8 De vuelta a casa

 

La noticia de que una niña había desaparecido años atrás era conocida en las mil islas del arrecife. No existía pueblo alguno que no la hubiese convertido en leyenda, con sus diversas interpretaciones. Que si la niña se transformó en un pájaro y se fue volando. Que si en realidad era una sirena que había vuelto a su hogar marino. Que si se trataba de una hechicera. Que si era una joven diosa enviada por los amos del cielo y el mar para observarlos de cerca antes de regresar a su paraíso. Que si se había marchado nadando para descubrir otros mundos...

Cuando Seleine emergió de las aguas, los ecos de su regreso se expandieron a los cuatro vientos.

Y los tamtams dieron la noticia de isla en isla.

Dos días después, cuando ya había descansado y estaba más calmada, una barca la llevó a casa.

La joven se escondió, sin dejarse ver, por miedo a que Bayir interceptara la embarcación, la volcara y volviera a secuestrarla. En ningún momento asomó la cabeza por la borda, y prohibió a los que la acompañaban decir su nombre en voz alta. Aquellos hombres pensaron que se había vuelto loca después de tantos años, pero respetaron su voluntad. De esta forma, el viaje fue plácido a lo largo de las tres jornadas que duró.

Un amanecer, Seleine distinguió por fin su isla.

La montaña.

La playa de la que había sido raptada por el rey pez.

Y en esa playa vio a su familia, sus amigos, sus vecinos.

Todos habían ido a recibirla.

Fue un encuentro emocionante, lleno de lágrimas y besos. Ella había cambiado mucho, pero también sus padres, sus hermanos y hermanas, sus tíos y tías, sus abuelos... Las amigas con las que había jugado se habían convertido en hermosas mujeres. Algunas estaban casadas y tenían hijos pequeños. Todo era igual y distinto al mismo tiempo.

Seleine era presa de las más vivas emociones.

Y mientras la estrujaban y la abrazaban, la besaban y le hacían mil preguntas, ella miraba hacia el mar, como si de un momento a otro fuera a aparecer Bayir para reclamarla a su lado.

–¿Dónde has estado todos estos años? –lloraba Ayna, su madre.

–¿Qué ha sido de ti, mi niña? –la estrechaba entre sus brazos Muycan, su padre.

¿Qué podía decirles? ¿La verdad?

¿La creerían?

Su historia era tan extraordinaria que...

–Me secuestraron unos piratas –dijo entonces llena de aplomo ante el asombro de todos, recordando las muchas aventuras que le contaba Bayir para trenzar la suya propia–. Aparecieron en la orilla y me llevaron hasta el buque más grande y a la vez más invisible de cuantos podáis imaginar: navegaba como un rayo entre las olas. Trabajé en el barco durante un tiempo, cocinando para los piratas, pero un día me vendieron a unos mercaderes que habitaban una tierra muy, muy lejana. Era como la de nuestras leyendas sobre los hombres barbados del otro lado del mar. Ahora he podido descubrir que eran ciertas. En aquella tierra viajé sin cesar, por lugares remotos y extraños, unas veces en caravanas de comerciantes y otras en compañía de bandoleros a los que servía ciegamente so pena de que me cortaran la cabeza. Algunas veces, pocas, nos deteníamos un tiempo para labrar la tierra. Íbamos de aquí para allá, hasta que un día fui devuelta a la costa y me vi embarcada de nuevo en un navío, esta vez de pescadores. Llevábamos semanas en el mar cuando caí en la cuenta de que estábamos en nuestro arrecife. Y entonces, aprovechando un descuido de los que me vigilaban, me tiré al mar y nadé hacia la isla más cercana.

Al concluir su relato, suma de las extraordinarias narraciones que le había contado Bayir a lo largo de aquellos años, reinó un silencio impresionante.

Nadie dudó de ella.

Todos quedaron convencidos, mucho más de lo que los hubiera convencido la verdad.

–¡Ahora ya pasó! –exclamó su madre, feliz.

–Has vuelto a casa, y es cuanto importa –añadió su padre.

–En tu ausencia te proclamamos princesa –suspiró su hermana Nereia.

–¡Princesa Seleine! –aplaudieron todos.

–Volvamos al pueblo. Hay que celebrar una gran fiesta en honor a nuestra hija –propuso el jefe de la isla.

–¡Sí, y daremos gracias a los señores del cielo y del mar por nuestra suerte! –proclamó la hechicera mayor.

La pesadilla parecía olvidada.

Todos regresaron cantando y riendo.

Antes de que la playa quedara atrás, sepultada en el verdor de la jungla, tan solo Seleine volvió la cabeza para mirar el mar.

El mar en el que nunca volvería a bañarse por miedo a que Bayir la secuestrara de nuevo.

El mar que había sido su casa.

El mar del rey pez.