24: SITH’ARI
Sus blancos solo eran asteroides, pero los cazas estelares amarillos de morro de cromo disparaban a aquellas rocas con microcráteres como si fuesen una amenaza para el propio Naboo. Fabricados por la Corporación de Ingeniería de Naves Espaciales de Theed y Diseño Nubiano, eran el proyecto estrella del rey Veruna desde su coronación. Las naves, estilizadas y de alas cortas, ejemplificaban la pasión de Naboo por el diseño clásico y la extravagancia. Se decía que los motores de los cazas estelares tenían un nuevo estándar de control de emisiones, pero en un mundo que presumía de conciencia medioambiental, los N-1 parecían completamente extraños y fuera de sitio.
—Esperamos tener dos escuadrones más listos para volar a principios de año —le dijo Veruna a Palpatine mientras contemplaban desde la ventanilla de la aún más majestuosa Nave Estelar Real—. Todos dispondrán de cañones láser gemelos, lanzatorpedos de protones y escudos deflectores, además de droides astromecánicos R-2.
—Un sueño hecho realidad —dijo Palpatine—. Tanto para ti como para el Colectivo de Diseño Nubiano.
Veruna arqueó una ceja poblada y canosa.
—Nuestro acuerdo con Diseño Nubiano fue mutuamente beneficioso.
—Por supuesto —dijo Palpatine, preguntándose cuánto se habrían embolsado Veruna y sus compinches con un contrato al que se oponía la mayoría de Naboo.
Palpatine había llegado con Pestage y se había encontrado en el planeta con Janus Greejatus, antes de reunirse con Veruna y algunos de los miembros de su consejo asesor en el Hangar de Theed, entre los que estaban el Primer Consejero Kun Lago y la jefa de seguridad Maris Magneta, una hembra de rasgos fuertes. Estaba ausente la gobernadora adolescente de Theed, Padmé Naberrie, cuyo nombramiento había sido el compromiso de Veruna con un electorado que cada año que pasaba era más adverso. Veruna, sin embargo, no parecía desgastado. Con sus cejas curvadas, su larga melena canosa y su barba meticulosamente afilada, aún tenía un aspecto imponente. Lago y Magneta eran considerablemente más jóvenes y toscos, y habían dejado claro su aversión por Palpatine y su equipo desde el momento en que habían subido a la reluciente nave estelar.
Al otro lado de la ventanilla, las ráfagas de ametralladoras del Escuadrón Bravo reducían los asteroides a gravilla y polvo.
—El del Bravo Uno es el capitán Ric Olié —dijo Veruna—. Curtido en batalla en Chommell Minor.
Pestage no logró reprimir una breve risa.
—¿Aquel grupo pirata cuyas naves chocaban unas con otras?
Veruna miró con furia a Palpatine.
—Tu asistente parece haber olvidado cuál es su sitio, Palpatine.
Palpatine lanzó una mirada a Pestage y volvió a girarse hacia Veruna.
—Mis disculpas, Su Majestad.
Veruna no parecía muy convencido y clavó la mirada en el lejano ejercicio de los cazas estelares.
—Planeo terminar con nuestra asociación con la Federación de Comercio —dijo tras un largo silencio sin mirar a Palpatine.
Palpatine se movió ligeramente para colocarse en la visión periférica de Veruna, boquiabierto y genuinamente sorprendido.
—¿Ese es el objetivo de esta demostración?
El rey se giró hacia él.
—De haber querido que fuese una demostración de fuerza, habría esperado a la próxima recogida de plasma. Sin embargo, por si te interesa, tanto Ingeniería Theed como Diseño Nubiano me aseguran que los cargueros Lucrehulk de la Federación serían presa fácil para nuestros N-l.
Palpatine miró a Pestage y Greejatus y sacudió la cabeza.
—En ese caso celebro que me hayas invitado, Majestad, porque traigo noticias que pueden hacer que reconsideres tu posición.
—¿Qué noticias? —preguntó Magneta.
Palpatine la ignoró y siguió hablando con Veruna.
—Esta cuestión aún no ha llegado a la Rotonda, pero todo parece indicar que la República finalmente va a permitir que la Federación de Comercio arme sus naves.
Veruna quedó boquiabierto y parpadeó.
—¿Con qué?
Palpatine fingió nerviosismo.
—No lo sé con exactitud. Turboláseres, seguro, además de cazas droides. Cualquier autómata de combate que estén fabricando Baktoid, Haor Chali y las especies colmena —señaló hacia la ventanilla—. Armas que serían un rival letal para esos cazas estelares.
Veruna seguía intentando entenderlo.
—¿Por qué va a hacer algo así la República?
—Por lo que pasó en Yinchorr. Por los persistentes ataques de piratas y aspirantes a insurgentes. Y porque la República se niega a cambiar su postura respecto a la creación de un ejército.
Veruna se alejó de la ventanilla, se detuvo y se giró hacia Palpatine.
—No me lo creo. Valorum salió airoso de Yinchorr. Jamás se doblegaría a las presiones de la Federación de Comercio.
—No está cediendo a ninguna presión. Su estrategia es alcanzar un acuerdo con la Federación: armamento defensivo a cambio de tasas para las zonas de libre comercio.
Veruna no tenía palabras.
—Por eso te pido, Majestad, que mantengas a Naboo en el bando adecuado.
—Díganos una cosa, senador —interrumpió Lago—, ¿qué significa estar en el bando adecuado?
Palpatine desvió la mirada de Lago a Veruna.
—Cuando la cuestión llegue a la Rotonda, Naboo debe votar contra las tasas para las zonas de libre comercio.
Veruna tragó saliva y recuperó la voz.
—¿Apoyando a la Federación de Comercio? ¿Con mi reelección a la vuelta de la esquina? Debes de haberte vuelto loco, Palpatine. Naboo lleva más de treinta años bajo el yugo de la Federación. El pueblo no me lo perdonaría jamás.
—Tu base sigue siendo fuerte —dijo Palpatine—. El pueblo terminará entendiendo que tomaste la decisión correcta.
Veruna echaba humo.
—No me gusta encontrarme en esta posición, Palpatine.
Palpatine adoptó una pose pensativa y miró al rey.
—Puede que haya otra opción… Estoy seguro de que Hego Damask estaría dispuesto a renegociar un nuevo acuerdo con el bloque neimoidiano de la Federación de Comercio…
—No necesito que Damask renegocie nada —le espetó Veruna—. El momento de los muuns ya ha pasado. Son un anacronismo. Sus enemigos nos hicieron un favor a todos obligándolo a retirarse prematuramente.
Palpatine entrecerró los ojos imperceptiblemente. Un pequeño empujoncito y se muestra tal cómo es.
—Si no recuerdo mal, los enemigos de Damask lo pagaron muy caro.
Se quedó en silencio un momento, volviéndose a colocar frente a la ventanilla para que Veruna tuviera una visión directa de las ráfagas de ametralladora de los cazas estelares.
—De acuerdo, Sojourn no es la fortaleza inexpugnable que fue. Pero los tentáculos de Damask siguen llegando tan lejos como siempre y sus vínculos con el Clan Bancario nunca han sido más fuertes.
—Por si no se ha dado cuenta, senador —intervino Magneta—, los tentáculos de Naboo también llegan lejos ahora.
Palpatine miró por encima de su hombro a los cazas estelares y después clavó sus ojos en los de Veruna.
—Su Majestad, Damask no se tomará bien que lo apartemos de nuestros tratos con la Federación de Comercio. Puede crear problemas.
Veruna desvió la mirada y volvió a posarla en él.
—Que lo intente. Naboo no es el único mundo que ha explotado. No nos faltarán aliados. Me preocupa más la reacción del Senado si votamos contra las tasas a las zonas de libre comercio.
Palpatine respiró forzadamente.
—Es una situación desesperada. Los mundos de la Facción del Borde dependen de la Federación de Comercio para el suministro de mercancías, por lo que es probable que voten en contra. Los mundos del Núcleo, por contra, votarán a favor de las tasas, aunque solo sea para lograr más ingresos para la República y evitar tener que apoyar a los sistemas periféricos. En medio quedará la Federación de Comercio, que saldrá ganando en cualquier caso, ya que finalmente la permitirán defenderse y obligará a sus clientes a asumir el coste adicional de las tasas.
—¿Y qué significa todo esto para Valorum? —dijo Lago.
—Me temo que quizá no pueda terminar su mandato.
—¿Y quién lo sucederá? —preguntó Veruna.
—Eso es difícil de decir, Majestad. Ainlee Teem, creo. Aunque Bail Antilles cuenta con algunos apoyos.
Veruna se quedó pensativo.
—¿Cuáles son las implicaciones para Naboo si el gran derrota al alderaaniano?
—En ese caso, por supuesto, tendrías un amigo en la cancillería.
Veruna se tiró de la barba.
—Tendré en cuenta tus recomendaciones. Pero deja que te lo advierta, Palpatine, no pienso tolerar ningún engaño. Ni tuyo —lanzó una mirada penetrante a Pestage y Greejatus—, ni de ningún miembro de tu camarilla. Recuerda: sé dónde están enterrados los cadáveres.
El tiempo vuela.
Las viñas y las enredaderas habían trepado por las paredes y torres de la vieja fortaleza, y las lianas unían los parapetos almenados con las frondosas copas de los árboles cercanos. Los insectos corrían bajo los pies, buscando comida o cargados con pedazos de vegetación o restos de madera astillada. Las tormentas de la noche anterior habían dejado charcos que llegaban hasta las rodillas en la pasarela y el agua caía en cascada por los agujeros de los cañones. El bosque que Plagueis había plantado y abastecido con animales de caza raros y exóticos parecía decidido a librar a Sojourn de la fortaleza que se había erigido en su centro.
Desde las torres más altas, miró por encima de las copas de los árboles el contorno del mundo pariente de la luna y la lejana estrella que compartían. Sojourn giraba deprisa y la última luz del día se estaba disipando. El aire era templado, alborotado por el zumbido y la fricción de patas de los insectos, los cantos de las aves y los tristes aullidos de las criaturas de la noche. Nubes de murciélagos salían de las cuevas del barranco, devorando parásitos engendrados por las fuertes lluvias. Una brisa surgió de la nada.
El tiempo vuela.
Aún había guardados en Aborah textos y holocrones que relataban las hazañas y habilidades de Maestros Sith que, según contaban y estaba escrito, habían sido capaces de invocar al viento o la lluvia, o de fracturar el cielo con rayos conjurados. En sus propias palabras o en las de sus discípulos, unos pocos Señores Oscuros aseguraban disponer de la habilidad de volar, hacerse invisibles o transportarse en el espacio y el tiempo. Pero Plagueis jamás había conseguido reproducir aquellas proezas.
Desde el principio Tenebrous le había advertido que no tenía talento para la magia Sith, aunque su incapacidad no se debía a una deficiencia de los midiclorianos. Es un don innato, le dijo el bith cuando lo presionó, aunque él tampoco lo poseía. En cualquier caso la magia era irrelevante en comparación con la ciencia bith. Pero Plagueis ahora sabía que Tenebrous se equivocaba con la magia, igual que con tantas otras cosas. Sí, el don era más potente en aquellos que, sin apenas esfuerzo, podían dejarse llevar por las corrientes de la Fuerza y convertirse en conductos de los poderes del lado oscuro. Pero había un camino alternativo hacia esas habilidades y partía del lugar en el que el círculo se cerraba sobre sí mismo y la voluntad pura sustituía al altruismo. Plagueis entendía también que no había ningún poder que estuviese fuera de su alcance; ninguno que no pudiese dominar mediante la fuerza de voluntad. Si lo había precedido algún Sith de igual poder, se había llevado sus secretos a la tumba o los había encerrado en holocrones que habían sido destruidos o aún no se habían descubierto.
La cuestión de si Sidious y él habían descubierto algo nuevo o redescubierto algo antiguo no tenía relevancia. Lo único que importaba era que, hacía casi una década, habían logrado que la Fuerza cambiara y se inclinase irrevocablemente hacia el lado oscuro. No era un mero cambio de paradigma, sino una alteración tangible que podía sentir cualquiera que fuese potente en la Fuerza, estuviese o no entrenado en las artes Sith o Jedi.
El cambio había sido resultado de meses de intensa meditación, en los que Plagueis y Sidious habían querido retar a la Fuerza por la supremacía y cubrir la galaxia con el poder del lado oscuro. Con descaro, sin vergüenza y poniendo en peligro sus propias vidas, habían librado una guerra etérica, conscientes de que sus propios midiclorianos, el ejército delegado de la Fuerza, podían hacer que la sangre les hirviera o sus corazones dejasen de latir. Saliendo de sí mismos, incorpóreos y como una única entidad, habían utilizado el poder de su voluntad, afianzando su supremacía sobre la Fuerza. Ninguna contrafúerza se había alzado contra ellos. En lo que parecía un estado de éxtasis, supieron que la Fuerza había cedido, como una deidad derribada de su trono. Con la palanca que habían creado, el lado luminoso cayó y el oscuro ascendió.
Ese mismo día dejaron morir a Venamis.
Después, manipulando los midiclorianos del bith, que debería haber estado inerte e inconsciente, Plagueis lo resucitó. La enormidad del acontecimiento había dejado a Sidious en un silencio estupefacto y había abrumado y desconcertado a los procesadores de 11-4D, pero Plagueis prosiguió sin ayuda, haciendo una y otra vez que Venamis muriera y regresara a la vida, hasta que los órganos del bith no pudieron más y Plagueis le concedió descanso eterno.
Pero haber alcanzado el poder de mantener a otro con vida no había sido suficiente para Plagueis. Así que después de que Sidious regresase a Coruscant, se consagró a interiorizar aquella habilidad, manipulando los midiclorianos que le daban vida. Durante varios meses no logró progresos, pero finalmente empezó a percibir un cambio moderado. Las cicatrices que habían crecido sobre sus heridas empezaron abruptamente a suavizarse y disiparse, y empezó a respirar mejor de lo que había hecho en veinte años. Empezó a sentir no solo que sus tejidos dañados se curaban, sino que todo su cuerpo se estaba rejuveneciendo. Bajo el transpirador, algunas partes de su piel eran suaves y juveniles, y supo que más adelante dejaría de envejecer por completo.
Embriagado con aquel poder nuevo, intentó algo aún más impensable: dar vida a una creación propia. No una mera fecundación de alguna criatura desgraciada y estúpida, sino el nacimiento de un ser sensible a la Fuerza. La habilidad de dominar la muerte había sido un paso en la buena dirección, pero no era lo mismo que la creación pura. Así que se había proyectado —por supuesto, como si fuese invisible, transubstanciado— para informar a todos los seres de su existencia, e impactarlos a todos: muunoides o insectoides, seguros o desamparados, libres o esclavizados. Un guerrero ondeando una bandera triunfal en un campo de batalla. Un fantasma infiltrándose en un sueño.
Pero no sirvió de nada.
La Fuerza se quedó en silencio, como si escapase de él, y muchos de los animales de su laboratorio sucumbieron a enfermedades espantosas.
A pesar de todo, ocho largos años después, Plagueis seguía convencido de que tenía el éxito absoluto al alcance de los dedos. La prueba era su propia tasa incrementada de midiclorianos; y el poder que percibió en Sidious cuando finalmente regresó a Sojourn. El lado oscuro de la Fuerza estaba a su disposición y asociados algún día serían capaces de mantenerse con vida el uno al otro y gobernar la galaxia tanto tiempo como considerasen oportuno.
Pero aún tenía que informar a Sidious de eso.
Era más importante que Sidious siguiese concentrado en manipular los acontecimientos del mundo profano mientras Plagueis trataba de dominar el terreno de la Fuerza, del que lo mundanal era solo un reflejo vulgar y distorsionado.
Para estar seguro había que extinguir la luz, ¿pero durante cuánto tiempo y a qué precio?
Recordó un eclipse estelar que había visto en un mundo ya olvidado, cuya única luna tenía el tamaño perfecto y estaba a la distancia justa para cubrir completamente la luz de la primaria del sistema. El resultado no había sido la oscuridad total sino otro tipo de iluminación, singular y difusa, que había confundido a los pájaros y había permitido ver las estrellas en pleno día. Incluso completamente tapada, la primaria había brillado tras la circunferencia del satélite, y cuando la luna se apartó se produjo un momento de luz tan intensa que apenas podía soportarse.
Mirando el cielo crepuscular de Sojourn, se preguntó qué calamidad les tendría preparada la Fuerza para él o Sidious, o ambos, por haber desequilibrado deliberadamente la balanza. ¿El castigo simplemente los estaba acechando, como había pasado en Coruscant veinte años antes? Eran tiempos peligrosos; más peligrosos que sus primeros años de aprendiz, cuando el lado oscuro podría haberlo devorado en cualquier momento.
Ahora, al menos, su convalecencia estaba cerca de terminar. Sidious seguía haciéndose cada vez más poderoso como Sith y como político, sus planes más intrincados encontraban escasa o ninguna resistencia. Y la Orden Jedi zozobraba…
El tiempo diría, y el tiempo vuela.
El zabrak dathomiriano estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo de permacreto, explicándole a Sidious la misión de vigilancia que había realizado en el Templo Jedi, unas semanas antes, en el momento álgido de la Crisis Yinchorri.
—Me puso enfermo ver la facilidad con la que engañaron a los infiltrados reptilianos, Maestro, incluso la centinela humana rubia que creían haber pillado desprevenida fuera del Templo. Desde donde los observaba supe que fingió sorprenderse cuando su espada de luz no logró penetrar el escudo de cortosis del agresor y que simplemente simulaba estar inconsciente cuando los yinchorri la derribaron, para después empalarlos con su espada activada —Maul gruñó, mostrando sus dientes afilados—. Su estupidez me permitió divertirme con el hecho de que su misión estaba condenada al fracaso… que los Jedi sencillamente los estaban atrayendo hacia una trampa.
El edificio abandonado de LiMerge se había convertido en el hogar y centro de entrenamiento del asesino; Los Talleres y la periferia del cercano distrito Fobosi, las sedes de sus rondas nocturnas. Dando vueltas alrededor de él con la capucha de la toga puesta, Sidious preguntó:
—¿Y los Jedi se han ganado tu respeto?
—Podrían haberlo hecho, si los infiltrados hubiesen mostrado algún talento. De haberlos capitaneado yo…
Sidious se detuvo.
—¿La misión habría tenido éxito? ¿Habrían muerto Caballeros y padawans Jedi? ¿Habríais masacrado a los jovencitos?
—Estoy seguro de ello, Maestro.
—¿Tú solo, contra los Maestros que componen el Alto Consejo?
—Actuando con sigilo podría haber matado a muchos.
Plagueis tenía razón, pensó Sidious. Le he hecho demasiado orgulloso.
En cualquier caso, la estrategia de los yinchorri había fallado. Habían muerto más Jedi, pero esas muertes nunca habían sido el principal motivo para instigar la crisis. Lo importante era que Valorum había salido airoso, con cierta ayuda de Palpatine, era cierto, pero principalmente por sí solo, consiguiendo que los senadores Yarua, Tikkes, Farr y otros le apoyasen y estableciesen el embargo. Pero con su crédito político ya agotado, la posición del Canciller era más débil que nunca. Un mínimo indicio de escándalo y el Senado perdería la escasa confianza que aún le tenía.
—Eres formidable —dijo Sidious finalmente—, pero no eres un ejército de un solo hombre. Y no he pasado años entrenándote para que ahora sacrifiques tu vida. Cuando te concedí el título de Darth, no fue como recompensa por haber sobrevivido a misiones peligrosas, el hambre y los droides asesinos, sino por tu obediencia y lealtad. No hay duda de que dispondrás de muchas oportunidades de demostrar tu talento superior a los Jedi, pero acabar con la Orden no es tu objetivo, por mucho que la odies.
Maul bajó la cabeza, mostrando su corona de cuernos afilados en un cráneo rojo y negro.
—Maestro. Espero que los que son mi objetivo me proporcionen alegría y satisfacción.
—Eso ya lo veremos, mi aprendiz. Pero hasta entonces, hay asuntos de los que debemos ocuparnos.
Le hizo un gesto a Maul para que se levantase y le siguiera hasta el holoproyector y la rejilla de transmisión; los mismos que los gran habían dejado décadas antes, pero completamente actualizados y mejorados.
—No te pongas frente a la cámara —le dijo Sidious, señalándole un sitio—. De momento, queremos reservarte.
—Pero…
—Ten paciencia. Ya tendrás tu papel en esto.
Sidious se instaló en una silla de respaldo alto que lo envolvía como un trono y que disponía de un control remoto incorporado en uno de los brazos. Sus pensamientos eran un torbellino provocado por lo que estaba a punto de hacer. ¿Plagueis había sentido la enormidad del momento en Naboo, tantos años antes, cuando había revelado su verdadera naturaleza, quitándose por primera vez la máscara que utilizaba en público? Por mucho que lo hubiese fortalecido, ¿aquel momento también había estado impregnado de una especie de nostalgia, como si perdiera algo tan personal, tan definitivo? Lo que había sido secreto ya no volvería a serlo jamás…
El comunicador pilló al virrey Nute Gunray comiendo y sin la tiara con orejeras y el collar ornamentado lapislázuli que le daban aspecto de bufón.
—Hola, virrey —dijo Sidious.
Las membranas nictitantes de los ojos carmesí del neimoidiano se quedaron petrificadas y su hocico moteado tembló.
—¿Qué? ¿Qué? Esta es una dirección segura. ¿Cómo ha…?
—No se moleste en intentar rastrear el origen de esta comunicación —dijo Sidious, mientras los dedos de Gunray volaban por el teclado de su holomesa—. El rastreo solo le llevaría en círculos y malgastaría el poco tiempo del que disponemos…
—¿Cómo se atreve a inmiscuirse…?
—Hace poco le envié un regalo. Un pylat de manchas rojas.
Gunray lo miró asombrado.
—¿Usted? ¿Usted lo mandó?
—Supongo que es lo bastante sensato para haberlo escaneado en busca de dispositivos de rastreo.
Gunray se giró para mirar algo que quedaba fuera de cámara; probablemente el pájaro crestado.
—Por supuesto. ¿Qué pretendía mandándomelo? —su acento alargaba las palabras y suavizaba las tés.
—Considérelo una muestra de mi aprecio por el trabajo no recompensado que ha hecho para la Federación de Comercio. El directorado no reconoce sus contribuciones.
—Ellos… es decir, yo… ¿Por qué se esconde bajo la capucha de su capa?
—Es el atuendo de mi Orden, virrey.
—¿Es un clérigo?
—¿Le parezco un sacerdote?
La expresión de Gunray se hizo más agria.
—Exijo verle la cara.
—Tendrá que ganarse el privilegio de verme.
—¿Privilegio? ¿Quién se cree que es?
—¿Está seguro de que quiere saberlo?
—Exijo saberlo.
La sonrisa de Sidious apenas se vio bajo la capucha.
—Mejor aún. Soy un lord Sith.
Ya está. Ya lo he dicho.
Lo he dicho…
—¿Lord Sith? —repitió Gunray.
La respuesta llegó desde lo más profundo de su ser, desde el centro de su verdadero yo.
—Le doy permiso para llamarme Darth Sidious.
—Nunca he oído hablar de ningún Darth Sidious.
—Ah, ahora que lo ha hecho, nuestra asociación está sellada.
Gunray negó con la cabeza.
—No quiero ningún socio.
Sidious mostró parte de la cara.
—No finja estar satisfecho con su posición en la Federación de Comercio, ni que no tiene mayores aspiraciones. Ahora somos socios.
Gunray hizo una especie de siseo.
—Esto es una broma. Los Sith llevan mil años extinguidos.
—Eso es precisamente lo que la República y los Jedi quieren que crea, pero jamás desaparecimos. Durante siglos nos hemos ocupado de causas justas y nos hemos revelado a unos pocos seres elegidos, como usted mismo.
Gunray se reclinó en su silla.
—No lo entiendo. ¿Por qué yo?
—Usted y yo compartimos un gran interés sobre el destino de la República, y considero que ha llegado el momento de que empecemos a trabajar conjuntamente.
—No pienso participar en ninguno de sus planes secretos.
—¿En serio? —dijo Sidious—. ¿Cree que le elegiría a usted entre millones de seres influyentes si no le conociera perfectamente? Soy consciente de que sus deseos voraces nacen de las crueles condiciones de su infancia. Usted y sus larvas hermanas en una despiadada competición por las limitadas reservas de hongos. Pero lo entiendo. Todos estamos moldeados por nuestros deseos infantiles, nuestra necesidad de afecto y atención, nuestro miedo a la muerte. Y, teniendo en cuenta lo lejos que ha llegado, está claro que no ha tenido rival y sigue sin tenerlo. Sus años en el Senado, por ejemplo. Las reuniones clandestinas en el edificio Claus, el restaurante Follin del Corredor Carmesí, los fondos que desvió hacia Pax Teem y Aks Moe, los acuerdos secretos con Explotaciones Damask, el asesinato de Vidar Kim…
—¡Basta! ¡Basta! ¿Pretende chantajearme?
Sidious demoró su respuesta.
—Quizá no me ha oído cuando le he hablado de una asociación.
—Le he oído. Ahora dígame qué quiere de mí.
—Nada más que su cooperación. Propiciaré grandes cambios para usted y a cambio usted hará lo mismo para mí.
Gunray parecía preocupado.
—Afirma que es un lord Sith. ¿Pero cómo sé que lo es? ¿Cómo puedo saber que es capaz de ayudarme?
—Le encontré un pájaro excepcional.
—Eso apenas es una prueba.
Sidious asintió.
—Comprendo su escepticismo. Podría demostrar mis poderes, por supuesto. Pero soy reacio a convencerlo de esa manera.
Gunray inspiró.
—No tengo tiempo para esto…
—¿Tiene el pylat cerca?
—Justo detrás de mí —dijo Gunray.
—Enséñemelo.
Gunray abrió el plano de las cámaras de la holomesa para mostrar al pájaro, encerrado en una jaula que era poco más que un círculo de metal precioso, coronada con un generador de campo de estasis.
—Me preocupaba, cuando lo saqué de su hábitat en la jungla, que muriese —dijo Sidious—. Aunque parece estar como en casa en su nuevo entorno.
—Eso sugieren sus cantos —contestó Gunray.
—¿Y si le dijera que puedo atravesar el espacio y el tiempo y estrangularlo dentro de la jaula?
Gunray estaba horrorizado.
—No le creería. Dudo que ni siquiera un Jedi…
—¿Me está retando, virrey?
—Sí —dijo abruptamente; y después, igual de rápido—: ¡No, espere!
Sidious se movió en su silla.
—Aprecia al pájaro… ese símbolo de riqueza.
—Soy la envidia de los míos por tenerlo.
—¿No cree que la riqueza de verdad generaría más envidia?
Gunray se estaba poniendo nervioso.
—¿Cómo puedo responderle cuando sé que puede estrangularme si le rechazo?
Sidious lanzó un suspiro elaborado.
—Los socios no se estrangulan unos a otros, virrey. Preferiría ganarme su confianza. ¿No está de acuerdo?
—Podría estarlo.
—En ese caso, aquí tiene mi primer regalo: la Federación de Comercio va a ser traicionada. Por Naboo, por la República y por los miembros del directorado. Solo usted puede ser el líder necesario para evitar que la Federación se escinda. Pero antes debemos conseguir que le asciendan al directorado.
—El directorado actual jamás aceptará a un neimoidiano…
—Dígame qué haría falta… —empezó Sidious pero se detuvo—. No. Olvídelo. Deje que le sorprenda consiguiéndole el ascenso.
—¿Hará algo así sin pedirme nada a cambio?
—Por ahora. Cuando consiga, si lo consigo, ganarme su plena confianza, esperaré que usted haga caso de mis recomendaciones.
—Lo haré. Darth Sidious.
—En ese caso, volveremos a hablar pronto.
Sidious desactivó el holoproyector y se quedó sentado en silencio.
—Hay un mundo en el sector Videnda llamado Dorvalla —le dijo a Maul al cabo de un buen rato—. No habrás oído hablar de él, pero es una fuente de lommite, un mineral esencial para la producción de transpariacero. Dos empresas, Lommite Limitada y Minerales Intergalácticos, controlan actualmente su extracción y transporte. Pero hace tiempo que la Federación de Comercio tiene interés en hacerse con el control de Dorvalla.
—¿Cuál es la orden, Maestro? —preguntó Maul.
—De momento, solo que te familiarices con Dorvalla porque puede resultar clave para atrapar en nuestras garras a Gunray.