Epílogo

Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada.

Los adioses

JUAN CARLOS ONETTI

Las manos como elemento referencial, ahora en un gran tenista en activo, con convicción, rápidas, atrevidas y ágiles. La mano de un campeón que ha estrechado, orgullosa, cortés, la de los mejores de su tiempo, separada por la cinta blanca que confronta los destinos. Las manos que se prestan a una postal sugerida por el hombre que dispara certero ráfagas sucesivas sin encontrar en el consentido acoso, a apenas unos metros del codiciado semblante, una mueca torcida, un amago de incomodidad o hartazgo. La mano derecha que nunca niega una rúbrica, la izquierda, que manda en la severa construcción de una biografía difícilmente comparable. Las manos que se han entregado en memorables abrazos colectivos, en el rincón de la tribuna donde aguardaban los suyos para la celebración coral de gestas colosales. Un rostro camuflado detrás de unas manos, un secreto inducido antes de comenzar el relato. Unos dedos que se abren alrededor de la cara después del punto y final. Rafael Nadal, dispuesto, sin la ceja alzada como síntoma de implicación o énfasis en el curso del diálogo. Una sonrisa. Un punto y seguido.