22: SERES COMUNES
El frío crepuscular de la Rotonda del Senado parecía arrullar a muchos, hasta el punto de dormirlos. Agudizando sus sentidos, Palpatine pudo oír los leves ronquidos de senadores humanos y no humanos sentados en las plataformas flotantes adyacentes a su estación; también pudo oír, con mayor claridad, a Sate Pestage y Kinman Doriana, frente a él en el asiento circular de la plataforma, chismorreando maliciosamente. Durante los últimos veinte años Naboo y el sector Chommell habían ocupado el mismo sitio en la misma grada de aquel inmenso edificio con forma de champiñón, aunque se habían añadido plataformas encima, debajo y a ambos lados de la suya durante esas dos décadas para acomodar a representantes de mundos recién incorporados a la República. En esos veinte años Palpatine también había presenciado, sesteando en alguna ocasión, los parlamentos, diatribas y tácticas dilatorias de innumerables seres, además de los discursos sobre el estado de la República de cuatro Cancilleres Supremos: Darus, Frix, Kalpana y Finís Valorum. Este último estaba cerca de completar un segundo mandato repleto de problemas cuyo origen podía encontrarse —aunque nadie lo haría hasta varias décadas después— en las maquinaciones de Hego Damask y su conspirador secreto, Palpatine, bajo sus identidades de lores Sith Plagueis y Sidious. Pero, en realidad, la mitad de los senadores llevaban dobles vidas de un tipo u otro: jurando preservar la República al mismo tiempo que aceptaban sobornos de la Federación de Comercio para facilitar el esclavismo, el contrabando de especia y varas de la muerte, y la piratería.
Palpatine recordó las palabras del viejo filósofo de la República, Shassium: todos somos seres de dos caras, divididos por la Fuerza y destinados a buscar nuestras identidades secretas por toda la eternidad.
Desde el alto púlpito de la Rotonda, el Canciller Supremo Valorum estaba diciendo:
—La crisis que se está produciendo en el sistema Yinchorr es una prueba más de que, en nuestra determinación de mantener una era de prosperidad en el Núcleo, hemos permitido que los sistemas exteriores se conviertan en territorios sin ley, en los que operan impunemente piratas, esclavistas, contrabandistas y comerciantes de armas. Materiales y tecnología prohibidos llegan hasta especies cuyas peticiones de ayuda a la República han sido desatendidas y el resultado es la animadversión y los conflictos intersistema. Unidos por las necesidades mutuas, los mundos olvidados se alian para acudir a los cárteles galácticos y obtener lo que nosotros les hemos negado: desarrollo, protección y seguridad, además de armas y entrenamiento en combate —hizo un amplio gesto hacia las plataformas senatoriales cercanas y remotas—. Mientras estamos aquí, sentados en esta fría comodidad, en el Borde Exterior se expande una confederación de mundos desfavorecidos.
Alguien bostezó con una exageración teatral, provocando un coro de risas de los seres que pudieron oírlo. El Senado debería estar de vacaciones, pero la crisis en la Región de Expansión había obligado a Valorum a convocar al ente de gobierno en una sesión especial.
Al otro lado de la Rotonda, frente a la estación de Naboo, la plataforma de Yinchorr estaba vacante porque los yinchorri habían roto todos sus lazos con la República seis meses antes y habían repatriado a todo su personal diplomático. Seis meses antes de eso, provistos de armas que Darth Sidious les había ayudado a conseguir, los yinchorri habían lanzado ataques contra varios mundos de sistemas vecinos. Los cargamentos clandestinos, suministrados por un contrabandista devaroniano, incluían un escudo de cortosis de una excavación minera secreta del planeta Bal’demnic que se había empleado para matar a dos Jedi desprevenidos. Plagueis le había dicho que incitar a los yinchorri era sencillo, que bastaba una provocación mínima, pero incluso Sidious se sorprendió ante su fiereza.
—Desde que Yinchorr se convirtió en mundo miembro hace veinticinco años —proseguía Valorum—, y a pesar de las sanciones que hemos intentado imponer, hemos permitido que se transforme en una fuerza militarista que ahora amenaza a una amplia región del espacio republicano. Hace solo seis meses, cuando aumentaron su flota con naves incautadas en los astilleros del sistema Nyss Dorado, votamos a favor de reprobarlos, en lugar de interceder, ciñéndonos a la anticuada creencia de que la responsabilidad de controlar esos sistemas exteriores es de los mundos que los componen. Finalmente, después del reciente ataque de Yinchorr contra el sistema Chalenor, convencimos a los Jedi para que intervinieran, aunque con penosos resultados.
Valorum hizo una breve pausa.
—Como algunos de ustedes ya saben, los cadáveres mutilados del Caballero Jedi Naeshahn y su padawan, Ebor Taulk, fueron transportados hasta Coruscant y abandonados sin que se sepa cómo en mi oficina del edificio de la cancillería —cerró el puño a la vista de todos—. ¡Y ahora yo digo basta!
Palpatine juntó las yemas de los dedos de ambas manos. Valorum se estaba esforzando por resultar estimulante pero la repentina agudeza de su voz fue ahogada por la reacción de su audiencia, que en el mejor de los casos podría definirse como una indignación rutinaria.
El vicecanciller bothano pidió silencio, aunque no era necesario.
Valorum se recompuso para las cámaras flotantes, su expresión enrojecida pretendía transmitir indignación más que bochorno.
—Los Jedi han enviado una fuerza numerosa para detener y llevar ante la justicia a los responsables de este acto bárbaro y obligar a los yinchorri a regresar a su planeta. Pero me temo que sus esfuerzos no serán suficientes. Puesto que no podemos desplegar Jedi ni Judiciales allí como fuerza de ocupación, le solicito a este Senado que apruebe el uso de paramilitares privados para implantar un bloqueo tecnológico a Yinchorr que evite que los yinchorri se rearmen y renueven sus nefastos sueños de conquista.
Los gritos de asentimiento y condena que siguieron a la petición de Valorum fueron genuinos, igual que las llamadas al orden del vicecanciller bothano. Finalmente, Valorum levantó la voz para hacerse oír.
—¡No podemos tolerar el expansionismo militar! El uso de paramilitares ya tuvo precedentes bajo el Canciller Supremo Kalpana, durante el Conflicto de Stark, y en la más reciente crisis Yam’rii. En ambos casos se encontraron soluciones políticas, y creo firmemente que la diplomacia también tendrá éxito en el sistema Yinchorr.
La carrera política de Valorum se había forjado durante la Guerra Hiperespacial Stark. Vaya, pensó Palpatine, empieza a parecer a su antiguo rival, Ranulph Tarkini.
Esperó a que la Rotonda quedase en silencio.
—Los sucesos de Yinchorr demuestran el gran reto al que nos enfrentamos. El sistema Cularin, nuestro miembro más nuevo, está sufriendo una oleada de ataques piratas. Lo mismo puede decirse de Dorvalla, en el sector Videnda. Las llamadas zonas de libre comercio se han convertido en campos de batallas entre mundos indefensos y gigantes corporativos como la Federación de Comercio o cárteles criminales como Sol Negro, que están exprimiendo estos sistemas periféricos.
En un acto que a algunos les pareció juego limpio y a otros astucia política, el vicecanciller aprovechó ese momento para permitir que la plataforma de la Federación de Comercio abandonase su estación de atraque y volara hacia la oscura frialdad de la Rotonda.
—El bothano siempre sabe elegir el momento justo —le comentó Pestage a Doriana.
El senador de la Federación de Comercio era un empalagoso neimoidiano llamado Lott Dod, cuya voz susurrante de encantador de serpientes surgió de los altavoces de la sala.
—Debo protestar por las acusaciones del Canciller Supremo —sus palabras no mostraban enfado sino la arrogancia de los ricos, una estrategia que había aprendido de su predecesor, Nute Gunray—. ¿Acaso la Federación de Comercio debería asumir las pérdidas que ha sufrido por culpa de los ataques piratas? La República se niega a crear un ejército que patrulle esos sectores y al mismo tiempo nos prohíbe proteger nuestros cargamentos con armas defensivas o droides soldado.
—Ahora no es momento para esa discusión, senador —dijo Valorum, mostrando las palmas de sus suaves manos.
Pero un centenar de voces lo desautorizaron.
—Si no es ahora, ¿dígame cuándo, Canciller Supremo? —la pregunta procedió del halagador humanoide con cuernos craneales que ejercía de magistrado de la Alianza Corporativa, Passel Argente—. ¿Cuántos cargamentos tiene que perder la Federación de Comercio o el Gremio de Comerciantes para que llegue el momento oportuno de plantear este debate? Si la República no puede protegernos, no tenemos más remedio que protegernos nosotros mismos.
Valorum volvió a sonrojarse.
—Hemos enviado fuerzas paramilitares a todas las crisis…
—Con unos resultados impresionantes —la interrupción fue de Lavina Durada-Vashne Wren, la hembra humana representante del recién admitido sistema Cularin—. El ejército thaereiano se deshizo rápidamente de los piratas que estaban desvalijando nuestros transportes.
Una estridente risa ahogó el resto de sus palabras.
—¡Lo único que consiguió el coronel Tramsig en Cularin fue hacerse aún más despreciable! —bramó desde su plataforma el senador twi’lek Orm Free Taa—. La buena representante del sistema Cularin solo se dejó engañar por sus dudosos encantos.
Argente volvió a intervenir.
—¿El Canciller Supremo aboga por que cada sistema tenga una fuerza paramilitar a su mando? Si es así, ¿por qué no un ejército pangaláctico?
A Palpatine los ojos le brillaron con sádico deleite. Valorum estaba recibiendo su merecido. Había demostrado cierta habilidad diplomática durante la Guerra Hiperespacial Stark, pero su elección a la cancillería tenía más que ver con un pedigrí familiar que incluía a tres Cancilleres Supremos y a los acuerdos que había alcanzado con otras familias influyentes, como los Kalpana y los Tarkin de Eriadu. Su adulación a la Orden Jedi era bien conocida, igual que su hipocresía; gran parte de la riqueza de su familia derivaba de lucrativos contratos firmados por sus ancestros con la Federación de Comercio. Su elección, siete años antes, había sido uno de las señales que Plagueis estaba esperando, el regreso al poder de un Valorum, y había llegado justo después de un notable avance de Plagueis y Sidious en la manipulación de los midiclorianos. Un avance que el muun había descrito como «galactónico». Ambos sospechaban que los Jedi también lo habrían percibido, desde Coruscant, a años luz de distancia.
—No habrá ejército de la República —estaba diciendo Valorum, mordiendo el anzuelo lanzado por Argente—. La Reforma de Ruusan debe respetarse. Una fuerza militar necesita financiación. Las tasas que habría que imponer a los sistemas periféricos solo incrementarían la carga que ya padecen y estimularían proyectos secesionistas.
—¡Pues que paguen los mundos del Núcleo! —gritó alguien sentado por debajo de Palpatine.
—¡El Núcleo no necesita una fuerza militar! —respondió el senador de Kuat—. ¡Nosotros sabemos convivir en paz unos con otros!
—¿Por qué los Jedi no pueden actuar como ejército? —preguntó el senador de Ord Mantell.
Valorum se giró para mirarlo.
—Los Jedi no son un ejército. Además, son demasiado pocos. Interceden cuando se lo pedimos, aunque solo con su consentimiento. Es más, la Orden ha sufrido más bajas en los últimos doce años que en los anteriores cincuenta. Yinchorr se está convirtiendo rápidamente en otro Galidraan.
A Palpatine le produjo un placer secreto aquella referencia de Valorum porque lo que había ocurrido en Galidraan era una clara muestra de la acción del lado oscuro acompañada de los subterfugios de Plagueis y él mismo. Más importante aún, Plagueis creía que aquel conflicto provincial había tenido un efecto devastador en el Maestro Jedi Dooku, acentuando su cisma con el Alto Consejo respecto a la decisión de desplegar a los Jedi como combatientes.
—Volvemos al punto de partida —resonó la voz de Orn Free Taa en la Rotonda—. La República puede destinar créditos a contratar ejércitos privados pero no a crear el suyo propio. Pero al Canciller Supremo le parece apropiado darnos lecciones sobre pensamiento anticuado. ¿Por qué no darles esos créditos directamente a los sistemas periféricos y que ellos mismos contraten sus ejércitos?
—Puede que el senador de Ryloth tenga razón —dijo Valorum cuando los aplausos amainaron—. Mejor aún, quizá ha llegado el momento de imponer una tasa a las zonas de libre comercio para lograr los fondos que necesitan los sistemas periféricos.
Palpatine se reclinó en el asiento acolchado de la plataforma mientras brotaban protestas airadas en las estaciones de los mundos de la Facción del Borde, además de las de los que pertenecían a la Federación de Comercio, el Gremio de Comerciantes, la Unión Tecnológica y la Alianza Corporativa. De qué forma más maravillosa y predecible el Senado se había deteriorado durante los últimos veinte años. Como había sucedido antes con infinidad de sesiones ordinarias y extraordinarias, aquella terminaría en pleno caos, sin nada resuelto.
En las pantallas que llenaban la Rotonda se pudo ver la expresión de tristeza e impotencia de Valorum.
Pronto, muy pronto, Palpatine sería el encargado de poner orden en la sala.
Fuera de las paredes curvadas del Senado, la crisis de los sistemas periféricos afectaba muy poco a las vidas de los miles de millones de seres que residían en Coruscant. Los que vivían en los niveles más bajos seguían haciendo todo lo que podían para sobrevivir, mientras los que vivían más cerca del cielo seguían despilfarrando en comida, elegantes capas y entradas para la ópera, que Valorum había vuelto a poner de moda. Palpatine era la excepción a la regla. En lo que a veces le parecía una especie de movimiento perpetuo, se encontraba con sus colegas en el Senado, escuchaba atentamente lo que cada uno de ellos tenía que decir sobre los acontecimientos galácticos, aunque no tan atentamente que ninguno pudiese sospechar que era algo más que un político de carrera decidido a potenciar su perfil. Si había algo que lo distinguía era la impresión que daba de tomarse su trabajo quizá demasiado en serio. Con solo un año para que terminase el segundo mandato de Valorum, la cancillería estaba en el aire, y los que lo conocían sospechaban que podría aspirar al puesto si alguien se lo proponía. Sus evasivas al respecto solo le hacían más deseable para aquellos que pensaban que podía aportar algo nuevo, un auténtico punto de vista centrista. Otros se preguntaban, vistos los retos sin precedentes del momento, qué motivo podría tener él o ningún otro para aspirar al cargo.
Varios días después de que el Senado se reuniese en sesión especial, Palpatine renunció a la intimidad que tanto apreciaba para celebrar una reunión informal en su suite del República 500. Su traslado al edificio más exclusivo de Coruscant había coincidido con el ascenso de Ars Veruna al trono de Naboo, doce años antes. La victoria de Veruna se había sustentado en una renegociación del contrato con la Federación de Comercio por el plasma de Naboo, aunque la opinión generalizada era que el rey y sus compinches se habían beneficiado más del acuerdo que los ciudadanos de Naboo. A diferencia del apartamento que Palpatine había ocupado al llegar al mundo capital, este tenía una docena de habitaciones y vistas del distrito del gobierno solo superadas por las de los espaciosos áticos del edificio. La estatua de neuranio y bronzio de Sistros, que aún escondía la espada de luz que este había construido en los inicios de su aprendizaje, compartía el espacio con antigüedades que había conseguido en mundos remotos.
Finis Valorum fue uno de los últimos invitados en llegar. Palpatine lo recibió en la puerta, mientras un contingente de guardias republicanos enfundados en capas y cubiertos por cascos tomaba posición en el pasillo. La cara redonda del Canciller Supremo parecía demacrada y el sudor perlaba su labio superior bien afeitado. De su brazo colgaba como un adorno Sei Taria, aparentemente su asistente administrativa pero también su amante. Tras pasar el umbral de la puerta, Valorum metió sus pulgares en la faja que ceñía su toga, se detuvo para contemplar la suite y asintió en muestra de su admiración.
—Lo que darían los cazanoticias de la HoloRed por ver esto.
—Ni siquiera un ático —dijo Palpatine desdeñosamente.
—Aún no, quiere decir —comentó el senador de Corellia, provocando que otros levantaran sus copas en una especie de brindis.
Palpatine fingió sentirse abochornado. En el pasado tendría que haber actuado, pero ahora le resultaba tan sencillo enfundarse el disfraz de senador de Naboo como ponerse la toga y una capa.
—Los periodistas son bienvenidos siempre que quieran —dijo.
Valorum levantó una de sus cejas plateadas, como si lo dudase.
—Ahora que los ha acostumbrado a la transparencia y la accesibilidad —añadió Palpatine.
Valorum se rió sin alegría.
—Para lo que me ha servido…
Sei Taria rompió un silencio incómodo.
—Queda claro que su color preferido no es ningún secreto, senador.
Llevaba los párpados de sus ojos oblicuos pintados a conjunto con el bermellón de su toga de septseda; tenía el pelo enrollado en un elaborado moño en la parte trasera de la cabeza, mientras que por delante unos mechones dividían su frente perfecta.
—El escarlata predomina en el escudo de la casa de mis ancestros —explicó Palpatine sosegadamente.
—También utiliza el negro y el azul en la ropa.
Palpatine mantuvo su leve sonrisa.
—Me halaga que se haya fijado.
La expresión de Taria se volvió ladina.
—Son muchos los que se fijan en usted, senador.
Los sirvientes corrieron a coger las capas de tela veda de Valorum y Taria.
—Los he contratado expresamente para la velada —dijo Palpatine en voz baja—. Soy un hombre solitario por naturaleza.
Taria habló antes de que Valorum pudiera hacerlo.
—Ese era el título del último reportaje de la HoloRed sobre usted, si no me equivoco. El senador que le da la espalda a una enorme fortuna para consagrarse a la política. Que se abre camino desde el cuerpo legislativo de Naboo hasta la embajada y finalmente el Senado Galáctico… —ella sonrió sin mostrar los dientes—. Una historia muy estimulante.
—Y cierta hasta la última palabra —dijo Palpatine—. En cierto sentido.
Los tres se rieron y Palpatine los hizo entrar para que se mezclaran con el resto de invitados, todos los cuales simpatizaban con Valorum. En la suite no había nadie que el Canciller Supremo no conociese, así que saludó a todo el mundo por su nombre. La habilidad de hacerle sentir a los demás que le importaban, tanto personal como políticamente, era una de sus escasos puntos fuertes.
Un droide de protocolo repartía bebidas con una bandeja, y Valorum y Taria se sirvieron una copa. Cuando la asistente de Valorum se disculpó para conversar con la esposa del senador alderaaniano Bail Antilles, Palpatine llevó a Valorum hasta la sala principal de la suite.
—¿Cómo has logrado el apoyo de las Facciones del Núcleo y del Borde? —le preguntó Valorum con genuino interés.
—Principalmente gracias a la ubicación de Naboo. El mío es un mundo un tanto desplazado… Está situado en el Borde pero comparte la sensibilidad de muchos mundos del Núcleo.
Valorum señaló una figurita de una hornacina de pared.
—Exquisita.
—Bastante. Regalo de la senadora Eelen Li.
—De Triffis.
Palpatine giró ligeramente la figurita.
—Una auténtica pieza de museo.
Valorum caminó junto a la pared y señaló una segunda pieza.
—¿Y esto?
—Un tambor de viento ceremonial gran. Tiene más de mil años —miró de reojo a Valorum—. Regalo de Baskol Yeesrim.
Valorum asintió.
—El asistente del senador Ainlee Teem. No sabía que tenías buena relación con el Protectorado Gran.
Palpatine se encogió de hombros.
—Durante un tiempo no fue así… Por culpa de una larga disputa sobre la abstención de Naboo en una votación senatorial bastante relevante, pero eso es agua pasada.
Valorum bajó la voz para preguntar:
—¿Crees que podrías conseguirme el apoyo de Malastare?
Palpatine se giró para mirarlo.
—¿Respecto al embargo de Yinchorr? Posiblemente. Pero no respecto a la imposición de tasas a las zonas de libre comercio. Tanto Ainlee Teem como Ales Moe se han convertido en aliados de la Federación de Comercio.
—Un cambio realmente desconcertante —dijo suspirando Valorum—. Los amigos se convierten en enemigos, los enemigos en amigos… Sospecho que voy a tener que pedir que me devuelvan todos los favores que se me deben para tener éxito con Yinchorr —apretó los labios y sacudió la cabeza—. Me temo que aquí me juego mi legado, amigo mío. Solo me queda un año de mandato, pero estoy decidido a dejarlo solucionado.
Palpatine le habló en tono compasivo.
—Si le sirve de consuelo, apoyo el uso de fuerzas paramilitares, incluso a riesgo de que la crisis se acentúe, aunque solo sea para silenciar a aquellos que han acusado a la República de debilidad.
Valorum le dio una palmadita en el hombro.
—Aprecio mucho tu apoyo —miró alrededor y después preguntó en voz aún más baja—: ¿Con quién puedo contar, Palpatine?
Los ojos de Palpatine examinaron a los congregados, deteniéndose brevemente en dos machos humanos, un anx que no habría cabido en una sala de techos más bajos, un ithoriano y finalmente un tarnab.
—Antilles. Com Fordox. Horox Ryyder. Tendau Bendon. Quizá Mot-Not-Rab…
Valorum los miró, después posó sus ojos en un rodiano.
—¿Farr?
Palpatine se rió para sus adentros; Onaconda Farr aplicaba a la política el mismo principio que sus hermanos rodianos a la caza de recompensas: dispara primero, pregunta después.
—Es bastante beligerante, pero quizá pueda convencerlo, ya que tiene vínculos estrechos con la Casa de Naberrie, de Naboo.
—¿Tikkes? —preguntó Valorum, mirando disimuladamente al senador quarren, cuyos tentáculos faciales estaban metiendo tentempiés en su boca.
—Tikkes pedirá algo a cambio, pero sí.
Los ojos azules claros de Valorum encontraron al senador wookie Yarua.
Palpatine asintió.
—Kashyyyk le apoyará.
Valorum terminó su copa y la dejó sobre una mesa.
—¿Y mis oponentes?
—¿Aparte de los obvios? Todo el grupo de Ryloth… Orn Free Taaa, Connus Trell y Chom Frey Kaa. También Toonbuck Toora, Edcel Bar Gan, Po Nudo… ¿Quiere que continúe?
Valorum parecía desanimado cuando salieron a la balconada. Se escuchó un pitido que anunciaba que el dispositivo de cancelación de ruido se había activado. Valorum siguió hasta la barandilla y miró a lo lejos.
—Una noche extrañamente oscura —dijo al cabo de un momento.
Palpatine llegó hasta él.
—Control del clima está preparando una tormenta —se giró ligeramente para ajustar el sistema de cancelación de ruido—. Escuche, truenos de tormenta sobre Los Talleres. Y allí —añadió, señalando—, rayos.
—Qué poco natural parece desde aquí. Si nosotros pudiésemos limpiarnos tan fácilmente como este vasto cielo y estos monumentales edificios.
Palpatine lo miró.
—El Senado le ha puesto palos en las ruedas, pero usted no ha deshonrado su cargo.
Valorum se quedó pensativo.
—Desde que empezó mi primer mandato sabía que encontraría oposición; que los acontecimientos desde el Conflicto Stark estaban fuera de control. Pero desde entonces he sentido que una oscuridad se acerca desde los confines más remotos de la galaxia para sacudir Coruscant hasta sus cimientos. Se podría pensar que, tras mil años de paz, la República es inquebrantable, pero no es cierto. Siempre he creído en la Fuerza, convencido de que si actuaba de acuerdo con sus principios orientadores, la galaxia actuaría del mismo modo.
Palpatine frunció el ceño en la oscuridad.
—La República se ha hecho difícil de manejar. Nos vemos obligados a hacer tratos que comprometen nuestra integridad. Nos critican tanto por lo que hacemos como por lo que no hacemos. La mayoría de seres del Núcleo no podrían ubicar Yinchorr en un mapa estelar, pero la crisis que allí se vive termina siendo un problema, Canciller.
Valorum asintió distraído.
—No podemos quedarnos de brazos cruzados. Los Jedi opinan lo mismo en privado, pero incluso ellos están divididos. Si el Maestro Dooku expresa abiertamente su criticismo con el Senado y la Orden es posible que el Consejo le prohíba salir del Templo —se quedó callado y después añadió—: Bueno, no creo que te enteres ahora. Me han comentado que te has convertido en su confidente.
En lugar de responder a aquel comentario, Palpatine dijo:
—¿Y el Maestro Yoda?
—Tan inescrutable como siempre —dijo Valorum—. Pero está preocupado, creo.
Palpatine se apartó ligeramente de él.
—Los Jedi ya han derrotado a la oscuridad en el pasado.
—Es cierto. Pero si estudias la historia verás que esta también los ha vencido a ellos.
—En cualquier caso, el desenlace no está en nuestras manos.
Valorum levantó la vista hacia el cielo nocturno.
—¿Y en las de quién está, entonces?