XV

Un fotógrafo al otro lado de la calle, con el teleobjetivo listo. Una patrulla en la acera y un policía en el techo, esperando mi llegada.

¿De veras creían que de nuevo iba a entregarme a ellos?

No servía de nada, y ningún jurado era capaz de declararme inocente.

Pasé a toda velocidad junto a ellos, apenas una ráfaga del aire grasoso de Rotwang.

Indefensos. De ser un asesino nada me habría impedido tocarlos a esa velocidad y volarles la cabeza únicamente con la inercia.

Los Dioses secretos son una obsesión de nuestra raza, dijo Damon.

De quererlo, ¿qué me habría impedido serlo? Dios del Viento y la Furia, del Viento Secreto que imparte castigos y recompensas a sus súbditos, Señor del Láser en la mirada, de la Fuerza Imparable.

Dios del Departamento a Oscuras y la Bebida en La Mano.

Para serlo los Dioses deben ser ajenos a sus súbditos, no compartir recuerdos comunes: padres enseñando a controlar los esfínteres, las palabras que no saben expresar nada ante esa hermosa mujer que te pregunta tu nombre, la impotencia del poder venido de otra galaxia que no puede detener un cáncer, o revivir el corazón de quienes lo criaron.

El exquisito, terrible momento en que el cuello de ese hombre se rompió dentro de la carne.

Furia, sí. Todo Dios puede poseer Odio y Venganza e Ira. Pero no vergüenza. No la necesidad de expiar el pecado de ser diferente.

Pero tú no deseas ser igual a los demás. Te gusta ser diferente, dijo Damon, que muchas veces le agradaba jugar a la voz de la conciencia. Trataste de ayudar a la justicia no por la justicia, sino para demostrar que lo distinto en ti podría ser una ayuda para ellos. Para que te aceptaran precisamente por tus diferencias.

Pero ¿cómo aceptarme ahora que decían que había partido una mujer en dos?

Demostrando mi inocencia, por supuesto.

Y si no servía para limpiar mi nombre, tal vez el saber quiénes eran los culpables podría ayudarme para no recordar los ojos muertos de Modeski.

Por lo menos había averiguado algo.

Dos grupos: Larken y Ellos.

Un traidor: Ginter.

Y el hecho de que los Ellos habían averiguado el juego de Larken, el alcance de esa «Investigación».

«El Evento Equis» estaba vinculado a esa investigación, coordinada posiblemente por Eugene Larken.

Walter Farragut obedecía a Larken, era parte del equipo que, según Ginter, «se quedó en la empresa».

¿Como traidor, cubriendo la retirada? ¿Qué importaba? Tal vez, como Modeski y Ginter, también estaba muerto.

Dado que Farragut era un ingeniero químico, y DeCe una empresa de transformación, ¿no era lógico pensar que esa investigación estaba relacionada con transformar un producto en otra cosa?

¿Qué cosa?

Algo lo suficientemente valioso para matar. ¿Y qué tenía que ver yo con ello? Era un títere.

Ginter, y presumiblemente todos los que llevaron a cabo la investigación, hablaban de mí como un «títere».

Tenía razón en una cosa: no sospecho lo que soy. ¿Qué soy?

Era hora de ir a conseguirme un extraño para hablar con él. No era un extraño para Ginter.

Si mandó una señal, estaba de parte de Ellos. Lástima que Ellos no estuvieran de parte de Ginter.

Pero, si los obedecía, entonces no tuvieron que obligarlo a recibirme. Me esperaba con un par de preguntas, de muy buen humor. Jugaba conmigo.

Era un «títere», ¿no?

¿Qué peligro había en mí?

Ellos, sean quienes sean, saben que soy inofensivo.

¿Lo sabe Larken y su gente?

No, si creen que estoy a las órdenes de Ellos.

Tal vez ésa fuera la respuesta. Posiblemente me estén involucrando en la muerte de Bryson-Modeski, en la persecución de Farragut, para hacerle creer a Larken que soy un enemigo.

Que voy tras ellos dejando los cadáveres de los suyos como rastro.

¿Por qué?

Porque, por alguna razón, Ellos no desean que Larken crea que yo puedo ayudarlo. Podría cambiar algo, podría —de alguna forma— ponerlos en peligro a los Ellos.

Y, por lo visto, Larken me conoce. O al menos el alcance de mis poderes (está la placa y los químicos como prueba).

Pero los asesinos de Modeski, los Ellos, también me conocen. Por eso también utilizaron esos químicos en la trampa que me tendieron.

Debo recordarlo, en el inicio no está Farragut, estoy yo.

Pero Ellos no lo saben «todo», sea lo que sea ese todo. Ginter mentía. Si lo sabían no era necesario matarlo.

Lo estaba secuestrando, ¿no? Lógico que pidiera ayuda.

¿Y si lo sabían todo, para qué molestarse porque lo secuestraran? Incluso les ahorraría la molestia de eliminarlo ellos mismos.

De saberlo todo, lo habrían dejado a su suerte.

No querían que Larken averiguara qué tanto sabían. Por ello eliminaron, sin pensarlo siquiera, al traidor.

Podrían haberlo seguido utilizando el reloj de señales, tal vez hubieran encontrado a Larken con ese rastro. Pero era más importante callarlo, volverlo polvo.

Era importante, entonces, que Larken desconociera el alcance de lo que sabían, o —más seguro— lo que ignoraban.

Si sus datos eran incompletos, era necesario destruirlo. Que Eugene Larken no tuviera la certeza de qué datos faltaban.

Tal vez los resultados de la «investigación».

¿Qué investigación?

Añoro los tiempos en que bastaba golpear a alguien para obtener respuestas.

No tuve que golpearme a mí mismo. Alguien se encargó de hacerlo.

Un zumbido en el aire, monocorde. Distraídamente traté de apartar algún mosquito, pero no había nada a mi alrededor, insistente en mi oído.

Podía ser presión alta. Pero no lo era.

—Títere.

Casi como la voz de la conciencia.

No busqué a mi alrededor al que me hablaba. No estaba ahí, por supuesto. Las palabras estaban formadas por variaciones de tono: el crepitante sonido de una radio de bulbos.

Conocían mis poderes.

La forma para comunicarse conmigo.

Kilohertz.

Trasmitían en una longitud de onda directamente a mis oídos. Por supuesto que no era el único que recibía la transmisión, pero no importaba. Iba dirigida a mí.

—Habla Eugene Larken.

Una voz normal, sin entonaciones precisas, tal vez ríspida, desgranando cada frase como definitiva, dejando caer cada palabra por su peso específico.

La voz del juicio.

—Te espero donde no eres nada, asesino, si vienes solo te diré el verdadero nombre de tu padre.

Después colgó, o desconectó el transmisor. Temía una triangulación, que lo localizaran. De hablar de nuevo, iba a hacerlo desde otro sitio.

¿Desde cuándo me conocían?

¿Qué padre? ¿El real, el adoptivo?

¿Y por qué la adivinanza? «Donde no eres nada.»

Damon me lo dijo muy claro una vez:

—Cada vez que te piden ir solo, lo mejor es llegar acompañado. Pero ¿qué problema podía tener yo?

No era posible que me amenazaran con nada, con nadie. Pero para ir solo, necesariamente necesitaba un destino.

Si Larken quería que fuera solo, pensaba que estaba aliado con alguien.

Ellos.

Y al parecer Ellos también podían estar escuchando. Por eso el mensaje era críptico.

El otro grupo también estaba al tanto de mis poderes, en qué banda específica podría ser trasmitido un mensaje.

—Siempre hay alguien que sabe, alguien que se dio cuenta, alguien que tiene en su poder las piezas del rompecabezas —dijo el mayordomo.

Pero nunca era yo.

Por lo menos la transmisión me había aclarado algo. Averigüé que Ellos me contrataron.

De haber sido Eugene Larken a través de Bryson-Modeski habrían dejado una palabra clave, un análogo del Micho, alguna manera secreta de comunicación.

Y si me clasificaban de «asesino» era por la mujer muerta. ¿No había aparecido ya en todos los periódicos?

Era demasiado pronto para que supieran que Ginter todavía estaba desperdigado a lo largo de una calle devastada.

No había sido contratado para que resolviera absolutamente nada, ni para que encontrara a nadie.

Mi papel era bastante más simple: un catalítico, una manera de precipitar las acciones.

¿Por ello la clasificación de títere?

Para saberlo bastaba con encontrar a Larken.

«Donde no eres nada.»

Tantos sitios…

¿Y por qué deseaban encontrarse a solas conmigo?

Pides que uno no lleve compañía cuando ello puede hacer cambiar el balance de fuerzas. Pero yo tenía la fuerza suficiente para que esa recomendación no tuviera sentido.

¿O pensaban que podrían hacerme cambiar de bando? ¿Qué iban a ofrecerme a cambio?

Al conocer, posiblemente, todo de mí… ¿cuál era el soborno?

Información. Algo que ignoraba de mí mismo.

Irresistible.