escapa libre de todo daño. Cuando decide volver al Oikumene, ya ha podido cambiar su apariencia, sus coordenadas LOSI e incluso sus huellas dactilares, y está seguro hasta que cometa el error de volver a delinquir y ser arrestado por una nueva infracción en la comunidad donde cometió su crimen original y ser genifiado1.

»Esencialmente, en esta época de la Interfisión Jarnell, cualquier criminal que tome unas cuantas precauciones elementales puede muy bien quedar impune de sus fechorías.

»Nuestra Asociación ha buscado la forma de establecer una base más satisfactoria para la detección y prevención del crimen. Nuestro principal problema es la diversidad de organizaciones de la policía local, con sus reglamentos a veces totalmente disparatados, sus diferentes objetivos y problemas de categorías, y el consiguiente caos de archivos informativos y sistemas de recuperación. Existe, pues, una solución, y es la mantenida por nuestra Asociación: la formación de una única Policía que mantenga la ley y el orden a través de todo el Oikumene.

»Las ventajas de tal sistema son obvias: unificación de procedimientos, uso de nuevo equipo y de nuevas ideas, control unificado, una Oficina Central para el fichaje y archivos, información centralizada y quizá la más importante de todas, la creación y mantenimiento de un esprit, de un orgullo profesional que atraiga y mantenga a los hombres y mujeres de la más alta capacidad.

»Como todos sabemos, esta Agencia Centralizada nos ha sido denegada, sin importar nada la urgencia con la que hemos solicitado su establecimiento. El oculto y verdadero motivo que subyace tras esa negativa nos es bien conocido a todos, y rehusó, por tanto, el citarlo. Deberé recalcar que la moral de la policía está hundiéndose cada vez a un nivel más bajo y pronto se desvanecerá del todo... a menos que se haga algo concreto.

»Hoy deseo presentar ante la Convención una propuesta en pos de ese "algo". Nuestra Asociación es una organización particular, formada por un grupo de individuos privados. No tiene ningún estatus oficial o conexión con cualquier oficina gubernamental. En resumen: somos libres de hacer lo que creamos conveniente, entrar en cualquier negocio o hacer lo que nos plazca, en tanto no contravengamos la ley.

»Propongo, pues, que esta Asociación se dedique a los negocios, que fundemos una Agencia de detección del crimen. La nueva Compañía será una fundación estrictamente comercial, financiada por dinero y aportaciones privadas. El Cuartel General se establecerá en alguna ciudad convenientemente ubicada y que ocupe una situación central, y, por supuesto, tendrá sucursales en todos los planetas. Nuestro personal será reclutado entre los miembros de nuestra propia Asociación u otras personas calificadas. Estará bien pagado, con altos salarios y beneficios. ¿De dónde provendrán tales emolumentos? En principio de las organizaciones policíacas locales, quienes aprovecharán las facilidades de la nueva Agencia Interplanetaria, en vez de gastar fuertes sumas para mantener las redundantes facilidades de la misma especie. Puesto que la Agencia propuesta será una organización de negocios privada sujeta a todas las leyes locales e interplanetarias, se silenciarán las críticas de nuestras antiguas estructuras.

»Eventualmente, la Policía Coordinada Interplanetaria, aquí llamada la PCI, puede funcionar con utilidad y eficacia. A su debido tiempo, la policía entrará automáticamente en los problemas de la detección del crimen y en la prevención de otros distintos a los puramente locales e incluso la PCI quedará pequeña en su alcance. Tendremos nuestros propios laboratorios, programas de investigación, archivos especiales y un personal de la más alta categoría, reclutado, como digo, entre los miembros de la Asociación y de otras personas altamente calificadas. ¿Alguna pregunta?

»Una voz desde la planta baja: ¿Hay alguna razón para que los agentes de policía de una municipalidad o Estado no pudiesen ser simultáneamente miembros del personal de la PCI?

»Respuesta: Éste es un punto realmente importante. No, no hay ninguna razón. No veo conflicto alguno entre las dos Agencias. Hay, por el contrario, muchas razones para suponer que los agentes de la policía local deseen automáticamente hacerse miembros de la PCI. Tendrían así una doble y útil función, la individual y la interplanetaria. En otras palabras: la policía local no tiene nada que perder y mucho que ganar al mezclarse con la PCI, teniendo con ello un salario autorizado, por ser un miembro de su personal.»

Del capítulo 111 de La PCI: Hombres y métodos, de Raoul Past:

«... Nominalmente, un órgano intra-Oikumene, la PCI ha sido forzada por la dinámica de su condición básica a operar en Más Allá. Aquí, donde las leyes son simples ordenanzas locales y tabúes, la PCI encuentra poca cooperación: en realidad, sucede lo contrario. La operación PCI es conocida por "la comadreja" y su vida es un constante y difícil equilibrio en el filo de una navaja. La Agencia Central oculta en el mayor secreto el número exacto de "comadrejas" y el porcentaje de las bajas. La primera cifra se supone reducida por las dificultades de reclutamiento, y en cuanto a la segunda, es más bien alta, tanto por las exigencias del trabajo y los esfuerzos, como por la más fantástica de las construcciones humanas, el Cuerpo Anti-Comadreja.

»El Universo es infinito, existen muchos mundos; pero ciertamente es preciso viajar demasiado lejos para encontrar una situación tan paradójica, caprichosa y torva como ésta: que la única organización disciplinada de Más Allá exista solamente para extirpar a las fuerzas nominales de la Ley y el Orden.»

Gersen se despertó en su cama. El cielo que entreveía a través de la pequeña ventana cuadrada de su dormitorio aparecía vagamente grisáceo. Se vistió y bajó por la escalera de piedra hasta la planta baja, donde encontró a uno de los hijos de Smade, un rapaz de doce años, aventando los carbones de la chimenea. Contestó al saludo de Gersen con unos «buenos días» escuetos.

Gersen salió a la terraza. La neblina matinal ocultaba el océano, y rodaba en algodonosas oleadas por los brezales. Una escena triste y monocromática. La sensación de aislamiento se hizo opresiva. Gersen volvió al interior y se aproximó al fuego para calentarse un poco.

El muchacho estaba limpiando el fogón.

—Anoche mataron a un hombre —dijo—. Ese hombrecito que había aquí. Detrás del almacén del musgo...

—¿Está allí el cuerpo?

—No está el cuerpo. Se lo llevaron con ellos. Tres tipos malos, quizá cuatro. Mi padre está furioso, porque los criminales cometieron el asesinato dentro de la valla del Refugio.

Gersen refunfuñó algo, disgustado con todos los aspectos de la situación. Pidió el desayuno, que en aquel momento llegaba. Mientras comía, la estrella enana que servía de sol al pequeño planeta se elevó sobre las montañas, percibiéndose su disco brillante a través de la niebla. Un aire procedente del mar disipó la niebla, y cuando Gersen salió nuevamente a la terraza el cielo se hallaba despejado, aunque todavía quedaban retazos de niebla rodando sobre el mar aceitoso y oscuro.

Gersen se dirigió hacia el norte, entre los escarpados del valle y las montañas. Sus pies pisaban una alfombra suave y musgosa, que exhalaba un olor resinoso. La luz del sol ya se cernía sobre su cabeza, sin la menor reflexión sobre las negras aguas del océano. Se dirigió hacia el filo del acantilado y miró hacia abajo, a sesenta metros de profundidad, en que se hallaba el nivel de las aguas. Tiró una piedra, aguardó el golpe y observó las ondas concéntricas producidas en una larga extensión. ¿Qué tal resultaría botar un barco en aquellas aguas? ¿Dirigirse hacia el horizonte, en un mundo totalmente sin explorar, con sus costas áridas y yermas, sus islas desiertas, sin signo humano alguno hasta volver al Refugio de Smade? Gersen dejó el acantilado y continuó hacia el norte. Pasó la entrada del valle. Una cerca protegía el ganado de Smade. Teehalt no habría ocultado allí su nave. Cuatrocientos metros más adelante, un grupo rocoso se dirigía casi hasta el mar. A la sombra de aquellas altas rocas, Gersen encontró la nave de Lugo Teehalt.

Realizó una rápida inspección de la nave. Era, ciertamente, un modelo 9-B, casi idéntico al suyo. Los mandos y maquinaria parecían en buen estado. En un recipiente bajo la amura se hallaba instalado el monitor de la nave, que había costado la vida al desventurado Teehalt.

Gersen volvió al Refugio. Su plan original de quedarse varios días había cambiado a la vista de las circunstancias presentes. Malagate podía descubrir el error y volver con Hildemar Dasce y los dos asesinos a sueldo. Es natural que tratasen de hacerse a toda costa con el monitor de Lugo. Gersen resolvió, pues, que aquello no debía suceder en modo alguno, sin importarle arriesgar su vida para conservarlo en su poder.

Al llegar al Refugio, comprobó que el pequeño espaciopuerto estaba vacío. El Rey Estelar había partido. ¿Por la mañana? ¿O durante la noche? Gersen no tenía la más leve idea. Movido por un oscuro impulso, pagó su cuenta y la de Teehalt. Smade no hizo el menor comentario. Estaba consumido por una negra furia. Le rodaban los ojos en las órbitas y se le distendían las aletas de la nariz, con la barbilla adelantada en son de guerra. La rabia no era seguramente por la muerte de Teehalt, según comprobó Gersen, sino porque el asesino —quienquiera que fuese—, había alterado su ley. Dasce había mencionado a Attel Malagate. Ello había turbado la serenidad del Refugio y había engañado su buena fe. Gersen sintió un leve toque de triste humor, que apenas pudo ocultar. Cortésmente le preguntó:

—¿Cuándo se marchó el Rey Estelar?

Smade apenas si repuso con una colérica mirada, como un toro enfurecido.

Gersen reunió su pequeño equipaje y se marchó del Refugio, declinando la ayuda que le ofreció uno de los chicos de Smade. Marchó una vez más hacia el norte, a través del brezal grisáceo. Cruzando la cresta montañosa miró hacia atrás, para dar un adiós a aquel mar solitario barrido por el viento. Movió la cabeza, silencioso, y murmuró para sí:

—A todos nos ocurre igual... Deseosos de llegar y, al marcharnos, ya estamos pensando cuándo habremos de volver...

Unos minutos más tarde, Gersen puso en marcha los motores de la nave espacial, apuntó hacia el Oikumene, dispuso las necesarias coordenadas espacio-tiempo y pulsó el botón de arranque. El planeta Smade apareció poco después en la pantalla balanceándose en el espacio, y mas tarde desapareció junto con su estrella enana, como una chispa de luz perdida entre millones del espacio cósmico. Las estrellas se deslizaban como luciérnagas absorbidas por un oscuro remolino. La luz llegaba a Gersen por ondulación retardada, sin que el efecto Doppler jugara papel alguno. La perspectiva había desaparecido, el ojo se equivocaba en cualquier apreciación, las estrellas se movían hacia popa, con lo próximo resbalando a través de lo lejano. ¿A qué distancia? ¿A cien metros de distancia? ¿A quince kilómetros? ¿Millones de kilómetros? El ojo humano no tenía capacidad crítica para juzgarlo.

Gersen dispuso el buscador de estrellas hacia el índice de Rígel, conectó el autopiloto y trató de ponerse tan cómodo como se lo permitía el veterano modelo 9-13.

La visita realizada a Smade le había sido muy útil, aunque tal ocasión hubiese acarreado la muerte del desventurado Lugo Teehalt. Malagate deseaba, a toda costa, el monitor de Teehalt. Aquello sería, pues, la premisa que regiría la conducta a seguir en el futuro. Malagate desearía entrar en negociaciones, y con toda certidumbre tendría que actuar a través de un agente suyo. Aunque, a juzgar por lo ocurrido en Smade, se asesinó a Teehalt como primera providencia. En todo aquello había una incógnita. ¿Por qué desearía la muerte de Teehalt? ¿Era la enraizada maldad de Malagate? No era imposible. Pero Malagate había ya matado tanto y destruido tantas cosas que la muerte de un pobre y oscuro hombre como Lugo Teehalt podía proporcionarle muy poco interés.

El motivo podía ser el hábito. Sí, la forma de evitarse complicaciones con un hombre inconveniente era suprimirlo... Y una tercera posibilidad: ¿sería que Lugo había descubierto la secreta personalidad de Malagate, quien, entre todos los Príncipes Demonio, ostentaba la suprema dignidad? Gersen revisó su conversación con Teehalt. A pesar de su pobre aspecto, el hombre se había conducido en tono educado. Debió de haber conocido días mejores. ¿Por qué habría caído en una profesión de tan poca reputación como la de prospector? La pregunta, al menos en aquel momento, carecía de respuesta posible. ¿Por qué un hombre se lanza en una dirección determinada? ¿Por qué y cómo un hombre, presumiblemente nacido de padres corrientes, se convertía en Attel Malagate el Funesto?

Teehalt había insinuado o deducido que Malagate estaba de algún modo envuelto en la falsedad de la nave del prospector. Con aquel pensamiento en la mente, Gersen realizó una cuidadosa investigación en la nave. Halló la tradicional placa metálica de la fábrica: «Liverstone on Fiame», un planeta del grupo de Rígel. El monitor, igualmente, llevaba una etiqueta de bronce detallando la serie y el número, además de la dirección del fabricante: la Compañía de Instrumentos de Precisión Feritse, en Sansontiana, también del grupo de Rígel. No aparecía indicación de su propietario, ni evidencia alguna del registro y matrícula.

Se hacía necesario, por tanto, averiguar la propiedad de la nave indirectamente. Gersen se puso a considerar el problema. Las casas comerciales patrocinaban los dos tercios de todos los vehículos espaciales para prospectores, y su finalidad comercial estaba específicamente dirigida a mundos de especiales atributos: planetas que albergaban gran cantidad de minerales o susceptibles de colonización por grupos disidentes, planetas de características atrayentes en cuanto a clima y naturaleza, que sirviesen como retiro a los millonarios y hombres poderosos, o planetas que se distinguieran lo suficiente por su especial flora y fauna para atraer la curiosidad de comerciantes o biólogos, y en fin, aunque más raramente, aquellos que tuvieran formas de vida inteligente o seminteligente de interés para sociólogos, investigadores científicos, lingüistas, etcétera.

Las casas comerciales estaban concentradas en los centros cosmopolitas del Oikumene: tres o cuatro mundos del Grupo, con las más importantes en Alphanor, en Cutlibert de Vega, Bonifacio de Aloysius, Copus y Orpo, Quantique y la vieja Tierra. El Grupo sería el lugar de partida, si realmente era cierto que Lugo Teehalt había trabajado para una casa comercial. Pero aquello resultaba incierto, de hecho, como Gersen creyó recordar; Teehalt había insinuado otra cosa distinta. De ser así, la investigación se hacía difícil. En general, en las proximidades de las entidades, institutos y universidades, se encontraban los principales empresarios de los prospectores.

Gersen tuvo otra idea. Si Teehalt había sido estudiante o miembro de alguna facultad, colegio superior, liceo o universidad, pudo haberse valido de tal circunstancia para solicitar empleo. Pero enseguida tuvo que corregir su teoría: la conjetura no resultaba necesariamente probable. Un hombre orgulloso, con viejos amigos y antiguos compañeros de estudios que pudieran recordarle ¿habría utilizado ese medio? ¿Era Teehalt un hombre orgulloso? No en esa forma, o al menos así se lo pareció a Gersen. Aunque muy bien pudiera ser que Teehalt hubiera vuelto a su antiguo refugio en busca de seguridad.

Había otra obvia fuente de información: la Compañía de Instrumentos de Precisión Feritse, en Sansontiana, donde el monitor tuvo que haberse registrado a nombre del comprador. Existía, por lo demás, otra razón para visitar la Compañía Feritse: Gersen tenía que abrir el monitor y sacar el archivo. Para ello necesitaba una llave concreta. Los monitores se precintaban a menudo con explosivos o ácidos corrosivos, a fin de evitar la intrusión de manos enemigas y la violenta extracción de un archivo, por lo que en muy contadas ocasiones procuraban una información útil.

Los empleados de la Compañía Feritse podrían o no darles facilidades. Sansontiana era una ciudad de Braichis, una de las diecinueve naciones independientes de Oliphane, y aquella gente de Braichis era testaruda, complicada y peculiar para todo. Las leyes del Grupo repudiaban las reclamaciones que provenían de más allá de la Estaca y frustraban el uso de las trampas explosivas. De aquí la detallada ordenanza explícitamente escrita a bordo de la nave espacial:

«Los fabricantes de estos dispositivos [refiriéndose al monitor] están obligados a ser requeridos para el suministro de llaves, dispositivos, códigos, secuencias numeradas o cualquier otra herramienta, instrucciones para su uso, información adecuada para la apertura sin riesgos del instrumento en cuestión, sin demora, error, reclamación o carga exorbitante o cualquier otro acto que pueda perjudicar al peticionario, siempre que se halle en condiciones legales de demostrar que es propietario legítimo del referido instrumento. La presentación de la placa con la serie original, colocada por los fabricantes en el instrumento, se juzgará suficiente para acreditar su propiedad.»

Todo claro y concreto. Gersen podría procurarse la llave; pero la Compañía no suministraría información sin previo registro del instrumento. Especialmente si Attel Malagate sospechaba que Gersen iba a Sansontiana con este propósito y tomaba sus medidas para impedir tal contingencia. Aquella idea abrió en Gersen otras perspectivas, le hizo cavilar y fruncir el ceño. De ser su temperamento distinto del prudente y cuidadoso que era las diversas opciones que surgían a su vista no tendrían que ocurrir. Salvaría muchas dificultades; pero probablemente moriría más pronto. Sacudió la cabeza con resignación y buscó las cartas estelares.

No lejos de la línea de fisión emprendida en su viaje cósmico se hallaba la estrella T-342 del Cisne y su planeta Euville, donde una población desagradable y en perpetua psicosis vivía repartida en cinco ciudades: Oni, Me, Che, Dun y Ve, cada una de ellas construida en una extraña forma pentagonal, partiendo de una ciudadela interior de cinco caras. El aeropuerto espacial, sobre una isla remota, era llamado oprobiosamente el «Agujero». Todo lo que Gersen necesitaba era encontrar el espaciopuerto, sin tener que visitar las ciudades, y mucho más desde que se requería, en lugar del pasaporte, una estrella tatuada en la frente de color diferente para cada ciudad. Para visitar las cinco ciudades el turista tenía que mostrar cinco estrellas: en naranja, negro, malva, amarillo y verde.