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La delegación del Mull llegó a Morningswake en un aerosalón Ellux de color negro y plata: Erris Sammatzen y seis miembros más. Acudió a recibirlos la Comisión Directiva de la Orden Uaiana: nueve barones terratenientes a los que se eligió y legitimó mediante un precipitado referéndum telefónico a través de las Tierras del Tratado.
Dm. Joris pronunció una alocución de bienvenida más bien seca y protocolaria, con la que se pretendía establecer de entrada que el tono de la reunión iba a ser oficial. A tal fin, los barones terratenientes llevaban trajes de lo más serio y todos lucían su gorra heráldica. Por contraste, los miembros del Mull vestían casi ostentosamente prendas corrientes.
— La Orden de Uaia les da la bienvenida a Morningswake — saludó Dm. Joris — . Albergamos el más sincero deseo de que esta conferencia elimine al máximo los equívocos y desavenencias que enturbian nuestras respectivas políticas. Confiamos en que acudan ustedes a estos debates animados por un espíritu constructivo y realista. Por nuestra parte, pretendemos que nuestras relaciones con Szintarre continúen siendo amistosas y profundas.
Sammatzen se echó a reír.
— Dm. Joris: Gracias por su bienvenida. Como sabe perfectamente, no puedo aceptar, ni siquiera tomar en serio, sus otras palabras. Hemos venido para imponernos respecto a las condiciones de esta zona, al objeto de poder administrar lo más positivamente posible estos territorios en bien de los intereses de la mayoría de sus habitantes, y a plena satisfacción, o por lo menos con la aceptación, de todo el mundo.
— Nuestras diferencias pueden o no pueden ser irreconciliables — dijo Dm. Joris en tono frío — . Si le parece, Dm. Madduc nos servirá un refrigerio y luego, cuando lo considere oportuno, reanudaremos las discusiones en el Gran Comedor.
Durante media hora, los grupos se dedicaron a intercambiar cautelosamente comentarios y bromas, para dirigirse después al Gran Comedor. El atavío solemne de la Comisión Directiva estaba a tono con el ambiente noble de la sala, la grandeza de sus proporciones, la esplendidez de sus ricas maderas. Kelse sentó al Mull en un lado de la mesa, la Comisión Directiva ocupó el otro.
Erris Sammatzen asumió vivamente el control de la sesión.
— No voy a pretender que el motivo de nuestra presencia aquí sea otro que el que es. El Mull es el único órgano administrativo de Koryfon. Representamos a la población de Szintarre de modo directo; proporcionamos un foro a los habitantes de Uaia. Ejercemos un protectorado benévolo sobre los uldras. Los dominios de los barones terratenientes están incluidos bajo nuestro control, mediante protocolos oficiales y oficiosos; también ellos tienen derechos de demanda y protesta.
»Como saben, nos hemos visto obligados a promulgar un edicto, cuyos artículos ya les son familiares en este momento. — Erris articulaba ahora las palabras lenta e intencionadamente — . No podemos tolerar y no toleraremos la obstinación de unos centenares de hombres y mujeres testarudos que se empeñan en conservar unos privilegios aristocráticos a los que no tienen derecho. Es preciso implantar un sistema más natural y equitativo, y les recuerdo que ya ha terminado la era de la autoridad absoluta de los barones terratenientes sobre vastos dominios, instituida mediante la violencia y la coacción. Los derechos revierten ahora a aquellas tribus que tradicional y legítimamente son propietarias de la tierra. No pretendemos perjudicar a nadie y colaboraremos en la ordenada transferencia de autoridad.
Dm. Joris replicó, de nuevo sin gran entusiasmo:
— Rechazamos su edicto. Es evidente que tiene su origen en el altruismo y en ese sentido lo consideramos, pero incluye cierto número de usurpaciones doctrinarias. Señalo que la libertad de optar por la autodeterminación es un derecho inherente a toda comunidad, por pequeña que sea, siempre y cuando cumpla con la carta básica de la Vastedad Gaeana. Nos adherimos a esos principios y reclamamos ese derecho. Deseo ahora anticiparme a su alegación de que los derechos de las tribus de los dominios se han menoscabado. Todo lo contrario. Los factores que contribuyen a lo que ellos consideran óptima calidad de vida nunca han sido más favorables. Nuestros embalses y proyectos de control hidráulico les proporcionan agua para su consumo personal y el de su ganado. Cuando necesitan dinero para adquirir artículos de importación siempre pueden disponer de un empleo, temporal o permanente, según deseen. Su libertad de movimientos es absoluta, salvo en las pocas hectáreas inmediatamente contiguas a los corredores de acceso al dominio, de modo que, en efecto, hay una ocupación dual de la tierra, para nuestra mutua satisfacción y beneficio. No explotamos a nadie; sólo ejercemos autoridad en un sentido protector. Proporcionamos asistencia médica; a veces, aunque no con frecuencia, desempeñamos funciones o poderes policíacos, si bien las tribus administran habitualmente su propia justicia. Tenemos la impresión de que ustedes, los miembros del Mull, han tenido que adoptar decisiones imprudentes inducidos por ese grupo articulado y fervoroso al que se conoce por el nombre de los Redentoristas, que trata más con abstracciones que con hechos reales.
«Pregunto: ¿De qué ha servido su edicto? De nada. Con su aplicación, ¿qué tendrían los uldras que no tienen ahora? Nada. Perderían ellos y perderíamos nosotros. Sus edictos sólo aportan discordias y perjuicios para todos nosotros... suponiendo que los acatásemos, que no los acatamos.
A Dm. Joris le respondió Adelys Lam, mujer delgada y nerviosa, de rostro huesudo y ojos inquietos. Hablaba con voz perentoria y subrayaba sus palabras con movimientos del índice que parecían pinchar el aire.
— Pretendo hablar de la ley y su naturaleza innata. Usted, Dm. Joris, ha empleado los términos «doctrinario» y «abstracción», dándoles un sentido peyorativo, lo cual me obliga a señalarle que toda ley, todo sistema ético, toda moralidad se basa en doctrinas y en principios abstractos y esa es la razón por la que probamos casos específicos. Si adoptamos una actitud pragmática, estamos perdidos nosotros y está perdida la civilización; la moralidad se convierte en una cuestión de oportunismo o de fuerza bruta. Los edictos del Mull, en consecuencia, no descansan tanto sobre las exigencias del momento cuanto sobre teoremas fundamentales. Uno de ellos es que un título sobre una propiedad adquirida por apropiación preferente, robada o confiscada nunca llegar a tener validez, sea el espacio de tiempo transcurrido de dos minutos o de doscientos años. La deficiencia del título se mantiene y puede procederse a la debida reparación, no importa lo dilatoria que ésta sea. Ha vuelto a mofarse de los redentoristas; por lo que a mí se refiere, me congratulo de que los redentoristas sean lo suficientemente idealistas y estén los suficientemente motivados como para instar al muchas veces pausado Mull a emprender acciones decisivas.
Gerd Jemasze respondió con voz fría:
— Sus ideas podrían tener más peso específico si no fueran ustedes hipócritas y personas con una capacidad infinita para...
— ¿Hipócritas? — Adelys Lam echaba chispas — . Dm. Jemasze, ¡me maravilla que use usted esa palabra!
Reprobadoramente, Erris Sammatzen terció:
— Había confiado en que nuestras conversaciones se desarrollasen sin que nadie fulminara a nadie, sin amenazas ni invectivas. Lamento observar que Dm. Jemasze recurre a la intemperancia.
— ¡Déjele que nos insulte! — gritó, furiosa, Adelys Lam — . Tenemos la conciencia limpia, que es más de lo que él puede decir de la suya.
Jemasze la escuchó, imperturbable.
— Mis observaciones no son invectivas — aseveró — . Refiero hechos demostrables. Crean leyes contra nuestros crímenes imaginarios y, mientras tanto, toleran en Szintarre y en toda Retenia un delito proscrito en todos los demás puntos de la Vastedad Gaeana: la esclavitud. A decir verdad, sospecho que por lo menos algunos de ustedes son poseedores de esclavos.
Sammatzen se pellizcó los labios.
— Se refiere a los erjines, sin duda. Respecto a esa cuestión los hechos no están claros.
— Los erjines no son seres inteligentes — declaró Adelys Lam — , ni conforme a la definición legal del término ni conforme a ninguna otra. Son animales listos, nada más.
— Podemos demostrar lo contrario, mas allá de cualquier argumentación — manifestó Gerd Jemasze — . Antes de recriminarnos por nuestras transgresiones abstractas, deberían restringir sus propias culpas reales.
Erris Sammatzen reconoció, incómodo:
— Ha puesto el dedo en la llaga de un punto importante; no puedo discutir eso con usted. Sin embargo, dudo mucho de que pueda llevar a cabo una demostración tan positiva.
— ¿No nos estamos apartando de la tarea principal? — protestó Adelys Lam.
— Nuestro programa es flexible — repuso Sammatzen — . Deseo aclarar este otro asunto.
Intervino otro miembro del Mull, el desabrido Thaddios Tarr:
— No podemos evitar hacerlo y mantener nuestra credibilidad como cuerpo administrativo imparcial.
Gerd Jemasze se puso en pie.
— Me parece que estoy en condiciones de sorprenderles.
Erris Sammatzen preguntó cautamente:
— ¿Cómo?
— Uther Madduc lo llamó «broma formidable». Pero dudo mucho de que ustedes se rían.
Schaine, que escuchaba a un lado del Gran Comedor, le dijo a Elvo Glissam:
— No entiendo por qué tiene alguien que reírse. ¿Entiende usted esa «broma formidable»? Elvo Glissam denegó con la cabeza.
— Se me escapa por completo.
Los miembros del Mull subieron a bordo del aerosalón Ellux de color negro y plata. Gerd Jemasze se puso a los mandos y el aparato se elevó en el aire. Detrás iba un convoy de diez aerocoches bien armados. Gerd Jemasze puso rumbo al noroeste, a través de la región más bonita de Morningswake: una tierra de vistas magníficas y remotas perspectivas.
La escarpadura que delineaba el Palga erguía su perfil a lo lejos; los Volwodes se elevaban rumbo al cielo; la tierra se volvía desapacible, pelada y fragosa. Por el fondo de un amplio valle discurría un fúlgido río: el Mellorus. Jemasze alteró la dirección y descendió al valle, para sobrevolar el río a unos noventa metros de altura.
Las paredes del valle fueron ascendiendo y haciéndose más perpendiculares; oscurecieron parte del cielo; al cabo de unos momentos pasaron sobre las parcelas cultivada y los huertos de regadío, que Jemasze no dejó de reconocer. Redujo la velocidad del Ellux hasta que apenas parecía avanzar por la quebrada y se volvió hacia los miembros del Mull.
— Lo que estoy a punto de enseñarles lo han visto sólo unos pocos hombres. La mayoría de ellos, mensajeros del viento... porque nos encontramos muy cerca del centro donde los erjines se crían, domestican, adiestran y se disponen para la exportación. Decididamente, existe en esta visita un factor de riesgo, pero cuando haya concluido se mostrarán ustedes de acuerdo en que estaba justificado el que les trajese hasta aquí. En cualquier caso, nuestra potencia de fuego conjunta nos proporciona suficiente protección, y el casco de este Ellux sin duda es lo bastante fuerte y grueso como para rechazar los proyectiles de los largos rifles del Palga.
— Espero — dijo Julias Metheyr — que nos enseñe algo más que erjines desfilando en formación o aprendiendo a ponerse los pantalones .
— Por lo que a mí concierne — declaró Adelys Lam en tono malhumorado — , no tengo ningún interés en que me maten, ni siquiera en resultar herida, para su satisfacción personal.
Gerd Jemasze no se molestó en contestar. Hizo descender el aerosalón Ellux hasta situarlo frente a la fachada del templo de cuarzo rosa e incrustaciones de oro. Activó las puertas y el descensor; el Mull en pleno salió en tropel y se apiñó sobre el pavimento de mármol rosado.
— ¿Qué es esto? — preguntó Julias Matheyr estupefacto.
— Parece ser un santuario o un monumento histórico construido mucho tiempo antes de que los primeros hombres llegasen a Koryfon. Los anales detallados de una civilización erjin.
— ¿«Civilización»? — repitió Adelys Lam.
— Decida por sí misma. Se representa a los erjines a bordo de lo que parecen ser naves espaciales. Los verá luchando contra morfotas, que también emplean armas y otros instrumentos de guerra propios de una sociedad tecnificada; de modo que los morfotas también habían creado en su tiempo una civilización. Por último, los erjines cuentan mediante esas imágenes una guerra contra los hombres.
Erris Sammatzen se adelantó para contemplar el templo de siete gradas; los demás le siguieron, entre murmullos cada vez más asombrados a medida que examinaban las complejas esculturas. Uno tras otro, los aparatos de escolta descendieron al fondo del desfiladero y sus ocupantes echaron pie a tierra y acudieron a deslumbrarse con los demás ante la maravilla que constituía el santuario.
Erris Sammatzen se acercó a Jemasze.
— ¿Y esta es la «broma formidable» de Uther Madduc? — preguntó.
— Eso creo.
— ¿Pero qué tiene de divertida?
— La impresionante aptitud de la raza humana para engañarse a sí misma.
— Eso es trivialidad, no humor — replicó Sammatzen secamente — . La broma es, por lo menos, un timo.
— No, no lo creo yo así — dijo Jemasze. Sammatzen hizo caso omiso.
— ¿El centro de los mensajeros del viento está cerca?
— A cosa de cuatrocientos metros, cañada arriba.
— ¿Hay alguna razón por la que no debamos acercarnos allí ahora mismo para poner coto a ese comercio?
Jemasze se encogió de hombros.
— No podría garantizar su seguridad en modo alguno. Pero creo que contamos con suficiente potencia de fuego para protegernos si surge la necesidad de hacerlo.
— ¿Qué sabe usted acerca de ese negocio?
— No más que usted. Vi esto por primera vez hace una semana, más o menos. Sammatzen se frotó la barbilla.
— Se me ocurre que a las tribus de Retenía les va a molestar mucho quedarse sin monturas. ¿Qué opina?
Jemasze sonrió.
— Pueden comprar críptidos de los dominios.
Erris Sammatzen fue a conferenciar con los otros miembros del Mull; discutieron durante diez minutos, al cabo de los cuales Sammatzen se acercó a Jemasze.
— Queremos echar un vistazo al centro de adiestramiento, por si es posible cumplir la operación sin riesgos.
— Lo haremos lo mejor posible.
El recinto y los alargados edificios seguían tal como Jemasze los recordaba, e incluso más soñolientos que antes. Un par de mensajeros del viento estaban sentados en cuclillas junto a uno de los muros. Al ver el avión que descendía, dispuesto a aterrizar, se pusieron en pie lentamente y aguardaron, irresolutos, como si debatieran consigo mismos la conveniencia de salir o no salir disparados.
A los mandos del Ellux, Jemasze aterrizó directamente delante del mayor de los edificios de piedra del complejo. Abrió la puerta de la aeronave, extendió el descensor y echó pie a tierra, seguido de Sammatzen y los demás integrantes del Mull, más prudentes y cautelosos.
Jemasze indicó a los mensajeros del viento que se acercaran; lo hicieron, con bastante desgana.
— ¿Dónde está el director de la agencia? — preguntó Jemasze.
Los mensajeros del viento pusieron cara de desconcierto.
— ¿Director?
— La persona responsable. Los mensajeros del viento intercambiaron una serie de murmullos.
— ¿Se refiere, acaso, al Viejo Erjin? — preguntó luego uno de ellos — . Si es así, ahí lo tiene.
Del interior del edificio de piedra, como un pez que emergiese de unas aguas oscuras, salió un erjin de tamaño extraordinariamente gigantesco; un ser calvo, sin collarín ni penachos faciales, de piel curiosamente blanca, como vientre de culebra. Gerd Jemasze nunca había visto un erjin de tales proporciones ni de semejante aspecto. La criatura miró de soslayo; uno de los mensajeros del viento se puso rígido, como si recibiese una descarga eléctrica, luego se adelantó para situarse al lado del erjin, al objeto de actuar de intérprete, traduciendo a palabras los mensajes telepáticos.
— ¿Qué es lo que quieren? — preguntó el erjin.
— Somos el Mull — informó Sammatzen — , principal órgano administrativo de Koryfon.
— De Szintarre — precisó Jemasze.
— La esclavización de seres inteligentes — prosiguió Sammatzen — es un acto ilegal, tanto en Szintarre como en toda la Vastedad Gaeana. Hemos averiguado que se esclavizan erjines que luego se venden como monturas para las tribus uldras y como sirvientes y obreros destinados a trabajar en Szintarre.
— No son esclavos — declaró el Viejo Erjin, a través de los traductores del mensajero del viento.
— Según nuestra definición, son esclavos, y estamos aquí para acabar con esa actividad. No se podrán vender más erjines ni a los uldras ni a los gaeanos de Szintarre, y se emancipará a cuantos erjines sufran ahora esa condición de esclavos.
— No son esclavos — insistió el Viejo Erjin.
— Si no son esclavos, ¿qué son?
El Viejo Erjin transmitió su mensaje:
— Sabía que estaban en camino. Les avistamos, a ustedes y a su flotilla aérea, cuando entraron en el valle del monumento; les esperábamos.
— Lo cierto es que parece haber poco movimiento por aquí — observó Sammatzen secamente.
— El movimiento se está produciendo en otra parte. Nosotros no vendemos esclavos; enviamos guerreros. La señal ya se ha transmitido. El mundo es nuestro y ahora vamos a recuperar el mando.
Los hombres escucharon con la boca abierta.
El Viejo Erjin controló la voz del mensajero del viento:
— Ya hemos dado la señal. En este preciso instante, los erjines destruyen a los uldras que creían dominarlos. Los erjines a los que se les consideraba criados señorean la ciudad de Olanje y todo Szintarre.
Contraído el semblante por la incredulidad y la angustia, Sammatzen miró hacia Joris y Jemasze.
— ¿Dice la verdad esta criatura?
— No lo sé — respondió Jemasze — . Llame a Olanje por radio y averigüelo.
Con plomizas zancadas, Sammatzen corrió hacia el aerosalón. Jemasze contempló reflexivamente al Viejo Erjin.
— ¿Proyectan algún acto de violencia contra nosotros aquí y ahora? — preguntó finalmente.
— No, a menos que provoquen ustedes tal violencia, dado que cuentan con una clara preponderancia de fuerzas. De modo que pueden marcharse tal como han venido.
Jemasze y Joris se retiraron al Ellux, donde encontraron a Sammatzen, que se apartaba de la radio. Tenía el semblante lívido; el sudor perlaba su frente.
— ¡Los erjines se han amotinado en Olanje; la ciudad es un manicomio!
Jemasze fue a los mandos del aparato.
— Nos vamos, y rápido, antes de que el Viejo Erjin cambie de idea.
— ¿No podemos convencerle para que ordene a sus guerreros que se retiren? — chilló Adelys Lam — . ¡Están matando, destruyendo, incendiando! ¡Nada más que derramamiento de sangre! ¡Déjenme salir! ¡Imploraré la paz al Viejo Erjin!
Jemasze la obligó a retroceder.
— No podemos implorar nada. Para empezar, si ese animal fuese razonable no habría desencadenado el ataque. Marchémonos de aquí antes de que nos maten a nosotros.