20
A la una y diez estaba sentado enfrente de Draper, en su despacho de la calle Conde de Xiquena.
—Parece que has pasado la noche en una montaña rusa —me dijo—. ¿Te encuentras bien?
—Divinamente. ¿Por qué me has dejado una nota en casa?
—Porque no estás nunca, te he estado llamando todo el día —me di cuenta de que observaba los tres zurcidos del traje y el desgaste de las solapas. Este tipo de cosas no se le pasaban nunca a Draper.
—Estoy en el paro, Draper y si me quedo en casa, me aburro. ¿Es que tienes algo para mí?
—Algo hay, sí. Pero las cosas están muy mal, ya lo sabes…
—Sí, los impuestos, la seguridad social… Lo sé… Al grano, si tienes trabajo para mí, suéltalo. Tengo muchas cosas que hacer.
Se revolvió en el asiento.
—Verás, lo has hecho muy bien, los tíos de Establecimientos Eladio no podían creerse lo que le sacaste a la señora de la cocina. Todo esto acredita al negocio ya sabes… Tengo algo muy importante, muy gordo y un poquito delicado… A propósito, ¿qué quería la policía de ti el otro día?
—Frutos necesitaba que le identificara a alguien. Nada importante.
—Me alegro porque Frutos es muy quisquilloso… ¿sabes que lo conozco desde la guerra?
—No, no lo sabía.
—Lo dos éramos Guardias de Asalto y las pasamos canutas para ingresar en el Cuerpo. Menos mal que mi tío Ramón, el teniente coronel, me parece que ya te he hablado de él, hizo que quitaran el expediente y pude ingresar… pero Frutos… le llamábamos el rojillo y en tiempos de la guerra, fíjate tú como sería… No sé cómo pudo ingresar… me parece que fue gracias al párroco de su pueblo, no sé.
Apagué la colilla del purito en el cenicero que estaba sobre la mesa y me levanté.
—¿Eh, dónde vas? —dijo Draper.
—Hasta luego.
—Un momento, Toni —le escuché suspirar—. Espera, ya sabes que me enrollo mucho.
—Estás muy ocupado, yo también. Otro día vengo y le damos a la lengua, hoy no tengo tiempo.
Me hizo un gesto con la mano para que me sentara.
—Siéntate, hombre —lo hice—. Tengo un trabajo muy gordo, muy importante… lo que ocurre es que mi hijo no quiere ni oír hablar de ti y me pongo nervioso, no sé por qué no le gustas. Me amenaza con marcharse y poner su propia agencia y yo estoy ya viejo para volver a empezar… Gerardo antes no era así, ha sido esa gilipollas de mujer que tiene… Ahora le ha dado por el vídeo, se ha comprado un aparatito de ésos y se pasan el día poniendo películas.
—Ya se le pasará —le dije—. Esas manías duran poco.
—Eso espero —volvió a suspirar, abrió uno de los cajones de su mesa y sacó un fajo de papeles y unas fotocopias y los ordenó cuidadosamente sin levantar la vista.
—Llevamos ya casi un año con este asunto.
Me tendió una fotografía ampliada en blanco y negro en la que había un sujeto joven y rechoncho, alzando los brazos como si saludara. Su cara era gorda y grande, con una boca redonda que semejaba al desagüe del lavabo de una pensión barata.
—Se llama Nelson Roberto Cruces, pero lo llaman Bobi. Es un cubano criado en Estados Unidos que vino a España con pasaporte de exiliado en 1978, pero se nacionalizó hace tres años. Tiene veintiocho años, soltero y es el fundador de una especie de secta llamada La Luz del Mundo. Está registrada legalmente como una sociedad benéfica con fines religiosos y se dedica a recoger a desgraciados, drogadictos, madres solteras, niños sin familia y cosas así… tienen la sede en Fuenlabrada, un edifico de tres plantas con dos locales comerciales. Empezaron en un cuchitril alquilado y ahora tienen, además del edificio de Fuenlabrada y los dos locales comerciales, una finca en Toledo de cien hectáreas a la que llaman El Reino de Dios. Allí cultivan legumbres y frutales sin contaminar y esas cosas. ¿Vas cogiendo onda?
—Sí, continúa.
—Verás, lo que más tiene este pájaro son chicas descarriadas y drogadictos, porque lo de los niños lo ha abandonado un poco porque ahora Protección de Menores está al loro y les hacen la vida imposible… Las chicas y los chicos reciben jarabe de pico a manta, sitio donde dormir y comer gratis a cambio de no hacer nada… aparentemente. Aquí tienes los folletos del Hermano Nelson.
Todos tenían cuatro hojas impresas, de varios colores. Las había rosas, azules y naranjas. Los títulos eran, La luz de Dios llegará para Ti, No estés afligido, Él está contigo y Ven Conmigo, Hermano. El logotipo era un horizonte con un sol naciente que derramaba sus rayos sobre la frase «La Luz del Mundo».
—Pero —continuó Draper— después de un par de días en la casa, como le llaman ellos, los chavales se tienen que poner a currar. Unos van a la finca a labrar la tierra y a cuidar el ganado, otros a ocuparse de la imprenta y el comedor y otros a vender por la calle estos folletitos, y aquí está el negocio —hizo una pausa y me miró fijamente, como si comprobase que le prestaba atención—. Todos los días una legión de chicos y chicas salen a la calle a repartir estas hojas, pidiendo la voluntad. Hemos calculado que el Hermano Nelson saca diariamente alrededor de un millón de pesetas, ¿te das cuenta? Es el negocio editorial mejor montado que conozco, porque también salen a pueblos y a otras capitales de provincia. Además, todos ellos lo hacen por amor al arte, sin cobrar salarios —aquello parecía gustarle a Draper, suspiró largamente—. El despacho de abogados ha calculado por encima que el hermanito Nelson saca alrededor de veinte millones al mes.
—Curioso —dije yo.
—¿Sólo se te ocurre decir eso?
—Se me ocurren más cosas pero me las callo. ¿Has terminado?
—No… Lo único legal que posee oficialmente el dichoso Nelson es la finca de Toledo y el edificio de tres plantas en Fuenlabrada que está hipotecado. En teoría es pobre como una rata y un altruista… Uno de los locales del edifico de Fuenlabrada lo tiene acondicionado como comedor gratis para pobres en general, drogadictos con ataques de mono, nenes huidos de sus casas y cosas así. Los alimentos los traen de la finca. Además, en el otro local tiene la imprenta donde se hacen estos panfletos, que regenta él, personalmente. Pero allí todo el mundo trabaja por la cara y no hay manera de demostrar que el negocio de la venta de estas hojitas es el truco de las gallinas de los huevos de oro. Todo son ganancias, apenas si hay gastos, pero el bueno de Nelson no paga. Debe alrededor de catorce millones de pesetas a distintos proveedores y a dos bancos.
—¡Ajá!, catorce millones —apreté las hojitas sin darme cuenta—. ¿Cómo lo ha conseguido?
—Es muy astuto. Desde hace cuatro años ha estado comprando alimentos y materiales diversos a distintos proveedores, pagándoles poco a poco con préstamos de los bancos. Como al principio iba pagando, los proveedores le seguían surtiendo y los bancos concediéndole préstamos y moratorias, hasta que se dieron cuenta de lo que se estaba cociendo en esa sociedad altruista. De modo que hace poco más de un año se han reunido todos los acreedores y han puesto una denuncia por estafa continuada y ahí entramos nosotros…
—Un momento, Draper —le interrumpí—. ¿Qué despacho de abogados lleva el caso?
—Son dos chicos jóvenes, ahí en la calle del Pez. ¿Qué te importa a ti eso?
—Quiero saber si se han intentado todos los medios legales.
—Pues claro, hombre… pero el hermanito Nelson lo tiene muy bien montado, todo lo tiene hipotecado, la finca, el edificio y los locales comerciales… meterse en pleitos significa dos años como mínimo de papeleos y juicios, la subasta de las propiedades… un follón. He pensado otra cosa —sonrió—. Algo más rápido y efectivo.
—¿Como qué?
—Verás, hemos descubierto que el bueno de Nelson está negociando con el dineral que saca de los dichosos folletitos. Se ha dedicado a comprar pisos y apartamentos en toda la costa y en Madrid, pero a nombre de su madre, una tal Adela Cruces que vive en Miami y visita a su nene en Madrid de vez en cuando, para ver cómo andan las cosas y controlar el tema. Sospechamos que es la mamá quien verdaderamente lleva las riendas. La señora es una verdadera financiera. Se le conocen negocios en Miami y conexiones en España que todavía no hemos descubierto, pero que son importantes. Ten en cuenta que veinte kilos, mes a mes, es mucho dinero, además libre de impuestos. Es muy posible que la mamá esté ahora en España, en Madrid concretamente, y a lo mejor a la buena señora no le va a gustar un par de cosas que sabemos de su precioso niño… Hace más de una semana que el hermanito Nelson no duerme en Fuenlabrada, Gerardo lo ha estado siguiendo y ha descubierto que vive en un picadero que ha comprado en Alberto Alcocer, 37, once B. El pisito está a nombre de la madre. Ahí es donde lo vamos a agarrar. El nene pasa todas las noches con una mujer.
—Ya, lo estoy viendo venir —Draper se pasó la mano por el pelo y me clavó la mirada. Era una mirada ansiosa—. Alguien podría subir a ese piso, descubrir el pastel y chantajearlo para que pague. ¿Me equivoco?
—Hombre… no le llames chantaje…
—Se llama chantaje, Draper.
—Trescientos billetes por un carrete en donde se vea a Nelson con las manos en la masa.
Dejé los folletos de colores y la foto del chico gordo sobre la mesa. Encendí un cigarrillo.
—Trescientos papeles, Toni. Tú eres el único que lo puede hacer.
Arrojé el humo al techo.
—Hay algo aquí que no entiendo —Draper alzó la ceja derecha en una muda interrogación—. Este chico ha demostrado hasta ahora que es muy listo. Tiene montado un negocio sin una sola fisura, saca un pastón, libre de impuestos, y sin embargo es tan idiota que deja a deber una minucia como catorce millones, se enfrenta a los bancos, a un montón de acreedores, a un despacho de abogados y a un perro viejo como tú. ¿No es más fácil pagar? ¿Por qué no ha pagado? Es algo que no entiendo.
—Siempre serás el mismo, Toni… ¡Yo qué sé! El caso es que el cabrón ese no ha pagado y nosotros lo vamos a pillar. No te preocupes de nada más.
Seguí arrojando el humo.
—Pero es muy extraño, Draper. Digas tú lo que digas. Háblame de esa Adela Cruces. ¿Qué sabéis de ella?
—No mucho. Nos hemos dedicado más a su hijito. Según parece es de Lugo y se marchó a Cuba siendo una niña, con su madre y una hermana más pequeña. No sabemos lo que estuvieron haciendo allí, pero al llegar la revolución castrista se vinieron para España, al parecer con lo puesto. La primera noticia que tenemos de ella es a través de Nelson. Ella vive en Miami dedicada a negocios de inversiones y cosas así y viene de vez en cuando a Madrid.
—¿Y la otra hermana?
—Ni idea. Igual está también en Miami.
—Me mosquea que no pague… y las hermanas.
—¿Qué coño importan las hermanas? Lo que interesa es el nene, el Nelson. Si consigues unas fotos de él con la gachí esa, pagará. No te quepa duda.
—Necesito una cámara fotográfica pequeña, manejable, con flash incorporado y un carrete de película de alta sensibilidad. La puedo alquilar, no hay problema. Además llevaré un ayudante, a ser posible un buen espadista.
—¡Muy bien, Toni, lo que tú quieras!
—Pues quiero cien mil pesetas más. Sin contar otras cincuenta para alquilar la máquina de fotos y otras cincuenta para gastos. En total, medio kilo, Draper.
Se echó hacia atrás en el asiento.
—¿Estás loco? ¿Medio kilo? ¿Pero qué estás pensando? —me puse en pie. Le di la última calada al cigarrillo y lo aplasté en el cenicero de cristal. Draper se puso también en pie—. ¡Espera un momento, no seas loco! ¿De dónde saco medio kilo, eh, dímelo?
—Estoy cansado de regatear, muy cansado. La agencia se llevará el treinta y cinco por ciento de la deuda, lo que hace más de cuatro kilos, si es que me has dicho la verdad sobre los catorce millones, que no lo creo.
—Siéntate, Toni, siéntate.
—No, me voy a comer. Estoy cansado de estar sentado.
Salió de su sillón y me tomó de los hombros. Tal como me lo figuraba, su aliento me recordó una tortilla de ratas muertas.
—Está bien, medio kilo. No te enfades, pero es que somos muchos a repartir. Están los abogados, la agencia…
—¿A cuánto asciende la deuda en realidad, Draper?
Bajó los brazos. Su cara se puso borrosa como si le hubiese dado un viento helado. Carraspeó y torció la boca varias veces.
—Veintidos kilos —dijo con voz suave.
—Quiero un adelanto de veinticinco mil. Estoy sin fondos.
—Claro, claro…
—Metálico, nada de cheques.
Aguardé en la puerta. Vi cómo rebuscaba en los cajones, hasta que sacó un sobre de papel manila. Contó cinco billetes de cinco mil y me los entregó despacio.
Eran billetes nuevos, crujientes. Los coloqué en el bolsillo interior de mi chaqueta.
—Gracias, Draper. Ahora sólo me debes medio kilo. Esto ha sido para hacerte perdonar las mentirijillas que me has soltado. ¿De acuerdo?
Sus ojos no parpadearon.
—De acuerdo. ¿Cuándo harás el trabajo?
—Déjame unos días. Te avisaré.
—Lo harás, ¿verdad?
—Sí —le dije abriendo la puerta. El pasillo estaba vacío. Draper me observaba en silencio. Había algo extraño en su mirada.
No se despidió.