13: JINETES EN LA TORMENTA

En una persecución loca de su presa, casi volando tras ella, los dos Sith, Maestro y aprendiz desde hacía once años ya, saltaban por el terreno cubierto de hierba, con sus capas cortas aleteando tras ellos, los vibrocuchillos bien sujetos en las manos y sus antebrazos desnudos salpicados de sangre y visceras; la sangre se cuajaba en la larga cabellera del humano y se secaba en la frente sin pelo del muun. Girando y retorciéndose alrededor de ellos había una manada de cuadrúpedos ágiles y cuellilargos con pelaje a rayas marrones y negras; idénticos y moviéndose como si poseyeran una sola mente, saltaban en el mismo instante, cambiaban de dirección, arremolinándose gregariamente en la sabana.

—Esto no es una persecución —dijo Plagueis mientras corría—, es una llamada. Tienes que colocarte tras los ojos de tu objetivo y convertirte en el objeto de su deseo. Lo mismo sucede cuando invocas la Fuerza: debes hacerte deseable, fascinante, adictivo… Y cualquier poder que necesites será tuyo.

Mezclado con la manada, el animal en que se había fijado Sidious habría sido indistinguible para los seres normales. Pero Sidious tenía al animal en la mente y ahora estaba mirando a través de sus ojos, como si fueran uno. Repentinamente junto a él, la criatura parecía intuir su final e inclinó la cabeza a un lado para exponer su musculoso cuello. Cuando clavó el vibrocuchillo, los ojos de la criatura se pusieron en blanco y después opacos; brotó un chorro de sangre caliente, pero dejo rápidamente de salir… La Fuerza se disipaba y Sidious extraía su poder de las profundidades de su ser.

—Ahora otro —dijo Plagueis en tono de felicitación—. Y después de ese, otro.

Sidious se sintió empujado a la acción, como por un viento huracanado.

—Siente el poder del lado oscuro fluyendo por tu interior —añadió Plagueis desde detrás de él—. Sacrificando a la manada servimos al objetivo de la naturaleza y perfeccionando nuestras habilidades servimos al nuestro propio. ¡Somos depredadores!

Aquel planeta de baja gravedad se conocía entonces como Buoyant y poseía una desconcertante mezcla de flora y fauna fruto del experimento de una especie olvidada que había modificado la atmósfera, haciendo que el planeta girase sobre su eje más rápidamente de lo que la naturaleza pretendía y provocando el crecimiento de bosques frondosos y extensas praderas. Las máquinas aún útiles de los antiguos salpicaban el paisaje y, miles de años después de importarlos, los animales prosperaban. Nada se movía lenta o pesadamente en aquel mundo de rápida rotación, ni siquiera el día y la noche, ni las tormentas que sacudían la atmósfera con violenta frecuencia.

En otras partes del planeta —en los densos bosques, los áridos páramos, bajo las olas de las islas continentales— los dos Sith ya le habían quitado la vida a innumerables criaturas: sacrificándose, agudizándose y marinándose en una miasma de energía del lado oscuro.

A kilómetros de distancia del punto en que había empezado la caza de los cuadrúpedos, Plagueis y Sidious se sentaron bajo la enorme copa de un árbol cuyo tronco era lo bastante ancho para envolver un deslizador terrestre y cuyas gruesas ramas se combaban por el peso de florecientes plantas parasitarias. Jadeando y empapados en sudor, descansaban en silencio mientras las nubes de insectos impacientes se arremolinaban alrededor de ellos. Los latidos de los tres corazones del muun podían verse a través de su piel translúcida y sus ojos claros seguían los movimientos sinuosos de la manada fugitiva.

—Entre mi gente hay pocos que sepan lo rico que soy —dijo finalmente—, puesto que la mayor parte de mis riquezas deriva de actividades que no tienen nada que ver con mi negocio financiero habitual. Durante muchos años mis congéneres se preguntaron por qué prefería seguir soltero y finalmente llegaron a la conclusión de que, esencialmente, estaba casado con mi trabajo, sin ser conscientes de la razón que tenían. Porque mi verdadero cónyuge es el lado oscuro de la Fuerza. Lo que los antiguos llamaban Bogan, el reverso de Ashla.

»Incluso los Jedi entienden que no se logra ningún beneficio asociándose con un ser que no posee la habilidad de entender lo que significa ser dominado por la Fuerza, por eso la Orden restringe el matrimonio por dogma, en servicio, eso dicen ellos, de la pureza de Ashla.

»Pero Ashla es una perversión —prosiguió—, ya que la oscuridad ha precedido siempre a la luz. La idea original era capturar el poder de la Fuerza y subordinarlo a la voluntad de los seres inteligentes. Los antiguos —los celestiales, los rakata— no juzgaban sus obras. Movían planetas, manipulaban sistemas estelares, conjuraban artefactos del lado oscuro, como la Fragua Estelar, como mejor les convenía. Si en el proceso morían millones de seres, les traía sin cuidado. Las vidas de la mayoría de seres tienen poca importancia. Los Jedi no alcanzan a entenderlo. Están tan ocupados salvando vidas y esforzándose en mantener en equilibrio los poderes de la Fuerza que han perdido de vista el hecho de que la vida inteligente debe evolucionar, no languidecer simplemente en un inmovilismo complaciente.

Se detuvo para mirar a Sidious.

—Sin duda, los textos que te he proporcionado contienen referencias a la llamada teoría Potentium; según la cual la luz y la oscuridad dependen de la intención del usuario. Esa es otra perversión de la verdad perpetrada por aquellos que quieren tenernos encadenados a la Fuerza. El poder del agua y el poder del fuego son completamente distintos. Tanto los glaciares como los volcanes tienen potencial para transformar el paisaje, pero uno lo hace enterrando todo lo que tiene debajo, mientras que el otro crea terreno nuevo. Los Sith no son estrellas apacibles sino singularidades. En lugar de arder con un objetivo débil, deformamos el espacio y el tiempo para distorsionar la galaxia según nuestro propio diseño.

»Para llegar a ser alguien de gran poder se necesita algo más que mera docilidad; se necesita obstinación y tenacidad. Por eso debes mantenerte siempre receptivo a las corrientes del lado oscuro, porque no importa lo ágil que seas, o creas ser, la Fuerza no será piadosa contigo. Como has aprendido, tu cuerpo duerme pero tu mente nunca descansa.

Levantándose, Plagueis extendió sus largos brazos frente a él y liberó una tormenta de rayos de Fuerza que chisporroteó en el paisaje, provocando incendios en la hierba.

—Un Jedi lo bastante potente en la Fuerza puede ser entrenado para producir una imitación, pero no el verdadero rayo Sith, capaz no solo de incapacitar o matar, sino también de transformar físicamente a la víctima. Los rayos de Fuerza requieren de un tipo de fortaleza que solo pueden alcanzar los Sith, porque nosotros aceptamos las consecuencias y rechazamos la compasión. Para hacerlo se necesita una sed de poder difícil de satisfacer. La Fuerza intenta resistir las llamadas de los espíritus famélicos; por lo que debe quebrarse y convertirla en una bestia de carga. Se debe lograr que responda a la propia voluntad.

»Pero la Fuerza no puede tratarse con deferencia —añadió mientras unos pocos filamentos salían chisporroteando de la punta de sus dedos—. Para invocar y utilizar los rayos adecuadamente, tienes que haberlos recibido alguna vez, como medio para asumir su energía en tu interior.

Sidious miró cómo se apagaban los últimos arbustos incendiados y después dijo:

—¿Terminaré físicamente transformado?

—¿En un monstruo viejo, pálido, de voz rugosa y ojos amarillos, quieres decir? ¿Como el que tienes frente a ti? —Plagueis gesticuló y después se agachó hacia el suelo—. Seguro que conoces la sabiduría popular: el rey Ommin de Onderon, Darth Sion y Darth Nihilus. Pero no puedo decir si te sucederá a ti también o no. Aunque debes saber una cosa, Sidious, el poder del lado oscuro no debilita al que lo utiliza tanto como debilita al que no lo posee —sonrió maliciosamente—. El poder del lado oscuro es una enfermedad de la que ningún Sith verdadero querría ser curado.

 

En Hypori la presa eran ellos, colocados espalda contra espalda y enfundados en sus togas negras de tela zeyd, en medio de varios anillos concéntricos de droides, adaptados por Blindaje Baktoid para utilizarlos como autómatas de combate. Doscientos asaltantes programados —bípedos, con bandas de rodadura o voladores gracias a generadores antigravedad— armados con gran variedad de armas, desde blásters de mano hasta rifles de cañones recortados. Plagueis no había permitido que su joven aprendiz empuñase una espada de luz hasta pocos años antes, pero Sidious ahora blandía una, construida por él mismo con una aleación de phrik y aurodio, alimentada por un cristal sintético. Fabricada para unas manos delicadas de dedos largos, tanto obra de arte como arma, la espada de luz rasgaba el aire mientras la sacudía de lado a lado frente a él.

—Cada arma, sin que importe la especie que la fabrique, tiene sus propiedades y particularidades —estaba diciendo Plagueis, con su propia espada de luz inclinada hacia el suelo de ferrocemento del paisaje urbano simulado de la cúpula de combate, como si fuese a encender una mecha—. Alcance, poder de penetración, rango de recarga… En algunas circunstancias tu vida puede depender de tu habilidad para concentrarte en el arma más que en quien la empuña. Debes entrenarte para identificar cualquier arma al instante… Tanto si la ha fabricado BlasTech, Merr-Sonn, Tenloss o Prax. Así sabrás donde colocarte y las distintas maneras de desviar una descarga bien dirigida.

Plagueis convirtió sus palabras en actos cuando el primer anillo de droides empezó a converger sobre ellos, escalonando el ataque y desencadenando explosiones aleatorias. Orbitando a Sidious, la espada de luz del muun repelía cada ráfaga, devolviendo los disparos hacia su origen o desviándolos hacia las fachadas de los edificios falsos que los rodeaban u otros droides. En otras ocasiones, Plagueis no intentaba redirigir los ataques sino que optaba simplemente por girar y retorcer su cuerpo esbelto, haciendo que las descargas pasaran a pocos centímetros de él. Alrededor de los dos Sith, los autómatas caían uno tras otro, chorreando lubricante por sus depósitos agujereados o estallando en una lluvia de partes aleadas, hasta que quedaron todos apilados en el suelo de ferrocemento.

—El próximo anillo es tuyo —dijo Plagueis.

El escabroso y deshabitado Hypori pertenecía a la Tecno Unión, cuyo capataz skakoano, Wat Tambor, debía su escaño en el Senado republicano a Explotaciones Damask. A cambio, el humanoide biónico permitía que los miembros de la Guardia Sol echani utilizasen Hypori como campo de entrenamiento y suministraba los necesarios droides de combate. Como un nuevo favor, Hego Damask le había solicitado una sesión privada en el paisaje urbano simulado, para que su aprendiz y él mismo pudiesen usar libremente las espadas de luz; aunque el único objetivo era desviar los disparos, no desmembrar ni atravesar a nadie.

Cuando le llegó el turno a Sidious de demostrar sus habilidades, Plagueis no dejó de hablarle desde detrás, añadiendo distracción a la evidente posibilidad de ser desintegrado accidentalmente.

—Un ser entrenado en el arte de matar no espera a que lo percibas como objetivo, ni se presenta como oponente, como en una competición de artes marciales. Tus reacciones deben ser instantáneas y cuanto menos letales, porque eres un lord Sith y eso te marcará para siempre.

Los droides seguían acercándose, anillo tras anillo, hasta que el suelo estaba repleto de caparazones humeantes. Plagueis lanzó una orden que terminó abruptamente con la matanza y apagó su espada de luz. El tañido de las armas enfriándose, el siseo de las fugas de gas y el zumbido cambiante de los servomotores rompían el repentino silencio. Los miembros aleados sufrían espasmos y los fotorreceptores se cerraban, apagando su espeluznante fulgor. El aire reciclado estaba corrompido por el olor a circuitos achicharrados.

—Deléitate la vista con nuestra obra —dijo Plagueis, haciendo un gesto amplio.

Sidious apagó su arma.

—No veo nada más que droides averiados.

Plagueis asintió.

—Darth Bane advirtió: algún día la República caerá y los Jedi serán aniquilados. Pero eso no sucederá hasta que nosotros estemos preparados para tomar el poder.

—¿Cuándo? —preguntó Sidious—. ¿Cómo sabremos cuándo ha llegado el momento?

—Pronto lo sabremos. Durante mil años los Sith han permitido que los redujeran a mero folclore. De acuerdo con nuestros objetivos, no hemos hecho nada por contrarrestar la creencia de que somos una perversión de los Jedi, magos malvados; encarnaciones del odio, la ira y la sed de sangre, capaces incluso de dejar un residuo de nuestras fechorías y crueldades en los lugares con poder.

—¿Por qué no hemos visitado aún esos lugares, Maestro… en vez de mundos como Buoyant e Hypori?

Darth Plagueis le miró.

—Eres impaciente. No valoras el aprendizaje en armas y explosivos, la sugestión con la Fuerza ni las artes sanadoras. Deseas el tipo de poder que se puede encontrar en Korriban, Dromund Kaas y Zigoola. Pero déjame decirte qué encontrarás en esos relicarios: Jedi y buscadores de tesoros y leyendas. Por supuesto que hay tumbas en el Valle de los Señores Oscuros, pero fueron saqueadas y ahora solo atraen a turistas. En Dxun, Yavin Cuatro, Ziost pasa exactamente lo mismo. Si te interesa la historia, puedo mostrarte un centenar de mundos en cuya arquitectura y cultura se han introducido disimuladamente símbolos esotéricos Sith, y puedo aburrirte con los relatos de las proezas de Freedon Nadd, Belia Darzu, Darth Zannah, de la que se cuenta que llegó a infiltrarse en el Templo Jedi, o de naves estelares imbuidas de conciencia Sith. ¿Es eso lo que deseas, Sidious, convertirte en un erudito?

—Solo quiero aprender, Maestro.

—Aprenderás. Pero no de fuentes espurias. No somos una secta como los Hechiceros de Tund de Tetsu. Somos descendientes de Darth Bane, los pocos elegidos que nos negamos a dejarnos arrastra por la Fuerza, porque preferimos ser nosotros los que la utilicemos a ella. Treinta en un milenio frente a las decenas de miles dignos de ser Jedi. Cualquier Sith puede fingir compasión y santurronería, incluso dominar las artes Jedi, pero solo uno de cada mil Jedi podría convertirse en un Sith, porque el lado oscuro es solo para aquellos que valoran el autodeterminismo por encima de todo lo que ofrece la existencia. En estos últimos mil años solo un lord Sith se desvió hacia la luz, algún día te contaré esa historia. Pero, por ahora, recuerda bien que la Regla de Dos de Darth Bane fue al principio nuestra salvación ya que terminó con las luchas internas que siempre daban ventaja a la Orden Jedi. Parte de nuestra actual tarea será perseguir y eliminar a cualquier falso Sith que suponga una amenaza para nuestros objetivos finales.

Sidious se quedó en silencio durante un buen rato.

—¿También debo desconfiar de las lecciones contenidas en los holocrones Sith?

—Desconfiar no —respondió Plagueis seriamente—. Pero los holocrones contienen conocimientos específicos e idiosincrásicos de cada uno de los Sith que los construyeron. El conocimiento verdadero pasa de Maestro a aprendiz en sesiones como esta, en las que no hay nada codificado ni grabado, ni diluido, por lo que no puedes olvidarlas. Llegará un momento en que quizá desees consultar los holocrones de Maestros pasados, pero hasta entonces es mejor que no te influencien. Debes descubrir el lado oscuro por ti mismo y perfeccionar tu poder a tu manera. Todo lo que puedo hacer yo mientras tanto es ayudarte a no perderte mientras nos ocultamos de los ojos de nuestros enemigos.

—¿Qué cuerpo celeste es más luminoso que una singularidad? —dijo Sidious—. Escondido a la vista de todos pero más poderoso que ninguno.

Plagueis sonrió.

—Estás citando a Darth Guile.

—Después compara los Sith con una célula solitaria o maligna, demasiado pequeña para ser descubierta mediante escáneres y otras técnicas, pero capaz de extenderse de manera silenciosa y letal en un sistema. Inicialmente, la víctima simplemente no se encuentra bien, después cae enferma y finalmente sucumbe.

Plagueis le miró a los ojos.

—Piensa en la mentalidad de un anarquista que planea sacrificarse por su causa. Durante las semanas, meses o posiblemente años que transcurren hasta el día en que se coloca un detonador térmico en el pecho y ejecuta su tarea, vive con su secreto y este lo refuerza, consciente del precio que pagará por su acto. Así ha sido para los Sith, viviendo en un lugar de conocimiento secreto y sagrado durante mil años, conscientes del precio que pagaríamos por nuestros actos. Eso es el poder, Sidious. Mientras los Jedi, por contra, son como seres que, puesto que se mueven entre los sanos, mantienen en secreto el hecho de estar muriendo de una enfermedad terminal.

»Pero el verdadero poder no necesita garras ni colmillos, ni anunciarse con gruñidos o ladridos guturales, Sidious. Puede someter con grilletes de brilloseda, carisma resoluto y astucia política.

 

La ubicación del planeta conocido por los Sith como Kursid había sido eliminada de los registros de la República en tiempos remotos y durante los últimos seiscientos años se había reservado para usarlo como lugar de recreo. Los Maestros y aprendices del linaje de Bane lo habían visitado con la suficiente regularidad para que surgiese un culto basado en el retorno periódico de los visitantes celestiales. Los Sith no se habían molestado en investigar qué pensaban los humanoides indígenas de Kursid sobre aquellas visitas, si en su religión los Sith eran considerados como equivalentes de deidades o demonios, puesto que era altamente probable que los primitivos ni siquiera le hubiesen dado un nombre a su mundo. No obstante, visitándolo como aprendices y, más frecuentemente, como Maestros, los lores Sith habían percibido el lento avance de la civilización de Kursid. En las primeras visitas, los primitivos se habían defendido con mazas de madera y piedras pulidas lanzadas con hondas. Doscientos años después, muchos de los pequeños asentamientos habían crecido hasta convertirse en ciudades o centros ceremoniales construidos en piedra tallada, con clases sociales, gobernantes, sacerdotes, comerciantes y guerreros. Gradualmente las ciudades se habían rodeado de armamento tosco y murallas defensivas inclinadas adornadas con símbolos guardianes mágicos. En algún momento previo a la visita de Darth Tenebrous como aprendiz, se habían construido réplicas de las naves Sith en el centro de una meseta árida que se utilizaba como campo de batalla y se habían dibujado enormes figuras totémicas, visibles solo desde encima, moviendo los millares de piedras volcánicas del tamaño de un puño que cubrían el suelo. En la primera visita de Plagueis, unos cincuenta años antes, los guerreros que se habían enfrentado a Tenebrous y él iban armados con arcos y lanzas con puntas metálicas.

El hecho de que los Sith jamás hiciesen nada que no fuese combatir no había evitado que los primitivos intentasen adoptar una política de contemporización, dejando en el perpetuo punto de aterrizaje de las naves alimentos, víctimas de sacrificios y obras de arte forjadas con materiales que consideraban preciosos o sagrados. Pero los Sith se habían limitado a ignorar aquellas ofrendas, esperando en la llanura pedregosa que los primitivos desplegasen a sus guerreros, igual que hacían ahora mientras Plagueis y Sidious esperaban.

Tras anunciar su llegada volando bajo sobre la ciudad, habían aterrizado y esperado durante seis días, mientras las lúgubres llamadas de los cuernos perturbaban los áridos silencios y grupos de primitivos se congregaban en las laderas desde las que se dominaba el campo de batalla.

—¿Recuerdas lo que dijo Darth Bane sobre matar inocentes? —había preguntado Plagueis.

—Nuestra misión —parafraseó Sidious—, no es matar a los que no son aptos para vivir. Todo lo que hacemos debe servir a nuestro verdadero propósito: la preservación de nuestra Orden y la supervivencia de los Sith. Debemos trabajar para hacer crecer nuestro poder, y para lograrlo tendremos que interactuar con individuos de muchas especies y de infinidad de mundos distintos. Así los Jedi terminarán enterándose de nuestra existencia.

Para abstenerse de matar absurdamente, blandían picas de fuerza en vez de espadas de luz. Las picas, armas para el combate cuerpo a cuerpo de un metro de longitud utilizadas por los echani y la Guardia del Senado, estaban equipadas con puntas aturdidoras capaces de provocar una descarga que podía apabullar los sistemas nerviosos de la mayoría de seres inteligentes, sin causar daños permanentes.

—Las próximas horas pondrán a prueba los límites de tu agilidad, velocidad y precisión —dijo Plagueis, mientras centenares de los guerreros más corpulentos, valientes y dotados, con el cuerpo embadurnado con pigmentos derivados de plantas, arcilla o tierra, empezaban a apartarse de la multitud—. Pero esto es algo más que un simple ejercicio de aptitud; es un rito de iniciación para esos seres, porque nos asisten en nuestro ascenso definitivo al poder, lo que los convierte en servidores del lado oscuro de la Fuerza. Dentro de unos siglos, con el avance de los Sith, podrán enfrentarse a nosotros con armas de proyectiles o rayos de energía. Pero para entonces habremos evolucionado, hasta superar quizás este rito, y vendremos para ser reverenciados en vez de combatir. Con poder, obtengo victoria, y con victoria mis cadenas se rompen. Pero el poder solo es un medio para alcanzar un fin.

Entre el clamor de los tambores y los gritos de los espectadores, los guerreros blandieron sus armas, lanzaron un ensordecedor grito de guerra y atacaron. Plagueis hizo un gesto con la cabeza y los dos Sith corrieron por la llanura para ir a su encuentro, volando entre ellos como espectros, esquivando flechas, puntas de lanza relucientes y golpes de hachas de combate; combatiendo contra uno, dos o tres rivales a la vez; derribando oponente tras oponente con golpes de sus picas de fuerza, hasta que solo quedó uno en pie entre centenares de cuerpos espasmódicos.

Fue entonces cuando Plagueis tiró la pica aturdidora y encendió su espada carmesí, provocando un lamento colectivo entre los congregados en las laderas de las colinas.

—Ejecuta a uno, aterroriza a miles —dijo.

Lanzando al guerrero al suelo con un empujón con la Fuerza, utilizó la espada de luz para abrirle con destreza la cavidad pectoral; después metió una mano dentro y extrajo su corazón aún latiente.

El rumor del público alcanzó un tono febril cuando levantó el corazón por encima de su cabeza; aunque terminó abruptamente. Tras un largo momento de silencio, los guerreros caídos fueron rescatados del campo de batalla y la multitud empezó a dispersarse, desconsolada pero animada por el hecho de haber cumplido su deber. Los cuernos volvieron a sonar y un canto comunal que era a la vez sombrío y festivo se propagó con el viento. En la ciudad principal, se tallaría y erigiría una estela de piedra en honor a los muertos y empezaría la cuenta atrás hasta el regreso de los Sith.

Plagueis colocó el corazón ya inerte en el pecho del primitivo y utilizó el dobladillo de su toga para limpiarse la sangre de la mano y el antebrazo.

—En una época, aunque aceptaba que los muuns somos seres de una clase más elevada, me desconcertaba que otros seres me cediesen sus asientos o se echasen a la cuneta para dejarme pasar. Pero al principio de mi aprendizaje me di cuenta de que las especies más bajas no me cedían el paso por ser un muun, sino porque, en realidad, era superior a ellos en todos los sentidos. Es más, no basta con que se aparten para cederme el paso, sino que deben dejarse pisar para que yo vaya donde quiera, porque los Sith somos su salvación, su única esperanza verdadera. En el futuro mejoraremos las vidas de sus descendientes, por lo que nos deben la máxima cortesía, cualquier sacrificio, incluidas sus propias vidas.

»Pero a muchos de ellos les esperan tiempos oscuros, Sidious. Una era de guerras necesarias para purgar la galaxia de aquellos que han permitido su decadencia. Porque la decadencia no tiene cura; debe ser erradicada con las llamas del fuego purificador. Y los Jedi son los principales culpables.

Paralizados por la empatia, encadenados a la obediencia —a sus Maestros, su Consejo, su querida República— perpetúan el mito de la igualdad, sirviendo a la Fuerza como si fuese una especie de religión con la que los hubiesen programado. Con la República se comportan como padres indulgentes que permiten que sus hijos experimenten con decisiones que no tienen ninguna consecuencia, apoyando su obcecación con el único fin de mantener la familia unida. Se pisan sus propias togas en una carrera por sostener un gobierno galáctico que lleva siglos deteriorándose. Cuando, en realidad, deberían decirle: sabemos qué es lo mejor para ti.

»La galaxia no puede recuperar el rumbo apropiado hasta que la Orden Jedi y la corrupta República hayan sido derrocadas. Solo entonces los Sith podrán iniciar el proceso de reconstrucción desde cero. Por eso estimulamos las rivalidades entre sistemas y apoyamos los objetivos de cualquier grupo que pretenda fomentar el caos y la anarquía. Porque cualquier tipo de destrucción favorece a nuestros fines.

Plagueis se detuvo para volver a tomar el corazón del guerrero entre sus manos.

—A través de nosotros, los poderes del caos se arrean y explotan. Las épocas oscuras no surgen así, sin más, Sidious. Los seres iluminados, las inteligencias influyentes manipulan los acontecimientos para provocar una tormenta que otorgará el poder a una élite dispuesta a tomar las decisiones difíciles que la República no se atreve a tomar. Los seres pueden elegir a sus líderes, pero la Fuerza nos ha elegido a nosotros.

Miró a su aprendiz.

—Pero debes recordar que un político astuto es capaz de provocar más caos que dos lores Sith armados con vibrocuchillos, espadas de luz o picas de fuerza. Y en eso es en lo que debes convertirte, conmigo asesorándote desde la sombra.

—¿Somos lo bastante grandes? —dijo Sidious.

—Deberías preguntarte si somos lo bastante salvajes —Plagueis hizo una leve sonrisa—. No vivimos en una era de gigantes, Sidious. Para alcanzar el éxito debemos convertirnos en bestias.

Tras darle un bocado al corazón del guerrero, le pasó el órgano ensangrentado a su aprendiz.