DieCiNueVe
Es difícil hacerse una idea de la increíble vastedad de terreno que ocupa villa Nueva Tierra mientras te estás acercando a ella desde el cielo. Puedes haberla visto miles de veces en la red pero nada te prepara para tamaña majestuosidad en vivo. Lo primero que ves mientras te aproximas son las dos pirámides, Gizeh y Kefren, dos inmensas moles de piedra antigua que todavía dan la impresión de estar cubiertas por la arena del desierto; las pirámides flanquean a la mutilada Estatua de la Libertad; la estatua no tiene cabeza, ésta fue destruida antes de que se efectuara el traslado del monumento desde Tierra, y el enorme pedestal que una vez le sirvió de apoyo ha sido sustituido por una estructura de cristal y aluminio en la que se puede leer: «En Memoria.» Restos de la antigua gran muralla china delimitan el perímetro de la villa que, tras dejar atrás las pirámides y la estatua, da paso a dos iglesias góticas dispuestas en paralelo: Chartres y Reims. Pasadas las catedrales se yerguen dos construcciones, una tras la otra, la catedral de San Basilio y la torre Guggenheim que una vez se alzó en Tokyo, aunque la primera debería quedar empequeñecida por la enorme torre de titanio, las dos aparecen inexplicablemente en equilibrio, como si no se pudiera concebir la arquitectura de una sin el complemento de la otra.
Los viejos monumentos terrestres fueron evacuados en los tiempos en que quedó claro que la Gran Guerra iba a ser inevitable, muchos países se negaron a perder los símbolos que les daban identidad y, por tanto, esos símbolos se convirtieron en cenizas con ellos. Todos los monumentos quedaron bajo el control de una delegación de la UNESCO en Marte, la intención inicial era que, una vez finalizada la guerra, los monumentos pudieran retornar a sus lugares de origen, pero eso nunca fue posible, el hombre nunca volvería a pisar Tierra. Con el tiempo, el control de todos ellos paso a Sistema que, poco deseoso de enfrentarse a los enormes costes de mantenimiento, optó por subastarlos. Muchos acabaron en manos de particulares como Ethan Lárnax y otros fueron comprados por asentamientos humanos deseosos de contagiarse con la antigua gloria de aquellos monumentos.
Dos naves de seguridad de Lárnax nos interceptaron nada más aproximarnos a la zona de aterrizaje, ni siquiera las vi llegar. Se colocaron uno a cada flanco de nuestro vehículo y nos escoltaron hasta que tomamos tierra. Cuando descendimos de la nave nos encontramos con un pelotón de soldados en perfecta formación. A su mando se encontraba un sonriente y canoso hombre de armadura negra que se acercó a grandes trancos hacia nosotros.
—Alexandre Sara y Vincent Aurora… —dijo inclinando la cabeza hacia nosotros en señal de saludo—. Soy Demetrio Jerusalén, el lugarteniente de Ethan Lárnax. El los espera en el patio principal. Si hacen el favor de seguirme…
Sentí a Vincent Aurora en mi mente.
—Nos acaban de someter a todas las exploraciones remotas que permiten los protocolos de Seguridad y Sistema. Y a uno ilegal, creo. —Vaya… Creí que eso habías sido tú…
La mansión principal de Nueva Tierra es un elegante palacio español de dos plantas que se encuentra rodeado por una docena de jardines diferentes. Hacia uno de esos jardines nos guió Demetrio. Ethan Lárnax nos había invitado a cenar, sí, pero de ahí a permitirnos entrar en los aposentos de su palacio iba un abismo.
Entramos en un patio circular surcado por una encrucijada de baldosas negras y blancas que desembocaban en arcadas finamente labradas, en el territorio delimitado por aquellos caminos crecía la flora más espectacular que la arquitectura genética había podido concebir.
Bajo una de las arcadas la más maravillosa estatua que hubiera podido imaginar el escultor más prodigioso nos observaba con ojos de jade, envuelta en la danza del polvo sorprendido por los oblicuos rayos de las luminarias, parecía sumergida en alguna suerte de animación suspendida. Un suave aroma a naranjas flotaba en el patio. Con un movimiento lánguido, de agua sobre agua, la estatua dejó de ser una estatua para convertirse en el hombre más poderoso de la galaxia que se acercaba hacia nosotros caminando despacio sobre el paseo ajedrezado, con el paso medido y orgulloso del que se sabe admirado.
Ethan Lárnax nos alcanzó un metro antes de llegar a la lujosa mesa que estaba dispuesta bajo la fuente flotante, retenida por un campo estático convenientemente creado para que el agua perdida por la fuente retornara a su base de alabastro tallado. Sobre el campo estático se posaba una bandada de palomas.
Lárnax ocupaba uno de los cuerpos más hermosos que hubiera visto jamás. Era un modelo humano en apariencia, un modelo de líneas clásicas que parecía esculpido en una desconocida amalgama de mármol y seda. Pero era hermoso de una forma que resultaba perturbadora ya que, en torno a su hermosura, se intuía un marcado halo bestial, denotando que bajo esa humanidad aparente yacía, latente, un poder bestial, una amenaza salvaje siempre a un tris de desatarse. En la mesurada lentitud de sus movimientos se entreveía la amenaza nada velada de la aceleración. Y me di cuenta de que aquellas percepciones no surgían del cuerpo que ocupaba sino de que se trataba de algo inherente a su persona real, que sin importar el cuerpo que vistiera, aquella fuerza atávica, aquella energía salvaje, como la sonrisa de Vincent, siempre emanaría de él.
Ethan Lárnax me tendió la mano, sonriente. Sobre nuestras cabezas las palomas echaron a volar.
—Vincent Aurora y Alexandre Sara… Muchas gracias por aceptar mi invitación. Tenía ganas de conoceros personalmente. He oído cosas increíbles sobre vosotros —su voz era lánguida y suave.
—Seguro que ni la mitad de las que hemos oído sobre usted… —le estreché la mano. Fue un apretón tibio y sostenido, medido. La mirada de Ethan Lárnax se clavó en mi mirada y tuve la desasosegante impresión de que mis ojos eran traspasados por una fuerza física, como si a través de sus ojos esmeralda hubieran despegado sondas que me hubieran invadido y, ya desde mi interior, buscaran profanar todos mis secretos, encontrar todos los anhelos y oscuridades que me daban forma e identidad. Me costó apartar la vista de aquellos ojos y de su poderoso magnetismo. Y aunque el rostro de Ethan Lárnax seguía tan imperturbable y hermoso como antes vislumbré, o creí vislumbrar, una tenue sombra que lo recorría y velaba antes de dedicarme una nueva sonrisa que de tan franca y abierta apestaba a falsedad.
—Nada de halagos, por favor, nada de halagos… Y no me tratéis de usted. Sé que es un tópico pero me hace sentir más viejo de lo que ya soy —tendió la mano a Vincent y éste la estrechó con fuerza, Vincent estaba contento como un niño: admiraba de verdad a Ethan Lárnax y no todos los días se tenía la «suerte» de conocerlo—. ¿Nos sentamos a la mesa? —preguntó Lárnax señalando las viandas.
Tomamos asiento. Demetrio permaneció en pie junto a Lárnax durante toda la velada, sin decir ni una palabra.
—¡¿Te lo puedes creer?! ¡¿Te lo puedes creer?! ¡Estoy cenando con Ethan Lárnax! —escuché la entusiasmada voz de Vincent en mi cerebro.
—Me lo creo, me lo creo… Es más, te recuerdo que yo también estoy aquí…
La cena consistió en una sucesión constante de exóticos manjares que una tropa de cocineros se dedicaba de colocar, uno tras otro, sobre la mesa. Ethan Lárnax, a pesar de un despliegue gastronómico de tal magnitud, apenas cenó, sólo de cuando en cuando, y de manera frugal, probaba algunos de los platos, asentía complacido, se pasaba una servilleta suavemente por los labios y tomaba un corto trago de vino.
En la primera parte de la cena, Ethan Lárnax se interesó más por nuestra vida privada que por nuestro trabajo. Entre los dos le contamos cómo nos conocimos en Ganímedes y cómo, en Luna, descubrimos mis habilidades como cobaya en la atracción del coloso negro. No hablamos ni de mi formal ni de las pequeñas modificaciones a las que nos habíamos sometido, no parecía un tema agradable ni educado para tratar con alguien como Ethan Lárnax.
En la segunda parte de la cena, Ethan Lárnax, cuando el tema de conversación derivó hacia Bodyline Enterprise, nos habló de él y de las atenciones que albergaba hacia nosotros.
—Es algo que poca gente sabe, pero mi primer trabajo en Bodyline Enterprise fue como tejedor de ADN. Sí, sí… Empecé desde abajo…, pero en poco tiempo mis capacidades llamaron la atención del director, Mohamed Kamuzu, probablemente ni lo recordéis… Ha pasado ya mucho tiempo. Ascendí con rapidez y en unos meses ya era director adjunto y, un tiempo después, cuando Kamuzu decidió retirarse, yo lo sustituí al mando de la empresa. Mis aptitudes, como las vuestras, son innatas. Como yo llamé la atención de Kamuzu, vosotros habéis llamado la mía. Y no sólo sois buenos cobayas, vuestra lealtad a Bodyline Enterprise es elogiable. He tenido la oportunidad de echar un vistazo a algunas de las ofertas de trabajo que os han llegado en los últimos tiempos y, francamente, si yo recibiera una oferta como ésas, muy probablemente me pensaría mucho seguir trabajando aquí… —dijo sonriendo—. Bien… lo que quiero decir es que necesito a gente como vosotros a mi alrededor. Gente con un talento fuera de serie. Gente en la que pueda confiar —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Quiero que seáis mis cobayas personales —dijo—. Seguiréis con vuestro trabajo de manera normal pero, de cuando en cuando, os pediré, a uno o a los dos, que probéis los cuerpos experimentales que yo mismo diseño. Os aviso: es todo un reto… pero si lo superáis con éxito cualquiera de las ofertas que os hagan llegar mis competidores os parecerán una bagatela al lado de lo que vais a ganar conmigo.
—Vaya…, es todo un honor… La verdad es que no sé qué decir… —Vincent parecía aturdido, anonadado.
Y yo, maldito sea, me recliné en la mesa y sí supe que decir.
—Desde luego. Nos encantará probar esos cuerpos. Será un verdadero placer trabajar a su lado…
Una semana después Vincent estaba muerto.