20: EL CÍRCULO INCLINADO
El escenario estaba listo.
Un círculo perfecto, de veinte metros de diámetro, recortado de un solo bloque de piedra importada y construido de manera que un extremo tocase el suelo mientras el otro quedaba sujeto diez grados por encima por generadores de antigravedad ocultos. Aquel era el Círculo Inclinado, conocido solo por los miembros de la orden —la cual a lo largo de su larga historia nunca había superado los quinientos miembros— y estaba situado en la cima de la bóveda clara de la mónada de la sociedad esotérica, en el corazón del distrito Fobosi de Coruscant. La leyenda decía que aquel edificio de techo redondo, considerado uno de los más antiguos de aquella parte del planeta, se había construido sobre el lecho de un lago y había sido el único superviviente de un movimiento sísmico que lo había inclinado diez grados hacia el suroeste. Un siglo después del terremoto, la estructura se había vuelto a enderezar, excepto la parte central del suelo inclinado de su planta más alta, que más adelante dio nombre a una organización clandestina fundada por los influyentes seres que habían comprado el edificio durante el mandato de Tarsus Valorum.
En ese momento, Larsh Hill, envuelto en togas negras, estaba de pie en el extremo elevado del círculo y Plagueis, 11-4D y otros diez muuns —también vestidos con atuendos negros, aunque distintos de la toga con capucha de la orden— estaban en el otro. La ceremonia de iniciación comenzaría con el alto oficial uniéndose a Hill en el círculo, iniciándolo y colocándole en el cuello el colgante característico de la orden. Plagueis había declinado la oferta de unirse veinte años atrás, pero había seguido haciendo negocios con el Gran Mago y muchos de los miembros más prominentes de la orden, varios de los cuales eran asiduos de las Reuniones de Sojourn. La Orden del Círculo Inclinado se contentaba con servir como club exclusivo para algunos de los seres más influyentes de la galaxia; sus objetivos eran limitados y sus rituales universalmente alegóricos, repletos de frases secretas y encajadas de manos. Plagueis entendía la necesidad de inculcar en los miembros una sensación de fraternidad furtiva, pero no podía correr el riesgo de que los altos oficiales excavasen demasiado profundamente en su pasado. El pasado de Larsh Hill, por otra parte, era ejemplar; incluso durante las décadas que había trabajado con el padre de Plagueis. Una vez iniciado, Hill se convertiría en el principal agente de Explotaciones Damask en Coruscant, y su hijo, San, pasaría a ser la mano derecha de Hego, como preparación para su futuro papel como presidente del Clan Bancario InterGaláctico.
De vuelta de su breve holocomunicación con Sidious, Plagueis rebosaba de una sensación triunfal. Antes de que la noche cayese sobre el distrito Fobosi, los miembros del Protectorado Gran dejarían de ser una molestia. Pax Teem y los demás creían haber encontrado un buen refugio en una de las instalaciones orbitales de Coruscant, pero los Guardias Sol —excepto un par a los que Plagueis se había quedado en la sala de iniciación de la orden— iban hacia allí en número suficiente para aplastar cualquier resistencia que Seguridad Santhe pudiera ofrecer. Sidious había cumplido su parte a la perfección y se había redimido completamente a ojos de Plagueis. Había llegado el momento de profundizar en su aprendizaje de los misterios Sith que llevaba investigando la mayor parte de su vida; de introducirlo en los milagros que estaba realizando en Aborah.
Desde una serie de puertas arqueadas situadas a lo largo de toda la circunferencia de la sala llegó el sonido de un canto solemne mientras unas tres docenas de miembros de la orden vestidos con togas negras empezaban a entrar y ocupar sus puestos alrededor del perímetro del Círculo Inclinado. El último en aparecer fue el alto oficial, que lucía una máscara y llevaba el emblemático colgante circular sujeto con ambas manos, colocadas como si estuviese orando. Los antiguos Sith hacían rituales parecidos, pensó Plagueis, mientras Larsh Hill se arrodillaba ante el alto oficial.
En cuanto Hill apoyó la rodilla derecha sobre el suelo pulido, un presentimiento inquietante recorrió la espina dorsal de Plagueis. Girándose ligerísimamente, vio que 11-4D había rotado su cabeza hacia él en un gesto que Plagueis asociaba con alarma. El lado oscuro cayó sobre él como un sudario, pero en lugar de actuar impulsivamente, se contuvo, temeroso de desvelar su verdadera naturaleza demasiado prematuramente. En ese instante de duda, el tiempo se detuvo y sucedieron varios acontecimientos al mismo tiempo.
El alto oficial dio un tirón al colgante que había colocado alrededor del cuello de Hill y la cabeza del viejo muun cayó de sus hombros y empezó a rodar por el escenario inclinado. La sangre brotó del cuello de Hill, su cuerpo cayó de costado con un ruido sordo y empezó sacudirse atrás y adelante mientras sus corazones fallaban.
Sacando las manos de las anchas mangas opuestas de sus togas, los miembros encapuchados de la orden hicieron lanzamientos laterales que hicieron volar docenas de discos decapitadores por el aire. Los muuns situados a ambos lados de Plagueis cayeron de rodillas, con sus últimos alientos atrapados en sus gargantas. Uno de los Guardias Sol, con un disco clavado profundamente en la frente, se retorció frente a Plagueis como una marioneta enloquecida. La sangre brotaba como en una fuente, convirtiéndose en rocío. Alcanzado por tres puntos y perdiendo lubricante, 11-4D intentaba torpemente llegar hasta Plagueis cuando otro disco impactó en su cuerpo de aleación, provocando una tormenta de chispas y humo.
Plagueis se apretó el lado derecho del cuello con la mano derecha y descubrió que un disco le había arrancado un trozo considerable de mandíbula y cuello, y en su cruel camino le había seccionado la tráquea y varios vasos sanguíneos. Se cubrió la herida con la Fuerza para evitar quedar inconsciente pero aun así se desmoronó, con la sangre brotando sobre el suelo de piedra ya resbaladizo. Alrededor de él, sesgados en su visión debilitada, los asesinos habían sacado vibrocuchillos de las otras mangas de sus togas y avanzaban metódicamente hacia los pocos muuns que seguían en pie. Una ráfaga de descargas salió del bláster que sujetaba el otro Guardia Sol, eliminando a media docena de seres encapuchados del borde del círculo, antes de ser masacrado.
Engañado, pensó Plagueis, tan dolido por aquella certeza como por la herida. Superado por un grupo de seres inferiores que, como mínimo, han tenido la suficiente sensatez de poner la astucia por encima de la arrogancia.
Desde su pequeña pero ordenada oficina del Senado Palpatine contemplaba un pedazo de Coruscant. En el extremo más alejado de una corriente interminable de tráfico del nivel medio estaba la imponente pared de un pardusco complejo gubernamental.
Puedes volver a tus asuntos habituales, le había dicho Plagueis. ¿Pero cómo podía esperar que actuase como si nada hubiese pasado, aunque solo fuese por tener una coartada? ¿Plagueis esperaba que volviese a Uscru para terminar de comer? ¿Que fuese a pasear por la Plaza de los Monumentos? ¿Que mantuviese la cita con el intrascendente bothano que presidía el Comité Financiero?
Se apartó bruscamente de la ventana de su despacho, víctima de su propia ira no liberada.
Aquella no era la vida que había imaginado para sí diez años antes, cuando había jurado lealtad al lado oscuro de la Fuerza. Sus ganas de establecer un contacto más cercano con la Fuerza, de ser un Sith aún más poderoso, no tenían límite. ¿Pero cómo iba a saber cuándo había alcanzado algo parecido a la maestría? ¿Cuando Plagueis se lo dijera?
Se miró las manos temblorosas.
¿Le resultaría más fácil invocar rayos? ¿Qué poderes no le había mostrado Plagueis?
Estaba de pie en el centro de la sala cuando sintió la presencia de alguien en el pasillo. Llamaron la puerta, esta se abrió y Sate Pestage irrumpió en la oficina. Al ver a Palpatine, se detuvo abruptamente y su expresión de pánico se transformó en evidente alivio.
—He intentado ponerme en contacto contigo —casi le gritó, pasándose una mano por la frente.
Palpatine le miró socarronamente.
—Estaba ocupado. ¿Qué ha pasado?
Pestage se derrumbó sobre una silla y lo miró.
—¿Estás seguro de que quieres saberlo? —hizo una pausa y continuó—: Será lo mejor para no mezclar mis asuntos con los tuyos…
Los ojos de Palpatine brillaron.
—Deja de malgastar mi tiempo y ve al grano.
Pestage hizo rechinar los dientes.
—El comandante maladiano con el que traté durante el asunto de Kim…
—¿Qué pasa con él?
—Se ha puesto en contacto conmigo… hará dos o tres horas. Me ha dicho que se sentía avergonzado por la forma en que se había hecho lo de Kim y que quería compensármelo. Acababan de informarle de que una facción maladiana había aceptado un encargo para dar un gran golpe en Coruscant, en el que había implicado alguien muy próximo a Explotaciones Damask —Pestage seguía mirando a Palpatine—. Temía que pudieras ser tú.
Palpatine se giró hacia la ventana para pensar. ¿Los guardias de Santhe planeaban entregarlo a los maladianos después de la holocomunicación con Pax Teem?
Se dio la vuelta hacia Pestage.
—¿Quién los ha contratado?
—Miembros del Protectorado Gran.
—Encaja —dijo Palpatine, casi para sí mismo.
—¿Qué es lo que encaja?
—¿Dónde están ahora esos gran?
—En cuanto terminé de hablar con el maladiano, le pedí a Kinman que los encontrase. Están refugiados en la residencia del embajador de Malastare.
Palpatine parpadeó.
—¿Aquí? ¿En Coruscant?
—Aquí, por supuesto.
—¿No puede ser que estén fuera del planeta?
—No, están aquí abajo.
Palpatine se apartó de Pestage. Se abrió completamente a la Fuerza y lo dejó pasmado un influjo de malevolencia abrumadora. Apoyó la mano izquierda en el escritorio para aguantarse y respiró entrecortadamente. En algún lugar cercano, el lado oscuro se estaba desplegando.
—¡Palpatine! —dijo Pestage tras él.
—Hego Damask —dijo Palpatine sin girarse.
Pestage estaba demasiado anonadado para responder.
¡Los gran les habían pagado con la misma moneda! A los dos. Plagueis había estado tan concentrado en ejecutar sus propios planes que no había considerado que quizá los gran también tuviesen un plan. ¿Pero cómo? ¿Cómo podía haber estado tan ciego?
—¡Prepara un deslizador, Sate!
Oyó que Pestage se ponía en pie.
—¿Adonde vamos?
—A Fobosi. A la madriguera del Círculo Inclinado.
Tirado sobre el costado derecho, con las rodillas contra el pecho y los ojos abiertos pero inmóviles, Plagueis vio que el segundo echani sucumbía a las múltiples puñaladas de los vibrocuchillos de los asesinos. Con la sangre manando bajo la mano derecha de Plagueis y brillando en un charco bajo su cuello, le habían dado por muerto. Pero ahora estaban repasando todos los cadáveres de los muuns caídos, en busca de señales de vida para terminar lo que habían dejado a medias. Algunos se quitaron las capuchas negras, revelando que eran maladianos; el mismo grupo que Sidious había utilizado para deshacerse de Vidar Kim.
Por un instante se preguntó si Sidious los había vuelto a contratar en secreto, pero descartó inmediatamente la idea; en realidad lo pensó porque no quería admitir que los gran se la habían jugado. Se preguntó si los maladianos habían sido lo bastante audaces para matar a los prominentes miembros del Círculo Inclinado a los que estaban suplantando. Era poco probable, puesto que aquellos asesinos eran célebres y muy respetados por su profesionalidad. Probablemente los habían dejado inconscientes con gas o de algún otro modo.
A menos de un metro estaba 11-4D, con cinco discos decapitadores sobresaliendo de su cuerpo de aleación y las elocuentes luces parpadeantes de la rutina de autodiagnóstico. Plagueis también se había hecho un examen parecido y sabía que había perdido muchísima sangre y que uno de sus corazones subsidiarios estaba en fibrilación. Las técnicas Sith le habían ayudado a realizar cardioversiones químicas en sus otros dos corazones, pero uno de estos estaba trabajando tan duro para compensar el fallo del tercero que también corría peligro de entrar en arritmia. Plagueis movió los ojos solo lo necesario para ubicar a algunos de las dos docenas de asesinos que habían sobrevivido al contraataque de los Guardias Sol; después excavó más profundamente en la Fuerza y se catapultó para ponerse en pie.
El más cercano de los asesinos se giró hacia él con los vibrocuchillos levantados y le atacó, aunque salió disparado de espaldas sobre el escenario inclinado y se estrelló contra las paredes curvadas de la sala. Plagueis abatió a otros con sus manos, rompiéndoles el cuello o atravesando sus pechos acorazados con los puños. Abrió los brazos ampliamente y dio una palmada, convirtiendo todos los objetos volátiles de las inmediaciones en proyectiles letales. Pero los maladianos no eran ni mucho menos asesinos de poca monta. Miembros de aquella secta habían matado y herido a Jedi, y aunque se enfrentaban a poderes de la Fuerza no se encogieron ni escaparon, simplemente cambiaron de táctica, moviéndose con asombrosa agilidad para rodear a Plagueis y esperar a que este les ofreciese un resquicio.
La espera solo duró hasta que Plagueis intentó lanzar sus rayos. Su segundo corazón subsidiario falló, paralizándolo por el dolor y estando a punto de dejarlo inconsciente. Los asesinos no perdieron ni un segundo, lanzándose contra él en grupos, aunque no lograron penetrar en el campo de Fuerza que había erigido. Volvió a recuperarse, esta vez con un ruido irregular que salió de su interior como un arma sónica y que hizo estallar los tímpanos de todos los que estaban a menos de diez metros de él y que los demás se tapasen los oídos con las manos.
Con movimientos apenas visibles, sus manos y pies aplastaron cráneos y tráqueas. Se detuvo un momento para conjurar una ola de Fuerza que pulverizó literalmente a otra media docena. Pero ni siquiera aquello fue suficiente para desalentar a sus agresores. Volvieron a arremeter contra él, aprovechando al máximo sus flaquezas momentáneas para hacerle cortes en los brazos y hombros. Postrado sobre una rodilla, hizo levitar el bláster de uno de los Guardias Sol del suelo y lo hizo volar hasta él; pero uno de los asesinos pudo alterar su trayectoria interponiéndose en el camino del arma voladora.
Provisto solo de la Fuerza de su mente, Plagueis hizo temblar el suelo, abatiendo a algunos asesinos, aunque otros se apresuraron a ocupar sus puestos, lanzándole puñaladas con sus vibrocuchillos desde todos los ángulos. Sabía que le quedaba vida suficiente para conjurar una última contraofensiva. Estaba a punto de liberar un infierno sobre los maladianos cuando percibió que Sidious entraba en la sala.
Sidious y Sate Pestage, armado con un bláster de repetición que desató su propio infierno, una ráfaga de luz que separó miembros de torsos y cabezas encapuchadas de hombros. Corriendo al lado de Plagueis, Sidious lo levantó y entre los dos dieron rápida cuenta del resto.
En el silencio posterior, 11-4D, brillando por el lubricante perdido, se reactivó a sí mismo y caminó rígidamente hacia donde estaban los dos Sith, sujetando jeringuillas en dos de sus brazos.
—Magistrado Damask, deje que le ayude.
Plagueis extendió el brazo hacia el droide y se tendió en el suelo cuando las drogas empezaron a hacer efecto. Levantó la mirada hacia Pestage, después miró a Sidious, quien le dedicó una mirada a Pestage que dejaba muy claro que se había incorporado a su fraternidad secreta, lo quisiera o no.
—Maestro tenemos que marcharnos inmediatamente —dijo Sidious—. Lo que he sentido yo, pueden haberlo sentido los Jedi, así que vendrán hacia aquí.
—Que vengan —rugió Plagueis—. Déjales respirar el aroma del lado oscuro.
—No podemos explicar esta carnicería. Tenemos que irnos.
Tras un momento, Plagueis asintió y logró decir con voz balbuceante:
—Retira a la Guardia Sol. Cuando terminen con esto…
—No —dijo Sidious—. Sé dónde están los gran. Esta vez no será un trabajo como los habituales, Maestro.
La residencia del embajador de Malastare ocupaba tres plantas del nivel medio de un edificio estrecho situado en el límite del distrito del gobierno. La parte delantera de la residencia daba hacia el edificio de los Tribunales Galácticos de Justicia, mientras la trasera daba a un estrecho cañón que tenía más de cincuenta niveles de profundidad y estaba prohibido al tráfico. Siguiendo las indicaciones de Pestage, Sidious utilizó turboascensores y pasarelas peatonales para llegar a una pequeña balconada, diez niveles por encima de la planta superior de la residencia. A pesar de la furia que sentía, habría preferido esperar hasta el anochecer, que caía pronto sobre aquella parte de Coruscant, pero estaba seguro de que los gran esperaban que los maladianos les confirmaran que habían cumplido su encargo con éxito y no podía arriesgarse a que huyeran hacia las estrellas antes de poder echarles el guante. Así que esperó en la balconada hasta que esta y la pasarela quedaron vacías, entonces saltó desde el mirador recurriendo a la Fuerza para llegar hasta una cornisa estrecha que recorría las plantas más bajas de la residencia. Allí se quedó solo el tiempo necesario para activar la espada de luz que había sacado de la nave estelar de Plagueis, con la que quemó la pared para abrirse paso hacia un amplio conducto de mantenimiento que penetraba el edificio.
Reptando hasta la primera salida del conducto, a unos diez metros, entró en un oscuro almacén y volvió a activar la espada de luz. Construida para la gran mano del muun, la espada parecía poco manejable para Sidious, así que optó por una sujeción a dos manos. Moviéndose con una cautela que contradecía sus intenciones homicidas y atento a posibles cámaras u otros dispositivos de seguridad, salió del almacén hacia un estrecho pasillo, que siguió hasta la parte delantera del edificio. Allí, en una entrada elegante, hacían guardia dos dugs, aunque no parecían demasiado atentos. Moviéndose con rapidez, como un mero borrón para los sentidos humanos, los pilló desprevenidos, abriéndole el pecho y abdomen a uno y decapitando al otro mientras el primero intentaba evitar que sus entrañas se derramaran sobre el lustroso suelo de mosaico. Un breve escaneado del vestíbulo reveló la presencia de cámaras instaladas en las paredes y el techo alto. Se preguntó qué le deberían haber parecido los asesinatos a cualquiera que estuviese controlando las imágenes de seguridad. Seguramente le habría parecido como si los dos dugs hubiesen sido masacrados por un fantasma.
Aun así, era un motivo más para no demorarse.
Subió corriendo las escaleras hasta la planta superior, donde oyó una cacofonía de voces humanas amortiguada por una gruesa puerta. Tras abrir la puerta hacia dentro con un empujón de la Fuerza, se colocó en el umbral con las piernas abiertas y el filo de la zumbante espada de luz frente a él. A través del fulgor del arma vio una docena o más guardias Santhe uniformados, sentados alrededor de una mesa llena de comida y bebida, que le miraron con incredulidad y echaron mano a las armas que llevaban en sus cintos o buscaron las que habían quedado enterradas bajo los restos de comida.
Sidious entró en la sala, devolviendo las ráfagas de bláster de los que dispararon primero, y atacó. Levantando la mano izquierda hizo levitar a dos guardias a los que atravesó con la espada. Rugiendo como una bestia, giró sobre sí mismo, cortándole la cabeza a tres guardias y al cuarto por la mitad, a la altura de la cintura. Con la espada empaló a un guardia que se había tirado en el suelo, completamente aterrorizado, y después se la clavó en la boca aullante del último.
Cuando este cayó al suelo, Sidious se vio fugazmente en un espejo ornamentado: la cara retorcida por la ira, el pelo rojo en una maraña electrificada, la boca manchada con hilos de saliva espesa, los ojos con un tono amarillo radioactivo.
Volvió a toda prisa a la escalera y subió a la planta siguiente, donde encontró una gran sala llena de niños y mujeres gran, además de sirvientes gran y dugs. Al haber oído el alboroto del piso de debajo, algunos ya se habían levantado; mientras otros estaban demasiado impactados para moverse.
Mejor para él. No dejó ni uno solo vivo.
Después atravesó un laberinto de salas lujosamente adornadas y encontró otra puerta cerrada, de la cual salían los sonidos de un banquete; un banquete que probablemente había empezado hacía horas y que no se preveía que terminase hasta varias horas después, con las muertes confirmadas del senador Palpatine, Hego Damask y los demás muuns.
Sidious dejó crecer su ira. Tras derribar la puerta, aterrizó en el centro de una mesa cubierta con platos de cereales y yerbajos rodeada por un rebaño de grans, congelando sus risas bulliciosas en sus gargantas. A la cabeza de la mesa, Pax Teem lo miraba boquiabierto, como si fuese una criatura escapada de su peor pesadilla. Pero no iba a ser el primero en probar la espada de Plagueis, sino el último. Después de haberle obligado a contemplar cómo descuartizaba, desde las pezuñas hasta los ojos tentaculares, a todos sus acompañantes; después de que Sidious derribara el techo pintado con un tirón de la Fuerza; después de que las llamas de una bonita chimenea de gas se convirtieran en un fuego infernal que Sidious arrastró cuando salto desde la mesa hasta el suelo y se acercó a su víctima final.
Huyendo desesperadamente del Sith y las llamas, Pax Teem reculó hasta una alta ventana enmarcada por unas cortinas que llegaban hasta el suelo. Todo tipo de súplicas intentaban abrirse paso entre su laringe y dientes, pero ninguna lo logró.
Sidious desactivó la espada de luz, atrajo las llamas con los dedos y las hizo saltar de la mesa a las cortinas. Una especie de balido aullado surgió finalmente del estrecho hocico de Teem cuando la llameante tela le cayó encima. Y Sidious contempló como ardía hasta morir.