Nota del autor

La primera impresión cuando recibí la propuesta de La Esfera de escribir un libro sobre Rafael Nadal fue de cierto temor: imponía el lógico respeto abordar en un proyecto de largo recorrido la figura de uno de los más grandes deportistas de siempre. Tampoco tenía claro qué sería capaz de añadir a los centenares de artículos sobre él en El Mundo, ya fuera en la edición impresa del periódico o en la digital. Tardé poco en interpretar la sugerencia como un atractivo desafío. Era la oportunidad de contemplar al tenista sin los inevitables apresuramientos del oficio, de manejar fecundamente la pausa y renovar un discurso quiérase o no sesgado por las circunstancias, cada vez menos favorables a la reflexión.

Diez años después de instalarse casi permanentemente entre los tres primeros del mundo, con dilatados períodos en el número uno, transcurrida una década de su estallido, era un buen momento para otorgar a la narración episódica de sus hazañas un carácter orgánico, para contar aquellas cosas que no habían tenido cabida en el siempre limitado espacio del papel o en el tiempo frenético de la web. Un libro es lentitud, serenidad, constancia, algunas de las virtudes que más aprecio en esta vida regida por las servidumbres de la inmediatez. Un libro es luz, o al menos ha de pretender serlo. Una luz no formada por el destello a veces cegador de lo recién acontecido, sino tenue, pertinaz, cuyo alcance reside en la posibilidad de alumbrar las experiencias con mayor calado, de observar las cosas bajo la lupa de lo retrospectivo.

Es esta una narración que se nutre del ámbito confesional y de los testimonios de personas no necesariamente restringidas al deporte. En el repaso contingente del trabajo, asomaban una y otra vez valores éticos adscritos a la gigantesca figura de Nadal, capaz de generar poco menos que fascinación en intelectuales ajenos al seguimiento pormenorizado de su dilatada presencia en las pistas.

Parte de aquí el agradecimiento a cuantos han querido colaborar en una empresa cuya deseada singularidad se nutre de reflexiones que desplazan al protagonista del constreñimiento puramente competitivo. A Javier Gomá, a José Antonio Marina, a José Manuel Beirán, a Manuel Villanueva, a Enrique Dans, quienes quisieron compartir conmigo y, consecuentemente, con los lectores, una percepción cualificada, reveladora, distinta. Cómo no, también a personas más próximas a su devenir, que del mismo modo me prestaron sus ojos en esta aventura de observación colectiva.

Dice mi admirado Antonio Muñoz Molina que en el proceso de la escritura se pasa siempre por períodos de ebriedad y de desvalimiento. No hubiera sido posible atravesar estos últimos sin el empuje de la gente más cercana, de mi familia y de esos amigos de todas las horas, pacientes e inquebrantables en su aprecio y lealtad. Va por ellos. Por mis hermanas, muy vivas, que me abrieron el camino, por mis sobrinas, por mis hermanos y mis padres, siempre presentes. Por Manuel Llorente, que me hizo el honor de pasar su exigente filtro a mis palabras. Por Alejandro, Fernando, Chema, Toni y Gerardo. Con mayúsculas. Por Juan Miguel, que puso música a las letras. Por Pepe Balboa, obsequioso anfitrión de pensamientos y conversaciones. Por todas las personas a las que alguna vez quise o me quisieron.

Entre las mayores recompensas de culminar esta empresa se encuentra haber contado como prologuista con Santiago Segurola, quien es el modelo profesional que siempre he querido emular desde que tuve la fortuna de poder dedicarme al periodismo. Entre los mayores provechos, la cuidadosa disección del libro de Javier Sánchez.

Las fotos de la portada y la contra se las debo a Carlos García, fino retratista; la idea, a Rodrigo Sánchez, creador audaz; y a Mercedes Albizúa, auxilio insoslayable en toda la edición gráfica. A ellos se sumaron Carlos Montagud, Álvaro Undabarrena y Daniel García, cómplices desinteresados y entusiastas. Me impulsó a emprender la tarea mi compañero y responsable de Deportes Luis Fernando López, fiel y sabio consejero.

Gracias a La Esfera de los Libros, a Aranzazu e Ymelda, por confiar en mí. A Alberto, por su comprensiva dedicación. A El Mundo, donde aprendí y sigo aprendiendo. Y a Rafael Nadal, con la ilusión de volver a ser testigo y glosador de sus hazañas.