8: VÍCTIMAS DE SU PROPIA ESTRATEGIA
Entrenando a Venamis, Tenebrous obviamente creía que estaba protegiendo el Gran Plan; igual que Venamis supervisando al puñado de candidatos sensibles a la Fuerza que él, o quizá Tenebrous, había descubierto. Pero ahora era Plagueis el que debía hacer algo respecto a esos potenciales competidores, como mínimo para eliminar la posibilidad de otro ataque sorpresa.
Los bancos de datos de la nave de Venamis contenían información sobre seis seres, pero las posteriores investigaciones de 11-4D habían revelado que uno de ellos había muerto por causas naturales, otro había sido ejecutado y un tercero había sido asesinado en una reyerta de cantina. No se indicaba el nombre de dos de los tres restantes, pero Plagueis y 11-4D habían descubierto todo lo que Venamis sabía sobre ellos pirateando el complejo código que el bith había empleado para proteger sus anotaciones. Cómo aquellos candidatos de Venamis habían pasado desapercibidos a ojos de los Jedi era un misterio, pero no merecía la pena resolverlo. Plagueis solo tenía que decidir si suponían una amenaza para él o para el Gran Plan.
No era habitual ver muuns bebiendo Rywerís Reserva en exclusivos tapcafés, ni probando especia refinada en clubes privados o retando a la casa en maratonianos torneos de sabbac. No aparecían nunca en los programas del corazón de la HoloRed con bailarinas twi’lek entre sus esbeltos brazos, ni aventurándose en el bosque, el mar o las montañas por puro deporte o ganas de acción.
Pero Plagueis estaba a punto de romper con la tradición, ahora que había localizado al primero de los potenciales candidatos de Venamis en un casino de Ciudad Lianna, en el corazón del remoto Cúmulo Tion.
Con las mejillas temblando, una mirada que revelaba su preocupación y la compañía del personal de seguridad nikto, el rollizo director del Casino Colisionadores avanzaba apresuradamente por el suelo enmoquetado hacia el mostrador del conserje en el que le esperaban Plagueis y 11-4D. Un par de brazos utilitarios genéricos, uno de los cuales ocultaba un arma láser, sustituían a los apéndices habituales del droide, y Plagueis iba vestido con lo que la mayoría de seres identificaría como el traje del Clan Bancario, aunque con un corte distinto y un color verde más pálido.
—Bienvenido, señor, bienvenido —dijo el director en tono alborozado—. Para Colisionadores es un honor tenerlo como invitado, aunque permítame decirle que es el primer ser de Muunilinst que ha usado la entrada pública del casino. La entrada privada…
Plagueis levantó una mano para interrumpirlo.
—No estoy aquí por asuntos bancarios.
El sullustano le miró, atónito.
—Entonces, ¿esto no es una auditoria sorpresa?
—Estoy aquí por un asunto privado.
El director carraspeó y se enderezó.
—En ese caso quizá podría empezar diciéndome cómo se llama.
—Soy Hego Damask.
Al sullustano empezaron a temblarle las mejillas otra vez.
—¿Magistrado Damask? ¿De Explotaciones Damask?
Plagueis asintió.
—Perdone que no lo haya reconocido, señor. De no ser por su generosidad, Colisionadores estaría en bancarrota. Más concretamente, Ciudad Lianna no sería lo que es ahora, el orgullo del Cúmulo Tion.
Plagueis sonrió cordialmente.
—Será mejor que continuemos en su despacho…
—Por supuesto, por supuesto —el sullustano ordenó a los guardas que formaran una falange, después hizo un gesto amable con la mano para indicarles a Plagueis y 11-4D que les siguieran—. Usted primero, señor. Por favor.
Un turboascensor los llevó directamente a un gran despacho con vistas sobre la sala de juegos central del casino, abarrotada de clientes de especies de los Bordes Exterior y Medio apostando en las mesas, máquinas individuales, ruedas de Ovido y Jubileo, entre otros juegos. El director le señaló una silla mullida a Plagueis y se sentó ante un escritorio reflectante. UnoUno-CuatroDé se quedó de pie y en silencio junto a Plagueis.
—¿Ha comentado algo de un asunto privado, Magistrado Damask?
Plagueis entrecruzó los dedos de las manos.
—Tengo entendido que la semana pasada un cliente ganó una auténtica fortuna en Colisionadores.
El sullustano sacudió la cabeza con gesto de pesadumbre.
—Veo que las malas noticias vuelan. Pero, sí, estuvo a punto de dejarnos limpios. Una racha de suerte asombrosa.
—¿Está seguro de que fue suerte?
El sullustano consideró la pregunta.
—Creo que ya entiendo por dónde va, así que déjeme que le explique. Las especies que poseen habilidades telepáticas tienen prohibido apostar en Colisionadores, como en la mayoría de casinos. Además, siempre hemos actuado bajo la premisa de que el noventa y nueve por ciento de seres potentes en la Fuerza pertenecen a la Orden Jedi, y que los Jedi no apuestan. En cuanto al restante uno por ciento, los que se les han escurrido entre los dedos, lo más probable es que estén haciendo buenas obras o enclaustrados en monasterios reflexionando sobre los misterios del universo.
—¿Y el resto?
El sullustano apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—En las raras ocasiones, y enfatizo raras, que hemos sospechado que algún ser estaba utilizando la Fuerza, hemos solicitado un análisis de sangre.
—¿Ha desenmascarado alguna vez a un usuario de la Fuerza?
—Ni una sola en los veinte años que llevo dirigiendo este casino. Por supuesto, en este negocio oyes muchas historias. Por ejemplo, una sobre un casino de Denon que empleaba a un iktotchi sensible a la Fuerza como «enfriador», alguien capaz de cortar la racha ganadora de un apostador. Pero sospecho que es una historia apócrifa. Aquí en Colisionadores confiamos en los métodos estándar para asegurarnos que la casa gane. De todas formas, ocasionalmente, alguien resulta ser la excepción a la regla —se detuvo un momento—. Aunque reconozco que no he visto una racha ganadora como esa en años. Quizá tardemos meses en recuperarnos.
—¿Solicitó un análisis de sangre?
—Debo decir que sí, Magistrado Damask. Pero nuestro analista residente dijo que la sangre del ganador no contenía… bueno, lo que debería contener si fuese un usuario de la Fuerza. Le confieso que no sé mucho de química.
—A mí también me gustaría saber más —dijo Plagueis—. ¿Por casualidad tiene una imagen del ganador?
El director frunció el ceño.
—No quiero ser indiscreto, pero ¿puedo preguntarle a qué se debe ese interés personal?
Plagueis inspiró.
—Es un asunto fiscal.
El sullustano se animó.
—Por supuesto que la tenemos.
Sus pequeños dedos volaron sobre el teclado del escritorio y en segundos apareció en una pantalla de pared la imagen de un weequay.
Plagueis estaba a la vez decepcionado y desconcertado. Los datos de la nave de Venamis habían identificado al potencial candidato como un quarren. Un ser de Mon Calamari que había estado empleando la Fuerza para hacer saltar la banca en casinos de una docena de mundos, desde Coruscant hasta Taris, desde Nar Shaddaa a Carratos. Al parecer, el weequay que había ganado una fortuna en Colisionadores simplemente había tenido suerte. Plagueis estaba a punto de decírselo a 11-4D cuando un intercomunicador emitió un pitido y el director insertó un trasmisor subespacial en su gran oreja.
—¡Otra vez no! —dijo—. Bien, envía a un equipo de seguridad para que lo vigilen.
Plagueis esperó una explicación.
—Otra racha ganadora —dijo el sullustano—. ¡Esta vez un kubaz!
Plagueis se levantó.
—Me gustaría acompañar al equipo de seguridad a la sala de juegos. No les molestaré. Solo tengo curiosidad por ver sus métodos de detección de tramposos.
—Por supuesto —dijo distraído el director—. Quizás usted note algo que a nosotros se nos pasa por alto.
Plagueis subió al turboascensor con dos bothanos vestidos con trajes de negocios, que siguieron con él mientras serpenteaban por la sala de juegos hacia una de las mesas del Colisionadores. Alrededor de la mesa en cuestión había jugadores arremolinados en tres filas concéntricas, impidiéndole ver al afortunado kubaz hasta que los bothanos y él llegaron al hueco del crupier. Apretujado entre hembras de varias especies que intentaban en vano llamar su atención, el macho insectívoro de piel oscura y hocico largo estaba sentado frente al crupier, tras unas altísimas pilas de fichas de créditos. El juego se llamaba Colisionadores porque los jugadores apostaban sobre los tipos y caminos espirales de las partículas subatómicas de alta energía creadas como resultado de las colisiones producidas en la mesa de aceleración y las descargas aleatorias de electroimanes de desviación que las rodeaban. Debido a la naturaleza impredecible de las colisiones, la casa gozaba solo de una ligera ventaja, si los aceleradores no estaban manipulados, pero el kubaz estaba apostando únicamente a los caminos de las partículas, no a las categorías de partículas.
Cuando la mesa de aceleración zumbó al activarse y el kubaz deslizó algunas de sus fichas por encima de la tabla de apuestas, Plagueis proyectó con cautela la Fuerza, percibiendo una gran concentración por parte del kubaz y después una extraordinaria ola de energía psíquica. El kubaz estaba empleando la Fuerza; no para dirigir las partículas por un camino determinado, sino para ofuscar los electroimanes y reducir significativamente el número de caminos que podían tomar las partículas creadas.
La multitud congregada aplaudió y rugió ante otra apuesta ganadora. El crupier empujó otra pila de fichas hacia el otro extremo de la mesa, sumándola a los millones de créditos que el kubaz había ganado ya. Esforzándose por penetrar más profundamente en el kubaz, Plagueis volvió a abrirse a la Fuerza y se dio cuenta inmediatamente que el kubaz había notado la intromisión. Se levantó tan repentinamente de la silla que casi tiró a las hembras que tenía a ambos lados y le pidió al crupier que le cambiara las fichas. Sin mirar alrededor, tomó sus ganancias y se marchó apresuradamente hacia la barra más cercana. El equipo de seguridad bothano le siguió, tras prometer alertar a Plagueis si el kubaz intentaba abandonar el casino.
De nuevo en el despacho del piso superior, en el que 11-4D seguía esperando junto a la silla y el director sullustano sudaba nervioso, Plagueis preguntó si Colisionadores disponía de una base de datos sobre los jugadores que se habían hecho célebres por hacer saltar la banca en los casinos; las apuestas eran un pasatiempo popular no solo en Lianna sino en muchos otros mundos. Poco después en la pantalla de pared aparecieron imágenes de machos y hembras ongree, askajianos, zabrak, togrutas, kel dor, gotals y niktos. Incluso un metamorfo clawdite.
—Estos son los más famosos —estaba explicando el director cuando apareció la imagen de un neiomidiano—. Los que la Autoridad del Juego sospecha que han desarrollado métodos infalibles para hacer trampas. Si alguno de ellos aparece en Colisionadores, se le deniega la entrada.
Plagueis examinó las imágenes finales y se giró hacia el sullustano.
—Ha sido muy amable. No le molestaremos más.
El turboascensor acababa de bajarlos a 11-4D y a él hasta la planta del casino cuando le preguntó al droide si había notado algo en la rueda de identificación de los ganadores.
—Me parece curioso que todos sean, si se me permite, bípedos muunoides de aproximadamente la misma constitución física y casi idénticos en altura. Metro ochenta, para ser preciso —UnoUno-CuatroDé miró a Plagueis—. ¿Es posible que sea el mismo ser?
Plagueis sonrió satisfecho.
—¿Acaso un clawdite?
—Eso iba a sugerir. No obstante, tengo entendido que los metamorfos reptomamíferos de Zolan no suelen ser capaces de mantenerse camuflados como otras especies más que unos instantes sin experimentar un intenso malestar. Es más, entre los sospechosos había un clawdite.
—¿Y si era algún ser asumiendo la forma de un clawdite?
UnoUno-CuatroDé pareció sobresaltarse.
—Un shi’ido, Magistrado. ¡El candidato que Venamis estaba evaluando es un cambiapieles!
No se sabía gran cosa sobre la solitaria especie telepática de Laomon, excepto que eran capaces de hacerse pasar por una amplia variedad de especies inteligentes. Se decía que los más dotados podían hacerse pasar por árboles e incluso piedras. Una poderosa mujer shi’ido llamada Belia Darzu había sido lord Sith en la era anterior a Bane y había creado ejércitos de tecnobestias que controlaba con energía del lado oscuro.
—Eso explicaría los resultados negativos de los análisis de sangre —dijo 11-4D.
Plagueis asintió.
—Sospecho que ese shi’ido sensible a la Fuerza ha aprendido a modificar su sangre. O quizá solo enturbió la mente del analista, haciéndole ignorar los resultados de las tasas de midiclorianos.
Acababan de salir a la zona de juegos cuando uno de los bothanos se acercó apresuradamente.
—Magistrado Damask, acababan de informarme de que el kubaz se está marchando.
—¿Ha pedido que le transfieran las ganancias a una cuenta?
El bothano negó con la cabeza.
—Ha preferido las fichas de créditos. Es habitual entre los jugadores, para conservar su anonimato.
Plagueis le dio las gracias y se giró hacia el droide.
—Deprisa, CuatroDé. Antes de que nos saque demasiada ventaja.
Se encaminaron hacia la reluciente ecumenópolis, con sus imponentes rascanubes y mónadas. Las pasarelas peatonales estaban abarrotadas de seres llegados desde todas partes de la Ruta Comercial Perlemiana y el cielo estaba saturado de tráfico. Por todas partes veían el mismo nombre, Santhe; sobre las entradas de los edificios, en anuncios que aparecían en gigantescas pantallas de pared, escrito en los laterales de aerodeslizadores y naves. Aquella prominente familia poseía prácticamente toda Lianna y durante los últimos treinta años se había mostrado interesada en hacerse con el control de una de las principales empresas del planeta: Tecnologías Sienar, cuyos representantes habían sido invitados a la reciente Reunión de Sojourn.
Manteniendo una distancia razonable, Plagueis y 11-4D seguían al kubaz de pasarela en pasarela. Este atravesó uno de los puentes ornamentados que cruzaban el río Lona Cranith y llevaban a la ciudad hermana de Lianna, Lola Curich. Pasaron junto al cuartel general de la Sociedad Histórica del Tion Aliado, Aerodeslizadores Fronde, una cantina llamada Thorip Norr… El kubaz iba mirando todo el rato por encima del hombro y en ese momento, cuando se acercaba a la entrada de un túnel peatonal, estaba acelerando el paso.
—El shi’ido se comporta como si supiera que le siguen —dijo 11-4D, cuyos fotorreceptores estaban fijos en su presa.
—Intentará despistarnos en el túnel. Será mejor que lo esperemos a la salida —Plagueis se detuvo para echar un vistazo alrededor—. Por aquí, CuatroDé.
Corriendo entre los edificios bajo los que pasaba el túnel, llegaron hasta la salida, que daba a una plaza pública con restaurantes y boutiques. UnoUno-CuatroDé enfocó sus receptores ópticos y los apuntó hacia la boca del túnel.
—Basándonos en la velocidad a la que el shi’ido caminaba cuando entró en el túnel, ya debería de haber salido.
—Y lo ha hecho —dijo Plagueis—. Dirige tu atención al fornido askajiano que pasa junto la Cuchara de Aurodio.
Los fotorreceptores del droide rotaron ligeramente.
—El shi’ido ha cambiado de piel dentro del túnel.
—Sospechaba que lo haría.
—Ojalá yo tuviera una herramienta comparable a la Fuerza, Magistrado.
Siguieron su vigilancia clandestina, persiguiendo ahora a un askajiano, que les dio un paseo enrevesado por Lola Curich hasta terminar en un cajero automático del Clan Bancario InterGaláctico, junto a una franquicia de PetVac. Plagueis confiaba que 11-4D podría explicarle qué estaba haciendo el metamorfo.
—Ha ingresado las fichas de créditos —dijo el droide—. Pero no puedo acceder al número de cuenta. Incluso mis sensores de macrovisión tienen sus limitaciones.
Plagueis le hizo un gesto despreocupado.
—Eso no será problema.
Esperaron a que el shi’ido saliera para entrar a toda prisa en el cajero. Con la ayuda de los códigos del CBI que Plagueis le proporcionó, 11-4D encontró rápidamente no solo el número de cuenta sino también la identidad del titular.
—Kerred Santhe el Segundo —dijo el droide.
Plagueis se quedó sin palabras. Santhe había heredado la propiedad mayoritaria de Tecnologías Santhe/Sienar de su padre, el viejo Kerred, quien tenía el honor de ser el primer asesinado por Plagueis bajo la tutela de Darth Tenebrous. Pero no tenía demasiado sentido que un industrial rico como Santhe necesitara ganar dinero con las apuestas. Pero quizás el shi’ido tuviese alguna deuda con Santhe. ¿La conexión indirecta con Tenebrous explicaría que Venamis se hubiese fijado en el metamorfo?
—¿Qué sabes de la psicología shi’ido? —le preguntó Plagueis a 11-4D.
—Los sujetos shi’ido participaban en los estudios de longevidad que se realizaban en Obroa-skai. Poseen una psicología y un físico muy flexibles, con tendones y ligamentos reconfigurables, y unas características óseas finas pero densas que les permiten soportar su masa carnosa y enormes reservas de fluidos corporales.
—¿Tus sensores son capaces de detectar cuándo un shi’ido está a punto de cambiar de piel?
—Si el shi’ido está cerca, sí.
—En ese caso, no podemos perder ni un minuto.
Tras alcanzar a su presa cuando entraba en la plaza pública, lo adelantaron y se apresuraron a entrar en un túnel peatonal que quedaba más adelante. Al cabo de cien metros se encontraron con un tramo mal iluminado que Plagueis supuso que el shi’ido utilizaría para transformarse y esperaron.
El shi’ido no los decepcionó. Justo cuando empezaba a mudar, de askajiano a lo que debía de ser un ongree o un gotal, 11-4D activó el arma láser escondida en su brazo derecho y disparó una potente descarga a la base del cerebro del shi’ido.
Aquella monstruosa mezcla momentánea de especies lanzó un grito atormentado y se desmoronó sobre el suelo del túnel, retorciéndose de dolor. Moviéndose rápidamente, 11-4D lo arrastró hacia la oscuridad, donde Plagueis se colocó tras el cráneo grotescamente inflado, los hombros desigualados y la espalda encorvada del metamorfo.
—¿Por qué has transferido tus ganancias a Kerred Santhe? —preguntó Plagueis.
La boca retorcida del shi’ido se esforzó en dar una respuesta.
—¿Sois de la Autoridad del Juego?
—Eso quisieras. Repito: ¿Por qué Karred Santhe?
—Deudas de juego —balbuceó el shi’ido, mientras la baba le caía al suelo—. Está endeudado con un par de Vigos de Sol Negro y otros prestamistas.
—Santhe es uno de los seres más ricos de la galaxia —presionó Plagueis—. ¿Por qué iba a necesitar lo que le has estado robando a los casinos, desde aquí hasta Coruscant?
—Debe millones. No ha parado de beber y apostar desde que su padre fue asesinado.
Brillantemente asesinado, pensó Plagueis.
—Aun así, Sol Negro jamás iría tras él.
El shi’ido sensible a la Fuerza estiró su abultado cuello, esforzándose por ver a su inquisidor.
—Ya lo sabe. Pero los Vigos le amenazan con hacer pública esa información. El escándalo podría convencer al consejo directivo de Santhe/Sienar de que lo mejor sería despedirlo de su cargo de jefe de operaciones y nombrar a Narro Sienar como sustituto.
Plagueis rió brevemente, entre sorprendido y satisfecho.
—Y harían bien, metamorfo —se levantó y empezó a caminar—. Has sido de gran ayuda. Puedes marcharte.
—No puede dejarme así —suplicó el shi’ido.
Plagueis se detuvo y volvió hacia su víctima.
—Si estuvieses financiando terroristas o comprando armas, quizá te habría permitido continuar desplumando a los casinos. Pero engordar las arcas de Sol Negro y proteger la reputación del enemigo de un amigo te convierte a ti también en mi enemigo —bajó la voz en un susurro amenazante—. Piénsalo: tienes la última oportunidad de utilizar tus talentos en la Fuerza para ganar, antes de que tu espantoso aspecto se convierta en el fondo de pantalla de las base de datos de tramposos de todos los mundos dedicados al juego. Te sugiero que utilices tus ganancias de manera inteligente y te construyas una nueva vida en algún lugar donde la Autoridad del Juego no pueda encontrarte. Yo tampoco iré a buscarte.
Decir que el planeta Saleucami era lo más rescatable de su sistema significaba que era el único capaz de albergar vida, entre media docena de mundos sofocantes y desolados. Lo más rescatable de Saleucami no eran, como uno podría sospechar, las zonas que no habían sufrido los bombardeos de meteoritos, sino algunos de los cráteres de impacto que había dejado a su estela la incesante tormenta celestial. Porque el impacto de los meteoritos había provocado la aparición de aguas subterráneas ricas en minerales, convirtiendo los cráteres en lagos de caldera y el entorno en oasis de flora orbicular.
Unos bípedos de piel azul y ojos amarillos del otro extremo del Núcleo fueron los primeros en colonizar Saleucami, que significaba «oasis» en su idioma, porque eso era este mundo comparado con los que habían visitado en su largo viaje desde Wroona. Desde entonces habían llegado abundantes grupos de weequays, grans y twi’leks, huidos de conflictos o en busca de un penoso aislamiento y dedicados a cultivar el terreno incoloro para producir humedad y subsistir a base de raíces insípidas que se marchitaban al sol del mediodía y se congelaban por la noche. Más tarde se construyeron una ciudad y un puerto espacial a la sombra de una de las calderas, alimentados por energía geotérmica.
Los inmigrantes más recientes de Saleucami eran de otro tipo: seres jóvenes de mundos tan distantes como Glee Anselm y Arkania, vestidos con andrajos y con todas sus posesiones a la espalda. Vagabundos y buscavidas llegados en los maltrechos transportes y cargueros que viajaban a los sistemas del Borde Exterior. Machos y hembras, aunque el triple de estas, a los que distinguía lo que algunos consideraban una mirada inquieta y otros una mirada perdida. Al principio, los colonos nativos no sabían qué hacer con aquellos vagabundos inútiles, pero poco a poco fue creciendo toda una industria dedicada a proveerles sus simples pero peculiares necesidades de cobijo, alimento y transporte de superficie hacia los páramos, donde les esperaba la iluminación, ofrecida por las enormes manos de un ser que se rumoreaba que tenía poderes proféticos.
Entre ellos había aquel día un muun vestido con una simple toga con capucha y unas botas gastadas. Aunque normalmente la mera presencia de un muun podría haber generado rumores de que Saleucami estaba a punto de ser adquirido por el Clan Bancario InterGaláctico, la horda juvenil en la que se había introducido el muun apenas se fijaba en él. No en un grupo que incluía ryns, fosh y otras especies exóticas; no cuando el propio Saleucami era considerado poco más que un paso previo hacia un mundo más grande.
Plagueis había dejado a 11-4D en Sy Mirth y terminó el viaje en carguero con la esperanza de pasar lo más desapercibido posible. La información sobre la profeta era escasa, pero Venamis había anotado que había nacido en el Borde Interior y había llegado a Saleucami solo tres años antes. Los colonos del planeta estaban dispuestos a tolerar su presencia y a los extraños seguidores que atraía, siempre que confinaran sus reuniones a los páramos.
Apiñado con otros cuarenta seres en un abarrotado deslizador autobús, Plagueis contempló el desolado paisaje de montañas volcánicas y las escarpadas paredes de los cráteres de impacto. Bajo un cielo despejado de color púrpura pálido la luz cegadora centelleaba intermitentemente y la monotonía del viaje de cinco horas solo la aliviaba ocasionalmente algún asentamiento o alguna granja de humedad solitaria. El trayecto terminaba en un lago de caldera relativamente pequeño, desde cuyas orillas se extendía una extensión comunitaria de tiendas y refugios burdos, habitada por los idealistas veteranos llegados previamente.
Los Elegidos, como les llamaban.
Tras saltar del deslizador autobús, Plagueis siguió al grupo de recién llegados en una corta caminata hasta un anfiteatro natural, donde algunos pudieron sentarse sobre pedazos de meteorito. Otros se sentaron sobre sus mochilas o en el suelo irregular. Poco después, el ruido de motores chirriando anunció la llegada de una caravana de deslizadores terrestres híbridos, muchos de ellos en perfecto estado, aunque cubiertos de polvo y con los colores desteñidos por la intensa luz. Prácticamente todos los seres del anfiteatro se levantaron y una oleada de expectación recorrió a los congregados, convirtiéndose en fervor cuando una hembra iktotchi salió de uno de los vehículos, rodeada de discípulos vestidos tan sencillamente como ella.
A Plagueis no se le ocurría un ser más adecuado para Saleucami o una secta: un bípedo sin pelo con cuernos curvados hacia abajo y frente prominente, piel curtida para soportar los vientos violentos de su planeta natal y una cara agresiva que ocultaba una naturaleza emotiva. Pero lo importante era que poseía una habilidad precognitiva demostrada.
La iktotchi subió sola a un bloque de piedra que era el escenario del anfiteatro y, cuando los asistentes se callaron, empezó a hablar con voz solemne.
—He visto la oscuridad venidera y los seres que la traerán a la galaxia —se detuvo brevemente para que sus palabras tuviesen más impacto—. He sido testigo del hundimiento de la República y he visto a la Orden Jedi sumida en la agitación —apuntó un dedo hacia las lejanas montañas—. En el horizonte acecha una guerra de ámbito galáctico; un conflicto entre máquinas de aleación y máquinas de carne, y la subsiguiente muerte de decenas de millones de inocentes.
Deambuló por el bloque de piedra, como si hablase sola.
—Veo mundos subyugados y mundos destruidos, y del caos nacerá un nuevo orden, apuntalado por armas feroces como las que no se han conocido en mil años. Una galaxia sometida bajo el yugo de un déspota despiadado que sirve a las fuerzas de la entropía. Y, finalmente, he visto que solo podrán sobrevivir aquellos curtidos por esta ineludible verdad —examinó al público—. Solo aquellos de vosotros que estéis dispuestos a luchar contra los demás y explotar sus desgracias.
Los asistentes estaban sentados en un silencio estupefacto. Se decía que los iktotchi perdían parte de sus habilidades precognitivas cuanto más se alejaban de su mundo natal, pero no siempre era así. Sobre todo, se dijo Plagueis, no si se trataba de una iktotchi potente en la Fuerza. No le extrañaba que Venamis la tuviese controlada.
—He sido enviada para derribar vuestra preciada fe en un futuro brillante y ayudaros a librar una guerra contra las buenas intenciones y el engaño de las ideas puras; para enseñaros a aceptar el hecho de que incluso en medio de esta era aparentemente dichosa, un abrir y cerrar de ojos en la historia de los seres inteligentes, siguen dominándonos nuestros instintos más básicos. He sido enviada para advertiros que la propia Fuerza no será más que una ilusión pasajera entre los que se engañan a sí mismos; una ilusión anticuada que se convertirá en humo en los fuegos purificadores de una nueva era.
Hizo una nueva pausa y cuando volvió a hablar su voz había perdido intensidad.
—Lo que esta galaxia reordenada necesita son seres que no teman ser arrogantes y ventajistas, dispuestos a hacer cualquier cosa por sobrevivir. Aquí, bajo mi orientación, aprenderéis a liberaros de vuestro antiguo yo y encontrar la fuerza para volver a moldearos a vosotros mismos como seres de duracero, mediante actos que puede que jamás hayáis imaginado que seáis capaces de hacer.
»Soy la piloto de vuestro futuro.
Abrió sus brazos hacia el público.
—Mirad, todos, a los seres que tenéis a la izquierda y la derecha, a los que tenéis delante y detrás…
Plagueis hizo lo que le pedían, topándose con miradas inocentes y miradas furiosas, miradas asustadas y expresiones perdidas.
—… Y pensad en ellos como peldaños en vuestra escalada final —dijo la iktotchi, que enseñó las manos—. El contacto de mis manos hará que la corriente empiece a fluir por vuestro interior; activará el interruptor que iniciará vuestro viaje a la transformación. Venid a mí si queréis ser elegidos.
Muchos de los congregados se levantaron y empezaron a acercarse al escenario, apartando a otros a empujones, luchando por ser los primeros. Plagueis se tomó su tiempo y encontró un sitio al final de la sinuosa cola. Aunque la idea de tener un ejército ya formado de devotos del lado oscuro a su disposición tenía cierto atractivo, la iktotchi estaba propagando el mensaje que había condenado a los Sith de la antigüedad, los Sith que precedieron a la reforma de Bane, que habían permitido que las luchas intestinas llevasen su Orden a la perdición. El mensaje apropiado debería haber sido que renunciasen a su necesidad de sentirse en control de sus propios destinos y aceptasen el liderato iluminado de unos pocos elegidos.
La estrella de Saleucami estaba baja cuando Plagueis llegó al bloque de piedra y se plantó ante la iktotchi. Las manos anchas de ella agarraron las suyas, apretando sus gruesos dedos contra las estrechas palmas de Plagueis.
—Un muun rico y refinado; el primero que acude a mí —dijo ella.
—Fuiste elegida —le dijo Plagueis.
Ella le sostuvo la mirada y un repentino destello de incertidumbre iluminó sus ojos, como si Plagueis hubiese hecho chocar sus cuernos contra los de ella.
—¿Qué?
—Fuiste elegida; aunque sin tu conocimiento. Así que necesitaba conocerte en persona.
Ella seguía mirándole, asombrada.
—No estás aquí por eso.
—Oh, claro que sí —dijo Plagueis.
Ella intentó retirar sus manos, pero Plagueis las tenía ahora bien sujetas.
—Tú no estás aquí por eso —dijo ella, cambiando el énfasis—. Portas la oscuridad del futuro. Soy yo la que te ha buscado; yo la que debo ser tu sirvienta.
—Por desgracia, no —susurró Plagueis—. Tu mensaje es prematuro y peligroso para mi causa.
—¡Pues déjame que lo enmiende! Permíteme servirte.
—Estás a punto de hacerlo.
En los ojos de la iktotchi se encendió un fuego y su cuerpo quedó rígido cuando Plagueis empezó a filtrar rayos hacia su interior. Los miembros le temblaban y la sangre empezó a hervirle. Tenía las manos cada vez más calientes y estaban a punto de arder en llamas cuando Plagueis finalmente sintió que la luz salía del cuerpo de ella y se desplomaba sobre él. De reojo, vio que uno de los discípulos twi’lek de la iktotchi corría hacia él, soltó abruptamente las manos de la profetisa y se apartó de su cuerpo espasmódico.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el twi’lek mientras otros discípulos acudían en ayuda de la iktotchi—. ¿Qué le has hecho?
Plagueis hizo un gesto tranquilizador.
—No he hecho nada —dijo con una voz grave y monótona—. Se ha desmayado.
El twi’lek parpadeó y se giró hacia sus camaradas.
—Él no ha hecho nada. Se ha desmayado.
—¡No respira! —dijo uno de ellos.
—Ayudadla —dijo Plagueis en el mismo tono.
—Ayudadla —dijo el twi’lek—. ¡Ayudadla!
Plagueis bajó del bloque de piedra y empezó a caminar en dirección contraria a una repentina corriente de seres frenéticos, hacia uno de los deslizadores autobús que esperaban. La noche caía rápidamente. A su espalda oía gritos de incredulidad resonando en el anfiteatro. El pánico se propagaba. Los seres se comían las uñas, les vibraban las antenas y otros apéndices, caminaban en círculos, hablaban solos.
Era el único a bordo del deslizador autobús. Los que habían llegado con él y los Elegidos que habían construido refugios junto al lago corrían hacia la oscuridad, como si estuviesen decididos a perderse en las aguas.
En una nave estelar de diseño parecido a la que había llevado a Tenebrous y Plagueis hasta Bal’demnic, fabricada por Rugess Nome, Plagueis y 11-4D viajaban hacia Bedlam, un mundo del Borde Medio, cerca del pulsar plateado del mismo nombre. Aquel luminoso fenómeno cósmico, una filtración en el espacio real que era el patio de recreo de hipotéticos seres transdimensionales, le pareció a Plagueis el escenario perfecto para el sanatorio al que habían confinado durante los últimos cinco años al último de los potenciales aprendices de Venamis, un nautolano.
Unos guardias gamorreanos uniformados los recibieron ante las altísimas puertas de la Institución Bedlam para Criminales Dementes y los acompañaron hasta el despacho del superintendente, donde les dio la bienvenida un ithoriano, que escuchó con atención pero claramente consternado el objetivo de la visita sorpresa de Plagueis.
—¿Naat Lare ha sido nombrado beneficiario de una herencia?
Plagueis asintió.
—Una pequeña herencia. Soy el principal albacea y llevo buscándolo algún tiempo.
La cabeza de dos lóbulos del ithoriano se balanceaba adelante y atrás, y sus largos dedos de punta bulbosa martilleaban un dibujo del escritorio.
—Lamento comunicarles que ya no está con nosotros.
—¿Ha muerto?
—Es bastante posible. Aunque lo que quiero decir es que ha desaparecido.
—¿Cuándo?
—Hace dos meses.
—¿Por qué lo habían recluido en Bedlam? —preguntó Plagueis.
—Fue arrestado por las autoridades de Glee Anselm, pero finalmente le sentenciaron a cumplir su condena aquí, donde podíamos cuidar de él.
—¿Cuál fue su crimen?
—Crímenes, para ser preciso. Tiene un largo historial de prácticas sadomasoquistas, normalmente con animales, piromanía, pequeños delitos y uso de estupefacientes. Esto suele verse en seres que han sufrido malos tratos o han tenido una educación inestable, pero Naat Lare tenía una familia encantadora y es muy inteligente, a pesar de haber sido expulsado de innumerables escuelas.
Plagueis se pensó detenidamente su siguiente pregunta.
—¿Es peligroso?
El ithoriano tamborileó con sus dedos espatulados antes de responder.
—A riesgo de violar el secreto médico, diría que es potencialmente peligroso, ya que posee ciertos… digamos, talentos, que trascienden lo común.
—¿Esos talentos le ayudaron en su fuga?
—Quizá. Aunque creemos que pudo recibir ayuda.
—¿De quién?
—Un médico bith que se interesó por su caso.
Plagueis se reclinó en su silla. ¿Venamis?
—¿Se han puesto en contacto con el médico?
—Lo intentamos, pero la información que proporcionó sobre su especialidad y lugar de residencia eran falsos.
—Así que puede que no fuera médico.
La cabeza del ithoriano oscilaba sobre su cuello curvado.
—Desgraciadamente. El bith podría ser una especie de cómplice.
—¿Tiene alguna idea de dónde puede haberse escondido Naat Lare?
—Asumiendo que salió de Bedlam por sus propios medios, las posibilidades son limitadas, debido a la escasez de naves estelares que viajan hasta aquí. Su primera parada debió de ser Felucia, Caluula o Abraxin. Avisamos a las autoridades de esos mundos. Por desgracia, no tenemos presupuesto para hacer una investigación exhaustiva.
Plagueis lanzó una mirada significativa a 11-4D y se levantó de su asiento.
—Agradezco mucho su colaboración, superintendente.
—Confiamos que los Jedi lo encuentren, en cualquier caso —añadió el ithoriano cuando Plagueis y el droide estaban a punto de salir del despacho.
Plagueis se dio la vuelta.
—¿Los Jedi?
—Dados los peculiares dones de Naat Lare, nos sentimos obligados a contactar con la Orden en cuanto descubrimos que había desaparecido. Ellos aceptaron amablemente ayudarnos en la investigación —el ithoriano hizo una pausa—. Podría ponerme en contacto con usted si nos enteramos de algo…
Plagueis sonrió.
—Le dejaré mi información de contacto a su ayudante.
11-4D y él regresaron en silencio a la nave. Mientras bajaba la rampa de embarque, Plagueis dijo:
—Los seres como Naat Lare no pueden esconderse mucho tiempo. Busca en la HoloRed y otras fuentes de noticias sucesos recientes en los tres mundos que ha nombrado el superintendente, e infórmame de cualquier cosa que te llame la atención.
La nave apenas había salido de la atmósfera de Bedlam cuando 11-4D se puso en contacto con la cabina.
—Una noticia de Abraxin, Magistrado —dijo el droide—. Enterrada entre historias de sucesos extraños o intrigantes. Informan de los recientes asesinatos de docenas de cazapantanos en las marismas que rodean un asentamiento barabel, en el continente sur.
Los cazapantanos, unas grandes criaturas bípedas no inteligentes, cazaban en manada y eran famosos por utilizar la Fuerza para hacer salir a sus presas de sus escondites.
—Los barabels más supersticiosos creen que la Plaga de Barabel es la responsable de la serie de asesinatos.
Plagueis se golpeó los muslos con las palmas de las manos.
—Nuestro nautolano ha pasado de torturar mascotas domésticas a asesinar criaturas sensibles a la Fuerza. Estoy seguro de que los Jedi llegarán a la misma conclusión.
—Si no lo han hecho ya, señor.
Plagueis se acarició la barbilla mientras pensaba.
—Este tiene algo más que una leve conexión con el lado oscuro. No me extraña que Venamis lo visitase. Que la computadora de navegación ponga rumbo a Abraxin, CuatroDé. Volvemos al Cúmulo Tion.
Un día estándar después habían aterrizado en el planeta, cerca de la zona en la que se habían producido los asesinatos de cazapantanos. El asentamiento barabel estaba muy alejado de cualquiera de los puertos espaciales del planeta, en el inseguro borde de una gran marisma cuyas sinuosas orillas estaban cercadas por densos bosques de árboles enraizados bajo el agua. En un brazo de terreno elevado se alzaban algunos edificios prefabricados entre grupos de casas sobre pilares con techos de paja conectadas entre sí por caminos que serpenteaban por las hierbas de la estación seca. Los reptilianos escamados nativos solo llevaban la ropa necesaria para no perder la decencia y un empalagoso olor dulce de vegetación putrefacta flotaba en el aire. Abraxin había sido potente en la Fuerza en tiempos de Bane, cuando se había aliado con la Hermandad de la Oscuridad de lord Kaan, pero Plagueis podía percibir que aquel poder había disminuido significativamente en los siglos transcurridos desde entonces.
11-4D y él no habían caminado ni un kilómetro cuando se toparon con un grupo de barabels que sacaba un cuarteto de cazapantanos masacrados de aquellas aguas con color de sopa de legumbres. Las apestosas carcasas bípedas habían sufrido cortes y puñaladas, y habían perdido sus ojos rojos por culpa de la delicada obra de un vibrocuchillo. A primera vista uno podría pensar que las criaturas también habían sido decapitadas, ya que sus pequeñas cabezas quedaban muy hundidas entre sus hombros encorvados. A Plagueis le pareció que los barabel no olían mucho mejor que los cazapantanos muertos, pero hablaban el suficiente básico para responder sus preguntas sobre la reciente oleada de asesinatos.
—Estos cuatro, miembros misma manada —explicó uno de los reptilianos—, y los han matado en solo una noche.
Otro, al que le estaba creciendo una nueva cola, añadió:
—Es la Plaga —con la zarpa indicó las cuencas negras de los ojos de una de las bestias—. Este cree que solo la Plaga se llevaría los ojos.
Siguiendo por el camino sombreado que llevaba hacia el asentamiento, Plagueis se quitó la capa, la dobló y se la colocó bajo el brazo derecho. Al girar un recodo vio que no era el único visitante vestido poco adecuadamente para aquel clima. Más adelante, dos Jedi cubiertos con las tradicionales togas marrones de la Orden estaban regateando con un barabel el precio de alquiler de un deslizador acuático. Plagueis se ancló al mundo material mientras el más joven de los dos, un zabrak, se giraba para mirarlos mientras pasaban.
Plagueis respondió a la mirada del Jedi con un saludo con la cabeza y siguió caminando, sin apartarse del camino hasta que llegaron a un pequeño mercado, desde donde aún podía ver a los Jedi y al piloto barabel del deslizador. Familiarizado con el idioma barabel, Plagueis escuchaba furtivamente las conversaciones de los comerciantes, sentados tras de bandejas del pescado, las aves e insectos que proporcionaba la marisma. Todo el mundo hablaba de los asesinatos de cazapantanos y de las supersticiones sobre la Plaga. Pero la llegada de los Jedi se consideraba un buen augurio, ya que la Orden era venerada por haber ayudado a solucionar una disputa entre clanes en Barab casi un milenio antes.
Plagueis llevó a 11-4D hasta la entrada del mercado y le ordenó que enfocara sus fotorreceptores hacia los Jedi, que estaban a punto de llegar a un acuerdo con el piloto del deslizador. Después se permitió recurrir profundamente a la Fuerza.
—Han reaccionado los dos —dijo el droide—. El cereano ha mirado hacia el mercado, aunque no se ha fijado en usted.
—Porque busca un nautolano, no un muun.
Poco después, mientras Plagueis y 11-4D vagaban por el asentamiento, alguien les llamó en básico con acento del Núcleo…
—Parece que somos los únicos extranjeros en la ciudad.
Aquella voz pertenecía al cereano larguirucho, que había salido de una fonda con un frasco lleno de líquido. Tras él salió el zabrak, que colocó dos jarras sobre una mesa situada a la sombra.
—Unase a nosotros, por favor —dijo el cereano, señalando con su alta cabeza cónica una silla libre.
Plagueis se acercó a la mesa pero rechazó la silla.
—Cerveza local —dijo el zabrak, sirviéndola en las jarras—. Aunque dentro he visto una botella de brandy abraxiano, si lo prefiere.
—Gracias, pero ahora mismo no quiero beber —dijo Plagueis—. Quizá cuando haya terminado mi jornada de trabajo.
El cereano hizo un gesto.
—Soy el Maestro Ni-Cada. Y este es el padawan Lo Bukk. ¿Qué le trae a Abraxin, ciudadano…?
—Micropréstamos —le interrumpió Plagueis para no tener que inventarse un nombre—. El Clan Bancario se está planteando abrir una sucursal del Banco de Aargau aquí para apoyar la economía local.
Los Jedi intercambiaron miradas enigmáticas por encima de los bordes de sus jarras.
—¿Y qué trae a los Jedi a Abraxin, Maestro Ni-Cada? Supongo que no son los moluscos.
—Estamos investigando los recientes asesinatos de cazapantanos —dijo el zabrak, quizás antes de que su Maestro pudiese impedírselo.
—Ah, claro. Mi droide y yo hemos visto los cadáveres de cuatro de esas pobres criaturas al llegar al asentamiento.
El cereano asintió seriamente.
—La llamada Plaga habrá terminado mañana mismo.
Plagueis fingió estar gratamente sorprendido.
—Maravillosa noticia. No hay nada peor que la superstición para paralizar una economía. Disfruten de su cerveza, ciudadanos.
UnoUno-CuatroDé esperó a estar lo bastante lejos para que los Jedi no pudiesen oírlos para decirle:
—¿Nos marchamos de Abraxin, Magistrado?
Plagueis negó con la cabeza.
—No hasta que haya encontrado al nautolano. No tengo más remedio que intentar atraerlo para sacarlo de su escondite.
—Pero si recurre a la Fuerza, es probable que también atraiga a los Jedi.
—Quizá merezca la pena correr ese riesgo.
Pasaron la tarde escuchando conversaciones sobre los lugares de los asesinatos y llegaron a la conclusión que Naat Lare, consciente o inconscientemente, había seguido un patrón. En plena oscuridad, en un extremo del asentamiento, junto a la orilla plagada de sanguijuelas de la oscura marisma, a unos seis kilómetros del mercado, Plagueis se quitó las mallas, la túnica y el gorro, y se sumergió desnudo en las aguas turbias. Con un respirador Aquata sujeto entre los dientes, se propulsó hacia el fondo. Allí, entre el lodo, se abrió plenamente a la Fuerza y convocó al nautolano, a quien su Fuerza y sentidos olfativos debían sugerirle que la madre de todos los cazapantanos estaba cerca. Una mujer nautolana tatuada llamada Dossa había sido considerada apta para servir al lord Sith Exar Kun; ¿quién sabía qué talentos podía poseer Naat Lare?
Plagueis salió a la orilla fangosa en medio del estridente ruido de los insectos, se vistió y se sentó a la luz de las estrellas sobre las resbaladizas raíces de un árbol frondoso. Poco después sintió un eco en la Fuerza y vio que el agua se rizaba a cierta distancia. En la penumbra, surgieron del agua unos rizos azul verdosos, seguidos de un par de ojos granates sin párpados. Después apareció el ser anfibio de Glee Anselm, avanzando como un animal y fijando su atención en Plagueis.
En ese mismo momento, el muun oyó el ruido del deslizador acuático acercándose rápidamente desde el interior de la marisma y percibió la presencia de los dos Jedi.
—Tú no eres Venamis —dijo Naat Lare en básico, colocando una mano sobre la empuñadura del vibrocuchillo que llevaba sujeto en su musculoso muslo.
—Él te ayudó a escapar de Bedlam y te envió aquí como parte de tu entrenamiento.
Naat Lare cogió el vibrocuchillo.
—¿Quién eres?
Plagueis se enderezó.
—Soy el Maestro de Venamis.
El nautolano pareció confundido, aunque solo momentáneamente. Después se arrodilló en el barro.
—Lord —dijo, bajando la cabeza.
El sonido del deslizador se acercaba tras un recodo de la marisma.
—Te han seguido dos Jedi.
Naat Lare giró su cabeza trenzada hacia el sonido del deslizador.
Plagueis empezó a retroceder hacia las sombras y su naturaleza terrenal.
—Demuestra que eres digno de mí y Venamis matándoles.
—Sí, mi lord.
El nautolano se puso de pie y se lanzó al agua cubierta de limo.
Plagueis esperó escondido entre los frondosos árboles. El motor del deslizador quedó en silencio; después el agua se agitó, se oyeron gritos de alarma y se vio un repentino destello de luz en plena noche.
—¡Maestro!
Se oyó un estridente ruido gutural, seguido de un grito de dolor.
—Aparta, padawan.
—Maestro, es…
Otro grito, aún más agudo.
—¡No! ¡No!
El siseo de una espada de luz furiosa cortando el aire, un aullido de dolor y algo pesado que caía al agua.
—¿Está vivo? ¿Está vivo?
Alguien gimió de dolor.
—Espera…
Las olas rompieron contra la orilla llena de raíces en la que estaba escondido Plagueis.
—¿Maestro?
—Se acabó. Está muerto.