29: LA FUERZA CONTRAATACA
Aunque el bloqueo de Naboo se había planteado como un desafío directo a las leyes de la República, tanto una protesta contra las tasas como un reto a la jurisdicción de los Jedi, no logró el efecto inmediato que Plagueis y Sidious habían previsto. Alejado del Núcleo, Naboo no había sido invadido, ni habían muerto seres importantes, como había ocurrido en la Crisis Yinchorri y en la cumbre de Eriadu. Por tanto el bloqueo era visto por muchos como un mero ruido de sables provocado por la enojada Federación de Comercio; un inconveniente para aquellos mundos que dependían del consorcio para la llegada de mercancías; el último de una serie de enfrentamientos destinados a exponer la incompetencia de un Senado irremediablemente escindido.
En cualquier caso, los dos Sith habían trabajado incansablemente para explotar al máximo el problema de Naboo y asegurarse el apoyo de los colegas de Palpatine, garantizando no solo que su nombre estuviese entre los postulados, sino también que pudiese ganar si era candidato. Otro aspecto igual de importante era asegurarse de que Palpatine pudiese controlar suficientes votos en el Senado para ratificar su decisión de nombrar cocanciller a Hego Damask.
Para variar, Damask había tomado las riendas, reuniéndose con unos y otros, haciendo promesas, pidiendo que le devolvieran antiguos favores y deudas; mientras Palpatine, para guardar las apariencias, hacía varios intentos vanos de reunirse en privado con el representante de la Federación de Comercio, Lott Dod. Pestage, Doriana, Janus Greejatus, Armand Isard y otros andaban ocupados entre bambalinas, colocando pruebas incriminatorias donde fuese necesario y ocupándose de que todos los tejemanejes saliesen a la luz pública.
Sus esfuerzos conjuntos no constituían una campaña política sino un ejercicio en subterfugios elaborados.
—Bail Antilles sigue siendo el favorito —le dijo Plagueis a Palpatine cuando llegó al ático del muun—. Irónicamente, la crisis de Naboo ha estrechado las relaciones entre los mundos del Núcleo. Aunque Antilles siempre ha corrido el peligro de ser descartado como candidato con más posibilidades de sustituir a Valorum, ahora es el predilecto de los que abogan por una autoridad fuerte y centralista.
—Podemos debilitarlo —dijo Sidious—. ¿Qué hay de Teem?
—Además de la Federación de Comercio, Teem cuenta ahora con el apoyo de la Liga de Política Corporativa.
Sidious se mostró indiferente.
—El Senado no está preparado aún para elegir un activista, aún menos un activista gran. Contar con el apoyo de la LPC es lo mismo que prometer la derogación de las restricciones antiesclavistas.
La frustración de Plagueis era evidente, aunque intentase ocultarla.
—El interés por Naboo está empezando a decaer. Y con él la simpatía en el voto con la que contábamos.
Sidious abrió la boca para responder cuando su comunicador emitió un pitido y se llevó el aparato a la oreja.
—Es una noticia fantástica —dijo al aparato, como aturdido—. No me lo esperaba… Buena elección, creo… Estoy seguro de eso, Canciller Supremo… Sí, estoy seguro de que lo decía completamente en serio.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Plagueis cuando Palpatine cortó la comunicación.
Sidious sacudió la cabeza incrédulo.
—Valorum ha conseguido convencer al Consejo para que envíe dos Jedi a Naboo.
A pesar de todo lo que había dicho sobre su invencibilidad, Plagueis parecía confuso.
—¿Sin la aprobación del Senado? ¡Está colocando la soga alrededor de su propio cuello!
—Y del nuestro —dijo Sidious—, si los neimoidianos se asustan y deciden confesar la verdad sobre el bloqueo.
Plagueis se alejó de él, muy irritado.
—Debe haber hablado con el Consejo en secreto. Si no, Mas Amedda nos habría informado.
Sidious seguía con la vista los movimientos nerviosos del muun.
—Dooku dijo que el Consejo seguiría apoyándolo.
—¿Te ha dicho Valorum qué Jedi han enviado?
—Qui-Gon Jinn y su padawan, Obi-Wan Kenobi.
Plagueis se detuvo abruptamente.
—Eso es aún peor noticia. Conozco a Qui-Gon, y no tiene nada que ver con los otros que entrenó Dooku.
—Son un dúo de lo más inoportuno —dijo Sidious—. El peor enemigo del Frente Nebulosa en Dorvalla, Asmeru y Eriadu.
—Gunray y sus aduladores no tienen ninguna posibilidad contra ellos.
Sidious tenía una respuesta lista.
—Dos Jedi solos no son rival para miles de droides de combate y droidekas. Le ordenaré a Gunray que los mate.
—Y tendremos otro Yinchorr, además del peligro adicional de que Gunray divulgue nuestros actos, pasados y presentes —Plagueis se quedó pensativo un momento—. Qui-Gon evitará ser detectado por los droides y provocará el caos de forma lenta pero inevitable en la nave.
—En ese caso, le ordenaré a Gunray que lance la invasión antes de lo previsto. Proteger Naboo se convertirá en el problema inmediato, en lugar de detener a los neimoidianos. Puede que Gunray se oponga, pero le aseguraré que la República no intervendrá.
Plagueis estuvo de acuerdo.
—Amedda puede denegar todas las peticiones que haga Valorum para convocar al Senado en una sesión especial. Aun así…
Se miraron en un silencio gélido; después Sidious asintió.
—Me ocuparé de que Maul esté listo.
Plagueis juntó las manos.
—Es voluntad del lado oscuro que finalmente nos mostremos —dijo en tono solemne.
No era, ni mucho menos, que no confiase en Darth Sidious. Pero Plagueis jamás había visto de cerca a Maul y sentía curiosidad por ver qué relación tenía con Sidious. Sabía que apenas se habían encontrado fuera de Los Talleres, ni mucho menos paseado juntos por la terraza de una de las mónadas más elegantes de Coruscant en plena noche, envueltos en sus capas con capucha. Pero era el momento perfecto para que lo hicieran. Con 11-4D al lado, Plagueis los observaba desde lejos, minimizando su presencia en la Fuerza.
La invasión y ocupación de Naboo estaban yendo según los planes previstos y los pantanos se estaban inspeccionando con la intención de localizar y aislar los principales hábitats submarinos de los gungan indígenas, antes de que pudiesen convertirse en una amenaza. Pero los dos Jedi, la reina Amidala y su séquito de dobles y guardias habían logrado superar el bloqueo. Con la ayuda de Maul, se habían transmitido mensajes falsos del asesor de la reina Sio Bibble a la nave estelar ausente y una transmisión había devuelto un leve rastro de conexión a Tatooine, el mundo propiedad de los hutt. Al enterarse, Plagueis se había planteado pedirle a Jabba que detuviera a la reina, pero lo descartó rápidamente, preocupado por lo que el lado oscuro podría exigirle a cambio.
—Tatooine está escasamente poblado —dijo 11-4D, repitiendo lo que el zabrak de Dathomir le estaba diciendo a Sidious—. Si la pista es buena, los encontraré rápidamente, Maestro.
—Continúa —le dijo Plagueis en voz baja.
—En respuesta, Sidious le está indicando a Maul que los Jedi deben ser su prioridad. Cuando haya terminado con Qui-Gon y Obi-Wan, Maul debe llevar a la reina Anúdala de vuelta a Naboo y obligarla a firmar un tratado de paz que ceda el control del planeta y sus reservas de plasma a la Federación de Comercio.
El droide hizo una pausa, después añadió:
—Maul dice: «Por fin nos mostramos a los Jedi. Por fin tendremos nuestra venganza».
A lo lejos, Sidious se giró hacia Maul.
CuatroDé agudizó sus sensores auditivos.
—Sidious dice: «Has sido bien entrenado, mi joven aprendiz. No serán rival para ti».
Aquellas palabras despertaron profundos recelos en Plagueis y se proyectó con la Fuerza, en armonía con sus turbulentas corrientes. Momentáneamente, las puertas que oscurecían el futuro se abrieron y pudo atisbar los sucesos venideros, o posibles sucesos venideros.
En cualquier caso, no le animaron.
¿Sidious y él lo habían entendido mal? ¿Sería mejor abortar el plan y confiar en que Palpatine fuera el elegido, aunque Naboo no cayese en manos de la Federación de Comercio?
Cuando los Jedi descubrieran la existencia de un Sith, ¿se lanzarían a una persecución intensa del otro?
Sidious tenía casi un vínculo paternal con Maul. Apegado al presente, no lograba captar la verdad: que esta era la última vez que su aprendiz y él se verían en carne y hueso.
Los acontecimientos se estaban desarrollando rápidamente.
A pesar de los obstáculos inesperados, las habilidades de rastreo de Maul le habían llevado hasta la reina desaparecida. Pero había fracasado en su misión. A pesar de un breve enfrentamiento con Qui-Gon Jinn, el Maestro Jedi y su grupo habían logrado escapar por segunda vez. No habían matado al zabrak, como Plagueis temió inicialmente, pero su filo carmesí lo había delatado como Sith, y ahora los Jedi, Amidala y su séquito de guardias y doncellas se dirigían a Coruscant en la reluciente nave de la reina. Sidious le había ordenado a Maul que fuese a Naboo para supervisar la ocupación neimoidiana.
—Pestage y Doriana han puesto en marcha un plan que debilitará la campaña de tus principales rivales —estaba diciendo Plagueis mientras Palpatine y él se dirigían presurosos hacia el saltacielos que debía llevarlos hasta la plataforma antigravedad en la que habían autorizado a aterrizar a la nave estelar real—. Coruscant sabrá muy pronto que el senador Ainlee Teem ha estado protegiendo a un dug muy involucrado con la red de distribución de varas de la muerte de Gardulla el hutt y los Bando Gora.
—¿Otro favor de Jabba? —preguntó Sidious.
—El hutt se ha convertido en un aliado —contestó Plagueis.
—Con Sol Negro descabezado, tendrá rienda suelta en el tráfico de especia.
—Durante un tiempo —dijo Plagueis—. La información sobre el senador Teem se ha enviado a Antilles, que lleva años intentando echarlo del Senado. Cuando se anuncie la investigación por corrupción, Teem se quedará sin apoyo. Igual que Antilles, cuya ambición no le ha dejado ver que nadie en el Senado quiere un reformador demasiado entusiasta en la cancillería. La Fracción del Borde acudirá en manada hacia ti, con la esperanza de poder manipularte y la humanocéntrica Facción del Núcleo te apoyará porque eres uno de ellos.
Sidious lo miró.
—De no ser por ti…
Plagueis le hizo un gesto con la mano para que se callara y se detuvo en seco.
Sidious dio unos pasos más y se dio la vuelta hacia él.
—¿No vas a acompañarme a recibir a la reina?
—No. Los Jedi siguen con ella y nuestra presencia juntos podría permitirles percibir nuestras inclinaciones.
—Por supuesto, tienes razón.
—Hay otra cuestión —dijo Plagueis—. La crisis de Naboo por fin ha llamado la atención de Coruscant. Si podemos provocar una crisis similar en el Senado, tu elección estará garantizada.
Sidious se lo pensó.
—Quizá haya una manera —miró con dureza a Plagueis—. Promoviendo una moción de confianza a Valorum.
—Si tú…
—Yo no —le cortó Sidious—. La reina Amidala. Le llenaré la cabeza de dudas sobre la incapacidad de Valorum de resolver la crisis y de temores de lo que el gobierno de la Federación de Comercio puede suponer para Naboo. Después la llevaré al Senado para que pueda ver por sí misma lo insostenible que es la situación.
—Una actuación perfecta —susurró Plagueis—. No solo pedirá una moción de confianza, también se marchará pitando a casa para estar con su pueblo.
—Que es donde queríamos tenerla desde el principio.
—Confío que la comida sea mejor que la vista —dijo Dooku sin sarcasmo mientras se unía a Palpatine en una mesa junto a la ventana del Comidas Baratas de Mok, al día siguiente. Se trataba de pequeño establecimiento frecuentado por personal de las fábricas con vistas al corazón de Los Talleres.
—El Senado está evaluando planes para desarrollar proyectos urbanísticos en las llanuras.
Dooku frunció el ceño asqueado.
—¿Por qué no construyen directamente sobre un vertedero radioactivo?
—Si se pueden ganar créditos, las vidas de los ciudadanos comunes tienen poca relevancia.
Dooku arqueó una ceja.
—Espero que lo detengas.
—Prefiero que Los Talleres sigan como están durante algún tiempo.
Dooku hizo un gesto al camarero y miró a Palpatine con interés.
—Así que el bloqueo te impide ir a Naboo y Naboo viene hasta ti. Parece magia.
Palpatine le sonrió levemente.
—Sí, mi reina ha llegado.
—Tu reina —dijo Dooku, tirándose de la barba—. Por lo que he oído puede que pronto tú seas su Canciller Supremo.
Palpatine hizo un gesto como restando importancia al comentario y después adoptó una expresión más seria.
—En parte ese es el motivo por el que te he pedido que te reunieses conmigo aquí.
—¿Te preocupa no recibir el apoyo de los Jedi si te ven conmigo en público?
—Ni mucho menos. Pero si me eligen, y si tú y yo tenemos que empezar a trabajar juntos, nos conviene dar la impresión de estar en bandos opuestos.
Dooku cruzó los brazos y lo miró fijamente.
—¿Trabajar en calidad de qué?
—Eso aún está por ver. Pero nuestro objetivo común sería destruir la República para devolverle su esplendor.
Dooku no dijo nada en un buen rato y cuando habló lo hizo como si estuviese ensamblando sus pensamientos al vuelo.
—¿Y tu mundo natal será como la chispa que desencadena la conflagración? Es evidente que la crisis te ha beneficiado políticamente. Y eso ha hecho que algunos seres se pregunten cosas —examinó la cara de Palpatine—. En circunstancias normales, el Consejo no habría subvertido la autoridad del Senado aceptando la petición de Valorum de enviar Jedi a Na-boo. Pero para Yoda, Mace Windu y los otros, Valorum es lo malo conocido, mientras que los senadores Antilles, Teem y tú aún debéis revelar vuestros verdaderos planes. Por ejemplo tú. La mayoría saben que eres un político de carrera y que hasta ahora has logrado mantenerte al margen de escándalos. ¿Pero qué sabe nadie más allá de tu historial de voto o que resides en el República 500? Todos pensamos que eres mucho más de lo que aparentas, por así decirlo; que aún hay cosas sobre ti por descubrir.
En lugar de responder directamente al argumento de Dooku, Palpatine dijo:
—Me sorprendió tanto como al que más enterarme que los Maestros Qui-Gon y Obi-Wan Kenobi habían sido enviados a Naboo.
—Sorprenderte, por supuesto. ¿Pero te complació?
—Naboo es mi mundo natal. Quiero que la crisis se resuelva lo antes posible.
—¿En serio?
Palpatine le sostuvo la mirada.
—Empiezo a preguntarme qué puede haber provocado tu ánimo belicoso. Pero, ciñéndome al argumento, deja que te diga que no me avergüenzo de haber aprovechado la crisis. ¿Eso te hará distanciarte de mí?
Dooku sonrió con la mirada, pero sin alegría.
—Al contrario, como dices tú. Puesto que me interesa saber más sobre esa posible alianza.
Palpatine entrecerró los ojos.
—¿Estás decidido a abandonar la Orden?
—Más incluso que la última vez que hablamos.
—¿Por la decisión del Consejo de intervenir en Naboo?
—Eso puedo perdonárselo. El bloqueo debe romperse. Pero ha pasado algo más —Dooku eligió cuidadosamente sus siguientes palabras—. Qui-Gon regresó de Tatooine con un niño esclavo al que liberó. Según la madre, el niño no tiene padre.
—¿Un clon? —preguntó Palpatine extrañado.
—No es un clon —dijo Dooku—. Puede que lo concibiera la Fuerza. Como cree Qui-Gon.
Palpatine echó la cabeza hacia atrás.
—No formas parte del Consejo. ¿Cómo te has enterado de eso?
—Tengo mis fuentes.
—¿Esto tiene algo que ver con la profecía de la que me hablaste?
—Por supuesto. Qui-Gon cree que el niño, llamado Anakin, está en el centro de una convergencia de la Fuerza y que el hecho de encontrarlo fue voluntad de la Fuerza. Al parecer se han hecho análisis de sangre y la concentración de midiclorianos del chico es inaudita.
—¿Crees que es el profetizado?
—El Elegido —corrigió Dooku—. No. Pero Qui-Gon lo da por hecho y el Consejo quiere hacerle pruebas.
—¿Qué se sabe de ese Anakin?
—Muy poco, excepto que nació siendo esclavo hace nueve años y junto a su madre fue, hasta hace poco, propiedad de Gardulla la hutt y después de un vendedor de chatarra toydariano —Dooku sonrió con suficiencia—. Y también que ganó la carrera de vainas de la Clásica del Día de Boonta.
Palpatine había dejado de escuchar.
Nueve años… concebido por la Fuerza… ¿era posible…?
Rebobinó sus pensamientos a una velocidad frenética: hasta la plataforma de aterrizaje en la que Valorum y él habían recibido a Amidala y su grupo. En realidad no era Amidala sino una de sus dobles. Pero allí estaba el niño con pelo color arena, ese Anakin, envuelto en harapos, junto con un gungan y los dos Jedi. Anakin había pasado la noche en una pequeña habitación de su apartamento.
Y no percibí nada en él.
—Qui-Gon es un imprudente —estaba diciendo Dooku—. A pesar de su fijación con la Fuerza viva, demuestra sus propias contradicciones creyendo firmemente en la profecía… Un vaticinio más en la línea de la Fuerza unificadora.
—Nueve años —dijo Palpatine cuando pudo—. Demasiado mayor para entrenarlo.
—Si el Consejo muestra algo de sensatez.
—¿Y qué pasará con el niño?
Dooku se encogió de hombros.
—Aunque ya no es un esclavo, probablemente se le enviará de vuelta con su madre a Tatooine.
—Comprendo tu desencanto —dijo Palpatine.
Dooku sacudió la cabeza.
—No te lo he contado todo. Como si el anuncio de haber encontrado al Elegido no fuese suficiente, Qui-Gon descubrió que la Federación de Comercio podría haber tenido la ayuda de poderosos aliados en la planificación y ejecución del bloqueo de Naboo.
Palpatine se enderezó en su silla.
—¿Qué aliados?
—En Tatooine, Qui-Gon combatió contra un asesino bien entrenado en las artes Jedi. Pero descartó que fuese algún Jedi renegado. Está convencido de que es un guerrero Sith.
Ignorando las reacciones de los aprensivos residentes y el precavido personal de seguridad, Plagueis avanzaba apresuradamente por un pasillo afelpado del República 500 en dirección a la suite de habitaciones carmesí de Palpatine. Su intención había sido estar en el Senado para escuchar a Anúdala solicitando un voto de confianza a Valorum, que supondría el primer golpe de muerte para la República. Sin embargo, en el último momento, Palpatine se había puesto en contacto con él para contarle la conversación que había tenido con Dooku. El hecho de que Qui-Gon Jinn hubiese identificado a Maul como Sith era previsible; pero las noticias de Dooku sobre un niño humano en el centro de una convergencia de la Fuerza le habían causado auténtica conmoción. Y por si no fuera poco, ¡Qui-Gon veía al niño como el Elegido de las profecías!
Tenía que ver a aquel Anakin Skywalker con sus propios ojos; tenía que sentirlo personalmente. Tenía que averiguar si la Fuerza había vuelto a contraatacar, nueve años antes, concibiendo a un ser humano para devolver el equilibrio a la galaxia.
Plagueis se detuvo a la entrada del apartamento de Palpatine. Finalmente, una de las doncellas prácticamente idénticas a Anúdala acudió a abrir, como una aparición en una toga oscura con capucha. Sus ojos se clavaron en la máscara de respiración.
—Perdone, señor —dijo ella—, el senador Palpatine no está.
—Lo sé —dijo Plagueis—. Estoy aquí para hablar con un invitado del senador. Un niño humano.
Ella seguía con la mirada clavada en la máscara.
—No tengo permiso para…
Damask hizo un gesto rápido con la mano izquierda, conminándola a responderle.
—Tienes mi permiso para hablar.
—Tengo su permiso —dijo ella en tono distraído.
—Bien, ¿dónde está el niño?
—¿Se refiere a Anakin?
—Sí, Anakin —dijo él con prisa—. Es él. Ve a buscarlo… ¡Ahora!
—Acaba de irse, señor —dijo la doncella.
Plagueis miró hacia el interior de la suite de Palpatine.
—¿Acaba de irse? —se enderezó, muy irritado—. ¿Adonde? —El Maestro Jedi Qui-Gon Jinn vino para llevárselo, señor. Sospecho que podrá encontrarlo en el Templo Jedi. Plagueis dio un paso atrás, la cabeza le daba vueltas.
Aún había la posibilidad de que el Consejo decidiera que Anakin era demasiado mayor para ser entrenado como un Jedi. En ese caso, suponía que lo enviarían de regreso a Tatooine…
Pero si no… si Qui-Gon lograba convencer a los Maestros del Consejo y estos incumplían sus propios dictados…
Plagueis se pasó una mano por la frente. ¿Es esta nuestra perdición?, pensó. ¿Vas a ser nuestra perdición?