11
En Morningswake, los días se sucedieron uno casi idéntico al siguiente. Schaine y Kelse revisaban los despreocupados y en muchos casos enigmáticos recuerdos que dejara Uther Madduc y establecían un nuevo sistema para facilitar la administración del dominio.
Todas las mañanas, ambos conferenciaban durante el desayuno, a veces en perfecta calma y armonía, a veces en un estado de declarada controversia. Schaine no tuvo más remedio que reconocer que, pese a su cariño natural por Kelse, a menudo su hermano no le gustaba mucho. Kelse se había vuelto displicente, rígido y malhumorado, por motivos que ella no conseguía entender. Desde luego, Kelse había sufrido enormemente; la pérdida del brazo y la pierna aún le incomodaba un poco. Pero, en su lugar, Schaine no hubiera permitido que eso la obsesionara. Se le ocurrió otra idea. Tal vez Kelse se había enamorado de alguien que le rechazaba a causa de su parcial incapacidad física.
Tal pensamiento la fascinó. ¿Quién podría ser?
De una parte a otra de los dominios, la vida social era activa y alegre; en las casas se celebraban reuniones, fiestas, bailes y karoos que eran pálidas imitaciones de los carnavales de lujuria, gula y catarsis psicológica de los uldras. Kelse confesaba que muy rara vez asistía a tales diversiones, de modo que cuando se recibió del Dominio de Ellora una invitación para una fiesta campestre en los espléndidos Jardines de Ellora, Schaine la aceptó en nombre suyo y en el de Kelse.
La fiesta campestre fue un acontecimiento delicioso. Dos centenares de invitados paseando y disfrutando por un parque de veinte hectáreas que la familia Lilliet mantenía desde doscientos años atrás, empeñada cada nueva generación en ampliar y mejorar la obra de quienes la precedieron. Schaine disfrutaba enormemente, sin dejar de prestarle atención a Kelse. Tal como esperaba, su hermano no hizo intento alguno de alternar con los jóvenes — después de todo, el muchacho sólo tenía dos años más que ella — , sino que buscó la compañía de los barones terratenientes que se encontraban en la fiesta.
Schaine renovó muchas de sus antiguas amistados y comprobó que, como había supuesto, a Kelse se le consideraba tímido y brusco con las chicas.
La joven fue en busca de su Kelse.
— Te ponen por las nubes, vaya piropos deslumbrantes que he oído — le comentó — No debería decírtelo, porque puedes ponerte insoportable de engreído.
— Hay pocas probabilidades de que ocurra eso — rezongó Kelse, lo que Schaine tomó por una invitación a seguir.
— He estado hablando con Zia Forres. Opina que eres de lo más atractivo, pero no se atreve a dirigirte la palabra por miedo a que la destroces.
— No soy tan irascible y, desde luego, no soy engreído. Zia Forres puede hablar conmigo siempre que le plazca.
— No pareces apreciar mucho el cumplido. Kelse la dirigió una débil sonrisa.
— Me sobresalta.
— Bueno, pues, entonces, lo menos que podrías hacer es poner cara de persona placenteramente sobresaltada, no ese gesto de individuo al que han dejado caer un pedrusco en el pie.
— ¿Qué pie?
— Bueno, pues en la cabeza.
— Para ser sincero, la cabeza la tengo en otras cosas. Hay noticias de Olanje. Los redentoristas han convencido por fin al Mull para que promulgue un mandamiento terminante... dirigido, naturalmente, contra nosotros.
Schaine empezó a sentirse pesimista. ¡ Si aquellos desalentadores problemas se mantuvieran alejados, o al menos pudieran olvidarse, sólo por un día!
— ¿Qué clase de mandamiento? — preguntó con voz resignada.
— Se ordena a los barones terratenientes que se reúnan en consejo con los atamanes tribales. Debemos abandonar toda pretensión a títulos legitimados; dichos títulos sólo serán válidos para convivir con las tribus que tradicionalmente residen en los dominios. Conservamos las mansiones, más cuatro hectáreas del terreno circundante, y, a merced y discreción de los consejos tribales, podemos solicitar terrenos adicionales en arriendo por períodos que no rebasen los diez años y que no excedan de cuatrocientas hectáreas por dominio.
— Podría ser peor — dijo Schaine, con cierta impertinencia — . También podrían confiscar los títulos de propiedad de las casas.
— Aún no han confiscado ni embargado nada. Un manifiesto no son más que palabras. Retenemos las tierras y continuaremos reteniéndolas.
— Eso no es ser realista, Kelse.
— A mí me lo parece. Nos hemos declarado entidad política independiente del Mull; ya no tienen ninguna autoridad sobre nosotros... si es que alguna vez la tuvieron.
— Realismo es esto: Szintarre cuenta con una población de millones de ciudadanos. La entidad política de la que hablas dispone de unos cuantos miles. El Mull ejerce mucho más poder. Tenemos que obedecer.
— No compares poder con población — dijo Kelse — . Especialmente población urbana. Pero, de momento, no hay ningún problema inminente...al menos, por ese lado. No mataremos a ningún redentorista, so pena de que vengan ellos a matarnos a nosotros. Y confío en que tendrán el suficiente buen juicio para no intentarlo.
Schaine se alejó, furiosamente indignada con Kelse y por el modo en que convertía cualquier cosa en algo insultante y borrascoso. Se contuvo y fue a ver a unos antiguos amigos, pero el día había perdido ya toda su gracia.
Al volver a Morningswake, Kelse y Schaine se encontraron con la sorpresa de que seis aos de edad acampaban en el prado de delante de la casa.
— ¿Qué emergencia habrá surgido ahora?
— murmuró Kelse.
— Puede que tengan ya noticias de Olanje — aventuró Schaine — . Sin duda están aquí para que firmes el contrato de arrendamiento.
— No es probable. — A pesar de ello, Kelse titubeó antes de decidirse a ir a investigar — . Vale más que esperes dentro del edificio, por si acaso.
De modo que Schaine, de pie en el salón principal, observó por la ventana cómo Kelse se dirigía a través del prado al punto donde los aos aguardaban.
Kelse volvió a la casa a paso mucho más rápido que el que empleó a la ida. Schaine salió corriendo al zaguán, a su encuentro.
— ¿Qué ocurre?
— Tengo que llevar el Standard al norte. Zagwitz ha recibido un mensaje de Kurgech. Un mensaje mental, no hace falta decirlo, cuya esencia consiste en que están en apuros.
A Schaine el corazón le dio un vuelco.
— ¿Saben cómo, dónde o por qué?
— No estoy seguro de lo que saben. Quieren que los lleve a los Volwodes.
— ¿Qué hay de Gerd y Elvo?
— Los aos no han dicho nada.
— Iré contigo.
— No. Es peligroso. Me mantendré en contacto por radio contigo.
El aeroturismo regresó a medianoche, con Kurgech, Gerd Jemasze y Elvo Glissam, apenas consciente en una camilla improvisada. Kelse le había administrado ya un desinfectante universal y un analgésico del botiquín del aerocoche. Gerd y Kurgech le trasladaron en las parihuelas a la enfermería, donde Cosmo Brasbane, el médico del dominio, retiró las prendas que llevaba Elvo y le prestó los cuidados oportunos.
Kurgech se dispuso a abandonar la casa; Gerd le llamó.
— ¿A dónde vas?
— Esta es la Mansión Morningswake — repuso Kurgech sobriamente — y las tradiciones de vuestro pueblo son muy firmes.
— Tú y yo hemos superado juntos demasiados trances difíciles — dijo Gerd — ; de no haber sido por ti, todos estaríamos muertos. Lo que es bastante bueno para mí es bastante bueno para ti.
Al mirar a Gerd Jemasze, Schaine se sintió invadida por una casi abrumadora oleada de calor; le entraron ganas de reír y de llorar al mismo tiempo. ¡Claro, naturalmente! Amaba a Gerd Jemasze. Los prejuicios y la incomprensión no la habían permitido darse cuenta de ello. Gerd Jemasze era hombre de Aluan; ella era Schaine Madduc, de Morningswake. ¿Elvo Glissam? No.
Kelse intervino abruptamente, y quizá Schaine fue la única persona que captó cierta imperceptible desgana en su voz:
— Gerd tiene toda la razón; los formalismos no pueden aplicarse en situaciones como ésta.
Kurgech meneó la cabeza y, medio sonriente, retrocedió un paso hacia la puerta.
— La expedición ha concluido; las condiciones vuelven a ser de nuevo como lo eran antes. Nuestras formas de vida son distintas, y así es como debe ser.
Schaine se adelantó corriendo.
— No seas tan protocolario y fatalista, Kurgech, deseo que te quedes con nosotros. Estoy segura de que tienes hambre y yo he preparado la cena.
Kurgech se dirigió a la puerta.
— Gracias, dama Schaine, pero ustedes son outkeros y yo soy uldra. Esta noche estaré mucho más a gusto con mi propio pueblo.
Se fue.
Por la mañana, vendado el hombro y con el brazo izquierdo en cabestrillo, Elvo Glissam se dirigió a la mesa del desayuno, donde descubrió que los demás se le habían adelantado y mantenían una conversación general. Se sentían emocionalmente tranquilos, pero superficialmente estimulados y casi eufóricos, de modo que se exponían allí toda clase de comentarios y opiniones que, en distintas circunstancias, nadie se habría atrevido a sacar a colación.
La charla se desarrollaba rápida y ligera, y los temas que se debatían eran numerosos. Con voz débil pero aturdida, como un hombre que explica una pesadilla, Elvo Glissam refirió su versión de los acontecimientos ocurridos durante los últimos quince días, lo que proporcionó a Schaine y Kelse un relato más detallado que el que habían oído en boca de Gerd Jemasze.
Schaine preguntó, desconcertada:
— ¿Pero donde está la «broma formidable»? No he escuchado nada que ni por lo más remoto resulte divertido.
— Padre tenía un extraño sentido del humor — dijo Kelse — , suponiendo que tuviera sentido del humor.
— Sin duda tenía sentido del humor — declaró Elvo — A juzgar por lo que he oído del él, era un hombre extraordinario.
— Muy bien, entonces — le desafió Schaine — , ¿dónde está ese magnífico chiste?
— Demasiado sutil para mí. Al mirar de reojo a Gerd Jemasze, Schaine creyó detectar un asomo de sonrisa.
— ¡Gerd! ¡Tú lo sabes!
— Sólo lo supongo.
— ¡Dímelo! ¡Por favor!
— Déjame que recapacite un poco; no sé si es una broma o una tragedia.
— ¡Dínoslo! ¡Deja que todos juzguemos!
Gerd Jemasze se dispuso a hablar, pero tardaba demasiado en decidirse y Elvo Glissam, poco menos que embriagado por el alivio de la tensión, se le adelantó:
— Broma o no broma, el santuario es un descubrimiento fabuloso. ¡El nombre de Morningswake será pronto tan célebre y familiar como Gomaz y Sadhara! ¡De Olanje no tardarán de despegar vuelos de turistas con sus correspondientes guías!
— Podemos montar un hotel y ganar una fortuna — sugirió Schaine.
— ¿Y qué íbamos a hacer con una fortuna? — rezongó Kelse — . Ya tenemos todo el dinero que necesitamos.
— Si nos dejan conservar Morningswake.
— ¡Ja! ¿Quién va a impedirlo? No me digas que el Mull.
— El Mull.
— No.
— Yo cogeré la fortuna. Nos hace falta otro aerosalón grande — dijo Schaine — . Recuerda que el Sturdevant quedó destrozado. Así que, digo, vamos a comprar otro Sturdevant. Kelse alzó las manos.
— ¿Cómo vamos a pagarlo? ¿Sabes lo que vale un aerosalón bueno?
— ¿Qué pasa con el dinero? Organizaremos nuestras propias visitas turísticas a esa muestra maravillosa. Y no lo olvides: el hotel.
— ¿Ese valle se encuentra en el Palga, en Retenia o dónde? — preguntó Elvo.
— He estado pensando en ello — dijo Gerd Jemasze — . El barranco está al oeste y al sur de los Volwodes. Esa es región ao y dominio Morningswake.
— Entonces no hay problema — declaró Elvo — . Poseen ustedes un magnífico monumento histórico ¡y les asiste todo el derecho a construir un hotel!
— No tan deprisa — replicó Kelse — . El Mull y los redentoristas afirman que sólo nos pertenece la ropa que llevamos puesta. ¿Quién tiene razón?
— De acuerdo en que el asunto ha de fallarse — dijo Elvo — . Lo que no obsta para que, con todo y ser yo redentorista, desee lo mejor para mis amigos de Morningswake.
— Es muy extraño que los aos no sepan nada de ese templo — declaró Gerd Jemasze — . He comprobado el mapa; está en tierras de las tribus aos.
— Y también muy cerca de Retenia — añadió Kelse — . Los garganches podían saber algo.
— ¡ Ah! — exclamó Jemasze — . Todo está claro, Jorjol se enteró de la existencia del santuario; quiere construir un hotel, ¡y de ahí su deseo echarnos a patadas de Morningswake!
— De Jorjol, no me extrañaría.
— Os equivocáis con el pobre Muffin — dijo Schaine — . Es realmente muy sencillo, muy honesto, muy abierto. Le entiendo muy bien, para mí es como un libro abierto.
— Eres la única — dijo Kelse.
— Tampoco estoy de acuerdo — terció Elvo.
— Jorjol es una persona muy compleja. No tiene más remedio que serlo. Veámosle desde el punto de vista del psicólogo. Es outkero y uldra al mismo tiempo. Dos conjuntos de criterios funcionan en su único cerebro. No puede tener un pensamiento que no le plantee instantáneamente una contradicción. ¡No deja de resultar asombroso que sea tan eficaz como es!
— No hay ningún misterio — dijo Kelse — . Outkero o uldra, primero y último, hacia atrás y hacia adelante, Jorjol es un egocéntrico. Cambia de una cosa a la otra y adopta el papel que más le conviene. En este momento es un bizarro garganche: el bravucón Príncipe Gris. ¡Sabes que es altamente probable que pilotara el tiburón del cielo que derribó a padre y también el Ápex !
Schaine prorrumpió en una indignada negativa.
— ¡Menuda tontería! ¡Conoces a Jorjol lo suficiente como para saber que eso es imposible! Es un hombre orgulloso y valiente. ¿Un asesino despiadado? ¡Jamás!
Kelse no estaba convencido.
— Según las teorías garganches, asesinato despiadado equivale a orgullo y valentía.
— No eres justo con Jorjol, en absoluto — insistió Schaine — . Su «orgullo y valentía», o como quieras expresarlo, te salvó la vida. Por lo menos merece crédito por su valor.
— Se lo concederé — dijo Kelse — . Sin embargo, no pienso lo mismo de su lealtad. Schaine se echó a reír.
— ¿Lealtad a quién? ¿A qué? Yo nunca tuve motivo de queja.
— Claro que no; tú estás enamorada de él. Schaine dejó escapar un suspiro cargado de paciencia.
— Preferiría llamarlo encaprichamiento.
— Padre, pudiera parecer, está vengado ya.
Le costó un gran esfuerzo, pero Schaine decidió no pelearse con Kelse. Respondió tranquila y, confió, racionalmente:
— Padre tenía las mejores intenciones. Le dio mucho a Muffin, hasta un límite cuidadosamente definido. Muffin, cosa lógica, se sentía más ofendido por ese límite que agradecido por la generosidad. ¿Y por qué no? Ponte en su lugar: mitad miembro de la familia, mitad golfante azul que tenía que comer en la cocina. Se le permitía mirar el pastel e incluso probarlo, pero nunca comer un trozo.
Elvo Glissam aventuró una ocurrencia que creyó chistosa.
— ¿Y usted era el pastel?... ¡Espero que no!
Schaine enarcó las cejas y desvió la vista con intencionada frialdad. El comentario parecía de muy mal gusto, sobre todo porque inmediatamente después de que Muffin rescatara a Kelse, ella había permitido que Jorjol hiciese más, mucho más que probar el pastel. El descubrimiento de aquel asunto provocó un estallido iracundo por parte de Uther Madduc, quien envió a Jorjol a volar en una dirección y a Schaine a treinta y dos años luz de distancia, en otra.
— Aquellos tiempos son ahora remotos — dijo Schaine con voz equilibrada. Se puso en pie — . Y esta conversación resulta ya cargante.