CAPÍTULO 10
La configuración del carácter
Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, así pues, no es un acto, sino un hábito.
ARISTÓTELES
Mueve Nadal a abrir frentes de reflexión alrededor de la inteligencia y sus distintas aplicaciones. Sobre la mesa de la sala donde me recibe José Antonio Marina, en su despacho de la calle Zurbano de Madrid, reposa Campus Vida. Da virtude necesidade, de Senén Barro Ameneiro. Mi interlocutor, filósofo y pedagogo, lleva toda una vida investigando, entre otras muchas disciplinas, sobre la potencialidad intelectual del ser humano y los fundamentos de la educación. Aficionado al deporte, que le ha servido en diferentes ocasiones para encontrar elementos muy plausibles en su infatigable tarea científica, reconoce en el protagonista de este libro muchos valores sobresalientes, además de los deportivos.
Comenzamos por el principio, la instrucción a partir de la cual se forma el niño, la sustancia que puede permitirle después, obviamente desde unas aptitudes innatas, conciliar el éxito profesional con un ejercicio sincero de modestia, sin sucumbir a algunos de los derivados del triunfo y la celebridad.
«Hay personas que ante un sistema de obediencia se hacen dependientes y no salen nunca de ahí. Otras, a partir de esas mismas pautas, aumentan su grado de autonomía. Lo que ha de enseñar un padre, y un entrenador, a su hijo o a su pupilo, es la necesidad de independencia. En el caso de Nadal da la impresión de que un método muy severo estuvo también dosificado, orientado, e hizo que él no se convirtiera en una persona sumisa y dependiente, sino que adquiriese la autonomía de un individuo libre».
La inflexibilidad en los métodos, un talante implacable y de absoluto rigor tienden a considerarse como premisas básicas en un preparador que quiera sacar lo mejor del deportista. «No siempre la severidad consigue buenos resultados», matiza Marina. «Ha de tener claro lo que pretende lograr, establecer un tipo de relación, de colaboración muy concreta con el jugador. Un mal entrenador puede conseguir progresos técnicos, pero no personales, y provocar que el discípulo no sepa distanciarse de él. Sería como el psicoanalizado que es incapaz de desenvolverse sin el auxilio del psicoanalista; en el momento que no cuenta con él se encuentra perdido. Toda educación debe fortalecer la autonomía de una persona y no establecer lazos de dependencia que la limiten. Es importante ir al origen de la autoridad. Cuando esta mana del respeto, nada tiene que ver con el poder coercitivo que se impone por la fuerza o el castigo».
Establece Marina cuatro variedades en la relación padre-alumno o entrenador-jugador. «Estarían los cariñosos y laxos, con quienes el niño o el atleta se encuentra cómodo, pues no hay exigencia de mejora. Tampoco funcionan los fríos y laxos, ni los fríos y exigentes, estos últimos demasiado autoritarios. Son los cálidos y exigentes quienes verdaderamente consiguen resultados. Hace falta cercanía, proximidad, feeling, que el jugador perciba que trabaja junto a su técnico en una misma dirección. La severidad demasiado distante produce rebeldía. Ha de venir acompañada de una conexión emocional estimulante y satisfactoria». Estaríamos en un escenario no demasiado lejano del que comparten Rafael Nadal y su tío, con un vínculo familiar que ejerce de argamasa en las situaciones delicadas. Hay un evidente interés común, fortalecido por la consanguineidad.
Entre la amplia bibliografía de José Antonio Marina se encuentran sugerentes estudios sobre los mecanismos neuronales en la toma de decisiones. Hablamos de alguien acostumbrado a acertar en esos márgenes estrechísimos en los que está obligado a hacerlo un campeón de tenis, sometido además a una presión difícil de soportar. Hay una constante en el pensamiento de Marina: casi nada ocurre por azar o simple genética, existe un trabajo detrás, un proceso de aprendizaje.
«Muchos de los momentos decisivos de nuestra vida no estuvieron acompañados de decisiones conscientes», escribió Daniel Dennett, filósofo estadounidense especialista en el estudio de las ciencias cognitivas. «Las decisiones acertadas también forman parte del entrenamiento. Es cierto lo que dice Dennett: gran parte de ellas las tomamos inconscientemente, las toma nuestro cerebro. Ahora bien, ¿nos podemos fiar de ellas? Depende de cómo hayamos educado al cerebro. Una persona que lo ha hecho dejando que este se guíe por emociones intensas, probablemente va a errar. Si, por el contrario, ha ponderado bien los pros y los contras, seguramente acertará. Nuestro cerebro está tomando continuamente decisiones, de manera automática», explica Marina.
En un deporte como el tenis, que demanda un continuo ejercicio de precisión y que se desarrolla a una extraordinaria velocidad, la respuesta cerebral se revela determinante. «Dado el tiempo que hace falta para que una imagen vaya desde la retina hasta el lóbulo occipital, el servicio, por ejemplo, es imposible de procesar por el cerebro. El jugador que va a restar ha de empezar a moverse y a organizar todos sus sistemas musculares antes de que la pelota haya salido de la raqueta. Eso precisa de mucho entrenamiento, para poder percibir las señas, los gestos, algo similar al portero de fútbol frente a un penalti a la hora de intentar descifrar por dónde va a ir el balón».
Cuenta Agassi en su autobiografía cómo intuía ocasionalmente los servicios de Becker, uno de los mejores sacadores de siempre, observando ademanes concretos de su rostro. «Saca la lengua apuntando hacia la derecha, y saca hacia la derecha. Yo le adivino las intenciones, y le devuelvo un cañonazo. Gano el punto», escribe sobre las semifinales del Abierto de Estados Unidos de 1995. Confesiones de un acreditado restador, que acostumbraba a tomar la iniciativa en los puntos a partir de la primera devolución, dotado de ese poder para anticiparse, con mucho de rigor adivinatorio.
Las 10.000 horas de Ericsson
«Son destrezas que se van adquiriendo con un entrenamiento muy largo, como sucede en cualquier tipo de actividad compleja. Anders Ericsson, profesor de Psicología de la Universidad de Florida, sostiene que hacen falta un mínimo de 10.000 horas para alcanzar una progresión alta, 10.000 horas en las que el atleta organiza su cerebro y sus sistemas musculares. Ha de entregarse en manos de sus automatismos, pues carece de tiempo para pensar. El pensamiento es una actividad lenta, mientras que los reflejos automáticos son rápidos. Todo tipo de entrenamiento va dirigido a crear los mecanismos necesarios para que el pensamiento consciente solo regule las estrategias y las corrija. Un violinista, por ejemplo, no puede estar pensando cómo va a mover los dedos; eso lo automatiza. Luego sigue una partitura y se adapta a un ritmo adecuado, a una especie de monotorización desde arriba», apunta Marina.
Conferencia de prensa previa al comienzo del Abierto de Australia de 2015. Nadal se autodescarta como favorito. He aquí las razones, imbricadas con la reflexión de Marina: «Al final, los automatismos son los que hacen que las cosas funcionen bien. Es como todo: cuando se hace de memoria, prácticamente sin tener que pensar, uno se mueve más rápido, ágil, sin tener en la cabeza nada más que dónde quiere dirigir la pelota. Cuando llevas mucho tiempo sin competir tienes en la mente más cosas: cómo hacer el movimiento, cómo llegar a la bola, cómo colocarte, todo ese tiempo que pierdes y va en contra tuya. Es el proceso que has de pasar. Y yo lo estoy pasando. Es una realidad», diagnostica el campeón de 2009, que viene de otro período corto de competición, después de que el último tramo de 2014 se viera perturbado por una lesión de muñeca y una operación de apendicitis, cuya convalecencia aprovechó para tratarse en la espalda con células madre.
«La capacidad de atención posee una amplitud muy pequeña y exige mucho esfuerzo, de ahí que realmente solo podamos atender a una sola cosa», continúa Marina. «Cuando automatizamos un proceso, no se consume carga de atención. Resulta más sencillo y no provoca cansancio. Desde un punto de vista neurológico, los hábitos poseen un patrón muy curioso. Vemos el electroencefalograma de una persona al iniciar una acción consciente, y hay un pico de activación que durante toda la ejecución se mantiene en ese umbral y desciende una vez finalizada esta. Si se trata de un procedimiento mecanizado, existe un pico al comienzo, pero luego baja, para volver a elevarse una vez concluida la acción. Hay un período en el que no está consumiendo energía y puede dedicarla a otra cosa. Automatizar todos los procesos que podamos es el gran alarde de la inteligencia, obviamente aconsejable no solo para deportistas, sino también para matemáticos, científicos... Se administran así recursos que son escasos».
La cabeza de Nadal. Nuevamente. Su réplica en situaciones límite, donde muchos fenecen, víctimas del pavor o el desmayo. «La resistencia al estrés también se adquiere trabajando los esquemas mentales. Casi todos los entrenadores insisten en cómo el atleta se habla cuando está compitiendo, en los mensajes que se envía. No lo hace frecuentemente Nadal, pero sí Djokovic, por ejemplo. En el momento en que ese monólogo adquiere carácter negativo, generalmente el jugador se rinde. Nadal posee una resistencia física y anímica al esfuerzo que hace que donde otros desistan él se mantenga».
La memoria muscular, la memoria estratégica, la memoria emocional, de las que ha hecho gala siempre, en particular en los momentos medulares de su trayectoria. «Las 10.000 horas han de ser bien dirigidas. Nadal no se acuerda de los millones de veces que ha ejecutado un servicio en una dirección muy concreta, pero su memoria muscular sí. Emocionalmente, es importante insistir en lo ya logrado, no como halago sino como elemento fortalecedor para situaciones futuras», continúa Marina.
Una carrera forjada a través de la resistencia a las contrariedades, del enfrentamiento al dolor, a los períodos, en ocasiones muy dilatados, en que no pudo desempeñar su trabajo debido a las lesiones. «Soportar estos trances forma parte del carácter, que es el conjunto de hábitos firmemente establecidos que tiene una persona. De ahí que se le considere nuestra segunda naturaleza. La primera es el temperamento. A partir de ahí, cada uno conforma su carácter. Hay quien es capaz de enfrentarse con la adversidad, de soportar el esfuerzo, de entrenar, de tener miras altas, deseo por la excelencia... Y todo esto dentro de una serie de virtudes que todos valoramos en Nadal: “Esto no me ha hecho un engreído, esto no me ha hecho un soberbio, esto no me ha hecho perder el agradecimiento por la gente que quiero”».
Una percepción común, que suscribe buena parte de los aficionados y no deja de llamar la atención en un territorio abonado para la vanidad, la egolatría y las conductas poco edificantes. «Ha desarrollado una serie de hábitos morales que permiten ponerle como ejemplo de una persona que habiendo ganado todo ha mantenido su humildad. No parece que sea despótico. Es muy atento con la gente. Conserva la gratitud hacia su tío, con quien, como resulta lógico, después de tantos años habrá tenido muchas broncas. En un momento en que todo el mundo está deseoso de la fama y de que le bailen el agua, es discreto en sus apariciones. Podría haber tenido todas las virtudes de un gran atleta y como persona ser absolutamente imposible. Cuando de muy joven gozas de celebridad, fama, dinero y atractivo, es complicado mantener la sensatez. Mi suegro solía decir que únicamente las águilas soportan las alturas», apunta el filósofo.
Los miedos y el aprendizaje de la valentía llega después de Anatomía del miedo.7 El feraz ensayista, paciente, afable, excelente divulgador, se ha detenido reiteradamente en una de las emociones que condicionan en mayor medida la conducta humana. Nadal, que teme a la soledad, a la noche y a la oscuridad, ha entrado en la historia del deporte, por derecho propio, como uno de los más valerosos competidores.
«En sus orígenes, el concepto de fortaleza era más amplio que el de valentía. Digamos que tenía dos partes: yo me atrevo y yo resisto. Alguien emprendedor, que se arriesga pero a la vez mantiene el esfuerzo, posee capacidad de aguante, de sufrimiento, de sacrificio. Todo esto configuraba para los clásicos la gran valentía. No es el que se lanza de manera temeraria, sino quien cuando hay que hacerlo lo hace y cuando hay que aguantar también se muestra capaz de ello. Ambas facetas conforman esa virtud de la fortaleza que después permite todas las demás: para ser justo, has de ser fuerte; del mismo modo para dominar las emociones; has de contar con prudencia para no dejarte llevar por los arrebatos; has de ser fuerte para no quedar a merced del miedo ni de la huida. Es una virtud ética fundamental, y más aún para quien se enfrenta a un proyecto tan difícil como es el de los deportistas de élite», comenta Marina.
Dentro de su amplio espectro intelectual, vuelve una y otra vez a conceptos pedagógicos, a la necesidad de formar a los niños bajo valores solventes que, a su juicio, en muchas ocasiones no se les procuran. El modelo de Nadal, no solo en su dimensión victoriosa, pues eso solo está al alcance de los elegidos, sino como referente educacional. «La tenacidad, una bien encauzada tozudez, virtudes que cada vez cobran más peso, porque no se fomentan. Son aplicables al mundo de la educación en general. Se ha de tener claro el proyecto, dándose cuenta a la vez de que la meta es muy bonita pero el entrenamiento duro, pesado y aburrido. Es una configuración del carácter. No estamos formando de ese modo a nuestra gente joven y nos sale demasiado vulnerable a las primeras de cambio. Creyendo que les protegemos, tendemos a evitarles la dureza del entrenamiento. Da igual que hablemos de tenis o de matemáticas: tienen pocos recursos para medirse con la dificultad».
La felicidad obligatoria
Inevitable pensar en Toni Nadal, que a buen seguro suscribiría cada uno de estos juicios. Es una constante en su trabajo con el tenista la apelación al rigor, así como ese discurso inquebrantable sobre la relativización del éxito y todo lo que este comporta. Se trata de una persona sencilla y a la vez severa en sus planteamientos, con criterios de un evidente paralelismo con los que defiende Marina.
«Después de cualquier tipo de catástrofe, lo primero que suele hacerse es reclutar un equipo de psicólogos», comenta el pedagogo. «En muchas ocasiones no hay que evitar cualquier dolor o sentimiento desagradable. Algunos de ellos poseen una función. Si vamos a buscar que nadie sufra por nada, que nadie se frustre por nada, que nadie fracase por nada... Todo el mundo, y más en un sector tan competitivo como el del deporte, ha de saber cómo gestionar el fracaso, algo que no es sencillo».
En una entrevista aparecida en El País el 15 de febrero de 2015, el filósofo Roger-Pol Droit alertaba de los peligros de la felicidad casi obligatoria. «Hay una especie de imperativo de ser feliz, en todas partes, todo el rato. [...]. En la obsesión actual por la felicidad hay un síntoma del deseo de eliminar lo negativo. [...] La idea de una felicidad sostenida, perfecta, sin estrés, sin preocupaciones, sin angustias, no me parece muy humana ni interesante. Es algo con lo que se sueña en una época que es, efectivamente, angustiada, fragmentada».
Marina repite una y otra vez la palabra «fracaso» y apela a la necesidad de no considerar este un estigma sino parte del proceso vital, que puede deparar consecuencias positivas si sabe metabolizarse.
«Siendo un ganador, Nadal ha pasado malas rachas, y ha sabido salir de ellas. En España no tenemos una educación para el fracaso. En cuanto a una persona le va mal, por ejemplo, con un negocio, se la califica como fracasada. En cambio, en países como Estados Unidos cualquier revés se considera como algo absolutamente imprescindible para el progreso. Si no has tropezado nunca es porque no te has arriesgado, has estado ahí, a cobijo, y te privas del aprendizaje consiguiente a la decepción y a la derrota. Esto da lugar a personalidades muy blandas, con tendencia a retroceder y a desistir inmediatamente. Nadal ha tenido momentos de triunfos y otros muy complicados. Estoy seguro de que ha llorado como un descosido».
Llanto público, después de atravesar largos períodos de convalecencia, varado, falto de cualquier certeza de poder regresar al lugar finalmente reconquistado de modo admirable. Lágrimas que se explicitan tras una gran conquista, cuando se habían suscitado serias dudas de que la máquina pudiera engrasarse de nuevo. Roland Garros 2010. Ha transcurrido un año del varapalo frente a Soderling en octavos del torneo parisino, otro tiempo inquietante en el arcén: adiós a Wimbledon, adiós al número uno. Y Nadal, en la que será la mejor temporada de su vida, estalla sobre la Philippe Chatrier después de vencer una vez más a Federer y hacerse con su quinto título.
Movido por una sana obstinación, difícil de comprender sin partir de su amor por el juego, Nadal escapa una y otra vez de situaciones que por momentos llegan a parecer irremediables. Marina aborda la reaparición del concepto de «voluntad» después de haberse esfumado durante mucho tiempo de los manuales. «Durante toda nuestra tradición, la voluntad había sido el órgano de la conducta humana libre y consciente. En los años treinta del siglo pasado se evapora por completo de los libros de Psicología. Y poco después de los de Pedagogía. Siempre creí que se recuperaría. Y ahora está sucediendo, con algunas variantes. Antes se consideraba que la voluntad era una facultad sola e innata y ahora sabemos que son varias destrezas aprendidas».
Habría, pues, algo más que el motor de la pasión a la hora de interpretar las soberbias reacciones del tenista español, un plus que no obedece solo a los alicientes deportivos, sino a cómo ha ido sedimentando actitudes firmes. «Uno de los descréditos de la voluntad partía de la idea de que había que someterla a un entrenamiento que a su vez exigía una voluntad previa, lo cual nos situaba en un callejón sin salida», prosigue Marina. «Ahora ha quedado claro que para adquirir los mecanismos de la voluntad hay que educarlos. El concepto desapareció sin demasiado ruido al ser reemplazado por otro que parecía más científico, como es la motivación. Pero es diferente. Yo ejecuto alguna acción voluntariamente, pero cuando hay un estímulo él tira de mí. ¿Qué sucede cuando no existe ese estímulo? En momentos de decaimiento no lo hay. He de disponer de un esquema interior que me lleve a hacer las cosas aunque no tenga ninguna gana. Intervienen así otro tipo de mecanismos: el deber, el compromiso. Son instrumentos de seguridad que nos llevan a acometer actos y compensan el carácter inestable de las motivaciones, que tienen que ver con los afectos», dice Marina.
La entereza de Nadal, que soporta un 6-0, 6-2 frente a Murray en su primer partido de 2015, después de ser operado de apendicitis y tratar sus problemas de espalda con células madre. Un bolo, una exhibición en Abu Dabi, pero duele el grosor de los números, y más a un competidor nato, que se enoja hasta cuando pierde al parchís. Gana a Wawrinka en el segundo de los encuentros del emirato, pero luego cae a la primera en Doha frente a Michael Berrer, un alemán de 34 años llegado de la previa, casi de vuelta de todo en esto del tenis. Confiesa a sus íntimos que está mal, sabedor de que le va a costar mucho regresar a donde él siempre ha estado, pero convencido de que puede lograrlo. «Tornarem», se atreve a proclamar, entre el deseo y la convicción. Volverá. Pocos dudan de que lo hará nuevamente. Gana en Buenos Aires su 65º título, igualando los 46 de Vilas sobre arcilla. Quedan atrás las derrotas en cuartos de Australia y en semifinales de Río.
Entretanto, Federer, camino de los 34 años, gana en Brisbane su 83º título y su partido número mil, antes de sucumbir en la tercera ronda de Melbourne contra Seppi, un jugador de segundo orden. Pero vuelve a imponerse en Dubai, esta vez ante el mismísimo Djokovic. Por los incomparables méritos contraídos, sigue catalogándosele como otro modelo de deportista, a quien se le reconoce una facilidad mayor para el juego. «Es una cuestión plástica; tiene unos gestos tranquilos. Nadal, por su estructura muscular, posee una dinámica determinada, pero hay una equivocación frecuente con respecto al talento; no está antes, sino después del entrenamiento y de la educación. Ahora es más difícil distinguir entre los dones innatos, porque solo se ponen de manifiesto en determinadas circunstancias. Se tienen aptitudes, que, convenientemente educadas, dan lugar al talento: la facultad de elegir bien las metas y de manejar todos los conocimientos, emociones y virtudes ejecutivas necesarias para conseguir el objetivo. Eso se adquiere mediante el entrenamiento».
Interviene también el concepto que da título a una de las obras de Marina, Teoría de la inteligencia creadora.8 La reflexión parece dirigirnos más a Federer, pero lo apuntado en el capítulo dedicado a la inteligencia creadora en movimiento puede, según el autor, extenderse perfectamente a Nadal. «La misma estructura que se da en un acto de creatividad para escribir un poema existe en un jugador muy creativo. Entonces puse el ejemplo de Jordan, como aficionado que soy al baloncesto. Se combinan elementos bellos e imprevisibles. El momento más hermoso no es cuando se impone por potencia, sino por imprevisibilidad, por el refinamiento, la soltura a la hora de mezclar automatismos que pueden ser comunes entre otros jugadores. Del mismo modo, un poeta tiene a su disposición los mismos elementos idiomáticos que cualquier persona, pero los utiliza de manera creativa para un proyecto diferente».
Coraje: gracia bajo presión
Frente al simplismo en el que a veces se cae a la hora de analizar las razones del éxito de Nadal, queda claro que aúna una serie de habilidades técnicas, físicas y emocionales sin cuyo aglutinamiento no hubiera logrado convertirse en uno de los grandes deportistas de siempre. Incluso en la valentía, a la que nos referimos con anterioridad, hay una suerte de lírica que trasciende la acepción más ligera del término. «Courage is grace under pressure», dejó escrito Ernest Hemingway. El coraje es la gracia bajo presión.
«La valentía posee una especie de señorío, de elegancia. No se trata de aguantar como sea, sino con una cierta gracia, sin perder la compostura. Nadal no la pierde nunca», explica Marina. «La valentía es el único valor admirado por encima de cualquier otro en todas las culturas. En algunas también se estiman mucho virtudes como la compasión, pero esa capacidad de superación, “cuando todos huyen yo me quedo”, tiene una grandeza que incluso se reconoce cuando el valiente pueda ser una bestia despreciable; por una parte se le rechaza, pero por otra se le admira, por la energía de imponerse a las circunstancias».
Marina participó en unas jornadas organizadas por el Comité Olímpico Español sobre la vida de los deportistas una vez que han de dejar caer la hoja roja y enfrentarse a una realidad distinta, lejos de ese estrato con un cierto componente artificial en el que se han desenvuelto durante su etapa en activo. Para algunos supone encarar un vacío difícil de asumir. «Hay quien no lo digiere bien, después de estar rodeado del éxito y la fama. Estoy convencido de que, dotado como se encuentra de una personalidad muy poderosa, no será este el caso de Nadal. Es probable que tenga bastante claro lo que pretende hacer después. Una de las vertientes de la inteligencia se encuentra en la facultad de anticipar las cosas. De igual modo que sabe intuir los movimientos de un adversario en la cancha, sabrá anticiparse al futuro antes de que este lo haga», barrunta Marina.
Parece claro que no estamos ante el riesgo de una figura descompuesta cuando llegue el final, de una persona con dificultades para reintegrarse en la vida civil después de consumir lo mejor de su juventud entregado al tenis. «Seguramente tendrá ya proyectos más o menos elaborados. Las personas que han vivido demasiado entregadas a esa estimulación constante que es el elogio, la celebridad, pueden pasarlo mal. Lo ves en algunos toreros, superhéroes, rodeados de su comitiva, con todos los aficionados pendientes de ellos. Si eso es lo que más han valorado de su profesión, en el momento en que desaparece se encuentran sin saber qué hacer. El yo público es mucho más potente que el yo personal. Y se quedan vacíos. Sin nada. No será el caso de Nadal, que tiene y ha tenido más fama que nadie, pero la ha asimilado con gran sensatez y mesura».
El 24 de noviembre de 2014 puso la primera piedra del centro deportivo que dirigirá en Manacor. Amante del deporte, con una cabeza bien amueblada, no resulta difícil imaginarle con una vinculación al tenis desde el arcén, expandiendo los conocimientos adquiridos a lo largo de su trayectoria profesional. Quién sabe si paliando simultáneamente las carencias consustanciales a la entrega ardorosa y excluyente a la vez que implica el deporte al máximo nivel.
«No creo que el deporte de alta competición ayude a la formación integral de la persona. Ocurre lo mismo en cualquier actividad archiespecializada. Exigen estas tal dedicación a una franja pequeña de la vida que produce desequilibrio en las demás. Un ejemplo muy claro es el de Bobby Fischer, un ajedrecista casi imbatible, tal vez el mejor de la historia, incapaz, sin embargo, de desarrollar otras potencialidades. Ni siquiera sabía mantener unas relaciones humanas normales. En todas las personas que alcanzan la excelencia en una determinada disciplina puede producirse un desequilibrio. Es importante que no afecte a asuntos fundamentales como la pura convivencia con los otros, la capacidad de autocrítica o de manejarse fuera de su entorno. El ex maratoniano Chema Martínez, ahora dedicado al ultramaratón, que le deja cada día exhausto después de siete horas de entrenamiento, me comenta las dificultades para acometer actividades de cierta exigencia intelectual», concluye Marina.