XX

—Lo sabías, ¿verdad? —susurré—, que mi aspecto era una máscara.

—Lo sospeché siempre. ¿Quién podría creer tu historia?

Tragué saliva, por primera vez el sabor acre de mi sangre.

—El criptón costó millones, lo dijo Larken, años de investigación… ¿por qué pagaría alguien una investigación para matarme?

—No fue para matarte a ti. No únicamente.

Damon trató de sacudirme, de obligarme a que le prestara atención.

—Descubrí unos cuantos archivos, declaraciones de ingresos; todos los implicados: Ginter, Modeski, el mismo Larken, trabajaron para DeCe.

—DeCe. —dije—. DeCe pagó para matarme, pero… no entiendo…

«No has pensado que tu complicada máscara no tiene sentido si únicamente quisieras ocultarte de los terrícolas? ¿Qué podríamos hacerte? ¿Dañarte?»

La respuesta era clara. Tan dolorosa como el criptón. —Pagaron porque ese gas les era útil. Es un arma. —Quema, ten cuidado con ella, Damon. Quema. —La probé conmigo.

—¿Viste que me deshacía, y la probaste contigo? —¿Por qué no? Es inocua, amigo mío. No le hace nada a los humanos, ni a los vegetales, ni a los microorganismos de este planeta. Un coste de millones, dices, ¿y todos para ti? Perdóname, pero tú no eres nada. No tiene caso eliminarte; tú mismo te hundías sin ayuda ajena. Pero aun así gastaron millones y años en su desarrollo. Y la razón es que no eres el último de tu raza. Hay más a quienes quemar.

—No.

«El nombre de tu padre es mentira.»

Luchar contra el dolor, tratar de razonar en medio del fuego…

—No. Yo soy el último. El Único. De no ser así, ¿dónde están?

—En las sombras. Ocultos. Contrataron a Larken y su gente hace muchos años, cuando tú eras un adolescente ellos ya tenían poder y una organización, llevas mucho tiempo aquí. Con máscaras. ¿No has pensado que la Tierra debió de ser un estupendo campo de juegos para tu raza? Aquí son dioses, invulnerables. ¿Por que no está lleno de tu gente?

—Soy el último de…

—No está lleno porque es un lugar de juego exclusivo. «Sólo miembros. Nos reservamos el derecho de admisión.»

—Créale —intervino el mayordomo—, el señor sabe de esas cosas.

—Si eres una máscara, si tu forma era otra… —continuó Damon—, ¿cómo lograron un parecido tan notable? —Con… mediante… Observación…

—Especímenes. ¿Cómo conocer las características, los límites de un objeto? Destruyéndolo, disecándolo… Cuando te ruborizas la sangre llena ciertas venas capilares superficiales. ¿Cómo lograr una copia de ello sin abrir y ver las estructuras? En todo caso, ¿para qué tanta perfección…?

—Para… ser… pasar… desapercibido…

—Exacto. ¿Puedes ver tu propio interior?

—No.

—Si hubiera personas como tú, ¿podrías verlas?

—Serían… opacas… al espectro electromagnético…

—No podrían ocultarse entre sí.

—No…

—Entonces el disfraz es para los humanos.

—Pero… no tiene caso… ocultarte de los… terrícolas… No podían… dañar…

—Usaron las máscaras por comodidad. No les preocupaba realmente ser descubiertos, no se ocultan muy hábilmente, sabemos que dirigen DeCe. Lo único que querían eran pasar de incógnito. Lentes negros.

No pude leer la expresión en la cara de Damon.

—Son máscaras, amigo mío. Su apariencia son máscaras para que los de tu raza disfruten de sus vacaciones en un mundo que, para ustedes, es perfecto.

—Pero, entonces ¿qué soy yo?

—Un cebo. Parapeto. La cabra atada que atrae al invisible tigre. El canario que ponen en las minas, que al morir por las emanaciones de gas advierte del peligro. El peón del sacrificio. Aquel que, de haber un peligro serio, sería el primero en morir.

Suspiró.

—Como lo haces en este instante.

—Yo. No. Te. Creo.

—¿No crees que si los de tu raza observaron con tanto detenimiento nuestro cuerpo como para duplicarlo, no observaron nuestra sociedad? Necesitaban algo que detuviera el peligro, un indicador. Un cebo. Tú. Pero tampoco deseaban atraer la atención ante su silenciosa invasión. Tenían que tenerte como símbolo y blanco de tiro, y también debías creer que eras el último. Debías convencer al mundo de que no había más como tú. Para convencer a este planeta de esa mentira, debías ser la mentira. Vivirla.

Mis padres terrestres, solos, rogando por un hijo. Y un hijo que, literalmente, cayó del cielo. Una coincidencia afortunada.

Demasiado. Demasiado afortunado y demasiado coincidencia.

«¿Del cielo profundo?»

El mayordomo levantó una venda de mi carne.

—¿Podría informarles que las heridas siguen abriéndose?

—Si este planeta es exclusivo para sólo algunos miembros de tu raza, ¿cómo lograron que permaneciera limpio de polizones, de ilegales?

—Por la fuerza. Porque lo ocultaron. Porque nadie más que los miembros exclusivos conoce su existencia. Y si nadie conoce lo que sucede en este planeta, ¿por qué no usarlo para sus fines? ¿Por qué no usar este desierto como la gente del proyecto Manhattan usó los Álamos? Un lugar para experimentar sin interferencias. Entonces pasó el «Evento Equis».

—Larken descubrió el criptón modificado.

—No. Lo esperaban, trabajaron en ello durante años. El «Evento Equis» fue lo inconcebible: Larken huyó con los resultados de la investigación. Eso puso en marcha el mecanismo.

—Así que, en un principio, los dos grupos eran el mismo.

—DeCe.

Damon tomó un tanque de criptón. Tuve que contenerme para no huir de su lado.

—DeCe buscaba un arma. Y no sabía si la había conseguido o no.

—Entonces fue momento de llamar al «títere». Al idiota que dejaron a la luz para ser destruido si aparecían enemigos. Fue el momento en que acudieron a mí.

Damon me miró a los ojos.

—¿Y para qué es necesario un arma si no es de utilidad? Y dime, ¿no es el propósito de toda nueva arma el ser usada contra alguien? ¿Y contra quién más que contra los suyos?

—Le sugiero que no se levante, su piel… —el mayordomo retrocedió.

—Se cae. Lo sabe. Te estás muriendo, amigo mío.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—El suficiente para poner en orden sus cosas. ¿Llamo a un sacerdote, señor?

—El gas… —dije— dame el…

—¿Puedo recordarle que su religión considera el suicidio un pecado?

—Dale el gas —ordenó Damon.

Tomé los extintores. Tocarlos requirió todo mi valor. Todas mis fuerzas.

—¿Por qué se mató Larken?

—Creyó que lo habían atrapado. Confiaba demasiado en Ellos. Por eso estaba listo para morir desde que te mandó el acertijo. Llevaba una bomba. Pero no se perdió todo con él.

—No entiendo.

—Se voló a sí mismo para proteger a otros. A los suyos. Para hacer este gas es necesario una organización, para escapar de alguien con tantos recursos como DeCe se necesita toda una infraestructura.

—Una Resistencia.

—Sí. ¿Sabes que estaba trasmitiendo lo que decían en esa iglesia? ¿Que Larken mandó la señal de que el criptón era mortal? Es cuestión de averiguar dónde se encuentra su gente, de buscarlos. Debo ayudarlos a combatir la invasión. Y si es imposible encontrarlos, no importa. Tengo la fórmula. Armaré mi propia Resistencia. Es mejor así: mil humanos contra la invasión.

Miré a Damon.

—Es mi planeta, ¿sabes? —dijo—. Van a venir tiempos interesantes.

Que yo no iba a ver, por supuesto.

—Siempre sospechaste de mí, ¿verdad? Por eso llenaste de plomo tus árboles.

—Digamos que preferí concederte el beneficio de la duda.

—Gracias.

Él y su mayordomo me vieron marchar, sin decir nada más.

No me despedí de él, ¿qué caso tenía?

Con todo el esfuerzo del mundo empecé a volar.

El último vuelo…