7: ALLÍ DONDE ESTABAN
En las profundidades de Aborah, Venamis estaba suspendido en un tanque de bacta, con sensores inalámbricos conectados en su pecho, cuello y cráneo calvo hendido.
—Puedes ser el mejor regalo que me haya hecho nunca Tenebrous —dijo Plagueis mientras miraba el oscilante cuerpo del bith dentro del espeso líquido terapéutico.
—Su cerebro sigue recuperándose de los efectos de los alcaloides del coma-flor —apuntó 11-4D desde el otro extremo del laboratorio—. No obstante, su estado físico se mantiene estable.
Plagueis seguía mirando a Venamis. La herida que le había causado en el cuello estaba curada, pero la leve cicatriz era un recordatorio de su mortalidad.
—Así está bien, su mente no me interesa.
En ese momento los nuevos brazos del droide hicieron un movimiento quirúrgico cortante.
Los análisis de sangre habían revelado una alta tasa de midi-clorianos, lo que le confirmó a Plagueis que un ser podía tener enorme potencial en la Fuerza y ser un inepto. Se preguntaba: ¿fue a Venamis a quién percibió con la Fuerza tras asesinar a Tenebrous? Un Jedi hubiese sido un sujeto experimental mucho más interesante, pero un adepto del lado oscuro quizá se adecuaba mejor a sus propósitos. Y dentro de poco el tanque de bacta adyacente también contendría a un yinchorri resistente a la Fuerza.
Inmediatamente después del combate en Sojourn, Plagueis había ordenado a los miembros de la Guardia Sol que buscasen la nave estelar con la que Venamis se había infiltrado en la Luna de los Cazadores y después la trasladó junto con el bith envenenado a Aborah. Habían informado a Larsh Hill y los demás muuns que habían capturado y eliminado a un intruso, sin más detalles. La investigación de la nave había proporcionado datos que quizá hubiesen sorprendido al mismísimo Darth Tenebrous, quien se la había proporcionado a Venamis. Al parecer, mucho antes de enfrentarse a Plagueis y enterarse del final de su Maestro, el propio Venamis había estado buscando aprendices potenciales. Plagueis no pudo evitar sentirse impresionado, aunque a regañadientes. Al joven bith podría haberle ido muy bien en la era de Bane. Ahora, sin embargo, era un anacronismo, igual que Tenebrous.
A Plagueis no le sorprendió que su antiguo Maestro hubiese elegido a aquel bith. Tenebrous y él habían llegado a un pacto tácito décadas atrás respecto a la ejecución del imperativo Sith. Su Maestro, hijo de una de las civilizaciones más antiguas de la galaxia, creía que la victoria se alcanzaría combinando los poderes del lado oscuro con la experta ciencia bith. Con la ayuda de computadoras sofisticadas y fórmulas para moldear el futuro, podrían mantener a todos los seres de la galaxia y la Orden Jedi iría disipándose gradualmente hasta desaparecer. Tenebrous había intentado convencerlo de que la Fuerza y su relación con la galaxia no eran cosa del azar; y que aunque la profetizada supremacía del lado oscuro podía predecirse, los Sith no podían influir ni acelerar su ascenso.
Los muuns creían en las fórmulas y el cálculo tanto como los bith, pero Plagueis no era un fatalista. Convencido de que las brillantes ecuaciones de Tenebrous descuidaban algún factor importante, había defendido que los acontecimientos futuros, predichos por máquinas o atisbados en visiones, solían ser confusos y poco fiables. Más importante aún, le habían educado para creer en la eliminación de los competidores y veía a los Jedi como tales. La Orden no era simplemente una empresa rival cualquiera que podían adquirir secretamente; debía ser socavada, derribada y desmantelada. Exterminada. Había asumido que, con el tiempo, llegaría a ser capaz de derrotar a Tenebrous, pero era evidente que su antiguo Maestro no lo consideraba digno de lucir el manto de sucesor Sith y había buscado otro. Los irrefrenables deseos de los seres inteligentes eran una bendición para los Sith, ya que engendraban abundantes seres entusiastas y audaces que podrían utilizar para promover su causa. Plagueis había sido instruido para buscar siempre seres apropiados, igual que Tenebrous; por eso había descubierto a Venamis. Puede que su antiguo Maestro hubiese considerado aquel ataque sorpresa como beneficioso, fuese cual fuese su desenlace. Si Venamis vencía, era merecedor del manto; si no lo hacía, quizá Plagueis aceptase la verdadera naturaleza de la relación Maestro-aprendiz.
Una vieja historia a la que nunca le había encontrado demasiado sentido.
Pero eso explicaba el curioso comportamiento de Tenebrous en los meses y semanas previos a los sucesos de Bal’demnic. Era imposible saber cuánto tiempo llevaba planeado el ataque de Venamis, pero Tenebrous, con toda su fría indiferencia, estaba preocupado por sus consecuencias. En Bal’demnic se había mostrado distraído, y aquella falta de atención le había costado la vida. Pero en los momentos finales, antes de comprender la implicación de Plagueis, había estado a punto de revelarle la existencia de Venamis. Ahora importaba poco y, de hecho, a Plagueis le parecía despreciable la vacilación del bith.
Era obvio que Tenebrous, igual que Plagueis, había aceptado el hecho de que la Regla de Dos de Darth Bane había expirado. En cualquier caso, muy pocos lores Sith la habían respetado, lo que al muun le parecía normal. Los objetivos del Gran Plan eran la venganza y la recuperación del poder galáctico. Pero aunque la mayoría de lores Sith desde Bane habían ayudado, a su manera, a debilitar la República, esto se había debido menos al altruismo y la lealtad a la Regla que a su debilidad e incompetencia. Puede que tuviesen intención de suprimir el imperativo de Bane, pero siempre habían caído presa de las flaquezas y excentricidades personales, por lo que habían sido incapaces de vengarse de la Orden Jedi. Plagueis lo entendía. Él no era de los que se quedaban esperando ni dedicaban su mandato meramente a allanarle el camino al éxito al próximo lord Sith. Tampoco se iba a contentar con quedarse a la sombra de Tenebrous como aprendiz, ni aunque el bith hubiese triunfado en lo que otros habían fracasado.
¿Cómo era posible que, con toda su sabiduría, Tenebrous no se hubiese dado cuenta de que Plagueis era la culminación de una milenaria sed de venganza? ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta de que el destino lo había llamado?
En un inusual cumplido, el bith se lo había confesado.
«De la misma manera que las fuerzas tectónicas hacen que un peñasco caiga sobre un río, desviando su curso para siempre, los acontecimientos hacen surgir individuos que, cruzándose en el camino de la Fuerza, alteran las corrientes de la historia. Tú eres uno de ellos».
¿Ahora debía pensar que Tenebrous había considerado que Venamis también era uno de esos individuos?
Si era así, resultaba decepcionante por su parte.
Los datos descubiertos a bordo de la nave estelar de Venamis no revelaban qué edad tenía cuando Tenebrous lo encontró, ni ningún detalle sobre su entrenamiento. Aunque las formas establecidas del entrenamiento de los aprendices eran algo del pasado. La doctrina era para los Jedi. Mientras los Jedi cortejaban el poder, los Sith lo codiciaban; mientras los Jedi creían conocer la verdad, los Sith la poseían. Dominados por el lado oscuro, finalmente se convertían en su conocimiento.
Durante los últimos quinientos años, los Sith del linaje de Bane habían evitado seleccionar niños como aprendices, ya que les resultaba más ventajoso descubrir seres ya encallecidos o magullados por la vida.
Plagueis, sin embargo, era una excepción.
Muunilinst se mantuvo al margen cuando, en plena locura de la Tercera Gran Expansión, los mundos del Núcleo y el Borde Interior se expandieron y reclamaron para sí los planetas evaluados y considerados habitables por la Ley de Colonización y la Enmienda de Cesión de Planetas. El motivo era muy simple: aunque los muuns tenían más riqueza de la que muchas especies podían soñar, además de acceso a las naves estelares de mayor calidad, eran reacios a dejar desatendidas sus propiedades en Muunilinst. Tampoco les interesaba la colonización por sí misma, la difusión de su semilla, porque cuantos más muuns hubiese en la galaxia, menos le tocaría a cada uno en el reparto de la riqueza.
Finalmente, la autarquía y el aislacionismo cedieron ante el deseo de convertirse en esenciales para la galaxia, y los muuns empezaron a financiar asentamientos establecidos por otros planetas, o por grupos independientes, la mayoría de las veces autoexiliados. Así, colonias del extremo distal del Corredor Braxant dependían de Muunilinst para su mantenimiento, pidiendo préstamos a cambio de la promesa de descubrir ricos filones de minerales o metales preciosos. Sin embargo, cuando no llegaban esos supuestos ingresos, o los mercados se saturaban y provocaban una bajada de precios, la población de aquellos asentamientos descubría con preocupación que estaba endeudada con Muunilinst y se veía forzada a aceptar la supervisión directa de los muuns.
Así fue como el patriarca del clan de Plagueis, Caar Damask, se convirtió en administrador del rico planeta de Mygeeto.
Situado en la vecindad estelar de Muunilinst, Mygeeto era un vivero de cristales adeganos nova, artesianos y de bajo nivel. Además, Joya, como se le conocía en el antiguo idioma muun, era uno de los mundos más inhóspitos que habían adquirido los muuns. Sumergido en nieve y hielo, el planeta contaba con pocas formas de vida indígenas y sufría tormentas constantes que erigían pilas de cristal del tamaño de montañas. A pesar de eso, y con un elevado coste, los muuns habían logrado construir algunas ciudades autosuficientes y bóvedas de almacenamiento, alimentándolas con energía derivada de los propios cristales. Incluso en el mejor de los casos, acercarse a Mygeeto era un reto por culpa de su anillo de asteroides, pero los asteroides se convirtieron en un impedimento secundario en cuanto el Clan Bancario InterGaláctico asumió el control de las operaciones mineras de los mantos de hielo y los glaciares. Desde entonces, incluso los Jedi tenían prohibido visitarlo sin autorización previa.
Miembro desde hacía mucho del CBI, el viejo Damask había aceptado su designación como un favor personal al Alto Oficial de Muunilinst, Mals Tonith, con la esperanza de hacer progresar una carrera que se había estancado y lo había mantenido confinado a puestos de mando intermedio. Molesto al no ver reconocido su ingenio, Damask había abandonado a su mujer y los miembros de su clan y había intentado construirse si no una vida al menos una carrera en el remoto mundo helado. El éxito en la gestión de las operaciones minera llegó rápidamente, pero la alegría, de cualquier tipo, le fue esquiva hasta la llegada, diez años después que él, de una hembra muun de casta más baja que primero se convirtió en su ayudante y después en su esposa de codicilio, dándole más adelante un hijo al que llamaron Hego, en honor del patriarca del clan Caar.
El hecho de crecer en una ciudad cubierta por una bóveda rodeada de un entorno perpetuamente congelado fue en muchos sentidos la antítesis de la típica infancia muun, pero el joven Hego no solo se las apañaba para resistir sino que además prosperaba. Su madre mostró un interés, que algunos consideraban poco saludable, en sus progresos, controlando todos los detalles y animándolo a compartir con ella incluso sus pensamientos más furtivos. Estaba particularmente interesada en observar cómo interactuaba con sus compañeros de juegos de diversas especies, que ella misma le proporcionaba profusamente, interrogándolo después de cada encuentro sobre sus sensaciones respecto a aquellos niños. Incluso Caar encontraba tiempo en su exigente agenda para ser un padre atento.
Hego aún no había cumplido los cinco años cuando empezó a notar que era ligeramente distinto. No solo era más astuto que sus compañeros de juegos, sino que a menudo era capaz de manipularlos, provocando a voluntad tanto risas como lágrimas; tanto consuelo como ansiedad. Cuando percibía que no gustaba a alguien, hacía todo lo posible por ser generoso; y cuando percibía que gustaba demasiado a alguien, optaba por mostrarse arisco, como si quisiera poner a prueba los límites de su relación. Percibía los trucos y engaños, y a veces se permitía hacerse la víctima o el ingenuo, sin preocuparse por despertar sospechas indeseadas ni verse obligado a revelar sus talentos ocultos.
A medida que sus habilidades crecieron, los otros niños se convirtieron más en juguetes que en compañeros de juegos, aunque aquello no menoscababa en absoluto la diversión de Hego. Una tarde, un joven muun que le caía mal apartó a Hego de un empujón para llegar primero hasta la escalera que bajaba hasta el patio de la casa de los Damask. Hego, sujetando al niño por un antebrazo, le dijo:
—Si tanta prisa tienes por bajar, salta por la ventana.
Sus miradas se cruzaron, Hego repitió la sugerencia y su víctima le hizo caso. Cuando descubrieron el cuerpo descoyuntado del niño en el patio le hicieron muchas preguntas, pero Hego no le contó la verdad a nadie, excepto a su madre. Esta le hizo explicar el suceso con todo lujo de detalles, hasta que le dijo:
—Siempre he sospechado que tienes un don que también compartimos tu padre y yo, y ahora sé que es verdad. Es un poder extraño y prodigioso, Hego, y tú lo tienes en abundancia. Tu padre y yo nos hemos pasado la vida ocultando nuestros talentos y, por ahora, quiero que me des tu palabra de que solo nos hablarás de los tuyos a mí o a él. Más adelante, ese poder te será de mucha utilidad, pero ahora debes mantenerlo en secreto.
Con la vida subrepticia que había llevado durante tantos años, a Hego la idea de compartir el secreto solo con sus padres le pareció completamente natural.
Nadie lo consideraba responsable de la caída por la ventana de su compañero de juegos, pero, poco después, el flujo constante de amigos empezó a reducirse. Peor aún, su padre empezó a mostrarse más distante, al mismo tiempo que él se sentía cada vez más parte del mundo de Caar. Se planteó que su padre quizá mentía cuando decía que también poseía aquel poder, o que lo viese como una especie de monstruo. Pero había visto a su padre utilizando sus sobrenaturales poderes de persuasión y manipulación en sus negocios.
Como Muunilinst, Mygeeto recibía muchos visitantes importantes y Hego tenía a veces la impresión de que, aunque él no podía explorar la galaxia, la galaxia venía hasta él. Su padre se reunía en muchas ocasiones con Caballeros y padawans Jedi que acudían en busca de cristales adeganos, que la Orden Jedi utilizaba en la construcción de las espadas de luz de entrenamiento. Hego había perfeccionado su habilidad para enmascarar sus poderes ante los demás. Sin revelar su verdadera naturaleza a los Jedi, era capaz de percibir en ellos una especie de poder parecido al suyo, aunque era evidente que los objetivos de su poder eran contrapuestos a los del suyo. Desde muy pronto supo que jamás podría ser uno de ellos y empezó a detestar sus visitas, por motivos que no alcanzaba a entender. Y lo más desconcertante fue que empezó a percibir un poder más próximo al suyo en un visitante bith llamado Rugess Nome. Nome no era un Jedi sino un ingeniero de naves estelares que había llegado en una embarcación reluciente que él mismo había diseñado. No obstante, Hego no tardó en empezar a sospechar que su madre era en realidad el motivo de las constantes visitas de Nome. Y la sospecha de que había algo entre ellos engendró sentimientos de ira y celos en el joven Hego, y una especie de desánimo en su padre.
Había decidido utilizar su poder para ocuparse de aquella situación intolerable cuando, durante una de las visitas de Nome, lo llamaron al despacho de su padre, donde le esperaban Caar, su madre y el bith. Sin mirar a su esposa, Caar dijo:
—Eres sangre de nuestra sangre, Hego, pero no podemos seguir criándote como hijo.
Hego había mirado a su padre y después a su madre, cada vez más preocupado, temiendo las palabras que Caar añadió al cabo de un momento. Inclinando la cabeza hacia Nome, dijo:
—En realidad, ya lo entenderás con el tiempo, le perteneces a él.
Una década después, Hego se enteraría de que, aunque Caar había hecho todo lo posible por mantener ocultas sus habilidades en la Fuerza, Nome se había fijado en él en cuanto lo había conocido casualmente en el Centro Espacial de Puerto Alto. Años después Nome encontró a la madre de Hego, a la que no reclutó como aprendiz, ya que no era lo bastante potente en la Fuerza, sino como discípula, encargándole seducir a Caar y darle descendencia: un niño que Nome y la ciencia bith predecían que nacería siendo muy potente en la Fuerza. Sus padres habían guardado el secreto hasta que sus poderes habían empezado a manifestarse. Y entonces habían hecho un trato: Hego a cambio de hacer realidad el sueño de Caar Damask de ser aceptado en el escalafón más alto del Clan Bancario InterGaláctico.
Cinco años después de aquella reunión en su despacho, Caar fue convocado de nuevo en Muunilinst para nombrarlo director de la rama de tesorería del CBI. La madre de Hego desapareció, sin que su hijo ni su marido volvieran a verla jamás. Y comenzó el aprendizaje de Hego con el lord Sith Darth Tenebrous.
Además de ser ampliamente respetado como prodigioso ingeniero y diseñador de naves estelares, Rugess Nome lideraba una oscura organización que durante décadas había recopilado información sobre los actos de prácticamente todos los criminales, contrabandistas, piratas y potenciales terroristas que habían dejado algún rastro en la galaxia. Con el joven Hego haciéndose pasar por el contable de Nome, los dos Sith clandestinos habían viajado mucho, conspirando a menudo con los seres más infames de la galaxia y provocando la anarquía siempre que era posible.
—Los Sith somos una oposición invisible le dijo Tenebrous a su joven aprendiz. Una amenaza fantasma. Los antiguos Sith llevaban armadura, nosotros llevamos capas. Pero la Fuerza actúa más poderosamente en nuestra invisibilidad. Por el momento, cuanto más ocultos nos mantengamos, más influencia tendremos. Nuestra venganza no llegará por subyugación sino por contagio.
Como Tenebrous había explicado, los Jedi habían salido fortalecidos de la guerra librada un milenio antes, y aunque Darth Bane y los siguientes lores Sith habían hecho todo lo posible para perturbar a la renacida República, trabajaban en desventaja. Finalmente, decidieron que los Sith debían ocultarse, amasando riqueza y conocimiento, tejiendo contactos y alianzas con grupos que algún día formarían la base de una oposición de ámbito galáctico a la República y la venerada Orden que la servía. Según todas las crónicas, los primeros siglos habían sido complicados, con los Jedi recuperando su posición prominente. Pero los Sith podían estudiar a la Orden desde lejos sin que los Jedi supiesen siquiera que tenían adversarios.
Los Jedi habían sentido la rendija que el Maestro twi’lek de Tenebrous había abierto en el tejido de la Fuerza y la Orden empezaba a mostrar signos de exceso de prudencia y languidez. La República también había sufrido un menoscabo parecido, alentando la corrupción en el Senado y la desobediencia en los sistemas del Borde Exterior, que se había convertido en el vertedero del Núcleo.
Con los desdichados de la galaxia convirtiéndose a la causa, ahora era necesario unir a los poderosos, con Darth Plagueis como su líder, manipulando los actos de unos cuantos individuos importantes para controlar el comportamiento de trillones de otros.