11 La primera noche
Aquella noche, mientras todos dormían, Seleine fue a visitar a Bayir.
La joven se arrodilló a la orilla del estanque y el rey pez asomó la cabeza a ras del agua.
–Hola –dijo ella.
–Hola –musitó él.
Siguieron mirándose unos segundos.
–¿Por qué te fuiste?
–Ya te lo dije. Este es mi mundo.
–Y el mío, el mar.
–Sí.
–Ahora yo soy tu prisionero.
–No es cierto. Yo no te he capturado. Ni siquiera sé cómo... –Seleine alzó las cejas mientras se estremecía–. ¿Te has dejado atrapar para verme?
–No –fue sincero Bayir–, pero en mi locura, deseando saber si estabas bien, queriendo verte una vez más... he perdido toda noción de peligro y he olvidado cualquier precaución. Eso es lo que ha sucedido. La barca de los pescadores surgió a mi espalda. Ni siquiera me di cuenta de que arrojaban la red hasta que me vi envuelto en ella.
–¡Estás loco!
–Loco de amor, sí. ¿Cuántas veces te lo he dicho en estos años?
–Bayir, hubiéramos podido ser amigos desde el comienzo. ¿Por qué tuviste que raptarme?
–Perdóname.
–Ya te he perdonado, pero mírate ahora. Fíjate en qué te has convertido. No deberías estar aquí. Tú eres un rey.

–Y tú, ahora, una princesa.
–Eso da igual. En lugar de rey, deberían proclamarte el mayor de los tontos.
–Pero volvemos a estar juntos.
–No estamos juntos –dijo Seleine con amarga tristeza–. Solo lamento que ahora seas tú el que sienta lo que sentí yo durante mi cautiverio.
Las escamas del rey pez brillaban a la luz de la luna.
–Ven conmigo al fondo del estanque –le pidió él.
–¡No!
–Entonces, libérame.
–¿Por qué debería hacerlo?
–Porque soy un gran pez y esta laguna es insignificante para mí. Me volveré loco. Lo único que puedo hacer es dar vueltas y más vueltas. Es peor que una cárcel. Yo te di el mar entero. No me condenes a esto.
–¿El mar entero? ¡Era demasiado grande para mí, de la misma forma que esta laguna es demasiado pequeña para ti! ¡Fui tu esclava!
–¡Fuiste mi reina!
–Nosotros, los humanos, tenemos muchas cosas malas, pero también muchas cosas buenas. La justicia es una de ellas. Tarde o temprano, el mal se paga.
–Yo no sé qué es el mal. Solo sé que me enamoré.
–Y me llevaste a la fuerza.
–Dime solo una cosa.
–¿Cuál?
–¿Me amas?
–Eso es irrelevante –sentenció ella apartando sus ojos de él–. Si te dejara libre, volverías a raptarme, y esta vez para siempre.
–¿Y si te prometiera que no sería así?
–No te creería. Sé que de alguna forma me engañaste en las noches de luna llena. Lo siento.
–Seleine, no me dejes aquí...
–No puedo hacer otra cosa –bajó la mirada–. Vendré cada noche a verte, es lo único que puedo prometerte.
No le resultó fácil levantarse.
Ni dar el primer paso para regresar a su cabaña.
–¡Seleine!
No volvió la cabeza.
Aquella noche, los dos lloraron. El pez, de amor. La joven, de soledad.
