9 La captura de Bayir

 

Aquella noche, Seleine durmió agotada.

La escapada, los dos días en la primera isla, los tres días de viaje en barca, el miedo a que Bayir diera con su rastro, las emociones del reencuentro, las preguntas y más preguntas de cuantos se sentían felices por su regreso, la fiesta que duró hasta que la oscuridad se hizo tan cerrada que ni los restos de las fogatas la rompían...

Su cama.

Su bendita cama. Tantos años había dormido sobre corales y esponjas...

Al amanecer abrió los ojos, asustada.

No, no era un sueño: estaba en casa.

Bayir no la miraba extasiado, como cada mañana.

Era libre.

Pero gozaba de una extraña libertad.

A lo largo de aquellas horas, su mente había volado una y otra vez hacia el fondo del mar, preguntándose qué haría el pez sin ella; sus ojos otearon más allá de la tierra y las palmeras, para perderse en la línea azul del horizonte.

Ahora, la isla era ella.

¿Qué podía hacer?

¿Cómo podía volver a ser lo que fue un día, cuando tantos y tantos años había sido...?

¿Qué había sido? ¿Una extraña en un mundo que no era el suyo, el amor de un ser increíble?

En el pueblo, todos la miraban con admiración, fascinados por su extraordinaria historia. Seleine había vivido más aventuras de las que todos llegarían a vivir jamás. De pronto, no solo era popular y famosa, sino que la habían proclamado princesa. Por suerte, su fértil imaginación y las experiencias contadas por Bayir la ayudaban a construir sus falsos recuerdos.

Todo ello no impidió que, a la noche siguiente, se refugiara en la soledad y se echara a llorar.

Lágrimas que ya no se desvanecían en el mar, convertidas en gotas de agua, sino que resbalaban por sus mejillas, caían al suelo y desaparecían en la arena.

De pronto se sentía como una extraña en los dos mundos.

En el mar y en la tierra.

Seleine miró al firmamento.

Ya solo le faltaba que los amos del cielo se la llevaran volando como un pájaro.

Cuando se acostó, se quedó dormida de inmediato.

Y empezó a soñar que volaba.

Por encima del mar y de la tierra, por encima de Bayir y de los suyos, por encima de todo.

Escuchó gritos.

Voces.

–¡Aquí!

–¡Venid!

–¡Es asombroso!

Abrió los ojos y comprendió que no se trataba de un sueño, que las voces eran reales, que algo estaba sucediendo en la isla, en el pueblo.

Algo que conmocionaba sus vidas.

Saltó de la cama y echó a correr con los pies descalzos.

Hacia la playa.

De pronto, oyó un grito más fuerte que apagó todos los demás. Un grito acompañado por estas palabras:

–¡Es un pez único, increíble! ¡El pez más hermoso de todos los peces del mar! ¡Tiene los colores del arco iris en sus escamas!

Y entonces, a lo lejos, atrapado en una red que transportaban varios pescadores, vio a Bayir.