IV
Fui hasta el edificio de enfrente, subí hasta la azotea y me puse a observar la entrada del lugar, en busca de que algo extraño sucediera. Mero optimismo.
Ignoraba qué era lo normal en ese sitio, así ¿cómo iba a poder distinguir lo extraordinario? Sin embargo, me quedé ahí hasta que fue hora de ver a Hollenbeck.
Un tipo bajito, con traje bien cortado y pinta de contable.
—Si Farragut no se presenta en tres días, la empresa tendrá que darlo de baja.
Tan buen corazón. No dije nada.
—Ausente sin permiso —aclaró.
—Le informaré que se reporte en cuanto lo encuentre —dije— y para encontrarlo necesito algunos datos.
—No puedo decirle nada respecto a la empresa.
—¿Datos sobre la empresa quiere decir acerca de sus sueldos, prestaciones, reparto de utilidades, horas extra y cosas por el estilo? —Sí.
—¿Por que no? —Política de DeCe.
—No se preocupe, no preguntaré nada sobre DeCe.
—Los datos sobre los empleados también son confidenciales.
—Me manda la esposa.
—Necesito una carta poder.
La traía, por supuesto. Firmar papeles tranquiliza a los clientes y a veces son necesarios.
Tomó el documento y lo leyó de cabo a rabo, dejando bien claro que no se creía una palabra, que el mero hecho de estar ahí, frente a su escritorio, era una afrenta a su valiosísimo tiempo.
Después tecleó algo en su computadora, girando la pantalla en forma ostensible para que no pudiera ver nada, disfrutando de su pequeño poder.
La pantalla se reflejaba perfectamente en sus lentes cuadrados. Firmas, retratos, documentos escaneados.
Estaba comprobando si la Jana Bryson que firmó era la misma… No era la misma… Ni siquiera se parecía. Levantó la vista hacia mí.
Le sostuve la mirada, primordialmente porque no supe qué otra cosa hacer. Sonrió.
Ahí está, pensé, le he alegrado el día. Podrá amenazarme con llamar a la policía si no desalojo su precioso edificio de inmediato. —Está bien —dijo—, ¿qué quiere saber?
Lo revisé con mis poderes. No estaba apretando ningún botón oculto llamando a Seguridad. Se encontraba sentado muy tranquilo esperando mi respuesta.
—¿Qué día puedo verlo con calma? —respondí.
Necesitaba tiempo para pensar.
—Hoy.
Algo había activado en Hollenbeck el programa «Servicial». Hasta era posible creer que sinceramente deseaba ayudarme.
¿Se suponía que yo ignoraba o no que Bryson no era Bryson? Si la esposa era falsa, ¿los datos que me dio también eran falsos? Sabía que Hollenbeck me estaba mintiendo, ¿cómo creerle nada a él?
¿Y él sabía que yo sabía que me engañaba? ¿Debía seguir el juego, hacerle creer que había caído en la mentira?
Pregunté generalidades sobre Farragut, no porque me hubiera decidido a una estrategia en particular, sino porque era lo más sencillo en ese momento.
—¿Cuantos años llevaba en DeCe?
—Doce.
—¿En qué trabajaba?
—Esos datos son confidenciales.
—¿Secretos?
—Únicamente confidenciales. No puedo darle detalles, sólo una idea general: realizaba investigaciones para la empresa. —¿Qué investigaciones?
—Derivados de un gas raro, específicamente el de peso atómico 36. —¿Armamento? Se rió.
—No, claro que no, usamos ese gas en las lámparas fluorescentes. Queremos que sea más barato, usarlo en más cosas. DeCe es líder en la transformación de materiales. Para seguir siendo líder es necesario experimentar siempre.
—¿Y estaba logrando algo Farragut?
—No.
—Entonces ¿por qué es tan confidencial? —No lo es tanto. Se lo estoy diciendo a usted. No pasamos de ahí. ¿Qué caso tenía? Todas esas respuestas estaban, como acostumbran decir los abogados, «viciadas de nulidad». Una cosa era clara.
Alguien deseaba que buscara a Farragut.
Tal vez la mujer que se presentó a sí misma como Bryson, o alguien a través de ella. ¿Para qué?
Su declaración, debo confesarlo, también estaba «viciada de nulidad».
¿Qué entonces?
Debía regresar al principio.
Y el principio era Farragut.
El tiroteo en su casa, si es que hubo un tiroteo, un Micho baleado, una mujer que escuchó las buenas noches susurradas al otro lado de su puerta.
Quien me contrató, ¿sabía de ese detalle porque era ella la que cargaba esa amabilidad calibre 12?.
¿Qué fue lo que le pasó en realidad?
Odio ignorarlo, de pronto, todo. La vuelta de tuerca que convierte lo sencillo en complicado, las fichas del juego que cambian de valor en un solo movimiento.
Odio el mundo real.