23: BAJO EL SOL DE MEDIANOCHE

Recién llegado a la Luna de los Cazadores, Sidious examinó a Plagueis mientras el lord Sith y su droide, 11-4D, repasaban una holograbación en la que un asesino zabrak enfundado en una toga negra liquidaba rápidamente a varios autómatas de combate en su hogar de Coruscant. Algunos de los autómatas volaban, otros caminaban sobre dos patas, otros sobre bandas rodantes, y todos disparaban blásters.

Los últimos veinte años habían añadido una ligera curvatura a la postura y las venas que sobresalían bajo la piel fina del muun. Llevaba un práctico traje verde oscuro que envolvía sus delicadas formas, una capa verde que caía desde sus hombros huesudos hasta el suelo de piedra de la fortaleza y un tocado que cubría su gran cráneo. Una máscara de respiración triangular le cubría su destrozada mandíbula prognática, la boca, parte de su largo cuello y lo que quedaba de la escarpada nariz que tenía antes del ataque sorpresa de Fobosi. La máscara de aleación, que él mismo había fabricado, tenía un par de rendijas verticales y otro par de conductos finos y rígidos que la conectaban a un transpirador adherido a su pecho, bajo un arnés blindado. Había aprendido a comer y beber por sondas, y por la nariz.

Visto con la Fuerza, era un óvalo nuclear de luz moteada, una esfera rotatoria de energía terrorífica. Si el ataque maladiano le había debilitado físicamente, también había ayudado a moldear su cuerpo etérico para convertirlo en un recipiente lo bastante fuerte para contener todo el poder del lado oscuro. Decidido a que no volvieran a pillarlo desprevenido jamás, se había entrenado para no dormir y había dedicado dos décadas estándar a experimentar día y noche con la manipulación de los midiclorianos y a intentar arrebatarle los últimos secretos a la Fuerza, para así poder vivir para siempre… Él y presumiblemente su aprendiz humano. Aquel giro hacia su interior le había permitido dominar las energías igualmente poderosas del orden y el desorden, de la creación y la entropía, de la vida y la muerte.

—Lo has hecho realmente temible —comentó Plagueis sin desviar la mirada de la grabación, en la que el atlético zabrak destruía un Erradicador Colicoide y se daba la vuelta para partir por la mitad a otros dos. La cabeza calva del humanoide de ojos amarillos estaba coronada por pequeños cuernos y patrones geométricos de marcas negras y rojas.

—Y no le teme a nada —dijo Sidious.

—De todas formas, solo son droides.

—Es incluso más formidable contra seres vivos.

Plagueis miró por encima de su hombro y entrecerró los ojos.

—¿Has combatido con él en serio? —las cuerdas vocales y la tráquea reconstruidas le daban una cualidad metálica a su voz, como si hablara a través de un altavoz.

—Lo abandoné en Hypori durante un mes sin comida y con la única compañía de una horda de asesinos. Después regresé para incitarle y retarle. Teniendo todo eso en cuenta, combatió bien, incluso cuando le quité la espada de luz. Quería matarme, pero estaba preparado a morir en el combate.

Plagueis se dio la vuelta para mirarlo cara a cara.

—En lugar de castigarlo por desobedecer, le felicitaste por su determinación.

—Ya se sentía humillado. Decidí dejar intacto su honor. Lo proclamé mi mirmidón; la encarnación de la parte violenta de nuestra asociación.

—¿Asociación? —repitió ásperamente Plagueis.

—Me refiero a la suya y mía; no a la nuestra.

—De todas formas, le permitiste creer que tiene más talento del que realmente tiene.

—¿No hiciste tú lo mismo conmigo?

Los ojos de Plagueis reflejaron su decepción.

—Jamás, Sidious. Siempre he sido sincero contigo.

Sidious inclinó la cabeza para mostrar que lo había entendido.

—No soy tan buen profesor como tú.

Plagueis dedicó un buen rato a observar la holograbación. Los puños y piernas del zabrak eran tan letales como su espada de luz y su velocidad era asombrosa.

—¿Quién le hizo las marcas?

—Su madre, en unos rituales realizados poco después de que naciera. Es una iniciación en la que el bebé zabrak dathomiriano es sumergido en un baño aceitoso, energizado con ichor conjurado por la magia las Hermanas de la Noche.

—Curiosa decisión, considerando que deseaba esconder al niño.

—Las Hermanas de la Noche apenas salen de Dathomir, pero los Hermanos de la Noche a veces son vendidos como sirvientes. Creo que la madre quería que fuese consciente de su herencia, terminase donde terminase.

Plagueis contuvo la respiración al ver que de la espada de luz del zabrak salían dos filos.

—¡Una espada de luz de doble filo! ¡El arma de Exar Kun! ¿La construyó él?

—El prototipo fueron dos espadas de luz que soldó de pomo a pomo imitando el zhaboka iridoniano. Yo le proporcioné la información que necesitaba para mejorar el diseño original y construir el que le ves usar.

Plagueis observaba cómo un droide tras otro eran empalados por los filos carmesí opuestos.

—Me parece innecesario, pero no puedo negar su dominio de la técnica Jar’Kai —volvió a girarse hacia Sidious—. Niman y la terás kási nunca sustituirán al dun móch, pero me complace ver que lo has entrenado para ser una máquina de combatir en lugar de un verdadero aprendiz.

—Gracias, Maestro.

Unas arrugas surgieron junto a los ojos de Plagueis… ¿era recelo? ¿Era diversión?

—Estoy de acuerdo contigo en que debe ser testigo del ataque yinchorri contra el Templo Jedi.

—Se lo diré. Considera a los Jedi una abominación. La visión de su santuario violentado le hará hervir la sangre.

—Aun así, contenió. Deja que su ira y odio se enconen.

Sidious inclinó la cabeza.

Plagues desactivó el holoproyector.

—El regalo que pediste para él está casi terminado. Raith Sienar ha aceptado enviar la embarcación a Sojourn y yo me ocuparé de que la lleven hasta el edificio LiMerge —hizo una seña con los dedos—. Vamos, Darth Sidious, tenemos mucho que hablar.

La antigua fortaleza no había parecido nunca tan desolada. Aún residía una compañía de Guardias Sol en Sojourn, dedicados a escoltar a los visitantes hasta la superficie y mantener los turboláseres de tierra en buen estado. Aún eran necesarios códigos de autentificación para que las naves entraran en el espacio de Sojourn, pero las coordenadas de la luna ya no eran tan secretas como en el pasado. Plagueis había vivido básicamente como un ermitaño entre sus droides, sin apenas salir del planeta, aunque seguía utilizando su enorme riqueza e influencia para apoyar a aquellas organizaciones que impulsaban la causa Sith y desbarataban los planes de sus oponentes. Durante el primer año posterior al ataque, corrieron rumores de que Hego Damask había muerto, pero poco a poco empezó a correr la voz de que en realidad estaba recluido en Sojourn. Cuatro años después, se reanudaron las Reuniones anuales, pero solo durante cinco años y ya hacía más de una década que no se celebraba ninguna. En cualquier caso, cada vez asistían menos seres ya que muchos de ellos se habían distanciados de Damask tras los asesinatos de Coruscant.

Durante el largo período entre el ataque sorpresa gran y la primera Reunión de la nueva era, Sidious había hablado con Plagueis solo por holo. Teniendo que espabilarse por su cuenta, había entrenado al zabrak secretamente en Mustafar, Tosste y Orsis, había visitado varios mundos Sith y había dedicado un tiempo considerable a estudiar los textos y holocrones Sith guardados en Aborah. Gracias a los Guardias Sol, Sidious se enteró de que Damask se había enclaustrado en la fortaleza y apenas lo veían. En las pocas ocasiones en que los había mandado llamar, habían encontrado sus aposentos hechos un desastre, con algunos de los sujetos experimentales muertos dentro de las jaulas o celdas y muchos droides averiados. Las criaturas de los bosques greel del entorno la habían invadido y se habían instalado en ella, construyendo nidos en las torretas y devorando todo lo que fuese comestible. Aunque Damask —desaseado, demacrado y errático en su comportamiento— parecía capaz de comunicarse, era 11-4D el que transmitía sus órdenes y peticiones a los guardias. En una ocasión los guardias recibieron órdenes de instalar más de dos centenares de holoproyectores en lo que había sido la armería de la fortaleza, para que Damask pudiera controlar los sucesos del momento y ver grabaciones históricas, algunas de las cuales tenían centenares de años.

Sidious sabía que sus propios poderes se habían multiplicado por diez en las últimas décadas pero no podía estar seguro de si había descubierto todos los secretos de Plagueis —«sus caminos mágicos», como los llamaban los Guardias Sol— incluida la habilidad de evitar la muerte de otros seres. A veces se preguntaba: ¿iba un paso por detrás de él? ¿Dos pasos? Aquellas preguntas eran precisamente lo que había llevado a generaciones de aprendices Sith a retar a sus Maestros. La incertidumbre sobre quién era más poderoso. La necesidad de ponerse a prueba, de enfrentarse al reto definitivo. La tentación de arrebatar por la fuerza el manto de Maestro, de aportar una perspectiva propia del lado oscuro; como había hecho Darth Gravid, con el único resultado de haber demorado a los Sith muchísimos años…

Sidious había dedicado el mismo fervor a la manipulación de los acontecimientos del mundo cotidiano que Plagueis a la de los midiclorianos. En lugar de retarse uno a otro, ambos se habían consagrado a ejecutar el Gran Plan. El dominio político y el dominio de la Fuerza. Dentro de poco, los Sith los poseerían ambos, con Sidious como cabeza visible del primero y Plagueis, entre bastidores, aconsejándole sobre el segundo. Como Plagueis, Sidious había actuado con sensatez, ya que las repercusiones imprevistas en el mundo real podían ser tan dañinas para el imperativo Sith como un revés de la Fuerza. El hecho de que la Fuerza no se hubiese revelado demostraba que su asociación era algo único y que concordaba con la voluntad de ella. El aislamiento autoimpuesto de Plagueis había perjudicado algunos de los planes que habían tramado para la Federación de Comercio y otros grupos. Pero podía decirse que Plagueis se había recuperado plenamente de sus heridas y el lado oscuro ya no estaba simplemente en ascenso sino que estaba escalando hacia su cénit.

La Crisis Yinchorri fue la primera vez que Plagueis aprobó la implicación directa de Sidious en los acontecimientos galácticos. Hasta entonces, los Sith manipulaban los sucesos mediante intermediarios. Pero cuando Sidious contrató a un contrabandista devaroniano para instigar a los yinchorri, no solo se había comunicado con él por holoproyector —sin revelar su identidad, por supuesto— sino que también lo había puesto en contacto con Pestage y Dorianna, cuya colaboración fue dejar los cadáveres de los Jedi en la puerta de Valorum y facilitar la entrada de los guerreros yinchorri encargados de infiltrarse en el Templo Jedi.

Inicialmente el plan se había diseñado como una prueba, para ver si aquellos seres reptilianos resistentes a la sugestión con la Fuerza podrían convertirse en un ejército antijedi. Pero, igual que habían fracasado diversos intentos de replicación por clonación, todos los esfuerzos por convertirlos en un ejército obediente habían resultado inútiles. Estaban hechos para atacar, pero también eran impredecibles e ingobernables. En consecuencia, pusieron en marcha una estrategia diseñada para probar la habilidad de Valorum para manejar una crisis y del Senado para resolverla. Pero ni Plagueis ni Sidious esperaban que el Canciller Supremo involucrase a los Jedi y ahora el plan rediseñado también estaba en peligro.

—Es bueno que hayan muerto Jedi —estaba diciendo Plagueis mientras Sidious, 11-4D y él entraban en su abarrotado estudio—, pero debemos evitar mostrar nuestras cartas demasiado pronto. ¿Fue buena idea transportar los cadáveres hasta Coruscant?

—Logramos el efecto deseado en Valorum —dijo Sidious.

—En cualquier caso, quizá le hayamos juzgado mal.

—Está más preocupado por su legado que por la República, pero aún puede lograr apoyo mayoritario en el Senado, incluso a costa de su caché político.

—Debemos organizar una crisis de la que no pueda recuperarse —dijo Plagueis.

—Ya he puesto en marcha algo así.

Plagueis asintió satisfecho.

—En ese caso, quizás esto tenga su lado bueno. Si el Senado aprueba el embargo, se sentirá en deuda contigo.

Sidious sonrió levemente.

—Un bloqueo aprobado para romper otro bloqueo.

—Para eso debemos empezar a colocar al virrey Nute Gunray y al rey Veruna. El neimoidiano colaboró con Valorum durante el Conflicto Stark. Esta vez los enfrentaremos.

—Conocí ligeramente a Gunray cuando era senador. Es codicioso y ambicioso, pero extrañamente inmune a la intimidación. Tendremos que ganárnoslo.

—Eso haremos. Con maniobras que le permitirán convertirse en uno de los siete que forman el directorado de la Federación de Comercio.

—¿Cómo nos acercamos a él?

—El regalo que me pediste para el zabrak me dio una idea —dijo Plagueis—. Gunray es muy aficionado a los pylats, que los neimoidianos asocian con la riqueza. Esos pájaros abundan en Neimoidia, pero en los bosques de Sojourn habita uno bastante excepcional, blanco con motas rojas, proporcionado por los kaminoanos. Jamás se dará cuenta de que es un clon.

—¿Un regalo de Hego Damask o del senador Palpatine?

Plagueis lo miró de arriba a abajo.

—De Darth Sidious, creo.

Sidious lo miró dubitativo.

—¿En su nombre?

—No solo en su nombre, sino también con su título. Es hora de que hagamos saber nuestra presencia a unos pocos elegidos.

—¿El título de Sith tendrá algún significado para él?

—Lo tendrá cuando hagamos realidad sus sueños.

Plagueis se puso a caminar.

—Ningún Sith ha estado en la posición en la que estamos nosotros ahora, Darth Sidious: en plena reemergencia del lado oscuro, fortalecidos por las señales y los presagios, seguros de que la venganza y la victoria están al alcance de la mano. Si los Jedi siguen su filosofía de actuar en armonía con la Fuerza, de hacer lo correcto, sucumbirán a la oscuridad. Pero resistirán. Yoda y el resto de miembros del Consejo volverán a sus sesiones de meditación con la intención de ver el futuro, pero descubrirán que es confuso e inescrutable. Descubrirán que la complacencia le ha abierto las puertas a la catástrofe.

»Si de verdad han actuado en armonía con la Fuerza, ¿cómo lograremos desequilibrar la balanza? ¿Cómo puede ganar terreno el lado oscuro? De hecho, los Jedi se han apartado de la tarea que se impusieron, de su noble camino. ¿Pero podrían haberlo evitado? Quizá, si hubiesen mantenido el control de la República, eligiendo y reeligiendo Cancilleres Supremos Jedi. O apartándose por completo de los asuntos de la República y dedicándose a sus rituales arcanos con la creencia de que su buen juicio podría mantener la República fuerte y la galaxia inclinada hacia la luz, en lugar de haber permitido que los convirtieran en una especie de policías.

Lanzó una mirada inquisitiva a Sidious.

—¿Ves el gran error de su estrategia? ¡Se ocupan de los asuntos de la República como si fuesen asuntos de la Fuerza! ¿Pero algún político ha sido capaz alguna vez de arbitrar lo que es correcto y justo? Qué sencillo les resulta nadar en la auto-complacencia en su castillo de Coruscant. Pero han terminado mal preparados para el mundo que llevamos mil años creando.

Se aclaró la garganta.

—Vamos a enfrentarlos a una contradicción, Darth Sidious. Vamos a obligarlos a afrontar el dilema moral de su posición y a revelar sus fallos haciéndolos intervenir en los conflictos que asolan su tan cacareada República.

»Solo Dooku y un puñado más han comprendido la verdad. Hace muchos años, cuando lo conocí en Serenno, pensé: Menudo golpe para la Orden si pudiera convencerlo de que la abandonara y abrazara el lado oscuro. Se asustarían. Porque si uno abandona, podrían seguirle veinte o treinta, y todos verían la vacuidad en el centro de la Orden.

El muun entrecerró los ojos.

—Uno no puede contentarse con seguir las reglas de la Orden Jedi o la Fuerza. Hemos logrado prevalecer haciendo que la Fuerza nos sirva. Hace ocho años cambiamos la galaxia, Darth Sidious, y ahora ese cambio es irreversible.

Se acercó y posó sus huesudas manos sobre el hombro de Sidious.

—La primera vez que visité tu mundo me di cuenta de que era un nexo de la Fuerza. Y recuerdo que pensé lo apropiado que era que el lado oscuro se ocultase en un planeta tan hermoso —hizo una pausa, se enderezó y después preguntó con repentina solemnidad—. ¿Veruna está preparado, Sidious? Me preocupa que sea tan incontrolable como los yinchorri. Quizás un líder más maleable serviría mejor a nuestros intereses.

Sidious se quedó pensativo.

—Quizá no sea necesario apartarlo, Maestro. Como Gunray, valora más la riqueza que el honor.

Plagueis asintió lentamente.

—En ese caso, ponlo a prueba, Darth Sidious. Y ya veremos hacia dónde se decanta antes de que decidamos su destino.