9. El regreso

Apenas los primeros rayos de sol iluminaron su alcoba, Debby se despertó somnolienta. Después de volver de los establos, había dormido intermitentemente. Acurrucándose entre las mantas repasó mentalmente el extraño sueño de la noche anterior, en el que una voz aterrorizada le imploraba su ayuda ante alguien perverso y poderoso. Estremeciéndose, se levantó y se acercó a la ventana, donde el aire puro y fresco de la mañana la tranquilizó.

Estaba acabando de vestirse cuando Lucy llamó a la puerta. Había vuelto a vestirse del mismo modo sugerente y extremado que el día anterior, pero esta vez Debby no se atrevió a protestar. Una señal de su subconsciente la hacía ser, sin motivo aparente, extremadamente cautelosa. Así que simulando ser indiferente se peinó y bajó con Lucy a la cocina, explicándole con todo detalle todo lo referente al potrillo. Allí les estaba esperando la señora Brotter, la cual, después de servir el desayuno, les preguntó solícita:

—¿Qué desean hacer hoy, señoritas?

—Me gustaría ir a visitar el pueblo del valle. Es decir, si Lucy no tiene inconveniente.

—No, Debby. Será un placer volver a ver el pequeño refugio de aquellos seres miserables —contestó la aludida con voz irónica.

—¿De qué estás hablando, Lucy? —espetó Debby, contrariada, al tiempo que esta se llevaba las manos a la cabeza con un gesto de dolor.

—No lo sé. Yo… Perdonarme. Subiré a mi cuarto a descansar un momento.

—Te acompaño.

—No, termina de desayunar y sube después a buscarme.

—Pero…

—No te preocupes. —Y agachando levemente la cabeza en señal de saludo musitó:

—Señora Brotter…

—Buen reposo, señorita Lucinda.

Un cuarto de hora después Debby llamó a la puerta de su amiga. Cuando esta abrió no pudo evitar un grito ahogado. Por la mejilla de Lucy manaba sangre de un corte.

—¿Qué te ha pasado? —exclamó Debby.

—Estaba delante del espejo y sentí que algo me aprisionaba la cara. Llevé las manos a mis mejillas y me arañé‚ con las uñas —balbuceó Lucy.

—Pero tus uñas están cortadas a ras —protestó Debby mientras miraba atónita las manos de su amiga.

Lucy se apartó nerviosamente de ella y tomando el abrigo dijo:

—Olvídalo. Anda, vayamos al pueblo. Quizás allí tengamos cobertura, necesito hablar con Jimmy.

—Me parece bien, pero, si no te importa, primero pasaremos a ver a Niebla y su potrillo, te encantará…

—Sí, por supuesto.

—Anda, límpiate la cara con este pañuelo —sugirió Debby suavizando la expresión de su cara.

—Gracias.

Musitó Lucy, mientras seguía con la cara desencajada. Debby la miró una vez más preocupada, y se dijo que ella también quería hablar con Jimmy. Fuera lo que fuera que le estaba pasando a Lucy, a ella se le estaba yendo de las manos.

La visita al potro recién nacido fue un acontecimiento para las dos. A la luz del día, la belleza de aquel animal las cautivó, y ambas se prometieron pasar unas horas con él por la tarde. Debby, aprovechando que Lucy parecía más tranquila, comentó:

—Matt ha pasado la noche con el potro por si necesitaba algo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo… me quedé con él —confesó Debby.

—¿Has pasado la noche con Matt? Pero si casi ni le conoces…

El tono de Lucy era reprobador, así que Debby contestó:

—No pasó nada. Estuvimos hablando y nos quedamos dormidos. Por suerte, Niebla nos despertó y volví a la mansión antes de que la señora Brotter o mi tía me vieran. Creo que, sobre todo la señora Brotter, hubiera preferido quedarse ella a dejar que una señorita hiciera algo que la etiqueta considerara incorrecto.

—¿Te gusta de verdad? —le preguntó Lucy con un tono más dulce.

—Creo que sí. Aunque apenas le conozco, es como si fuéramos amigos de hace tiempo. Sé que no te cae muy bien, pero…

—No es eso, es solo que desde el principio parece que hemos tenido una mala relación, con lo de la bofetada y todo eso. Debe pensar que estoy mal de la cabeza o algo similar…

—Yo ya le he aclarado que normalmente eres un encanto —respondió Debby con una sonrisa.

—Genial. Es muy guapo, y parece simpático, cuando no nos discutimos.

—Sí que lo es…

—Anda, vayamos al pueblo, igual te encuentras con Matt casualmente.

—Sí, y así tú podrás llamar a Jimmy…

Lucy permaneció en silencio unos segundos, y luego contestó:

—Sobre eso, tengo que hablar contigo. Tú has confiado en mí y yo…

A Debby le apenó la cara compungida de su amiga, sobre todo teniendo en cuenta lo que estaba pasando últimamente, así que la interrumpió:

—No te preocupes, ya sé que tú y Jimmy estáis juntos.

—¿Te lo ha dicho él?

—No…

—¿Desde cuándo lo sabes? —insistió Lucy, visiblemente avergonzada.

—Desde la fiesta en el internado. Se había hecho tarde, así que fui a buscarte y os vi en el jardín…

Lucy enrojeció y Debby añadió:

—Tranquila, me fui antes de ver algo que no debiera. Después, te vi llegar al amanecer.

—Pensaba que estabas dormida cuando entré a la habitación.

—No quería hacerte sentir incómoda.

—Te lo agradezco, aunque no debió ser fácil para ti. Debes pensar que somos muy malos amigos.

—En realidad, casi me he divertido observando como vives colgada del teléfono con él, a la vez que reiteras cada medio minuto que solo sois amigos.

—Debby, lo siento mucho…

—No estoy enfadada, aunque me hubiese gustado que confiaras más en mí.

—No fue falta de amistad, Debby, es solo que tenía miedo de perder a Jimmy si se lo contaba a alguien.

—¿Crees que iba a oponerme? Sois mis mejores amigos… —protestó Debby.

—No es eso. Ya conoces a mis padres. Puede que yo no les importe lo más mínimo, pero arderán en cólera si se enteran que salgo con el hijo del chofer. Son terriblemente esnobs, solo piensan en el dinero y en mantener su estatus social. Las escasas ocasiones que me llaman es para asegurarse que sigo siendo amiga de las personas adecuadas en el internado.

—Entonces, tengo suerte de ser una de ellas.

—Debby, no eres mi amiga porque algún día heredes un título nobiliario, sino porque eres la mejor amiga que se puede tener. Y lamento mucho no haberte explicado la verdad sobre Jimmy. Pero aún soy menor de edad, así que pensé que lo mejor era que fuera un secreto para todos.

—De ese modo, tus padres te dejarán escoger la universidad que quisieras y así podrás estar con Jimmy. —Intuyó Debby.

—Así es. Pero si se enteran, se encargarán de enviarme a la otra punta del país. Debby, ya sabía que sospechabas algo, pero tenía mucho miedo de que alguien del internado lo descubriera y se lo explicara a mis padres.

—No te preocupes, no le diré nada a nadie. Anda, ven.

Las dos amigas se estrecharon en un abrazo y Debby comentó:

—Te echaba de menos.

—Yo también.

Y, por unos instantes, en aquella atmósfera en la que también se había sentido segura la noche anterior, Debby sintió que su amiga volvía a ser la de siempre, su compañera de habitación, de estudios, de risas y de nervios, la hermana que nunca tuvo y siempre quiso tener.

Después de reconciliarse en el establo, las dos amigas emprendieron el paseo hacia el pueblo. Durante el camino las dos muchachas permanecieron en silencio, absortas en sus pensamientos y en la belleza de los hermosos parajes que rodeaban el valle. Adentrarse en ellos era sentirse transportado a un lugar en el que los perfumes de la naturaleza se impregnaban de gotas de rocío y embriagaban a los paseantes. Una quietud absoluta confería al lugar un aspecto etéreo, extraño, cerrado. Sin pasado, con el presente ya convertido en pasado, y con un futuro pronto a desaparecer. Los árboles acrecentaban esta sensación, y parecían guardar entre los recovecos de sus cortezas viejas historias de antiguos caminantes y habitantes del valle. Mas nada de esto era comparable a la sensación de enclaustramiento y antigüedad que Lucy y Debby sintieron al pasear entre las callejuelas estrechas que configuraban el pueblo. Los muros de las casas, decorados con escudos heráldicos, y el empedrado desgastado de las calles evidenciaba su origen medieval. Lucy comentó divertida:

—Me siento transportada en la historia. Con mis padres solo he visitado complejos turísticos y grandes ciudades; pero este lugar tiene mucho más encanto.

Debby sonrió, contenta de haber recuperado a su amiga, y continuaron caminando cogidas del brazo.

Estaban atravesando la calle mayor cuando oyeron el grito de un niño al decir:

—¡Es la bruja de la montaña!

Ambas se giraron extrañadas y el niño repitió:

—¡Es la bruja de la montaña!

Debby comentó:

—Me parece que aquí no hay demasiadas chicas pelirrojas.

—Tranquila, ese niño pagará caro su atrevimiento.

Debby rio y miró a Lucy, esperando ver en ella señas de burla. Mas su cara estaba desfigurada por el enfado y había en sus ojos un destello de maldad que nunca antes había imaginado en la dulce mirada de su amiga. Era como si su amiga hubiese desaparecido completamente de un plumazo, así que comentó, preocupada:

—Olvídalo, Lucy. No es más que un niño.

Lucy asintió y comenzaron a caminar. Más cuando el niño volvió a repetir el insulto Lucy se giró y con voz dura le dijo:

—Muere de dolor, y no olvides quién soy yo.

El niño la miró temeroso y corrió gritando hacia el apuesto joven que se acercaba, mientras Debby observaba con espanto que Lucy se dejaba caer sobre un banco cercano.

—¿Estás bien? Acabas de meter un susto de muerte a ese niño —le recriminó Debby.

—Yo… lo siento… no me encuentro muy bien.

El chico con el que había estado hablando el niño se acercó a ellos preocupado y les comentó:

—¡Hola! Espero que Tommy no os haya molestado. Es un niño muy imaginativo.

—No hay ningún problema —aseguró Debby intentando descargar el ambiente—. Aunque nunca pensé que tuviera aspecto de bruja. Quizás de duendecilla.

—¡Oh, no! Tommy no se refería a tu aspecto. Es solo que está muy impactado por la leyenda —se apresuró a contestar el muchacho.

—¿De qué leyenda estás hablando? —preguntaron Lucy y Débora al unísono.

—No es nada. Simples chismes de un pueblo anclado en el pasado —contestó el joven diplomáticamente.

Debby iba a insistir, pero de pronto vio a Matt acercarse a ellas y olvidó el incidente. Él la obsequió con una amplia sonrisa y les preguntó:

—Me alegro de veros. ¿Queréis que os enseñe el pueblo?

Las dos chicas se miraron. Lucy había borrado de su expresión cualquier rasgo de enojo y la miraba divertida, así que Debby contestó:

—Encantadas.

Mientras paseaban atentas a los pequeños pormenores de la vida cotidiana de aquel pequeño pueblo, Lucy, que parecía haber olvidado todo lo que había sucedido, comentó tranquilamente:

—Hemos ido a ver a Relámpago esta mañana. Es tan tierno…

Matthew sonrió orgulloso y contestó:

—Es un animal magnífico.

Dicho esto, Matt, al darse cuenta de que se acercaban al final del pueblo dijo:

—Aquí se acaba la piedra y empieza la naturaleza. ¿Qué os ha parecido el pueblo?

—Precioso —contestó Debby.

Y Lucy precisó:

—Pintoresco.

—¿Queréis que vayamos a tomar algo?

—Necesitamos algún sitio que tenga cobertura. La mansión no tiene y el teléfono fijo sigue sin funcionar.

—Ah, eso. No os preocupéis. Tu tía me pidió que avisara a los de averías, supongo que ahora estarán reparándolo. Y respecto a la cobertura, si queréis podemos ir a la parte superior del pueblo, me temo que es el único sitio en el que se coge correctamente.

—Cobertura…, por un momento he creído que ibas a decir que tampoco teníais… —bromeó Lucy.

—Sí, y también agua corriente, electricidad y hasta Internet…

—Muy gracioso… —repuso Lucy con una sonrisa—. No quería ser ofensiva, solo es que llevo desde que llegamos intentando hablar con… un amigo… y pensé que no sería posible.

Matt la miró, la chica simpática que hablaba se parecía más a la que Debby describía que a la que le había golpeado apenas conocerle. Por ello le contestó con una sonrisa:

—Tranquila, cinco minutos y tendrás toda la cobertura que quieras.

Caminaron entre risas, mientras Matt continuaba explicándoles cosas del pueblo. Cuando llegaron a la zona más alta, Lucy distinguió en la lejanía al mismo niño que les había insultado antes, y su rostro volvió a retomar un semblante maquiavélico. Debby advirtió el cambio y preguntó:

—¿Sucede algo?

—Quiero regresar a la mansión, estoy cansada.

—De acuerdo, pero primero llama a Jimmy.

—No, no se lo merece.

—¿De qué estás hablando? —protestó Debby.

—De que a Jimmy hace tiempo que dejé de importarle, quien sabe si está pasando las vacaciones con otra, así que lo último que me apetece es llamarle para que me cuente más mentiras.

—Lucy, escucha…

Fue a tomarla del brazo, pero su amiga se separó violentamente mientras le decía:

—Tú quédate con tu mozo de cuadra. Yo me voy, sola. No tengo ganas de aguantarte todo el camino.

Debby, perpleja, la miró marcharse furiosa, y únicamente reaccionó cuando Matt comentó:

—Definitivamente, deberíamos plantearnos que tu amiga es bipolar.

Ella lo fulminó con la mirada y él permaneció en silencio. Si algo había aprendido de su tía era a no contrariar una mujer cuando estaba enfadada.

Media hora después, sentados en un bonito café del pueblo, Matt observaba preocupado a Debby, que apenas había probado el chocolate caliente que humeaba delante de ella. Con voz solícita le preguntó:

—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?

—Oh, lo siento, soy una compañía pésima.

—No me refería a eso. No me gusta verte así.

—Estoy preocupada por Lucy.

—No me extraña, va a tener que ver al psiquiatra en breve…

—¡Matt! No digas eso, Lucy no está loca.

—Se comporta como tal. De pronto es una chica encantadora y a los dos minutos parece que quiera asesinarnos a todos…

—Pero es que ella nunca ha sido así, y la conozco desde niña. Fue desde que…

Debby se detuvo y Matt preguntó:

—¿Qué me ocultas?

—No te ofendas, pero si te lo cuento, creerás que yo también estoy loca.

—No lo haré. Además, no puedo ayudarte si no me lo dices.

Debby le miró preocupada, pero al final se atrevió a decir:

—Fue desde que vinimos a la mansión. Lucy se puso muy nerviosa en cuanto la vio, aunque en su defensa diré que con la tormenta que estaba cayendo daba un poco de miedo…

—Sí, pero de día es preciosa. Y desde el establo las vistas tampoco están nada mal… —repuso él consiguiendo arrancar una sonrisa de Debby.

—Lo sé, y a mí me encanta, pero tengo la sensación que a ella la está transformando.

Matt torció el gesto y preguntó:

—¿Qué vas a hacer?

—Por lo pronto, voy a llamar a Jimmy.

—¿Su novio secreto al que no quiere llamar?

—Sí, necesito explicarle que está pasando, quizás él sepa encontrar la manera de ayudarla.

Matt la miró preocupado y luego comentó:

—Oye, no me quiero meter donde no me llaman, pero no me parece buena idea. Lucy se ha puesto muy rara con todo el tema de llamarle, y si lo haces tú, puede que aún se enfade más.

—Entonces, ¿qué hago?

—Ve a hablar con ella, si sois tan amigas como dices, seguro que encuentras la manera. Y si eso fracasa, siempre puedes utilizar el teléfono de la mansión, ya debería estar operativo cuando llegues.

Debby le tomó la mano y se la apretó diciendo:

—Tienes razón. Luego te llamo y te cuento cómo ha ido todo.

Mientras se levantaba, él le retuvo la mano y le dijo:

—Aún me debes una cita.

—¿Esto no lo ha sido?

—No… No me has dado tu teléfono, ni he podido intentar venderte lo encantador que soy y ni siquiera he intentado besarte, así que, definitivamente, no es una cita.

Debby se sonrojó y se despidió diciendo:

—Será mejor que me vaya. Te llamo luego.

Y mientras sentía su corazón latir apresuradamente, intentó concentrarse en Lucy y no en que le hubiera gustado que aquel chico tan guapo intentara besarla.