14: LA FORMA DE SU SOMBRA
—Parece que está disfrutando de su filete, embajador Palpatine.
—Está exquisito —dijo, sosteniendo la mirada de su interlocutor una fracción de segundo más de lo que debería.
Bebiendo su tercera copa de vino desde el principio de la cena, ella interpretó su sonrisa como un permiso para hablarle abiertamente.
—¿No sabe demasiado fuerte?
—Apenas quedan rastros de su naturaleza salvaje.
La mujer, una belleza humana de pelo negro y grandes ojos azules, tenía algún tipo de relación con el consulado eriaduano en Malastare; los anfitriones de la gala en la que se homenajeaba a los dug ganadores de la Clásica de la Cosecha de Vinta.
—¿Ha venido a Malastare por negocios o por placer?
—Con un poco de suerte, por ambas cosas —dijo Palpatine, limpiándose los labios con una servilleta—. Kinman Doriana y yo formamos parte de la comitiva del senador Kim.
Señaló al joven bien afeitado y ligeramente alopécico de la silla contigua.
—Encantada —dijo la mujer.
Doriana sonrió de oreja a oreja.
—Es un placer.
La mujer miró a la mesa vecina, que Vidar Kim compartía con miembros del Protectorado Gran y políticos de los cercanos Sullust, Darknell y Sluis Van.
—¿El senador Kim es el alto de la barba pintoresca?
—No, es el de los tres ojos tentaculares —dijo Doriana.
La mujer parpadeó y después se rió con él.
—Una amiga me ha preguntado antes por el senador Kim. ¿Está casado?
—Desde hace años. Y felizmente —le dijo Palpatine.
—¿Y usted? —dijo ella, volviéndose hacia él de nuevo.
—Viajo demasiado para eso.
Ella lo miró por encima del borde de su copa de vino.
—Está casado con la política, ¿no es así?
—Con el trabajo —dijo él.
—Con el trabajo —dijo Doriana, levantando la copa para brindar.
Con solo veintiocho años, Palpatine llevaba su pelo rojizo en una larga melena, en la tradición de los estadistas de Naboo, e iba impecablemente vestido. Muchos de los que lo conocían lo definían como un joven elocuente y carismático de gustos refinados y fortaleza serena. Era un buen conversador, apacible, políticamente astuto y asombrosamente bien informado para llevar solo siete años en el ramo. Era un aristócrata en una época en que pocos podían definirse como tal y tenía un gran destino por delante. También había viajado mucho, gracias a su posición como embajador plenipotenciario de Naboo, aunque también por ser el único heredero de la riqueza de la Casa de Palpatine. Se había recuperado de la tragedia que había azotado a su familia más de una década antes, aunque era un tanto solitario, quizá por haber quedado huérfano a los diecisiete años. Un hombre cuyo amor por la soledad daba indicios de una faceta oculta de su personalidad.
—Dígame, embajador —dijo ella tras posar la copa sobre la mesa—. ¿Es usted de esos hombres que tienen una amiguita en cada puerto espacial?
—Me gusta hacer amigos —dijo Palpatine en un tono plano que la hizo ruborizar—. En eso nos parecemos.
Ella se mordió el labio inferior y volvió a coger su copa.
—¿No será uno de esos Jedi que saben leer el pensamiento camuflado bajo la toga de embajador?
—Ni mucho menos.
—Siempre me he preguntado si los Jedi tienen relaciones secretas —dijo ella en tono conspirativo—. Si vagan por la galaxia y emplean la Fuerza para seducir a seres inocentes.
—No sabría decirle pero, francamente, lo dudo —dijo Palpatine.
Ella le dedicó una mirada calculadora y alargó la mano para acariciarle la barbilla con un dedo.
—En Eriadu algunos creen que las barbillas con hoyuelo identifican a los que la Fuerza ha elegido.
—Qué suerte la mía —dijo él con una seriedad burlona.
—Sí, qué suerte la suya —dijo ella, pasándole una tarjeta de plastifino por encima de la mesa—. Debo atender a mis tareas como anfitriona, embajador. Pero estoy libre a partir de medianoche.
Palpatine y Doriana la miraron mientras se alejaba de la mesa, balanceándose ligeramente sobre sus tacones altos.
—Bien jugado —dijo Doriana—. Estoy tomando apuntes.
Palpatine le pasó la tarjeta de plastifino.
—Te la regalo.
—Pero si es para ti —Doriana negó con la cabeza—. No estoy tan desesperado. Aún, al menos.
Los dos se rieron. La encantadora sonrisa y el atractivo inocente de Doriana escondían una personalidad siniestra que había hecho que Palpatine se fijase en él varios años antes. Natural de Naboo, tenía un pasado complicado y, puede que como consecuencia, unos talentos que lo hacían muy útil. Así que Palpatine se había hecho amigo de él y lo había atraído clandestinamente hacia su telaraña, siguiendo las instrucciones de Plagueis de buscar siempre aliados y potenciales conspiradores. Que Doriana no fuese potente en la Fuerza no suponía ninguna diferencia. En once años de aprendizaje Sith y de viajes por toda la galaxia, Palpatine aún no había encontrado ningún ser cuya capacidad en la Fuerza hubiese pasado desapercibida o no hubiese sido explotada ya.
En la mesa vecina, Vidar Kim y sus acompañantes se divertían, con su intimidad garantizada por una sombrilla silenciadora transparente. La envidia corroía a Palpatine cuando miraba a Kim… El puesto que gozaba en el Senado Galáctico, el haber sido destinado a Coruscant, su fácil acceso a la élite de la galaxia. Pero sabía que debía esperar su momento; que Plagueis le trasladaría a la capital galáctica solo cuando tuviese buenos motivos para hacerlo.
Por mucho que Plagueis asegurara que la Regla de Dos había terminado con su unión, el muun seguía siendo el poderoso y Palpatine el codicioso. A pesar de la máxima de Bane, la negación seguía siendo un factor clave en el entrenamiento Sith; un factor clave para ser «roto», como decía Plagueis, para ser moldeado por el lado oscuro de la Fuerza. En ocasiones de manera cruel y dolorosa. Pero Palpatine estaba agradecido, porque la Fuerza lo había convertido gradualmente en un ser de poder oscuro y le había proporcionado una identidad secreta. La vida que había llevado —como noble cabeza de la Casa de Palpatine, legislador y más recientemente embajador plenipotenciario— no era más que los arreos de su alter ego; su riqueza, un subterfugio; su atractiva cara, una máscara. En el terreno de la Fuerza sus pensamientos ordenaban la realidad y sus sueños preparaban la galaxia para un cambio monumental. Era una manifestación de los objetivos oscuros, colaborando en el avance del Gran Plan Sith y adquiriendo poco a poco un poder que algún día, en palabras de su Maestro, le permitiría controlar a otro ser, después a otros seres, después una orden, un mundo, una especie y la propia República.
El codo de Doriana lo arrancó de sus ensoñaciones.
—Kim viene hacia aquí.
—No creas que no lo he visto —dijo el senador cuando llegó hasta Palpatine.
Este no ocultó su perplejidad.
—La tarjeta de plastifino que te ha dado esa mujer —dijo Viciar—. Supongo que la has divertido con tus patrañas habituales.
Palpatine se encogió de hombros candorosamente.
—Puede que le dijese que conozco bien la galaxia.
—Que conoce bien las mujeres de la galaxia, quiere decir —intervino Doriana.
Kim se rió efusivamente.
—¿Cómo puede ser que mis ayudantes vayan dejando un rastro de conquistas a su paso y mi hijo se dedique a meditar sobre la Fuerza en el Templo Jedi?
—Precisamente por eso es tan completo.
Más incluso que Plagueis, Kim había sido el mentor de Palpatine en la esfera de la política mundana. Su relación había comenzado quince años antes, cuando Palpatine había sido inscrito a la fuerza en una escuela privada de Theed y Kim terminaba de completar su etapa en el programa de Aprendiz de Legislador. Desde entonces, Palpatine había visto crecer la familia de Kim con tres hijos, uno de los cuales, Ronhar, seis años más joven que él, había sido entregado a la Orden Jedi cuando solo era un niño. Cuando Plagueis se enteró de aquello, animó a Palpatine a profundizar en su amistad con Kim, con la expectativa de que, antes o después, su camino y el del Jedi Ronhar se cruzasen.
Ordena el futuro ocupándote de él con tus pensamientos, solía decirle su Maestro.
—Acompáñanos en nuestra mesa —dijo Kim.
Palpatine se levantó y acompañó a Kim hacia la mesa más grande.
—Algún día me sustituirás en este trabajo —le dijo el senador en voz baja—, y cuanto antes te acostumbres a él, mejor —suspiró—. ¿Quién sabe? Unas horas de cotilleos de senadores quizá sean suficientes para disuadirte por completo de dedicarte a la política galáctica.
Una docena de seres estaba agrupada en círculo, todos ellos varones aunque no todos humanos. Las sillas más prominentes las ocupaban el senador Pax Teem, del Protectorado Gran, y su asistente, Aks Moe. A ambos costados de ellos se sentaban los senadores de Sullust y Sluis Van. También estaban presentes el senador eriaduano Ranulph Tarkin y su asistente, Bor Gracus; el embajador de Darknell; y los dugs Jefe Cabra, un Vigo de Sol Negro, y su hijo, Darnada, invitados de los ganadores de las carreras de vainas e invitados en la última Reunión de Sojourn.
Para entonces, Palpatine había visitado tres veces la Luna de los Cazadores, pero solo para observar y familiarizarse con algunos de los seres más importantes de la galaxia. Plagueis, como Hego Damask, había hecho grandes esfuerzos para que nadie lo identificase como el benefactor de Palpatine. Solo el primer ministro del rey Tapalo, Ars Veruna, sabía que Damask lo estaba preparando para la carrera política galáctica y, como favor personal al muun, lo había nombrado embajador de Naboo.
—Ah, sangre nueva —dijo Pax Teem después de que Kim hubiese presentado a Palpatine a todos los comensales.
—Las carreras de vainas me han encantado —dijo Palpatine tras sentarse.
Las orejas en forma de hoja de Teem se sacudieron.
—Eres demasiado joven para haber vivido su momento de esplendor, embajador. Antes de que Tatooine lograse ganarse el favor de los entusiastas de las carreras —el gran pronunció Tatooine con desagrado.
Palpatine sabía que Plagueis había sido el responsable del ascenso de Tatooine y del debilitamiento del anteriormente lucrativo comercio de combustible de Malastare al ayudar a Naboo a comercializar sus recursos de plasma en muchos mundos.
—¿Tus obligaciones te han llevado alguna vez a tan espantoso lugar? —preguntó Aks Moe.
Palpatine asintió.
—Hace solo dos meses.
—¿Y qué te pareció? —dijo Cabra.
Palpatine se giró hacia el capo mafioso dug.
—Agitado. Con los hutts Desilijic y Besadii compitiendo por el control.
Aquella afirmación fue recibida con murmullos por la concurrencia.
Teem fue el que habló.
—Puede que la rivalidad de Gardulla y JabbaTiure lleve algún día al resurgimiento de Malastare —sus ojos tentaculares se giraron hacia los dugs—. Aunque estoy seguro de que Jefe Cabra está a favor de Gardulla, como agradecimiento por la ayuda que le proporcionó en Nar Shaddaa.
Aquel comentario molestó al joven Darnada.
—La marca que dejamos en Nar Shaddaa es solo cosa nuestra. Pregúntale a cualquier Sol Negro…
Interrumpiéndole antes de que pudiese seguir, Cabra dijo:
—Siempre estaremos en deuda con Gardulla, por los esfuerzos que hizo en nuestro nombre.
Kim observó a los dugs, después hizo un gesto despreocupado.
—En cualquier caso, Tatooine es demasiado remoto y anárquico para influir en los acontecimientos galácticos. Son las actividades de la Federación de Comercio las que deberían preocupar a la República. Fijaos en lo que la Federación le ha hecho a nuestro Naboo.
Todos lo miraron. Abiertamente crítico con el rey Tapalo y Ars Veruna, siguió sirviendo en el Senado solo para apaciguar a aquellas casas nobles que se habían alineado contra el regente.
—Tengo entendido que Naboo aceptó el acuerdo —dijo Ranulph Tarkin.
—Algunos lo aceptaron.
—Nadie puede negar que tu mundo ha prosperado gracias a él —intervino Teem.
—Prosperado sí —dijo Kim—, pero no tanto como debería. De no ser por los acuerdos alcanzados por Hego Damask con el Clan Bancario, la Federación de Comercio y… —miró a Cabra—, …Construcciones del Borde Exterior, Naboo sería tan rico como Kuat o Chandrila.
Los dug permanecieron en silencio mientras Kim proseguía.
—El plasma de Naboo se vende por diez, incluso veinte veces más de lo que la Federación paga por él.
—El monstruo que nosotros mismos creamos —masculló Tarkin—. La Federación de Comercio no se hizo poderosa gracias a explotar el Borde Exterior. Contó con el apoyo de la Casa Valorum de Eriadu, además del de Tagge y otros.
—En ese caso, quizá ha llegado la hora de que manifestemos públicamente nuestro descontento —dijo Kim, mirando a los demás comensales—. Los muuns solo son avariciosos, pero la Federación de Comercio es potencialmente peligrosa.
—Estoy de acuerdo con el buen senador de Naboo —dijo el delegado de Sullust—. Ahora mismo la Federación de Comercio quiere introducir a sus mundos clientes en el Senado, como medio para reforzar su bloque de votos. Mechis, Murkhana, Felucia, Kol Horo, Ord Cestus, Yinchorr… La lista sigue y sigue.
El senador sluissi hizo un ruido de desaprobación y un temblor pareció recorrer su torso humanoide.
—No subestimes demasiado a la ligera el papel que juegan los muuns en todo esto. Yinchorr logró el escaño en el Senado gracias a Explotaciones Damask —miró a Cabra—. ¿No es así?
El dug encogió sus potentes hombros.
—No estoy en posición de saberlo.
Las risas de los demás hicieron que Darnada abriese la boca lo suficiente para mostrar la punta de sus colmillos.
El sluissi miró a Kim y Palpatine.
—Quizá Sol Negro no sabe que el hijo del jefe de operaciones de Hego Damask, Larsh Hill, es candidato a sustituir a Tonith como presidente del Clan Bancario.
Tarkin apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—He oído rumores de que Damask se ha reunido con los líderes de los gremios, la Alianza Corporativa y la Unión Tecnológica. ¿Qué pasará con el comercio, del tipo que sea, si promueve un acuerdo entre ellos y la Federación de Comercio?
—Esa es la cuestión —dijo Kim—. Si queremos evitar que la Federación de Comercio, y los muuns, estrechen su control sobre el Senado, debemos aliarnos y votar contra las leyes que proponen.
Antes de que Kim pudiese añadir nada más, Tarkin le dijo a Palpatine:
—¿Estás de acuerdo en que es necesario cortarle un poco las alas a la Federación de Comercio, embajador?
Palpatine miró a Kim, quien le dijo:
—Habla sin tapujos.
—El senador Kim y yo estamos completamente de acuerdo en este asunto, desde hace mucho. No se puede permitir que ninguna entidad corporativa se haga demasiado poderosa; sobre todo a expensas de mundos en vías de desarrollo. Naboo debe defender sus intereses, igual que Eriadu, Sullust y Sluis Van han defendido los suyos.
Tarkin lo miró atentamente.
—¿Naboo está preparado para asumir el control del transporte de su plasma? ¿No corréis el peligro de morder la proverbial mano que os da de comer?
—Naboo no tiene intención de planetalizar las instalaciones de la Federación de Comercio. Solo presionamos para que se renegocien los contratos originales.
Tarkin reflexionó un momento.
—Y pensáis que una derrota en el Sentado puede hacer que la Federación de Comercio sea más… maleable, por decirlo de alguna manera.
Palpatine hizo una leve sonrisa.
—El Senado solo debería aprobar aquellas leyes que apoyen una regulación razonable.
—Bien dicho —dijo Tarkin.
Palpatine esperaba que alguien dijese que lo que había dicho era insustancial, pero nadie lo hizo. Ni siquiera Kim se dio cuenta de que lo estaba desautorizando.
Pax Teem estaba a punto de hablar cuando un mensajero gran entró en su dosel privado.
—Senador Kim, hemos recibido un comunicado urgente de Naboo.
Mientras Kim se excusaba, Palpatine se sumergió en la Fuerza. La conversación en la mesa se difuminó, y las formas físicas de Pax Teem y los demás se hicieron borrosas, como destellos de energía parpadeante. Se quedó quieto mientras le llegaba un eco perturbador. Cuando Kim, completamente pálido, regresó a la mesa, Palpatine ya se había levantado y acudía a su encuentro.
—¿Qué hay? ¿Qué ha pasado?
Kim le miró como desde otro planeta.
—Están muertos. Todos. Mi esposa, mis hijos…
Y se derrumbó entre sollozos sobre los hombros de Palpatine.
El funeral de la familia Kim fue todo lo que no había sido el de los Palpatine. Siguiendo la tradición, los cuerpos de la esposa de Kim, sus dos hijos y el piloto y copiloto de la nave habían sido repatriados a Theed desde el lugar del accidente, en la costa de Kaadara, e incinerados en el Templo Funerario. Una procesión de centenares de seres liderada por el rey Tápalo y sus principales asesores fue a pie desde el Templo hasta la cercana Torre Livet, donde todo el mundo se congregó un momento alrededor de la Llama Eterna para reflexionar sobre la transitoriedad de la vida y la importancia de vivirla armoniosamente; después avanzaron con solemne precisión hasta las orillas del río Solleu, donde el afligido senador esparció las cenizas y lloró abiertamente mientras la corriente se las llevaba por la Catarata Verdugo hacia las llanuras.
Tras la ceremonia, los dolientes se acercaron a expresarle sus condolencias a Vidar Kim, que llevaba una toga verde oscura sobre una túnica blanca. Cuando le llegó el turno a Palpatine, se abrazaron.
—Solo queda una esperanza para mi familia, Palpatine, una —Kim tenía los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas—. Ronhar.
Palpatine apretó los labios por la incertidumbre.
—Es un Caballero Jedi, Vidar. Su familia es la Orden.
Kim insistió.
—Yo lo necesito más que la Orden. Solo él puedo continuar el linaje Kim… Igual que tú algún día continuarás el linaje Palpatine.
Palpatine no dijo nada.
Con el tránsito rodado prohibido en las estrechas calles de Theed, la ciudad tenía casi el mismo aspecto que diez años atrás, antes de que se derogaran las leyes anticuadas y la riqueza hubiese hecho su dudosa magia; antes de que los deslizadores Flash y los droides astromecánicos R2 causasen furor, y llegasen las modas —en el vestir, el transporte y la comida— desde el Núcleo.
Los asesinatos de Cosinga y demás familiares habían dejado a Palpatine emancipado y rico. Aunque le interrogaron muchos funcionarios, fue absuelto; dando su historia, su coartada, por buena. Algunos de los nobles más influyentes sospechaban que Palpatine había proporcionado información confidencial a Explotaciones Damask para garantizar la elección de Bon Tapalo, pero la mayoría de Naboo le ofreció su simpatía y apoyo. Tras el ascenso de Tapalo al trono, Palpatine vendió la mansión del País de los Lagos y compró un apartamento en Theed, que llenó con obras de arte de otros sistemas llegadas a Naboo desde mundos del Núcleo y el Borde Medio. En los primeros años de su aprendizaje con Darth Plagueis, había estado en el servicio público obligatorio; después pasó cinco años en el programa de Aprendiz de Legislador, hasta que fue nombrado embajador, cuando Tapalo fue reelegido.
Palpatine sospechaba que podría haber presionado para lograr un cargo más prestigioso, pero a riesgo de desautorizar a Plagueis. Además, un cargo de alto rango podría haberle planteado dificultades para reunirse con su Maestro Sith en mundos remotos, donde podían dejarse ver juntos sin consecuencias.
Cuando dejó a Kim para que recibiese al siguiente doliente, vio que Ars Veruna se apartaba de un grupo en el que estaban los aliados de Palpatine, Kinman Doriana y Janus Greejatus.
—Una cosa, embajador —le dijo Veruna cuando se acercó.
Palpatine permitió que lo llevase por el codo hasta un mirador vacío cercano al puente Solleu.
—Mi corazón está con el pobre Vidar —empezó Veruna. Aproximadamente de la misma altura que Palpatine, llevaba una capa brocada y un tocado alto—. Y encima un accidente de nave estelar. Alguien podría pensar que una tragedia como esta le llevaría a retirarse de la política, pero no parece que sea el caso —apoyó los codos en la balaustrada de piedra y miró el río—. Bueno, nadie mejor que tú para prever el efecto de un suceso tan imprevisto.
—Vidar planea regresar a Coruscant antes de que termine el mes.
—¿Por asuntos del Senado?
—Personales, sospecho.
Veruna se quedó pensativo, después dijo:
—La última vez que tú y yo estuvimos juntos fue en la ceremonia inaugural del generador de plasma —se giró para mirar a Palpatine—. Tienes buen aspecto. Algo cambiado, diría. Por tus viajes.
—Me he ensanchado —dijo Palpatine.
—Esa es justo la palabra que estaba buscando —Veruna hizo una breve pausa—. Ha llegado hasta mis oídos que le causaste una gran impresión al senador Ranulph Tarkin del sector Seswenna en tu reciente visita a Malastare.
Palpatine se encogió de hombros.
—No lo sabía.
—Le gustaron tus opiniones respecto al plan de la Federación de Comercio de introducir en el Senado a algunos de sus mundos clientes. ¿Puedes contarme con más detalle qué le dijiste?
Palpatine sonrió levemente.
—No dije nada sustancial. De hecho, fue mera politiquería.
Veruna asintió para mostrar que lo entendía.
—Me alivia enormemente oír eso —echó un vistazo alrededor antes de proseguir—. Como bien sabes, el rey y yo tenemos acuerdos independientes con la Federación de Comercio. Ahora, sin embargo, nos vemos obligados a tener en cuenta el descontento de nuestros votantes. Por desgracia, el principal responsable de la elección de Tápalo y de la popularidad sostenida de nuestro partido no va a tomarse muy bien que Naboo planee votar contra las leyes que Explotaciones Damask ha presionado para que sean aprobadas.
—Puedo entenderlo —dijo Palpatine—. ¿Por qué no ordenas al senador Kim que vote a favor de la Federación de Comercio?
Veruna se rió brevemente.
—Ojalá fuese tan sencillo. El problema es que Kim conoce nuestros acuerdos independientes y pretende aprovechar la oportunidad para mandarle un mensaje a la Federación de Comercio, además de a los detractores de Tapalo, advirtiéndoles que Naboo no permitirá que lo sigan explotando —inhaló profundamente—. Retirarlo del cargo sería tanto como admitir que Naboo sigue a merced de la Federación de Comercio y podría poner en peligro nuestra posición entre los mundos de los que ahora dependemos.
Palpatine simuló reflexionar sobre aquellas palabras.
—Quizá merezca la pena correr el riesgo de votar contra la Federación de Comercio.
Veruna le miró con repentino interés.
—Continúa.
—Tanto si la ley es aprobada como si se enreda durante la tramitación, los contratos de Naboo con la Federación de Comercio seguirán vigentes e inalterables. La Federación seguirá haciéndose con nuestro plasma a cambio de exiguos créditos y vendiéndolo a precios inflados. Pero en los registros quedará escrito que Naboo se opuso a los conglomerados galácticos.
—Más politiquería, ¿verdad?
Palpatine movió la cabeza de lado a lado, pero no dijo nada.
—¿Y qué pasa con el Magistrado Damask?
—Infórmale del plan de antemano. Es un ser bastante razonable.
Veruna se tocó la barba mientras pensaba.
—Eso podría funcionar —sonrió furtivamente—. Qué lástima que Naboo ya tenga un representante en el Senado.
Palpatine inspiró.
—Si algún día se diese la oportunidad, por supuesto que la aceptaría. Pero hasta entonces, me contento con servir a mi manera.
—Con servir a Naboo.
—¿A quién o qué si no?
Veruna se frotó las manos.
—Algún día, si las cosas salen como quiero, nuestro Cuerpo Espacial contará con una flota de veloces cazas de Nubian capaces de expulsar a la Federación de Comercio de nuestro sistema.
—Yo también estoy deseando que llegue ese día —dijo Palpatine.
Veruna volvió a reírse.
—Ah, ¿pero cuándo? ¿Cuánto tendremos que esperar, Palpatine?
—Solo hasta que Hego Damask te conceda el trono.