EPÍLOGO
La elección de Palpatine a la cancillería inundaba la HoloRed. No fue ni mucho menos una victoria aplastante, pero ganó por un margen más amplio del que habían previsto las apuestas, debido en parte a la inexplicable ausencia de varios de sus oponentes clave. Con dos jueces de la Corte Suprema y el vicecanciller Mas Amedda presidiendo, juró el cargo en el Podio del Senado, después de que Valorum le diese un apretón de manos y desapareciese en el turboascensor que llevaba a la sala de preparación. En su discurso prometió devolverle la gloria pasada a la República y eliminar las prácticas corruptas del Senado. Nadie prestó demasiada atención puesto que todos los Cancilleres Supremos de los últimos doscientos años habían hecho las mismas promesas.
Los comentaristas, sin embargo, analizaron rápidamente lo que aquella elección podría suponer en un futuro inmediato. El hecho de que Naboo hubiese logrado derrotar a la Federación de Comercio sin la ayuda de mercenarios ni la intervención de la República había hecho que muchos seres se preguntasen si otros planetas podían seguir su ejemplo y crear sus propios ejércitos para enfrentarse al poder de los consorcios galácticos. ¿Cómo iban a afectar los sucesos de Naboo a las políticas del nuevo Canciller Supremo en relación con la Alianza Corporativa y otros cárteles? ¿Se volvería a estudiar la posible legislación impositiva para las zonas de libre comercio y la legalidad de los ejércitos droides? ¿Una actitud más severa conduciría finalmente a la secesión de los cárteles de la República? ¿Y podrían unirse al éxodo sistemas enteros?
Con tanta atención concentrada en la elección, fueron muchas las historias que pasaron desapercibidas. Una de ellas fue la muerte inesperada del solitario financiero muun Hego Damask. Los obituarios redactados apresuradamente contenían los pocos datos sobre su vida públicamente conocidos pero apenas hacían referencia al papel que había desempeñado entre bambalinas para moldear la historia de la República. Los miembros del Clan Bancario InterGaláctico se negaron a dar información sobre el funeral o el destino de las muchas propiedades de Damask en Muunilinst y docenas de otros mundos. Extraoficialmente, se comentó que se necesitarían décadas para esclarecer todos los detalles de los negocios del muun.
Con la batalla de Naboo terminada, en su opinión perdida, Palpatine no tuvo tiempo para regodearse en las adulaciones ni celebrar la victoria. Su primera preocupación, su primera tarea oficial, fue viajar a su mundo natal para felicitar a la reina Anúdala y sus nuevos aliados, los gungan, por su sorprendente victoria.
Hasta que llegó a Theed y se enteró de la derrota de Darth Maul a manos de los Jedi en una estación eléctrica no entendió el motivo de la sensación de pérdida y profunda soledad que había tenido tras asesinar a Plagueis. Podría haber presionado a alguno de los Jedi llegados a Naboo para que le explicasen cómo Maul había logrado matar a un experto con la espada para terminar cayendo ante alguien inferior, pero no quería saberlo ni imaginar el duelo. Aun así, le produjo un gran placer estar junto a Yoda, Mace Windu y otros Maestros viendo el cuerpo de Qui-Gon Jinn reducido a cenizas, consciente de que el Jedi era la primera víctima de una guerra declarada pero aún no iniciada; una en la que decenas de miles de Jedi seguirían a Qui-Gon hasta la tumba…
La muerte de Plagueis y la derrota de Maul habían ocurrido de manera relativamente simultánea, lo que solo podía ser un designio del lado oscuro de la Fuerza. Igual que el hecho de que ahora, hasta que eligiera y entrenase a un nuevo aprendiz, Palpatine era el único lord Sith de la galaxia.
También estaba decepcionado porque el ejército droide de la Federación de Comercio había caído muy fácilmente ante un puñado de naboo y un ejército de primitivos. Pero Anakin Skywalker era el principal problema. Nadie podía discutir que había demostrado un notable valor y un gran dominio de la Fuerza al destruir la nave de control de droides de la Federación de Comercio.
Como le había dicho Plagueis: sus actos empiezan a tener eco en las estrellas.
—¿Qué es esto? —le preguntó Dooku después de que Palpatine le llevase al edificio LiMerge.
—Una vieja fábrica. Fue propiedad de Hego Damask, pero me la cedió antes de morir.
Dooku arrugó la frente.
—¿Para qué?
—Pensó que podría servirme para iniciar un plan de renovación urbanística.
De vuelta en Coruscant desde hacía poco más de un mes, Palpatine llevaba una capa con capucha cerrada en el pecho con un broche Sith, una ostensible protección contra la lluvia ácida que caía sobre Los Talleres. Dooku iba vestido de civil, con unos pantalones ajustados y una elegante capa.
El antiguo Jedi miró la enorme sala principal de la fábrica.
—¿No hay guardias del Senado?
—Andan cerca, por si los necesito.
—Pensaba que habrías querido verme en tu nueva oficina —dijo Dooku, limpiándose las gotas de agua de los hombros—. Después recordé lo que me dijiste la última vez que hablamos, sobre no dejarnos ver juntos en público.
Palpatine hizo un gesto despreocupado.
—La oficina es temporal. Ya tengo planeada una más adecuada para el cargo.
Empezaron a caminar por la sala.
—Ya los has engatusado —dijo Dooku.
Palpatine fingió una mirada de inocencia.
—En absoluto. El Comité de Apropiaciones me planteó la idea de construir una cúpula cerca del edificio del Senado que también servirá como estación de atraque.
—Pareces muy complacido con la idea.
—Lo estoy.
Dooku se detuvo para mirarlo.
—Me parece que empieza a revelarse tu verdadera naturaleza —al ver que Palpatine no respondía, añadió—: Por cierto, felicidades por la derrota de la Federación de Comercio en Naboo. Unos sucesos de lo más extraños, ¿no te parece?
Palpatine asintió y empezó a caminar otra vez.
—Todos los implicados, incluido yo, subestimamos las habilidades de nuestra reina. Me dolió enterarme de que Qui-Gon había muerto —hizo una pausa—. ¿Su muerte fue la que te impulsó a abandonar definitivamente la Orden?
—Hasta cierto punto —dijo Dooku, frunciendo el ceño—. Recientemente me he enterado que otro de mis padawans, Komari Vosa, está viva.
—Espero que te sirva de consuelo —empezó a decir Palpatine.
—No me sirve, ya que dicen que lidera a los Bando Gora.
Dooku le miró.
—Podría ser un peligro para la República, Canciller Supremo.
—Gracias por la advertencia. ¿Cómo reaccionó el Consejo a tu marcha?
—No muy bien. Me pidieron más explicaciones de las que estaba dispuesto a dar.
—¿Y el Maestro Sifo-Dyas?
Dooku frunció el ceño.
—Él sabía que mi marcha era cuestión de tiempo. Aunque dijo algo que me pareció bastante curioso. Dijo que si tenía intención de instigar las disensiones, estaría siempre un paso por delante de mí.
Palpatine movió la cabeza, confundido.
—¿Piensas instigar disensiones?
Dooku sonrió levemente.
—Mi primer objetivo es recuperar mi título.
—Conde Dooku —dijo Palpatine para ver cómo sonaba—. Te queda mejor que Maestro Dooku.
—Estoy tentado de cambiarme el nombre.
—Para empezar de cero.
—Quizá debería hacer lo mismo que tú.
—¿Lo mismo que yo? —dijo Palpatine.
—Llamarme Dooku, como tú te llamas solo Palpatine.
—Entiendo. Bueno, ¿qué significa un nombre, a fin de cuentas? —volvió a hacer una larga pausa—. Tengo entendido que Qui-Gon murió por culpa de las heridas causadas por una espada de luz.
Dooku giró la cabeza bruscamente.
—El mismo Sith al que se enfrentó en Tatooine. El Consejo espera que Gunray pueda aportar algo de luz al asunto cuando se inicie el juicio.
—No confiaría mucho en eso. ¿El Consejo sabe algo?
—No, ni siquiera su nombre Sith —dijo Dooku—. Pero saben que hay otro.
—¿Cómo es posible?
—En teoría, cuando los Sith se escondieron, hace mil años, juraron que solo debía haber dos de ellos en todo momento; un Maestro y un aprendiz.
—¿El que mató a Qui-Gon era el aprendiz o el maestro?
Dooku le miró mientras caminaban.
—Mi instinto me dice que era el aprendiz. Obi-Wan sospecha lo mismo, basándose en el comportamiento del zabrak. El Consejo es más prudente, pero naturalmente quiere encontrar al otro —se quedó en silencio, después añadió—: El Sith se mostró deliberadamente en Tatooine y Naboo. Más que para revelar su alianza con la Federación de Comercio, lo hizo para enviar un mensaje a los Jedi. Como una declaración de guerra.
Palpatine se detuvo frente a una ventana rota desde la que se veían Los Talleres bañados por la lluvia.
—¿Y dónde van a buscar al otro Sith?
—No estoy seguro —dijo Dooku, acercándose a él—. Varias crisis de la última década llevan la firma de una inteligencia más siniestra que la de los que las planearon y ejecutaron. Yinchorr, por ejemplo; pero en particular Eriadu y el asesinato de los líderes de la Federación de Comercio. Es obvio que algunos seres han tratado con los Sith, puede que sin darse cuenta, y algunos puede que estén tratando ahora mismo con el único que queda vivo. Ahora que ya no soy un Jedi, quizá sea capaz de sacarle información a los cárteles del crimen y otras organizaciones. Terminaré encontrándolo, o encontrándola, con un poco de suerte antes de que lo hagan los Jedi.
—Para vengar la muerte de Qui-Gon —dijo Palpatine asintiendo, consciente de que Dooku lo estaba mirando atentamente.
—Eso me preocupó durante un tiempo, pero ya no.
Palpatine giró ligeramente la cabeza.
— Entonces ¿por qué buscarlo?
—Porque sospecho que Naboo solo fue el principio… una especie de salva inaugural. Los Sith quieren derribar la República. Como tú y yo.
Palpatine tardó un buen rato en responder.
—Pero aliarse con los Sith…
—Para muchos son la encarnación de la maldad pura, pero el Consejo sabe que no es así. Lo que diferencia a un Sith de un Jedi es su planteamiento respecto a la Fuerza. La Orden Jedi se ha puesto límites, pero los Sith jamás han tenido el menor problema en utilizar el poder del lado oscuro para alcanzar sus objetivos.
—¿Te gustaría conocer los secretos del lado oscuro?
—Confieso que sí.
Palpatine reprimió el impulso de revelar su verdadera identidad. Dooku era potente en la Fuerza y podría estar simplemente tirándole un anzuelo. Por otra parte…
—Algo me dice que ese Sith escondido encontrará la manera de llegar hasta ti —dijo finalmente—. Y cuando lo haga, si lo hace, espero que la alianza que forjéis nos ayude a devolver el orden a la galaxia.
Sate Pestage hizo entrar a Obi-Wan Kenobi y su joven padawan, Anakin Skywalker, en la oficina provisional de Palpatine en el edificio del Senado. Ambos Jedi llevaban túnicas de color claro, togas marrones y botas altas. Como dos fotocopias.
—Gracias por aceptar mi invitación —dijo Palpatine, saliendo de detrás de un amplio escritorio para darles la bienvenida—. Sentaos, por favor —añadió, señalando las sillas que había frente al escritorio.
Anakin casi se había sentado cuando Obi-Wan lo reconvino con una sacudida de la cabeza.
—Gracias a usted, Canciller Supremo —dijo el Jedi de barba corta—, pero preferimos quedarnos de pie —cruzó los brazos frente a él y espero que Anakin hiciese lo mismo antes de decir—: Sabemos que su tiempo es muy valioso.
De nuevo en su butaca, Palpatine sonrió amablemente.
—No tan valioso como para no pasar un rato con las dos personas que le salvaron la vida a mi reina y rescataron mi mundo de las garras de la Federación —miraba fijamente a Obi-Wan—. Lamento la pérdida de Qui-Gon Jinn, Maestro Obi-Wan.
El Jedi asintió en agradecimiento y después dijo:
—Recientemente fui nombrado Caballero Jedi, Canciller Supremo.
Palpatine puso cara de sorpresa.
—Y ya te han asignado un aprendiz. Qui-Gon debió entrenarte de manera brillante.
Obi-Wan volvió a asentir.
—Era un profesor muy inspirado.
Palpatine apretó los labios y sacudió la cabeza.
—Qué gran pérdida… —desvió la mirada hacia Anakin—. En Naboo no tuve la oportunidad de darte las gracias, joven Skywalker. Tu actuación fue sencillamente extraordinaria. Que la Fuerza sea siempre potente en ti.
—Gracias, señor —dijo Anakin en voz baja.
Palpatine entrelazó los dedos de ambas manos.
—Me han dicho que te criaste en Tatooine. Visité el planeta hace muchos años.
Anakin entrecerró los ojos un breve instante.
—Así es, señor, pero se supone que no debo hablar de ello. Palpatine vio que miraba a Obi-Wan.
—¿Por qué?
—Mi madre…
—Anakin —le espetó Obi-Wan en tono de reprimenda. Palpatine se reclinó ligeramente, estudiándolos a los dos. Obi-Wan parecía no haber notado la furia que hervía en el interior del chico, pero por un instante Palpatine percibió en Skywalker un leve rastro de sí mismo de joven. La necesidad de desafiar a la autoridad; el don para ocultar sus emociones. El poder aún no descubierto.
—Perdonadme por ser demasiado entrometido —dijo al cabo de un momento.
Claramente incómodo, Obi-Wan cambió de postura.
—Los Jedi están entrenados para vivir el momento, Canciller Supremo. Nuestras infancias tienen poco que ver con nuestras vidas en la Fuerza.
Palpatine arrugó la frente.
—Eso es fácil para un niño pequeño, pero para un jovencito… —se interrumpió con un gesto desdeñoso—. Bueno, quién soy yo para juzgar los principios de vuestra Orden, cuando los Jedi han mantenido la paz en la República durante mil años.
Obi-Wan no dijo nada.
—Pero, dime, padawan Skywalker, ¿qué se siente al convertirse en miembro de un grupo tan venerado?
—Es como un sueño hecho realidad, señor —dijo Anakin con genuina sinceridad.
—Un sueño hecho realidad… Así que has pensado en la Orden Jedi y en la Fuerza desde hace mucho.
Anakin asintió.
—Siempre he querido hacer justicia a…
—No eres tú quien decidirá tu futuro, Anakin —dijo Obi-Wan—. La Fuerza te guiará.
Palpatine sonrió para sus adentros. Te guiará hacia mí, joven Skywalker.
Dooku tenía talento y podía ser un procurador poderoso. Pero ese chico aparentemente cándido, ese chico sensible a la Fuerza, sería el que tomaría como aprendiz y el que utilizaría para ejecutar la última etapa del Gran Plan. Dejaría que Obi-Wan le instruyera en los caminos de la Fuerza, dejaría que Skywalker fuese amargándose durante la siguiente década mientras su madre envejecía esclavizada, con la galaxia deteriorándose alrededor de él y sus compañeros Jedi cayendo en conflictos inextricables. Era demasiado joven para ser entrenado en los caminos de los Sith, en cualquier caso, pero tenía la edad perfecta para crear vínculos con una figura paterna que escucharía todos sus problemas y lo atraería inexorablemente hacia el lado oscuro.
—Cómo te dije en Naboo, Anakin —dijo finalmente—, seguiremos tu carrera con gran interés.
¡Y me aseguraré de que culmine con la ruina de la Orden Jedi y la nueva supremacía de los Sith!